MADRID (EP). La cineasta Isabel Coixet vuelve a la gran pantalla con Aprendiendo a conducir, una película producida y rodada en Estados Unidos (donde vive desde hace años) que narra la historia de una mujer de 50 años con un matrimonio roto y con el desafío de perdonar, aceptar las cosas y comenzar de nuevo su vida.
La película está protagonizada por Patricia Clarkson (Shutter Island, 2010), quien se mete en la piel de Wendy, una escritora de Manhattan que decide sacarse el carné de conducir mientras su matrimonio se disuelve. Para ello toma clases con Darwan (Ben Kingsley), un refugiado político hindú de la casta sij que se gana la vida como taxista e instructor en una autoescuela.
En esta primera película para estos productores "no hay amor" y tampoco hay "aventura". "¿Qué pasa realmente en ese coche entre los dos protagonistas", se preguntaba la cineasta durante la presentación de la película. Coixet recibió hace ocho años el relato original en el que está basada la historia de manos de la actriz protagonista y no dudó en sacarlo adelante.
El principal reto al que se enfrenta esta película es precisamente el pilar de esta historia. "El problema es que la protagonista de la película es una mujer de 50 años y las mujeres de esa edad o tienen Alzheimer (como Julian Moore en Still Alice) o están locas. En cambio, si es una mujer normal a quien su marido deja, como pasa en todo el mundo y en todas las generaciones, parece que no interesa", lamentaba la directora.
A su juicio, "el mundo no tiene género" y en él "caben todas las historias", por lo que opinó que lo positivo sería disfrutar tanto con adaptaciones como Iron man como con cintas como la que ahora presenta. Por un lado, señalaba que los superhéroes tienen la capacidad de trasladar al espectador "a un mundo fuera de la realidad que también refleja partes de la realidad pero de una manera fantasiosa". Esta cinta, por su parte, "ayuda a pensar y a relacionar cosas con tu vida".
Coixet ha confesado que esta película tiene cierto parecido con su propia biografía, puesto que cuando leyó el relato estaba pasando por una situación parecida: su pareja la había dejado y después de leerlo decidió aprender a conducir. En este sentido, admitió que esta historia le ayudó a "poner en perspectiva las cosas", ver que tras ese momento en el que se hunde el mundo, pasado un tiempo "no va a parecer una catástrofe" y uno vuelve a "tener fe en la humanidad, o en una parte de ella".
SOBRE LAS SUBVENCIONES
La directora de Mi vida sin mí y La vida secreta de las palabras se mostró convencida de que el objetivo final de la cultura es que uno sea "menos cafre, más pacífico y que entienda un poco más -o un poco menos- por qué las personas están en el mundo".
Por ello, apuntó que "si ver cine en un móvil, en el ipad, en el ordenador o en un avión hace que una persona conozca una historia y se vea transportado" no hay ningún problema. Eso sí, admite que siente cierta nostalgia cuando acude a un cine con buenas condiciones de luz de proyección, o cuando puede ver un filme de John Cassavetes en un pase matinal en un cine de París.
Según indicó Coixet este martes, "las ayudas y las subvenciones siempre tienen que estar en la primera y en la segunda película". Después, cree que "en este momento y en este país hay cosas más importantes".
Su cinta ha sido posible gracias a la "ilusión" de dos jóvenes americanos de 28 y 30 años, quienes han decidido invertir en este proyecto cinematográfico los beneficios que han obtenido en el mundo de las finanzas, algo que le gustaría que ocurriese en su país natal.
"Echo de menos que en España haya gente que en lugar de comprarse un yate invierta en una película, y que el dinero que ha ganado con los activos financieros lo invierta en algo que le hace ilusión y que quiere que el mundo vea", señaló
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