VALENCIA. ¿Hay alguien en este país que no conozca a Yann Tiersen y la banda sonora que compuso para la celebrada Amélie (Jean-Pierre Jeunet, 2001)? El bretón está esta semana de gira española: desde el 23 de julio, en que comenzó su periplo en Fuengirola, hasta el próximo 26 de julio, día en el que recalará en el Grec de Barcelona. Habrá pasado entonces por Madrid, Valencia y Tarragona, y seguramente habrá vuelto a provocar suspiros en todo aquel que añore las deliciosas cenefas instrumentales que compuso para ilustrar las celebradas andanzas de Audrey Tatou por un París de ensueño, porque hace tiempo que sus recitales desprenden esquirlas post rock que poco tienen que ver con aquello. Su discografía detenta más bandas sonoras, como la de Goodbye Lenin! (Wolfgang Becker, 2003), aunque son muchos más los trabajos que compuso sin ánimo de ilustrar ninguna imagen.
Esa atracción, que provoca que el público acabe reteniendo en su memoria con mayor ahínco sus trabajos cinematográficos que los que no lo son, se explica por la potente fuerza evocadora de la música cuando se pone al servicio de las imágenes. Pero, ¿cómo catalogar esa vasta producción musical de cualidades cinemáticas (en el sentido moderno, que va más allá de su estricta acepción física) que no se compone con la intención de ilustrar ninguna película? El propio Yann Tiersen, cuya visita hemos escogido como una oportuna coartada para introducir el tema, sabe mucho de eso, porque prácticamente cualquiera de sus trabajos (al margen de sus bandas sonoras) detenta esa habilidad para sugerir paisajes imaginados en el oyente. Solo con el poder de sugestión de la música, sin necesidad de imágenes.
Tanto él como otros muchos músicos de las última décadas son adalides de un género que ni siquiera existe como tal: el de las llamadas bandas sonoras imaginarias. El de los sonidos de las películas que no existen. El de la música que no necesita imágenes para que el oyente dibuje en su cabeza tramas, trayectos y paisajes que solo tienen una vaga concreción en su mente. Consumados artífices de un arte que, tan desprovisto de obvios ganchos melódicos que lo popularicen como de la potencia de los fotogramas, rara vez obtiene el reconocimiento que merece. Abordamos aquí algunos de los trabajos más insignes de tan noble y quijotesco arte.
EL PATRIARCA
El paterfamilias-sin duda-de lo que entendemos como bandas sonoras imaginarias es Brian Eno, quien en 1976 ideó Music For Films (EG, 1976), una serie de breves piezas ya compuestas con miras a ser utilizadas por cineastas, aunque al final solo algunos de ellos (Derek Jarman, John Woo) las emplearan para fragmentos de algunas de sus películas. La saga continuó con un par de álbumes más (More Music for Films, 1983; y Music For Films Volume 3, 1988), escritos sin una historia cinematográfica detrás, que acrecentaron la leyenda del padre del ambient, figura esencial en las trayectorias de los primeros Roxy Music (de los cuales formó parte), el David Bowie de finales de los 70 o los U2 y los James de su mejores épocas, como uno de los grandes cerebros en la sombra de la música popular. Creador versátil e inventivo como pocos.
EL CABALLERO OSCURO
Otro de los grandes nombres de esa música elegante y rica en texturas, ideada para ficciones que solo existen en nuestra imaginación, es el británico Barry Adamson. Influenciado por el jazz, el glam rock y el pop, Adamson tocó el bajo en Magazine y también la guitarra, teclados y percusión durante años en los Bad Seeds de Nick Cave, al margen de formar parte también de los Visage de Steve Strange. Pero sus trabajos en solitario son auténticos dechados de savoir faire, plenos de sensualidad y capacidad de evocación. Es uno de los grandes maestros de este género no reconocido. No es fácil elegir entre ellos (Oedipus Schmoedipus, Mute, 1996, As Above, So Below, Mute, 1998 o The King of Nothing Hill, Mute, 2002, son extraordinarios), pero nos quedamos con su debut porque, en el momento en el que irrumpió, esta clase de música no se estilaba tanto: Moss Side Story (Mute, 1989).
DELICIAS BRETONAS
Lo avanzábamos: el francés Yann Tiersen ya habia editado discos como Rue de Cascades (Virgin, 1997), Le Phare (Virgin, 1998) o L'Absente (EMI, 2001) cuando le llegó el éxito de Amélie (EMI, 2001).Y todos esos trabajos ya compartían muchas de las propiedades que hicieron célebre a la banda sonora de la película de Jeunet, aunque no se sostuvieran en imágenes. Esta colaboración con Dominique A, en el último de ellos, es una de sus piezas más inolvidables, aunque la participación del de Nantes la prive del carácter meramente instrumental que se les supone a estos discos. No por eso pierde encanto.
LA ORQUESTA CINEMÁTICA
Desde un territorio propio, en el que la electrónica se fundía con la instrumentación orgánica, el sello británico Ninja Tune redefinió a finales de los 90 esa música cuya capacidad de evocación es compartida con cualquier banda sonora al uso. Las envolventes cualidades ambientales de la música de Amon Tobin, Mr. Scruff o Funki Porcini crearon tendencia. Pero fueron sin duda The Cinematic Orchestra quienes obtuvieron resultados mas brillantes en su aproximación al terreno de las bandas sonoras imaginarias. De hecho, en 2003 editaron Man With a Movie Camera (Ninja Tune), un álbum en el que habían compuesto música expresamente creada para ilustrar las imágenes de El hombre de la cámara, el film mudo que el soviético Dziga Vértov había dirigido en 1929. Y en 2009 musicaron el documental de la Disney The Crimson Wing: Mystery of The Flamingos. En cualquier caso, su obra maestra fue el fabuloso Every Day (Ninja Tune, 2002), cuyo argumento sonoro no obedecía a película alguna. Y no hubiera desentonado. Una maravilla.
EL GURÚ DEL HIP HOP INSTRUMENTAL
El llamado hip hop instrumental, que es de por sí mucho menos intrusivo y punzante que el convencional (al fin y al cabo, en el rap, la voz lo es casi todo) tuvo en DJ Shadow a su profeta. Y lo cierto es que las mejores obras del productor y DJ de Los Angeles, orfebre del sampler, son fabulosas bandas sonoras de películas inexistentes. Siempre se le recordará por el extraordinario Endtroducing...(Mo Wax, 1996), uno de los discos clave de los años 90.
EL MAESTRO IRLANDÉS
David Holmes es uno de los grandes maestros de los soundtracks bastardos. En su producción hay unos cuantos trabajos para películas de Steven Soderbergh, uno de los directores que más ha confiado en él, como Ocean's Eleven (2001) o The Girlfriend Experience (2009). Pero son trabajos como This Film's Crap, Let's Slash The Seats (AM/Go! Beat, 1995), Let's Get Killed (AM/Go! Beat, 1997) o el magistral Bow Down To The Exit Sign (Go! Beat, 2000), sin el acompañamiento de imágenes, los que le convirtieron en uno de los músicos más fascinantes de aquellos años.
LOS EMPERADORES NEGROS
Prácticamente cualquier banda de post rock (y lo mismo ocurre con el trip hop: que nadie se enoje por no verlo aquí representado) podría postularse a artífice de una banda sonora imaginaria. De entre todos ellos, por la arrolladora fuerza de sus instrumentales y el acompañamiento de las imágenes que emplean en sus directos, los canadienses Godspeed You! Black Emperor son una de las muestras más acreditadas. Y aunque han seguido facturando discos más que apreciables, pocos como el celebrado Lift Your Skinny Fists Like Antennas To Heaven (Kranky, 2000).
CAJÓN DE SASTRE
Hemos dado un repaso a algunos de sus más acreditados hacedores, pero el territorio de las bandas sonoras imaginarias es tan fértil que ha sido explorado, de una forma o de otra, por músicos de muy diversos estilos. Tanto fuera como dentro de nuestras fronteras. Entre los primeros, los holandeses Arling & Cameron, quienes compusieron el exquisito y explícito Music For Imaginary Films (February, 2000), los británicos Pram de Music For Your Movies (AE, 1996) , los The Olivia Tremor Control de Music From The Unrealized Film Script, Dusk at Cubist Castle (Flydaddy, 1996) o algunas de las mejores obras de los neoyorquinos The Free Design (1967-2001). Entre los segundos, bandas hispanas de claro afán instrumental como Clint, Da Capo, Carlo Coupé o gran parte del catálogo de la discográfica madrileña Siesta, como aquellos exquisitos recopilatorios que editaba en la década de los 90. Un decenio aquel que potenció el llamado retrofuturismo sonoro y multiplicó así las posibilidades de tan borroso género, casi hasta el infinito. Al menos, hasta nuestros días. Hay mucho, obviamente, donde elegir.
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