VALENCIA. Posiblemente grabar una banda sonora para una película de cierta relevancia sea el sueño húmedo de muchos de los músicos del ámbito independiente estatal. Hay quienes, como el gaditano Julio De La Rosa o el norteamericano Josh Rouse, no solo lo hacen, sino que también obtienen un preciado reconocimiento por ello, en forma de Goya. El primero en 2015 por su trabajo para La isla mínima (Alberto Rodríguez) y el segundo en 2014 por La gran familia española (Daniel Sánchez Arévalo). Pero lejos de la relevancia mediática que otorga el desfile por cualquier alfombra roja y el oropel de sus premios, hay un sinfín de músicos en nuestro país que se han entregado, aunque solo fuera en algún momento puntual de sus carreras, a una tarea seguramente igual de ardua pero bastante más ingrata, por la escasa proyección mediática que comporta. Incluso si la comparativa la establecemos con su producción estándar.
Son aquellas bandas y solistas que se deciden a ilustrar sobre los escenarios, con composiciones propias creadas para la ocasión, imágenes de películas existentes con anterioridad. Generalmente clásicos, pero también directores contemporáneos por los que sienten una especial predilección. Desde Buster Keaton a David Lynch, pasando por Roman Polanski, Terrence Malick o José Luis Guerín. Un trabajo de semanas, posiblemente de meses, que se sustancia en apenas una hora sobre un escenario. A veces sin tan siquiera gozar de una segunda oportunidad. Un esfuerzo casi titánico que hace patente el enorme poder de evocación de la música cuando se alía con la fuerza de los fotogramas.
UN MOMENTO ÚNICO
"Ojalá hubiéramos tenido la ocasión de interpretarlo más veces, porque hubiéramos pulido algunas cosas", nos comenta José Luis García (vocalista y guitarra de Manta Ray) cuando recuerda el concierto que la banda ofreció en noviembre de 1998 dentro de la programación del Festival de Cine de Gijón, que entonces dirigía José Luis Cienfuegos, quien les dio "plena libertad" para pulir el proyecto. Su excepcional concierto unos meses antes en el FIB también tuvo parte de culpa.
Cualquiera que conozca la discografía de la banda asturiana sabrá del perfeccionismo y la autoexigencia que siempre presidió cada uno de sus pasos, hasta su separación hace algo menos de una década. Pero sí puede resultar algo chocante tanto puntillismo ante el brillante resultado de Score. Un concierto de Manta Ray (Astro/Sinedín, 1999), el estupendo disco en el que aquel único concierto quedó plasmado para la posteridad, y que se vendía de forma exclusiva con el número de abril de 1999 de la revista Rockdelux, aunque luego gozaría también de una versión en DVD.
Fue la última entrega del grupo en la que figuró Nacho Vegas. Y aunque con él no puede hablarse de un trabajo cien por cien original (algunos temas eran propios, publicados en otros trabajos, pero otros eran reinterpretaciones de composiciones de bandas sonoras de Nino Rota, Henry Mancini o Ennio Morricone), sí que se apreciaba con rotundidad la huella del singular registro de Manta Ray en todas y cada una de sus canciones, llevándolas a su terreno hasta prácticamente hacerlas propias. José Luis García reconoce que el trabajo fue titánico, y que en cierta medida influyó también en su carrera posterior "porque cosas como el crescendo que introdujimos en El Padrino (sobre el original de Nino Rota) volvieron a aparecer en algunas de las canciones de nuestro siguiente disco, como en Cartografies (Esperanza; Astro, 2000)".
También reconoce como una espinita clavada en el seno del grupo el no haber podido prolongar esa querencia por el cine con la composición una BSO convencional, pero estima -casi riendo- que la empresa era ya complicada de por sí, en una banda de tantos miembros, porque "la democracia quizá no sea lo mejor a la hora de acometer una banda sonora".
HOMENAJE AL CINE CON MAYÚSCULAS
Un formato similar al empleado por Manta Ray fue el que utilizaron los valencianos Polar casi cinco años más tarde, con un espectáculo al que llamaron El sueño de Gil Shepherd (en referencia al tránsito entre el cine y la vida real del protagonista de La Rosa Púrpura del Cairo, de Woody Allen). Como aquellos, también lo pasearon por el Festival de Cine de Gijón, aunque el estreno oficial se produjo antes en la sala Roxy de Valencia en junio de 2003, coincidiendo con la celebración del Cinema Jove de aquel año, de cuya programación formaba parte. Ideado junto a los cineastas Pau Martínez y Gabi Ochoa, proponía un genuino recorrido -desde su particular prisma sonoro- por films clásicos como Patt Garrett & Billy The Kid (Sam Peckinpah, 1973), París Texas (Wim Wenders, 1984) o La Delgada Línea Roja (Terrence Malick, 1998).
Echando la vista atrás, a Jesús de Santos, vocalista y guitarra de la extinta banda, le hubiera encantado "haber podido dar más recorrido a un espectáculo que era una producción cara, porque mover a siete personas nunca resulta fácil". A los miembros de la banda había que sumar la sección de cuerda, claro, que embellecía de forma punzante cada una las composiciones que formaban parte de una propuesta embriagadora sobre el escenario, que también pasó por la VIII Mostra de Curtmetratges de Sagunt de aquel año.
De Santos reconoce que un trabajo como el que desarrollaron supone una experiencia "más dura que un trabajo convencional, porque surgía de momentos de inspiración, improvisaciones en el local de ensayo y fue un gran reto porque muchas de las imágenes tenían bandas sonoras muy reconocibles, y nuestra intención no era versionarlas sino reinterpretarlas a nuestra manera". El trabajo marcó de alguna manera la trayectoria posterior de Polar, hasta el punto de que "algunas de las canciones que compusimos formaron parte de nuestro siguiente álbum, Comes With a Smile (Jabalina, 2006)".
Sí que tuvieron la suerte -o el mérito- de satisfacer más tarde de forma completa su potencialidad como creadores de soundtracks al encargarse de la banda sonora original de De espaldas al mar, la película de 2009 dirigida por Guillermo Escalona y protagonizada por Cristina Perales, Ximo Solano o Alejandra Moffat: "No se consiguió distribución para ella, así que apenas hubo algunos pases en algunos festivales y en presentaciones en algunas ciudades españolas, pero fue un reto, más complicado todavía que El sueño de Gil Shepherd, porque una cosa era lo que nos sugerían a nosotros las imágenes de la película y otra lo que quería transmitir el director. Finalmente el resultado fue muy satisfactorio".
DE LA TRASCENDENCIA AL ‘SLAPSTICK'
Otro impenitente músico valenciano que lleva años jugando a entrelazar sus composiciones con las tramas de llamado séptimo arte es Jorge Pérez. El actual líder de Tórtel involucró a su banda anterior (Maderita al margen claro), Ciudadano, en un espectáculo en el que esta ilustraba con composiciones propias cada una de las cuatro películas que el director norteamericano había firmado hasta 2007, año en el que lo estrenaron en el clausurado Col.legi Major Lluis Vives de Valencia. "La pirueta para nosotros era hacer una especie de score pero manteniendo el formato canción", resume acerca de aquella experiencia, que lógicamente enlazaba con la veta expansiva y de largos desarrollos instrumentales que la banda había emprendido en el soberbio álbum Libros de Viajes (Astro, 2006). Tal y como recordaba en su momento, la elección se debió a que Malick era un director "ni muy underground ni muy conocido".
Su segunda incursión en el universo cinematográfico es mas reciente. De hecho, aunque sus representaciones comenzaron hace más de dos años, cuando esta misma semana nos atiende al teléfono nos comenta que no hace ni dos días que lo ha vuelto a interpretar en directo con Jordi Sapena, uno de sus tres vértices, en un cine de verano cercano a Gandía. Se trata de El héroe del río, "una banda sonora", tal y como él la define, "pensada como tal, de 63 minutos, en la que intentamos cambiar el lenguaje del film original mediante loops y jugando con el slapstick propio de la misma, tratando de llevar una película que tiene casi un siglo a un lenguaje actual". Se refiere, obviamente, a la película que Buster Keaton dirigió y protagonizó en 1928, y cuyo argumento ha musicado junto a Jordi Sapena y Abel Hernández (El Hijo), y que estrenaron en abril de 2013 en el Espai Rambleta de Valencia.
Pérez insiste en la idea de que hay pocas cosas más gratificantes que la interpretación en directo de música que se retroalimenta con el poder de las imágenes: "Tengo recuerdos de tocar en el MACBA, por ejemplo, en museos y galerías de arte con el espectáculo de Malick, hace años, y fue una experiencia escénica muy cañera".
Otro músico de nuestro país ducho en acometer proyectos en los que cine y música se dan la mano en directo (y con el que Jorge Pérez siempre ha mantenido, por cierto, una estrecha relación) es Joaquín Pascual, quien también estrenó en 2007 una suerte de banda sonora oficiosa para ilustrar algunos de los momentos más reseñables en la carrera de David Lynch. Lo tituló Carreteras Perdidas, y lo presentó en 2007 en el festival Abycine de Albacete, uno de los certámenes que tradicionalmente han mostrado mayor predisposición a albergar esta clase de espectáculos. Formaba parte, de hecho, de un Laboratorio de Creación que maridaba música y cine en directo, y que en años sucesivos contó también con Fernando Alfaro (haciendo lo propio con Stanley Kubrick), Nacho Vegas (con Mike Leigh), Christina Rosenvinge (con Robert Bresson) o Triángulo de Amor Bizarro (con Alejandro Jodorowski).
PREDICANDO CON EL EJEMPLO
Otro festival que lleva más de diez mostrando la estrecha interrelación entre cine y música independiente sobre los escenarios es el Cinemascore de Castellón. Sus propuestas tienen el prurito de lo minoritario, tanto por la pléyade de bandas que integran su cartel como por el esmerado enfoque de sus propuestas, que se encaminan también a recrear con sonidos algunas películas emblemáticas de las últimas décadas, casi siempre alejadas de los circuitos más comerciales.
En su historial figuran músicos de la talla de Andrew Bird, Pascal Comelade, Bonnie Prince Billy, Joan Shelley, los castellonenses Pleasant Dreams o los propios Tórtel, con el espectáculo El héroe del río. Todos, interpretando en directo música creada ex profeso para sus películas predilectas. Cuando le consultamos a su responsable, José Luis Cuevas, de qué conciertos retiene un mejor recuerdo, nos comenta que, "con extrema diferencia", el momento más brillante fue "cuando Santiago Latorre puso música, hace tres años, a El Sabor de la Sandía (Tsai Ming-Liang, 2005)", seguido por "Ramón Godes y Alejandro Royo con su trabajo conjunto secundando las imágenes de Lessons of Darkness (Werner Herzog, 1992) en 2011".
En su última edición, uno de los conciertos más destacados lo protagonizó el dúo sueco Death and Vanilla, quienes afrontaron la responsabilidad de poner música a El Quimérico Inquilino (1976), de Roman Polanski. En declaraciones a la publicación Clashmusic, afirmaban recientemente que encontrar los sonidos idóneos (según su criterio, claro) para ilustrar con música una película supone "un desafío, un trabajo duro -porque en nuestro caso son dos horas de espectáculo- pero al mismo tiempo muy gratificante".
De hecho, ya habían puesto música (hace unos años) nada menos que a Vampyr, la bruja vampiro (1938), de Carl Theodor Dreyer. Algo que no solo da pistas acerca del riesgo consciente que asumen algunos de los músicos que emprenden esta clase de trabajos, sin necesidad aparente (más allá de la inquietud creativa, que no es poco), sino que ellos asumieron como algo que les hizo "tener más confianza en nuestra forma de tocar y en ir más allá del formato pop".
Quizá porque los vasos comunicantes entre ambas disciplinas siguen enriqueciéndolas mutuamente. Y, sobre todo, haciendo crecer a un puñado de músicos sin alergia a los nuevos retos.
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