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LA EXTRAÑA VIDA PROPIA DE LAS CANCIONES

Estas canciones no son lo que parecen

CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA. 18/07/2015 El público, los políticos y los medios moldean el significado de muchas canciones a su antojo, despojándolas de su sentido

VALENCIA. Ha ocurrido en infinidad de ocasiones. Un músico compone una canción, y si esta recaba cierto reconocimiento, acaba por formar parte del bagaje sentimental o meramente lúdico de quien la acoge. Pero muchas veces lo hace bajo unas connotaciones desvirtuadas, que difieren mucho de las intenciones originales de su creador. El músico suele asumirlo con filosofía, porque es consciente de la situación: desde el momento en que un tema prende entre el público, este ya deja de pertenecerle únicamente a él. Es uno de los peajes de la popularidad, por mínima que esta fuere.

El fenómeno adquiere sus mayores cotas de bizarría cuando esas canciones acaban por convertirse en himnos de comunidades a las que no estaban destinados. Cuando se moldea su mensaje hasta hacer de ellas entes absolutamente distintos a lo que representaban en un inicio. E incluso cuando determinadas lecturas aprovechadas, ventajistas a la hora de adoptar solo algunos de los tics de su mensaje pero en ningún modo el espíritu al que se deben, terminan por devaluar su contenido o pervertirlo en su propio interés. Es la vida propia de muchas canciones, que funcionan en ocasiones como entes autónomos de forma imprevisible. Esos temas que a sus autores se les van de las manos. Por completo.

HIMNOS DE ESTADIO

Quién les iba a decir a The White Stripes, por ejemplo, que su Seven Nation Army acabaría convertido en una especie de grito de guerra en competiciones deportivas y en toda clase de festejos populares. Una cantinela que, desprovista de su letra, lo mismo vale para celebrar un Campeonato del Mundo de fútbol como para pedir los bises en un concierto de Estopa (damos fe). 

Fueron precisamente los italianos quienes la adoptaron como leit motiv sonoro para celebrar el Mundial que obtuvieron en 2006. No en vano, el país de los tifossi siempre fue punta de lanza en la creatividad aplicada a las animaciones desde las gradas. Y desde entonces, la cosa no ha acabado todavía de degenerar. Los Miami Heat y los Baltimore Ravens la adoptaron como himno oficioso. Y lo cierto es que aquí también la tenemos hasta en la sopa. Nadie lo hubiera predicho cuando Elephant (XL Recordings, 2003), el álbum en el que se enmarcaba, salió al mercado. 

Otro de esos inefables cánticos que no pueden faltar en celebración deportiva que se precie es el We Are The Champions de Queen. A diferencia del tema de los White Stripes, la edulcorada composición de Freddie Mercury ya gozó de éxito internacional en el momento de su edición, en 1977. Pero las sobreexposición a la que la han conducido entre todos (nadie se salva: nadie) ha terminado haciendo de ella un soniquete abominable a menos que uno se someta a una importante ingesta de alcohol. Y como ese suele ser el caso, porque al fin y al cabo tal es el menester principal de cualquiera que se embarque en una de estas celebraciones colectivas, el tema de marras nunca lo tiene difícil para ser coreado a voz en grito y de forma unánime. Por individuos de todo pelaje y de muy diversa extracción. Mercury quería que su canción invocase el sentimiento colectivo de victoria, y a fe que lo consiguió.  Por encima de sus posibilidades, sin duda. Porque si levantase la cabeza se asombraría de su extraordinario acomodo popular. No hay sistema de megafonía que se la ahorre en cualquier final.

El ámbito del deporte es, queda claro, terreno abonado para la adopción de canciones pop y su utilización para la posteridad, siempre con fines de cohesión comunal. Y una de las más emotivas, reducida a una esfera bastante más exclusiva que la de Queen, es el legendario You'll Never Walk Alone que suena en el estadio de Anfield Road cada vez que el Liverpool FC juega allí un partido de fútbol. Fue compuesta en 1945 por el tándem  Rodgers / Hammerstein, pero su pico de popularidad llegó cuando en 1963 el combo de Liverpool Gerry & The Pacemakers adaptó su letra y la convirtió en número 1, en pleno auge del merseybeat que habían alentado The Beatles. Para entonces, también Frank Sinatra o Johnny Cash la habían adaptado a su cancionero.

Desde aquel momento es no solo el himno oficioso del Liverpool, sino también del Borussia Dortmund, el Kaiserslautern o el Celtic de Glasgow. Pero sus creadores, autores de la música de Sonrisas y Lágrimas (estrenada como musical y llevada al cine en 1965 por Robert Wise) la idearon simplemente como parte del musical Carousel, otra pieza más de la edad dorada de Broadway, de la que ambos fueron un componente de primer orden.

 

CÁNTICOS DE REIVINDICACIÓN

Otra evolución curiosa es la de aquellos temas que, sin estar dirigidos una comunidad en concreto, acaban siendo adoptados por ella como enseña reivindicativa. Los designios por los que ciertos artistas (especialmente mujeres) terminan convirtiéndose en emblemas de una parte de la comunidad gay parecen muchas veces de lo más inextricables. El capítulo de vocalistas leoninas (Marta Sánchez, Lisa Stansfield) o directamente irrisorias (la antigua Tamara, ahora Yurena) que han explotado ese filón puede ser inagotable. Pero pocos lugares comunes resultan más curiosos que el de Gloria Gaynor y su I Will Survive.  

La lanzó en 1978 (compuesta por Freddie Perren y Dino Fekaris), y aunque en absoluto se ideó como un himno de liberación homosexual, el hecho de que naciera en medio de la vorágine de la disco music provocó que la comunidad gay (al fin y al cabo, instigadora primordial de los propósitos emancipadores que evocaba aquella música) la adoptase como algo muy propio. Hoy en día su significación se ha licuado tanto que se ha convertido en esa canción que todo quisque baila cuando una boda se encuentra al borde del desparrame, en su punto óptimo de ebullición, minutos antes de que el personal se funda en una interminable conga o arremeta con Paquito el Chocolatero. Un pasodoble este último, por cierto, cuya desbordante evolución también habría asombrado a su autor cuando la compuso en los años 30.

Aunque dentro de esta clasificación de canciones que se convierten insospechadamente en emblemas de determinados sectores de la población, el fenómeno-sin duda-más extravagante es el protagonizado por el norteamericano Sixto Rodríguez y la ignota repercusión de algunas de sus canciones (caso de I Wonder) como banda sonora del movimiento anti-Apartheid al otro lado del globo, en la Sudáfrica de los años 70. Sin que su autor tuviera el menor conocimiento ni la menor intención. Al menos si hay que creer a pies juntillas todo lo que el exitoso documental Searching For Sugar Man (Malik Bendjelloul, 2012) nos mostró hace tres años.

LECTURAS INTERESADAS

Cuando los músicos de renombre se han topado con la clase política, en ocasiones han saltado chispas. No hay problemas si el tema en cuestión goza de su permiso. O si directamente es utilizado por partidos políticos que concuerdan con su ideología. Pero si es al contrario, la polémica está servida. La lista de desencuentros, tanto en nuestro país como fuera de nuestras fronteras, sería larguísima. Pero si hay un ejemplo paradigmático (y particularmente nocivo) de canción que fue vaciada de contenido merced a su utilización política, esa es el Born in the USA de Bruce Springsteen. Hasta el punto de que no parece descabellado relacionar el uso y abuso de su imaginería externa por parte de Reagan en los años 80 y el desdén con el que muchos melómanos adictos a artefactos sonoros presuntamente de vanguardia han obsequiado siempre al Boss, incluso de modo no plenamente consciente. Sobre todo en países como el nuestro, en los que las letras en inglés no suelen ser sometidas a análisis de ninguna clase.

El caso es que lo que en principio era un tributo a los veteranos de Vietnam y un canto a la clase trabajadora norteramericana, al currante de pro, se vio convertido-por obra y gracia del Partido Republicano-en un ensalzamiento de los valores americanos tradicionales, en sintonía con los equívocos a los que la portada del álbum (Born In The USA, Columbia, 1984) podría conducir acerca de su significación patriótica. La campaña electoral con la que Ronald Reagan logró salir reelegido aquel año, así lo certifica. Y aún hay quien todavía piensa que el tema es una glorificación del tradicional carácter yanqui. Es tan solo una muestra más, plenamente significativa, de que las canciones muchas veces adquieren una vida propia. Y de lo más imprevisible.   

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