VALENCIA. Resulta sorprendente que un fenómeno que tiene mucho que ver con algo tan pegado a la tierra como es el asfalto y el polvo de los caminos menos civilizados, tenga como epicentro Oakland, ciudad conocida en sus orígenes como 'Tierra de Dios'. Que Oakland haya ido perdiendo ese título se debe sin duda al auge de toda una nueva mitología de American Gods que no entienden de mensajes milenarios, un panteón ecléctico y frenético, salvaje y efímero: aquí no hay lugar para dioses con pretensiones de gobernar en soledad, esta es la morada sagrada de panteras, dragones, diablos, caballos metálicos y forajidos de leyenda. Tener miedo no es una opción en la nación del trampero y del buscador de oro. La supervivencia es un premio que obtienen unos pocos y que no todos quieren. Los escuadrones suicidas sobre ruedas prefieren una muerte espectacular tras una farra épica.
Servando Rocha (Santa Cruz de la Palma,1974) es autor de toda una serie de ensayos que se adentran en los pasadizos secretos de lo subcultural, en la naturaleza misma de la violencia sistémica; no es casual que si uno coge los títulos de sus libros, encuentre en ellos ideas como furia, lucha, incendio, salvajes, punk, desecho, verdugos, caníbal, vandalismo o William Burroughs. En este caso, el objeto de su ambicioso y visceral estudio es la vida, obra y milagros de los Dragones de la Bahía del Este, el legendario clan de motoristas negros fuera de la ley que se relacionaron con los beatniks, convivieron con los hippies y se hermanaron con el black power y sus panteras negras. Sin embargo, Rocha va mucho más allá, porque este bestiario oculto de América es una auténtica biblia sobre algo tan genuino y propio de la tierra de las oportunidades como es el outlaw biker, el sucesor del cowboy y del jinete indio que ha dejado el caballo pero no se ha quitado las botas y que da de comer a su nueva montura gasolina y no forraje.
El motorista forajido es una figura que solo podría haberse dado donde se dio, contar su historia es contar la historia reciente del país de las barras y las estrellas, y eso hace el autor, un tratado magistral a modo de ensayo que podríamos ubicar en nuestra estantería junto a las mejores obras del Nuevo Periodismo o del periodismo gonzo y subiría el nivel de la balda en que se encontrase. Los hechos que narra Servando Rocha son tan potentes que no ha podido dejar de lado su ritmo propio, imbuido de un furor explosivo y humeante, El Ejército Negro: un bestiario oculto de América (La Felguera Editores, 2015) está escrito con pasión e ímpetu. No es una lectura para relajarse sino para escuchar de cerca el ataque de tos del diablo del que hablaba Indro Montanelli y que el autor recoge en el libro. La explosión de un motor y la tosferina de Satán, todo uno. Tanta es la implicación de Rocha en su historia que no ha escatimado lo más mínimo en detalles; una gran profusión de fotografías, una elaborada bibliografía e incluso una playlist que puedes escuchar aquí si quieres meterte hasta la cintura en el asunto.
EL INFIERNO EN LA CIUDAD
Cuando una jauría enloquecida de motoristas al margen de las buenas maneras llegó a la anodina Hollister, California, nadie imaginaba qué acabaría pasando. Su aspecto era el de unos truhanes deseosos de saciar sus instintos de veterano de guerra con estrés postraumático: cuando has vivido en primera línea un desembarco como el de Normandía en medio de la madre de todas las guerras, o cuando han estado a punto de matarte en numerosas ocasiones en una selva del sudeste asiático, la tranquilidad de una vida en comunidad al volver a casa puede que ya no sea lo tuyo. Seguramente mientras las balas partían ramas de árboles tropicales a pocos centímetros de tu cabeza, y los aviones rugían en los cielos como dragones cyberpunk, muchos de ellos anhelasen tomar limonada en el porche de su propiedad. Es lógico: queremos lo que no tenemos. Sin embargo, el poso que deja en uno el estado de alerta constante no es fácil de disolver, el cuerpo pide adrenalina, se ha vuelto un adicto. Sin estímulo no hay respuesta.
Cuando todo se desmadró en Hollister el país se fracturó: de la herida salió una horda de jóvenes salvajes que pululaba por ahí sin control amenazando la decencia y la tradición. La imagen de aquel Dave beodo sobre su moto en el escenario del caos llegó a inspirar un miedo viscoso y real: Dave y sus hermanos chiflados podían aparecer en la calle principal de tu localidad, apestando a alcohol y a combustible, bramando, aullando y orinando en la puerta de tu hogar. Dave podía —si quería— sacudirte delante de tu familia y no podrías hacer nada. Como un virus extendiéndose por el sistema circulatorio, las tribus del motorcycle club se extendían por las carreteras exigiendo su libertad. Cuando Marlon Brando encarnó a uno de ellos, ya había un sinfín de jóvenes y no tan jóvenes que reconocían en el motorista forajido el espíritu del aventurero que no sabe de límites y que posee un poderoso instinto de muerte.
MALDITOS SEAN NUESTROS ENEMIGOS
De aquellos barros estos lodos: la locura sobre ruedas fue la antesala de los Ángeles del Infierno, de las bandas juveniles y también el caldo de cultivo ideal para un montón de peleas en bares y negocios en la sombra. Las hermandades de motoristas se hicieron cada vez más radicales, más agresivas, más violentas. Llegaron personajes ilustres como el arcángel Sonny Barger, se sucedieron todo tipo de disputas territoriales, el país se convulsionaba debatiéndose entre expulsar a aquellos elementos extraños que según algunos eran el 1% y según otros, los hijos de una generación marcada por la sangre y las bombas más grandes que el planeta nunca conoció. El enemigo tenía forma de establishment. El enemigo se empleó a fondo contra ellos cuando percibió que la amenaza alcanzaba unas dimensiones muy superiores a las esperadas. Pero la infección ya se había propagado.
En otro tiempo, Nat Love, el cowboy negro, encabritaba su caballo y entraba sobre él en una cantina para salir pitando después esquivando las balas de los parroquianos, mientras se retorcía de risa hasta no poder más pensando en su provocación. En un tiempo más cercano, los forajidos motorizados hijos de Hollister aceleraban al máximo y huían de un bar que habían dejado en ruinas. Puede que muchos no lo sepan, pero en el norte de un continente llamado América nunca se extinguieron los dragones.
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