MADRID. Señor lector, hay spoilers, destripes, a punta pala.
La semana pasada el mundo vibraba con dos millonarios residentes en paraísos fiscales (uno por nacimiento, cierto es) jugando a la pelota. Es una más de esas paradojas del mundo contemporáneo. Esperemos que las próximas generaciones nos perdonen por nuestra indecente fascinación por el deporte profesional. Mientras tanto, el mismo fin de semana, la cadena de referencia de la televisión de calidad, HBO, se animó a desdramatizar toda esta tontuna del deporte de elite con un falso documental descacharrante. Un producto protagonizado por un actor del Saturday Night Special, Andy Samberg, y una de las superestrellas de Juego de Tronos, Kit Harington, el actor que interpreta a Jon Snow en la serie que Pablo Iglesias le regaló a Felipe VI.
HBO programó el falso documental para la víspera de la final de Wimbledon que se adjudicó el serbio Novak Djokovic, residente en Mónaco, ante el suizo Roger Federer, que afortunadamente para él no ha tenido que cambiar su domicilio fiscal. La propuesta, por otra parte, era dura de ver para los que ya estamos entrados en edad. Presentaba los años 90 como un tiempo pasado muy remoto. Parecía la prehistoria. En el docu salen los periodistas británicos fumando en sus programas de entrevistas, medio borrachos, y el tenista Williams es una suerte de Andrea Agassi, con sus melenas crepadas, que recuerda más a los 80 que a otra cosa, como el heavy metal que sirve de banda sonora. Pero casi mejor no ponerse puntilloso con lo retro. Distinguir los pequeños detalles solo sirve para que uno se dé cuenta de lo viejo que es y este falso documental solo pretende que nos echemos unas risas.
Aaron Williams, el personaje del tenista melenudo, es un huérfano adoptado por una familia de negros. Los Williams de Serena Williams, que participa en la pantomima. Su rival, Chales Poole, el actor de Juego de Tronos, es un niño prodigio británico. La visión que se muestra de lo inglés es harto casposa. Un país dominado por la aristocracia, inmerso en una doble moral. Parece que los guionistas han leído con detenimiento la hemeroteca porque lo cierto es que rara era la noticia recibida en el siglo pasado procedente del Reino Unido que no hiciera referencia a escándalos sexuales o problemas derivados de una doble moral deleznable. Y todo ello siendo una de la sociedades más avanzadas del mundo; paradigma, por otra parte, de la libertad individual.
Volviendo al asunto televisivo, la parte más graciosa es la referente a Williams. Asesinó de un pelotazo, fantasean, a un juez de línea durante un partido y agredió a un aristócrata británico después. Eso le hizo dejar el tenis y convertirse en el enemigo número 1 de los ingleses. Cuando cae en desgracia y deja el tenis es donde encontramos los alardes más ácidos de humor e imaginación. El tío se fue a Suecia, cuentan, a abrir una marca de calzoncillos que permitía llevar la bolsa testicular en libertad. Por problemas financieros terminó encarcelado y en el talego lleva una vida de placer, como se notició del infame noruego Breivik. Su celda está decorada con inequívocos muebles de IKEA y en las duchas las orgías con los demás presos están perfectamente organizadas. Las escenas de los reclusos haciendo un trenecito de sexo anal son de esas que nunca podríamos esperar que se rodasen aquí; son un absoluto descojono.
Se supone que Williams se escapa de prisión y, aquí, en una burla de la estereotipada socialdemocracia sueca, sentencian "entonces, según la ley, se convirtió en un hombre libre". El caso es que volvió a jugar al tenis y termina enfrentándose con el pijo de Poole. Las escenas del partido son la bomba. Williams, relatan, recuperó el nivel ocultando cocaína en la raqueta y las muñequeras. No para de ponerse de farlopa y machacar a su rival mientras le sangran las fosas. David Copperfield, artista invitado, se marca la mejor frase del show cuando dice: "Era en la época en que la cocaína no era ilegal... oh... qué... ¿Qué siempre lo fue? Ah...".
Entretanto, el tenista pijo recibe presiones de la reina de Inglaterra en su buzón de voz. Se ve que el partido va a durar más de un día porque de repente se pone a llover y los ánimos que le envía la monarca a su súbdito pasan a ser amenazas nocturnas rematadas con un "es que estoy bebiendo". Con un par, HBO se imagina a una reina de Inglaterra borracha presionando a los tenistas. Un toque Sex Pistols.
El partido sigue, dura días, y posiblemente la mejor sorpresa que ponen los guionistas es cuando salta una espontánea desnuda a la cancha. Williams se le acerca, parece que la va a intentar calmar, la cosa tiene visos de tauromaquia, cuando de repente la besa y se la folla contra la pared de la pista. No pudieron empapelarle, dicen los narradores del falso documental, porque no había normas contra romper a follar en un partido de tenis.
Rizando el rizo de la hilaridad, después salta otro espontáneo, esta vez varón, y repitiendo los mismos esquemas, Williams lo apacigua y termina dándole por el culo delante de todo el público en mitad de la cancha. Esos momentos iniciales en los que uno se ríe mucho cuando hace air guitar con la raqueta cada vez que mete un punto se ven claramente superados con lo que el televidente nunca esperaría, que se folle a un espectador masculino por detrás delante de todas las televisiones e interrumpiendo el partido. Después llegaría un trío con él y la anterior espontánea y el partido se aplazaría un día más. En fin, un absoluto descojono atrevido e irreverente.
Como Poole parece que no va a ganar, la reina aparece y le da una paliza con unos sicarios en un ascensor antes de reanudar el partido. Isabel II parece Tony Soprano con un bastón castigándole el bajo vientre.
Luego la mofa sobre los medios de comunicación sigue cuando aparece un vídeo casero porno en el que el tal Williams se tira a la novia de Poole. Contra todo pronóstico y lo esperado de un vídeo así, el tenista da un gatillazo y el vídeo se reduce a ver cómo se masturba el pene flácido intentando que se le levante y luego rogando practicarle a la muchacha sexo oral para salvar la papeleta. Lo dicho, descacharrante.
Al final, el odio ha llegado tan lejos que el séptimo día los tenistas se pelean en la cancha. Los jueces les separan, pero la reina pide solemnemente, como un emperador romamo, que les dejen golpearse y ambos mueren de un raquetazo en la cabeza ejecutado al mismo tiempo. Me dirán que esta descripción es un spoiler en toda regla, y en parte lo es, pero la cantidad de detalles como para morirse de risa que se quedan en el camino no son precisamente pocos. La burla que consigue condenar HBO en poco más de una hora es casi histórica.
El guionista de este falso documental, Murray Miller, se forjó en Padre Made In USA y esa joya por reivindicar que es la serie de animación El rey de la colina. Campos de batalla idóneos para, como dice Neil Genzinger en su reseña en el New York Times, abordar el "prepotente" mundo del tenis. Qué decir: queremos más. ¡Será por deportes elitistas y casposos!
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