VALENCIA. A uno sólo le hace falta vivir un poco para hacerse fan de Antoine Lavoisier. Quizá en la comunidad científica siempre se pueda discutir entre la masa relativista equivalente y la masa en reposo, pero la realidad es que el ser humano de a pie sabe de siempre que, en efecto, la materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma. Al enunciar su principio sobre la conservación de la materia, entre otros méritos, Lavoisier se erigió como algo más que el padre de la química moderna; su teoría químicovital se puede aplicar con precisión de francotirador a casi cualquier evolución social. Por ejemplo, el concepto de cantautor en este país no se crea ni se destruye, sólo se transforma: de la canción protesta al neorromanticismo.
Lavoisier terminó guillotinado durante el Reinado del Terror en la Francia de 1794, injustamente acusado de traición. En España, más de 200 años después, mientras las calles huelen a sedición y más de uno aboga por recuperar la guillotina, la mayoría de los cantautores reniegan de sus antepasados, todavía calientes. Lejos de la personificación del movimiento, la definición del cantautor español surgido a finales de los años 50, de claro corte político y social, queda hoy obsoleta y sólo alguno se atreve a desandar el camino y volver a la casilla de salida.
"Cantante, por lo común solista, que suele ser autor de sus propias composiciones, en las que prevalece sobre la música un mensaje de intención crítica o poética". Así lo define la Real Academia de la Lengua Española, y no es que precisamente la RAE se encuentre en su mejor momento, pero lo cierto es que encaja con bastante precisión con lo que explican estudiosos de la cuestión como Fernando González Lucini. En su libro ‘Y la palabra se hizo música: la canción de autor en España' (2006), Gónzalez Lucini desgrana una historia para la que fecha su nacimiento entre 1956 y 1959, y que tiene un innegable protagonismo valenciano: Paco Ibáñez y Raimon, uno en París y el otro en Xàtiva, encarnan el amanecer de los cantautores.
RAIMON Y PACO IBÁÑEZ: EL PAPEL VALENCIANO
"España genera sus propias coordenadas sobre la canción de autor en una corriente que transcurre a finales de los 60 y principios de los 70", explica el periodista Miguel Ángel Blanco Martín, que destaca también la relevancia valenciana en el movimiento. "Si hay una imagen que proyecta la principal referencia es la del cantante valenciano Raimon con su canción ‘Al Vent', que es un himno para el antifranquismo universitario en todo el país, y con la canción ‘Diguem No'". Blanco Martín recuerda también a Paco Ibáñez, cuya voz califica de "pionera" en un disco dedicado a la poesía nacional que "sirve de inspiración para muchos cantautores".
Si bien la evolución de los cantautores en España responde a los esquemas habituales de influencia exterior, sí que existe cierto elemento autóctono en la sucesión de los hechos; el estallido folk en los 60 con Bob Dylan en modo mesiánico junto a Joan Baez o Pete Seeger, o la influencia francesa de Georges Brassens y la latinoamericana de Víctor Jara o Mercedes Sosa ayudó a desarrollar el fenómeno en España. Sin embargo, el factor franquismo terminó por influir, no sólo retardándolo todo como es habitual en una dictadura, sino en el carácter profundamente político y social del género.
EL PECADO DE LOS CANTAUTORES
Quizá por eso existe cierto componente rancio, como de caducidad cumplida, en el género cantautor en España. El elemento fundamental es el agotado concepto de canción protesta, compañera de viaje (inevitable) en el esplendor del movimiento en España. El periodista Diego A. Manrique, en un artículo de El País sobre la inclinación de Podemos hacia la canción protesta (‘Podemos, la vuelta de la canción protesta') da la clave para entender todo el puzzle. "Esta recuperación de la canción comprometida puede ser entendida como un acto de justicia poética", explica Manrique, "pocos sectores de la música popular española tan maltratados como el de los cantautores politizados: se supone que, tras funcionar como compañeros de viaje durante los años duros, fueron rechazados al llegar los ochenta".
La incomodidad del cantautor de corte social para el político en democracia sólo es equiparable a la irrelevancia del mismo para la industria musical. Una vez agotada financieramente la fórmula en la década de los 70, en la que los sellos discográficos incluso inventaban géneros como la Nueva Canción Castellana reformulando la auténtica Nova Cançó a partir de regionalismos, el negocio viró dramáticamente hacia otras coordenadas menos comprometidas y más ligeras. Incluso Tierno Galván se dirigía como alcalde de Madrid a los rockeros, y no a los cantautores, para que se colocaran. Quizá el pecado de los cantautores fue unir su destino al éxito de un político.
"Durante una época cumplió un papel primordial en la acción política contra la dictadura y en el inicio de la pseudodemocracia de hoy, asumido tanto por un compromiso más o menos explícito de los cantantes como por las expectativas de un sector cada vez más numeroso de público", explica Víctor Claudín en Canción de autor en España (Júcar, 1982), lo que encaja con la percepción última de que, una vez vencido al monstruo final, el juego de los cantautores había perdido su atractivo.
"Algunos de sus detractores han llegado a afirmar, generalizando, que al inaugurarse el tiempo de las libertades, el cantor social ya no tenía nada que decir, que la canción estaba en crisis", concluye González Lucini en su libro Crónica cantada de los silencios rotos: voces y canciones de autor, 1963-1997 (Alianza Editorial, 1998).
VUELVE LA CANCIÓN PROTESTA
La herencia de todo aquello todavía está fresca. La crisis de la democracia, de una transición mainstream, es la crisis de los cantautores en España. A partir de entonces, la tendencia se invirtió, y sólo algunos cantautores de cada nueva generación (Ismael Serrano, Javier Álvarez, Pedro Guerra), se dejaron llevar por el espíritu crítico propio de la edad de oro. El prototipo de cantautor de éxito actual huye de lo político-social y se imbuye del espíritu neorromántico sin remordimientos. El propio Carlos Sadness que tocará el sábado en la azotea del Hotel Barceló, Ángel Stanich, Anni B Sweet, los inicios de Russian Red, Zahara o, en el otro extremo, el de la sublimación del cantautor pop Fran Nixon, Julio de la Rosa o The New Raemon con algunos de los mejores discos del pasado reciente.
En el caso de Ramón Rodríguez se observa, sin embargo, una tendencia en parte inaugurada por él mismo en la que la actitud neorromántica inicial es progresivamente salpicada de la crítica que menciona la RAE en su definción de cantautor; prácticamente desde su segundo disco con El Fin del Imperio. Algo que ha hecho especialmente bien Sr. Chinarro y que recientemente ha adoptado Nacho Vegas, abandonando ligeramente el existencialismo y abrazando el enfoque social tanto en su EP ‘Cómo Hacer Crac' (Marxophone, 2011) como en su último disco, ‘Resituación' (Marxophone, 2014); la polémica suscitada a su alrededor, en la que se le acusaba de oportunismo (al igual que sucedió con Amaral y su famoso vídeo antipolítico), evidencia que el cantautor crítico todavía no ha vuelto. Quizá Jota tenía razón en aquella canción de Los Planetas y, en efecto, ‘Vuelve La Canción Protesta' y banqueros y políticos tiemblan, pero no del todo aún.
Felipe, gràcies pel teu comentari, sort que he arribat fins el final de l'article (amb esforç) i l'he vist. Començava a pensar que estava sola mentre em venien tots eixos noms a la ment. En fi.
Maravilloso artículo.
I què hi ha de Feliu Ventura, Pau Alabajos, Andreu Valor, Borja Penalva o Tomás de Los Santos entre d'altres??
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