VALENCIA. Siempre se ha dicho con la música, por ejemplo, que tú en Londres en los 70 salías del portal de tu casa y tenías que apartar a patadas a los músicos más vanguardistas del momento. Sin embargo, en la Sevilla de la misma época, resultaba un tanto más difícil entrar en contacto con las novedades, con las nuevas tendencias internacionales. Por eso Led Zeppelin están muy bien, pero nunca podrán tener el mérito de nuestros Smash, que en la Andalucía del tardofranquismo supieron mezclar el blues con el flamenco y crear por sí mismos una vanguardia rockera. Cuando vimos el documental Monopatín de Pedro Temboury, pensamos lo mismo. En California habría patinadores espectaculares, pero tenían mucho más mérito los que aprendieron a hacerlo en nuestro país, en los 70, con tablas que muchas veces tuvieron que fabricarse ellos mismos.
En el nuevo documental de Pedro Temboury tenemos más de lo mismo. Se llama La primera ola y repasa la historia de los pioneros del surf en España. Un recorrido que empieza por Asturias y Cantabria y sigue con los mismos ingredientes que Monopatín prácticamente. De repente, Félix Cueto, un chaval un poco alocado, de buena familia, tras alucinar con la portada del disco Surfin Safari de los Beach Boys decide que en España también se puede practicar ese deporte. Pero claro, nadie podía comprarle una tabla porque aquí no existían. Era 1962 y se la tuvo que hacer él gracias a la revista Mecánica popular, publicación desaparecida que bien merecería, por cierto, un homenaje.
Poco a poco fueron surgiendo dos grupos de surferos bajo su influencia, uno en Salinas y otro en Gijón, que incluso llegaron a tener una playa de leyenda, Rodiles, con olas espectaculares donde podían acampar y para muchos de ellos, como Amador Rodríguez, el tiempo allí pasado fueron los mejores años de su vida.
Aunque siguieron haciéndose ellos mismos las tablas, algunos ya encontraron que en Francia había un fabricante y pudieron conseguirlas buenas. Cuando cogían olas en las costas españolas la gente se quedaba de piedra. Era mediados de los 60 y esta ya no era la sociedad de la posguerra, pero nadie había visto nada parecido en España ni entendía de qué deporte se trataba.
La revolución se produjo cuando vieron a Manel, otro pionero, surfear con una tabla de 2,40, no un tablón descomunal como ellos. El chico podía hacer virguerías y desde ese momento todos se fueron a por ese tipo de tablas. No obstante, la carencia era absoluta. Por eso cada vez que veían a un extranjero le imploraban que les vendiese todo el equipo que llevaba
Muchos de esos extranjeros eran americanos desertores de la guerra de Vietnam. Compraban furgonetas en Alemania e iban bajando por Francia, España y Portugal hasta Canarias. La influencia que dejaron fue notable. Y debería estudiarse, porque en otros ámbitos también se produjo. Al famoso cantante y periodista de rock Kike Turmix, le pasó su primer disco de MC5 un desertor americano que estaba también de paso por el País Vasco.
En el caso de Tapia de Casariego, playa del Occidente de Asturias, también la influencia llegó por extranjeros. En este caso, australianos. Cuenta el documental que los padres les pagaban un viaje por Europa a los chavales antes de que se independizaran para que conocieran las raíces. En Tapia, estos dos australianos causaron sensación y enseñaron a los lugareños. Aunque luego estos también tuvieron que irse a la guerra y no desertaron.
En los primeros campeonatos, sigue el documental, se pudo intercambiar material y hacer compra-venta. Pero como el suministro seguía siendo tan precario, al final se reunieron varios y montaron su propia fábrica de tablas. El vídeo explica que aunque se les define habitualmente como una comuna, y los vídeos en Super-8 con sus melenas rubias y las pintadas de la fachada con arcoiris y demás así lo sugieren, ellos lo niegan. Dice uno tajantemente: "nosotros no éramos hippies, vivíamos de nuestro trabajo". Entretanto, la sociedad de la época les miraba escandalizada. Como si fuesen bichos raros.
Tampoco le fue muy distinto a los primeros surferos del País Vasco. Los pioneros de allí querían ir a la playa donostiarra de Gros, que entonces era un sumidero, y no les dejaban las autoridades. Luego querían irse a Zarautz, y al principio no les dejaban subir al tren con las tablas porque nunca habían visto nada semejante. Allí muchos de ellos también se quedaron alucinados con los americanos que iban llegando huyendo de aquella guerra genocida. Iñaki Arteche fue al que allí le dio por fabricar las primeras tablas, lo hizo en un gallinero. Y la epifanía le vino como al aludido Félix Cueto, con una foto. En su caso, una portada de la revista LIFE en la que una mujer en bikini rojo sujetaba una tabla roja.
Las historias se van repitiendo por los demás punto de la geografía española donde Temboury sigue buscando pioneros. De nuevo, en Vigo y Coruña, una fotografía de un disco despierta la curiosidad de unos chavales que terminan iniciándose en el surf. En Málaga ocurrió tres cuartos de lo mismo. Aquí a quienes le compraban el material era a los surferos que volvían de Marruecos. Se distribuían por las playas del sur entre Torremolinos y Cádiz y se comunicaban por telegramas cuando venían buenas olas.
Finalmente, en Canarias, los hippies y los desertores de nuevo también trajeron las nuevas costumbres. En cuestión de surf, dicen que Canarias era el Hawaii de Europa. Los del norte de España se bajaban y cuando entraban en contacto con las olas se quedaban tan alucinados que pensaban en quedarse a vivir allí. Pero tanto aquí como en Málaga, los diques y espigones acabaron con el surf en pleno boom del turismo y la construcción. Un final ciertamente "poético" para poner la fecha de defunción de nuestras playas vírgenes, cuando muchas de ellas empezaron a tener hoteles de siete plantas al lado.
El responsable de esta maravilla, Temboury, fue surfero y skater antes que director, según confesó en una entrevista en la web de Redbull. Ha tardado dos años en rodar este documental y reunir las imágenes de archivo que, al igual que con Monopatín, son lo más atractivo del trabajo. Una anécdota que le sucedió fue que una tabla que le robaron en Málaga hacía años volvió a verla al repasar las imágenes que le cedieron; la llevaba ‘El Rata', uno de los pioneros locales del que se cuentan historias en el documental.
Prueba inequívoca de que aquí en España cualquier iniciativa que se saliera de la norma era siempre cosa de cuatro gatos, pero recuperar la memoria de estos años en los que todo era nuevo le está saliendo tan bien a Temboury que entran ganas de que siga, deporte tras deporte, hasta formar una extensa colección de las que entran ganas de poner en el salón de casa.
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