VALENCIA. Existen dos tipos de canción del verano. Tenemos el arquetipo habitual, tal cual lo concibe la industria del disco, ese que supuestamente ha de sublimar los anhelos liberadores concentrados en dicha estación, un estribillo que quizá acabe grabado en el imaginario popular. Existe también la canción del verano que funciona como tal a un nivel privado. La que se instala en tu interior como un virus y transforma tu visión del mundo y también de ti mismo, en esos veranos de adolescencia asociados a momentos de cambio.
Imagino la cantidad de jóvenes británicos emocionalmente electrocutados al escuchar Satisfaction de los Rolling Stones en el verano de 1965. Y puedo dar fe de lo que suponía escuchar Bailando de Alaska y los Pegamoides en la España del Mundial, una canción festiva que unos y otros bailaban encantados, la gran mayoría ignorando que aquella joya del pop en español, escondía bajo su frivolidad un doble fondo que empezaba por la imagen del grupo que la interpretaba. En el verano de 1982 podían gustarte mucho Hoy no me puedo levantar y Bailando, pero no eran ni mucho menos lo mismo, aunque hoy más de uno se empeñe en que sí solo porque coincidieron en esa arco temporal y social denominado movida.
PAJARITOS POR ALLÍ...
Del mismo modo que la canción navideña ha de ser recogida como para escucharla junto a la chimenea o al radiador, y con aires de balada pomposa (el ejemplo más espeluznante que se me ocurre es The power of love, la hipoglucemia hecha canción y para colmo, firmada por Frankie Goes To Hollywood, la misma gente que unos meses antes incitaba al despendole con Relax), la canción del verano ha de sonar playera, optimista, ligera. Ha de hablar de cosas que importan poco con tanta pasión que parezca que la vida no tendría sentido sin ellas.
Y si puede escenificarse con un baile, entonces no se puede pedir más. La Lambada de 1989 tenía su aquel porque era sexy y también era imposible de bailar salvo que fueses campeón olímpico de gimnasia. La canción de los pajaritos de María Jesús y su Acordeón no solo demostró que los seres humanos seguimos siendo más simios de lo que pensamos, da igual cuanta gente consigamos enviar a Marte. En 1982 ya podían sonar Alaska y Mecano en las radios, porque la realidad imperante y millonaria era esta: un montón de gente haciendo la serie de gestos más idiotas que se hayan visto jamás junto con el baile que interpreta Val KIilmer con la hija del doctor Flammond en Top secret (1984).
VERANOS AZUL OSCURO CASI NEGROS
Mis canciones del verano casi siempre lo han sido en un ámbito privado. Son las que intercambiaba con mis amigos de Pobla de Farnals en el verano de 1977 y durante los veranos siguientes, unas ya antiguas -Brown sugar, Charley's girl-, otras del momento -Ask the angels-. Electricity fue clave en el de 1980 y el de 1981 estuvo marcado por las noches de Barraca y Pyjamarama: The B-52', Adam & the Ants, Soft Cell, Duran Duran...The whole of the moon, protagonizó un fenómeno de canción del verano a nivel local, en 1985, un tiempo en el que Valencia ejercía una influencia musical que podía terminar contagiando al resto del país.
Hay grupos y artistas extranjeros que no dan crédito cuando les dices que una de sus canciones fue un éxito en las discotecas locales, especialmente cuando ni siquiera lo fueron en las de su propio país. Grupos como Immaculate Fools prácticamente han hecho su carrera gracias a un éxito cocido en las discotecas valencianas durante aquellas temporadas estivales que parecían fundirse unas con otras.
Los veranos de 1983 y 1984 los pasé cumpliendo el servicio militar en Pontevedra, pero estoy seguro de que en el mundo libre siguieron sonando canciones veraniegas como siempre. 1985 fue el estío de los bares de diseño mediterráneo y moderno floreciendo en la Malvarrosa, el año de The Waterboys y Don't you forget about me. Madchester se instaló aquí a nivel popular un poco tarde, con el All together now de The Farm, más o menos cuando el bakalao comenzaba a adueñarse de la noche y los locales valencianos dejaron de ser laboratorios no oficiales en los que la industria local testaba las posibilidades de alcance de nombres nuevos, fuesen estos Pixies o Wedding Present.
BAILAR SUDADOS ES BAILAR
Una de las últimas canciones del verano que tuvieron un impacto simultáneo tanto en mi estrambótica persona como en este no menos estrambótico mundo, se titula Firestarter. Con ella The Prodigy hacía oficial una nueva era en la música de baile electrónica de la misma manera que años antes Nevermind instauró una nueva era para el rock aunque esta no coincidiera con las vacaciones. Firestarter marcó uno de los primeros estíos en los que la gesta festivalera española empezaba a consolidarse.
Con los años uno se cansa de que las cosas siempre tengan que ser intensas, importantes y trascendentes y, aunque solo sea por fastidiar a los puristas, aprende a disfrutar una canción como Dragostea din tei, de la misma manera que cuando tenía 16 años, disfrutaba también de las canciones discotequeras del momento, tan mal vistas siempre por los aficionados al rock.
Hoy seguimos teniendo la canción del verano pero ahora aparece cuando quiere y como quiere porque la industria ya no puede controlarla desde que las reglas de difusión han cambiado. Pero seguimos teniendo esa canción del verano privada, nuestra, que nos llegará por sorpresa durante esos meses de calor y nos hará sentir mejor, o simplemente nos ayudará a seguir. Escribo esto último y pienso en Get lucky, en el esplendor de su optimismo, en cómo apareció justo cuando muchos de nosotros más necesitábamos un soplo de alegría.
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