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VALÈNCIA ES HISTORIA

«Alicante connection»

VICENT BAYDAL. 05/07/2015

VALENCIA. El siglo XVIII, tras la debacle de la Guerra de Sucesión entre austriacistas y borbónicos, fue de crecimiento incesante en el antiguo reino de Valencia. En una centuria la población se duplicó, los cultivos se multiplicaron y la industria artesanal se expandió. También el comercio conoció un desarrollo inusitado hasta entonces, particularmente con las colonias y en especial con las Antillas. De hecho, según los historiadores del período, las islas del Caribe y Norteamérica fueron el punto caliente del mundo en aquel momento, centro neurálgico del comercio, cruce de caminos, ideas y razas, laboratorio de revoluciones políticas y culturales.

Las vidas de Juan de Miralles (1713-1780) y Francisco Bouligny (1736-1800) condensan los grandes cambios de aquel siglo. Comerciante e hijo de militar el primero y militar e hijo de comerciante el segundo, ambos de orígenes occitanos, nacieron en la pujante zona del sur valenciano, emigraron a la región antillana y participaron activamente en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos de América. Dos vidas distanciadas por una generación, pero paralelas y cruzadas, cuya huella es conocida en sus lugares de destino, pero casi totalmente ignorada en los de origen, en nuestro propio país, a pesar de los diversos trabajos de investigación que les han dedicado Vicent Ribes y Vicente Seguí.

En 1728 muere Jacques de Mirailles en la localidad bearnesa de Monenh, donde posee una hacienda agrícola. Su hijo Jean, un militar destinado a Petrer para servir en las tropas de Felipe V durante la Guerra de Sucesión, y su nieto Juan, un adolescente ya nacido y formado a los pies del Maigmó, se trasladan para hacerse cargo de la herencia y decidir sus opciones de futuro. Cuatro años después resuelven liquidar aquellas propiedades y regresar a Petrer de manera definitiva. Juan -ahora de Miralles - comienza su vida adulta dedicándose a las transacciones comerciales en la zona hasta que finalmente, a los 27 años, decide dar el salto y marchar a Cuba, instalándose en La Habana en 1740.

COMERCIANTES SIN FRONTERAS

Por aquel entonces Francisco Bouligny apenas tiene 4 años. Es el cuarto hijo varón de Jean Bouligny, un comerciante de Marsella que se ha establecido en Alicante aprovechando la existencia de una nutrida colonia de mercaderes franceses. Las cosas van viento en popa y pronto se convierte en el hombre con mayor volumen de negocio del puerto alicantino, poniendo en marcha paralelamente una gran finca rústica en la cercana partida de La Alcoraya. Los dos hijos mayores, sin embargo, son los principales continuadores de los asuntos familiares, de manera que Francisco, tras graduarse en la Universidad de Orihuela, decide ingresar en el ejército de infantería a los 22 años, en 1758.

En ese momento Juan de Miralles tiene ya 45 y una muy buena posición en el seno de la sociedad habanera. Ha emparentado con una de las familias locales acomodadas y su fortuna no ha dejado de crecer gracias a la exportación de enormes cantidades de tabaco y azúcar hacia España. Ha conseguido convertirse en el encargado de diversas empresas inglesas afincadas en Kingston, la capital de Jamaica, y en San Agustín de Florida, que es, justamente, la principal vía de introducción de contrabando en las Trece Colonias de América del Norte.

La ruta de Juan de Miralles como comisionado español entre 1778 y 1780. 

Además, también obtiene pingües beneficios del lucrativo negocio negrero, hasta el punto de que en 1765, cuando se forma la Compañía Gaditana de Negros, es uno de los nueve socios que reciben de la Corona el monopolio para la introducción de esclavos en las Antillas. Posteriormente, al liberalizarse el comercio en 1776, continúa pujando en asociación con diversas familias del puerto de Alicante, como los Villanueva Picó, los Kearney -de origen irlandés- o los Bouligny, cuya situación ha dado un vuelco en los últimos años.

A la altura de 1776 el hijo mayor, José Bouligny, se ha puesto al frente del patrimonio familiar alicantino. Pero sus esforzados intentos por crear un Consulado Comercial que otorgue mayor protagonismo a los mercaderes de la ciudad en detrimento de las casas extranjeras le ha valido la ruina. Marginado por los agentes de fuera, ha tenido que dejar casi todos sus negocios mercantiles y dedicarse en exclusiva a la agricultura. Su hermano Juan, por otra parte, reside en la corte de Madrid, tratando de conseguir un cargo, lo que le llevará en breve a ser el primer cónsul español en el Imperio Otomano. Por entonces también se encuentra en Madrid su otro hermano, Francisco Bouligny.

Ha vuelto de Luisiana, que acaba de pasar de manos francesas a españolas como resultado de la Guerra de los Siete Años. Francisco se encuentra en la zona desde 1763. Primero en Cuba como teniente del Regimiento Fijo de la Habana, durante seis años en los que ha compartido ciudad, banquetes y fiestas con don Juan de Miralles, y después en Luisiana como capitán del Regimiento de Infantería de Nueva Orleans. Su ascendencia francesa le ha permitido integrarse rápidamente en la sociedad local y ha emparentado, a los 34 años, con una familia adinerada, lo que le ha dado acceso a la propiedad de una gran plantación de esclavos, llamada Barataria.

Francisco ha sido requerido en Madrid por Carlos III justo después de que se hayan producido en Boston los primeros choques militares entre las tropas británicas y los independentistas norteamericanos. Su estancia en España, que aprovecha para escribir la Memoria histórica y política sobre Luisiana con el fin de establecer un plan de colonización para el nuevo territorio español, se alarga hasta marzo de 1777, cuando zarpa de nuevo hacia el Golfo de México. Parte con una misión secreta bajo el brazo, que es comunicada a los gobernadores de Cuba y de la misma Luisiana: comisionar a una persona que pueda «internarse en las colonias americanas insurgentes».

Esa persona tiene un nombre y es el de Juan de Miralles. A sus 64 años es el elegido. Habla los tres idiomas principales de la zona y en su condición de comerciante puede ejercer la función clave que desea cumplir Carlos III en el conflicto: ayudar con suministros a los norteamericanos de manera encubierta, ya que oficialmente la Corona española mantiene una posición neutral. En enero de 1778 desembarca en Charleston y prosigue hacia el norte hasta Pensilvania, no sin antes entrevistarse con Edward Rutledge, Abner Nash y Patrick Henry, gobernadores, respectivamente, de Carolina del Sur, Carolina del Norte y Virginia.

MIRALLES, CLAVE PARA WASHINGTON

En mayo de 1778 se instala finalmente en una lujosa casa de Filadelfia y comienzan dos de los años más trepidantes de su existencia. Se asocia con Robert Morris, el gran financiero de la revolución norteamericana que llega a prestar al Congreso lo que actualmente serían más de 100 millones de dólares, y establecen una ruta mercantil directa con La Habana, intercambiando café, azúcar, licores, tabaco y munición por harina, arroz, carne, pescado y madera. En Navidades, tras medio año enviando informes estratégicos al gobernador de Cuba y la Corona, llega el momento de presentarse ante George Washington, comandante en jefe del ejército revolucionario.

La impresión para ambos no puede ser mejor. Al día siguiente Washington lo visita en su propia casa y es, junto a su esposa Martha, el invitado de honor del banquete que Miralles organiza la velada de fin de año. Allí se reúnen 70 personas, entre las que se encuentran congresistas, gobernadores, embajadores y artistas. Uno de ellos, Charles Wilson Peale, es un famoso retratista y Miralles le encarga seis cuadros de George Washington, que envía a sus familiares y altos cargos de la isla de Cuba, para que honren la figura del comandante.

Un par de meses después, a principios de 1779, el de Petrer acude al cuartel general de Middlebrook, en Nueva Jersey, en el que se negocia la entrada de España en la guerra a cambio de la recuperación de Florida, por entonces en manos británicas. Tras la visita, Miralles se permite enviar a Washington y a su mujer una serie de regalos -«Small trifl es which I take the liberty to present you»- para fortalecer su amistad: seis vasijas doradas, una caja de dulces de guayaba, veinte tartas de chocolate, un barril de jerez, un estuche con doce botellas, una lata de tabaco y una caja de puros habanos. Kennedy, al parecer, no era el único presidente aficionado a estos últimos.

Paralelamente, Francisco Bouligny, que ya es teniente coronel, participa junto al gobernador de Luisiana, el malagueño Bernardo de Gálvez, en la organización del suministro de ropa, armas, pólvora y medicinas para el ejército norteamericano que la Corona envía secretamente a Nueva Orleans. De hecho, los uniformes de los soldados provienen mayoritariamente de telares valencianos, como las 1.710 varas de paño blanco de lana, 9.000 de paño azul y 18.000 de paño tinto que se envían desde «las fábricas de Alcoy».

Tras su regreso del territorio de los indios atacapas, donde Bouligny funda el pueblo de Nueva Iberia con unos cuantos centenares de malagueños y canarios, en septiembre de 1779 dirige parte de las tropas que atacan la Florida británica. Así, al frente de una compañía de granaderos, participa en las conquistas de Manchac, Baton Rouge y Mobila, que complican considerablemente las opciones de los británicos. 

BOULIGNY, GOBERNADOR DE LUISIANA

Mientras tanto, Juan de Miralles continúa en Filadelfia como representante de Carlos III y factótum de la ayuda española al Congreso norteamericano. En marzo de 1780 el comandante George Washington le requiere en el campamento de Morristown, también en Nueva Jersey, y Miralles vuelve a enviarle un obsequio para afianzar su predisposición previa: «un caxoncito con 18 botellas de agua de limón» para él y uno «de pasas, otro con 26 paquetes de chocolate con azúcar y una jarra de almendras, todo con la marca G.W.», para la señora Washington. Sin embargo, no tendrían el placer de compartirlo juntos...

El 18 de abril de 1780 Miralles llega en carruaje, junto al embajador francés, a Morristown y son recibidos con honores militares, pero ese mismo día cae enfermo de pulmonía. Washington lo aloja en su propia casa, en la Mansión Ford, y le pone en manos de sus médicos personales. Su mujer Martha se encarga personalmente de la supervisión. Pero, tras nueve días con fiebres y delirios, Juan de Miralles acaba falleciendo a los 66 años de edad. El funeral se celebra al día siguiente, un funeral católico presidido por George Washington y precedido por un extenso desfile de oficiales del ejército. Diez días después se celebra otro en Filadelfia, en la sede del Congreso estadounidense, antes de enviar sus restos a La Habana, donde es enterrado en la iglesia de Santo Espíritu.

Se ponía así fin a la vida de aquel comerciante de Petrer que, tras establecerse y prosperar en La Habana, se convertiría en uno de los colaboradores más entusiastas de la revolución independentista norteamericana: «In this country he has been universally esteemed and will be universally regretted», llegaría a decir el propio Washington. Su labor fue continuada por su asistente, el habanero Francisco Rendón, y pronto la guerra llegó a su fin, con la inestimable ayuda del frente meridional español. En efecto, en la primavera de 1781 el ejército de Bernardo de Gálvez, en el que se encontraba el teniente coronel Francisco Bouligny, realizó el ataque final contra Pensacola, que permitió la ocupación española de Florida.

La guerra finalizó poco después, Gran Bretaña reconoció la independencia de los Estados Unidos de América y, por el Tratado de París de 1783, España recuperó los territorios de Florida, Campeche, la Costa de los Mosquitos y la isla de Menorca, que poseían los británicos. Bouligny regresó a Nueva Orleans y culminó su carrera militar como coronel, llegando a ser gobernador de Luisiana de manera interina. Murió en 1800, a los 64 años, siendo enterrado en el atrio de la catedral de San Luis. Otros valencianos tendrían posteriormente su lugar en la historia norteamericana, pero estos dos, Miralles y Bouligny, Bouligny y Miralles, fueron los que cumplieron un papel clave en la Guerra de Independencia. Fueron, para los revolucionarios estadounidenses, la «Alicante connection».

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