VALENCIA. La espina dorsal de Josep Maria Pou es un vaivén desde el 8 de julio. La noche del estreno de Sócrates. Juicio y muerte de un ciudadano en Mérida y todas las funciones posteriores, incluida la programada el 5 de agosto en el Teatro Romano de Sagunto, cada vez que el actor se ha dirigido al público, un escalofrío ha recorrido su espalda al pronunciar las palabras: "Ciudadanos de Atenas, os quiero mucho. Sois mis paisanos. Os llevo en el corazón". Cuando pasea la mirada por el patio de butacas, el protagonista del montaje siente que la actualidad política se trenza al trance personal del filósofo griego, sentenciado a muerte por cicuta. "Me vienen a la mente la plaza Syntagma y la imagen de los miles de jubilados haciendo cola frente a los cajeros. Y sé que eso también le ocurre al público", considera.
No en vano, su coautor junto a Alberto Iglesias y director, Mario Gas, ha dedicado el montaje "al pueblo griego y a su gobierno, esperando que el caso de Grecia sirva para que avance la Europa de los ciudadanos y retroceda la Europa del gran capital".
La implicación de Pou en la pieza fue un acto de fe. Cuando la productora teatral Focus y Mario Gas le contactaron, no tenían libro en el que basar la dramaturgia ni concepción del espectáculo, "pero a esa figura hay que decirle que sí. Un ciudadano de la democracia de Atenas de hace 2.500 años tiene, de seguro, algo que decirle a los ciudadanos de la democracia inestable de hoy".
Sócrates fue llevado a juicio en el año 399 a. de C. bajo la acusación de corromper a la juventud y de no creer en los dioses, pero en realidad, los inculpadores se sentían molestos con su denuncia constante de la corrupción y de la superstición y la manipulación ligadas a la religión oficial. En un acto de coherencia ética, tras ser condenado, el pensador se negó a huir y aceptó la ingestión del veneno que le procuraría una parálisis respiratoria.
"Esa joven democracia no digería la independencia, agudeza y ética de un hombre íntegro, valiente, irónico, coherente y enfrentado por su actitud a las oscuridades de un sistema dispuesto a devorar a sus más valiosos hijos. ¿Les suena a algo?", inquiere Mario Gas.
Pou lo secunda: "Lo que deja al público conmocionado es comprobar la integridad de este hombre, que asume cumplir su sentencia para responder a las leyes que había jurado respetar. Los mismos jueces daban por sentado que el veredicto no se iba a cumplir, porque la corrupción campaba a sus anchas y pagando un dinero se podía sobornar a los carceleros. Es algo que hoy en día nos podemos aplicar: la conducta de un hombre que llevó su integridad hasta las últimas consecuencias".
ESTA CASA ES UNA RUINA, PERO ES MI CASA
La profusión de adaptaciones de clásicos griegos y obras que dan voz a las figuras icónicas de la cuna de la democracia se repite todos los veranos al calor de los festivales de Mérida, Sagunto y Olite y del circuito de muestras de teatro grecolatino Prosopón, que incorpora delegaciones en Itálica, Baelo Claudia, Baleares, Cataluña, Clunia, Euskadi, Lugo, Zaragoza, Mérida y Sagunto.
La diferencia este año ha sido que los ecos de los informativos se han propagado voluntaria o involuntariamente en los textos y entre el público. En el caso de la versión de La asamblea de las mujeres a cargo de Bernardo Sánchez, la reverberación ha sido ex profeso. El actor Juan Echanove oficia por tercera ocasión como director, y esta vez se hace cargo de una comedia ambientada en Atenas que relata la instauración del comunismo a cargo de las féminas. El 21 de agosto la rebelión llega al Teatro Romano de Sagunto.
Lolita, en la piel de Praxágora, lidera junto a María Galiana y Pastora Vega el alzamiento de las asambleístas contra el Gobierno ateniense.
La comedia, escrita por Aristófanes el año 392 a. de C., incorpora en esta versión un deje de chirigota de carnaval y un clamor contemporáneo: "¡Que nos devuelvan las ruinas!". La demanda se inspira en una reclamación pronunciada por la primera mujer griega que ejerció como ministra, Melina Merkoúri, con la que exhortaba a Gran Bretaña a retornar los mármoles del Partenón, que hace dos siglos fueron expoliados de la Acrópolis y desde 1939 se exponen en el Museo Británico de Londres.
"Lo que queremos reflejar con este grito es que podemos hallarnos en una situación caótica, el mundo puede estar cada vez más desmoronado y embarrado, pero, por lo menos, que nos devuelvan la identidad. Y sí somos una ruina, que nos devuelvan la ruina", clama el actor y director madrileño.
Así, si Aristófanes, que curiosamente demostró una fuerte animadversión contra Sócrates, se sirvió de esta revolución femenina para realizar una crítica afilada contra los gobernantes de Atenas, Echanove hace otro tanto para poner en entredicho las contrariedades de la política contemporánea.
"Me sumo al posicionamiento junto al pueblo griego porque tengo la sensación de que está a escasos centímetros de lo que nos ocurre a nosotros. No vaya a ser que cualquier día por ponernos estupendos y creer que ya estamos en el G8, nos encontremos otra crisis y España se quede temblando", teme el director.
LOS HOMBRES QUE AMABAN A LAS MUJERES
Los tres dramaturgos con más arrestos de la escena española han unido ingenios en un proyecto común llamado Teatro de la Ciudad. Andrés Lima, Miguel del Arco y Alfredo Sanzol dirigen un laboratorio en el que han involucrado a intérpretes, público, traductores, técnicos y músicos. El cénit de la experiencia de formación, investigación y creación llegó en abril al Teatro de la Abadía y ahora gira por los festivales de verano. Las piezas son tres revisiones de otras tantas tragedias grecolatinas.
Aitana Sánchez-Gijón es una Medea visceral en la lectura contemporánea que Lima, quien también se sube al escenario, hace de la madre que sacrifica a sus hijos en pos de la venganza. "La cultura griega arrasa con el matriarcado. Es la lucha continua del poder del hombre intentando sepultar el poder de la mujer. De eso trata Medea", argumenta el director e intérprete.
Precisamente, en su relectura de Antígona, del Arco trastoca el género de Creonte y le otorga el papel a Carmen Machi, elevando la intensidad del choque entre la ética y el sistema en un montaje en el que se da gran fuerza al coro. Su compañero, Alfredo Sanzol, aclara que fue una decisión muy meditada: "Creonte puede ser hoy día cualquier mujer que tiene poder en la esfera política, de Angela Merkel a Cristina Cifuentes".
El director y dramaturgo madrileño ha hecho otro tanto con el personaje de Tiresias en su Edipo Rey. "En el pasado, las mujeres estaban apartadas de la vida pública, pero ahora lo podemos corregir y poner a los personajes en consonancia con nuestra realidad. Muchas veces la elección de un actor para un rol no se basa tanto en una cuestión de género como de energía o de imaginario", se explaya.
Sanzol ya había abordado la figura de Edipo en uno de sus primeros montajes, Como los griegos, ambientada en Londres en los años ochenta. "Ambas tramas coinciden en señalar que lo personal influye en lo público y viceversa".
En este montaje, que explora la redención de Edipo, Sanzol desplaza la mirada del pueblo asolado por la peste a sus descendientes, los mentados jubilados griegos. "El teatro es una actividad perfecta para hablar de cuál es la repercusión pública de una experiencia íntima. Cada uno de los jubilados que espera en la cola del banco tiene un nombre, un apellido, una casa o no. Y el teatro cuenta la historia de una de esas personas, que no existe o puede tener un nombre inventado, pero cuya vivencia concreta se convierte en metáfora de todas ellas. El teatro es un sintetizador y un catalizador".
El director, ganador de tres Premios Max por En la luna, se estrena con esta adaptación de la obra de Sófocles en el género de la tragedia, pero su acercamiento a la dramaturgia no ha variado. "En todas mis historias y montajes tengo continuamente presente la realidad social y política. En Edipo Rey, la resonancia actual se puede observar en la lucha de Edipo con Creonte. Yocasta les echa en cara que ambos estén peleando por cuestiones privadas cuando Tebas sufre el azote de la peste. Y lo mismo sucede con los partidos, que entran en luchas de poder partidistas que no tienen que ver con el bien común", reprocha.
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