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la vida fuera

Oficio de extranjero: profesores de español en temporada alta

JOSÉ MARTÍNEZ RUBIO. 22/06/2015 En verano las escuelas de enseñanza de español multiplican su oferta. Valencia es uno de los destinos más deseados

VALENCIA. En verano las escuelas de enseñanza de español multiplican su oferta. Valencia es uno de los destinos más deseados por los extranjeros, así que desde hace ya algunos años ha ido en aumento un modelo de negocio muy controvertido en este sector.

Por qué trabajar en Valencia o por qué renunciar a Valencia. Esa es la pregunta que vertebra estas cuatro experiencias.

SI LOS PROFESORES NO SON BUENOS, NO PASA NADA

En una cuenta de Skype anterior se presentaba como En Sarajevo. En la nueva, en cambio, especifica: En Ankara. Mantiene la foto de perfil. Nos conectamos a nuestros ordenadores un sábado por la mañana y me responde desde su casa, desde una habitación llena de luz sobre paredes blancas, algo cansado porque la noche anterior ha tenido una cena con sus nuevos amigos. Me dice que le está costando adaptarse a la vida turca, que hace mucha vida en casa, pero enseguida añade que es normal y que está muy bien.

Carles Navarro tiene 32 años, lleva 6 meses en Ankara dando clases de español en Universidad de Hacettepe y 4 años fuera de Valencia. "Me fui porque estaba cansado de la escuela. Tenía mucha presión: yo estaba entre el profesor y los dueños", y él es profesor. Estuvo casi dos años como jefe de estudios en una escuela de español para extranjeros del centro de Valencia, y todavía hoy mientras se explica laten en él los conflictos de entonces: "A los dueños les interesaba hacer caja, y lo entiendo, pero se priorizaba ese aspecto sobre cualquier otro. Piensan que cualquiera puede dar una clase o que se puede dar de cualquier modo".

A lo largo de la entrevista este será el momento en que a Carles se le dibuja sobre la pantalla un gesto de gravedad. "Era yo quien contrataba y los dueños querían que contratase a gente que se fuera de fiesta. La combinación ideal: un profesor festero y que diera buenas clases", dice mientras me cuenta cómo les organizaban las llegadas a los alumnos, los alojamientos en pisos compartidos o con familias, la paella de los lunes para recibir a los recién llegados. "Para mí era humillante pedir a los profesores que fueran a un botellón o que se fueran de fiesta con los alumnos. En una entrevista de trabajo no puedo preguntar si se pueden acostar con ellos". Nos quedamos callados y le pregunto si puedo ponerlo en la entrevista. Me responde que sí.

"Me llegaron a decir que si los profesores no eran tan buenos, no pasaba nada". Y entonces me habla de la competitividad entre las escuelas de español. Tienen que ofrecer el pack completo, en el que las clases son lo de menos: fiesta, playa y alcohol. Cierran acuerdos con bares, e incluso con discotecas para que les hagan descuento a los estudiantes, u organizan verdaderos botellones en la playa junto con otras escuelas. "Sí, botellones. Pero nada discreto: con música, con mesa para las tapas, con barriles llenos de hielo...".

Le pregunto si nunca pensó en montar su propia empresa cambiando el modelo. "Sí. Y la idea me la quité pronto. Mis jefes siempre estaban estresados, trabajaban muchísimo, había temporada de muchos nervios y muchas quejas porque tenían que mantener los ingresos". Y me repite que lo entiende, pero que nadie da una alternativa a ese modelo de empresa. "Se están abriendo agencias de turismo lingüístico en el extranjero que se encargan de gestionar tus vacaciones. En España ese trabajo lo hacen las propias escuelas: viajan, presentan los programas, hacen ofertas... incluso hay agentes personales que pueden llevarse de comisión el 30% o 40% de la matrícula por conseguir alumnos para el centro.

En temporada alta su escuela podía acoger hasta 170 alumnos, duplicando el número de clases y el número de contratos. "Me fui porque estaba cansado y porque no tenía proyección". Tras tres años fuera de Valencia, le salió un contrato en Ankara: "en la pública no tenemos esa presión, no estoy obligado a conseguir alumnos", me dice. Me explica que tiene menos clases pero más alumnos, y que las condiciones de docencia cambian por completo. El tiempo en que no da clases lo emplea en leer y redactar una tesis doctoral sobre la enseñanza de la gramática para extranjeros. Su universidad se plantea en un futuro abrir un departamento exclusivo para la enseñanza de español, dado el empuje y la demanda que existe en Turquía. Por eso cuando le pregunto cuándo va a volver, me dice que las perspectivas en un lado y en otro son radicalmente distintas: "Yo no quiero trabajar de cualquier manera. Quiero hacer investigación y aquí hago lo que quiero". Se despide con un ojalá.

Una profesora imparte clases de español en el Instituto Cervantes de Sao Paulo. FOTO: EFE.

CON 32 AÑOS SOY DEMASIADO MAYOR

Ricardo Gil decidió quedarse en Valencia. Lo llamo por teléfono. "Solo son cinco minutos", pero ambos sabemos que serán más. Porque Ricardo le apasiona hablar de esto. Me responde y lo primero que me dice es que anda muy liado porque este jueves se presenta a las oposiciones y tiene que terminar la programación. "¿Oposiciones? ¿Y eso?", me extraño. Y me lanza el primer dardo: "¿Y tú qué crees?".

"Mi opinión de las escuelas no es muy buena. Es una especie de McDonalds, estamos inmersos en la mcdonalización de la enseñanza. Tienes hamburguesas de B1, hamburguesas de B2...". La radiografía para Ricardo es la misma que para Carles: el español tiene tirón en el extranjero y la oferta de las escuelas en Valencia incluye prácticamente unas vacaciones.

"Al profesor se le evalúa con parámetros de satisfacción del cliente. No importa lo mucho que me forme o innove, o la programación que ofrezca el centro". Y me explica las condiciones de trabajo que están planteando las nuevas empresas en el sector: "Me hacían un contrato por tres hora a la semana y como falso autónomo, como si nos buscáramos nosotros a nuestros propios clientes y estudiantes".

En estas condiciones, Ricardo comenzó a organizar una serie de encuentros entre profesionales del sector para compartir experiencias docentes y "cultivar el sentido de pertenencia a la profesión". Las sesiones eran privadas, reducidas a seis personas y en ellas planteaban metodologías diversas y nuevos enfoques para la formación de profesores. "¿Y cómo acabó ‘La fábrica de bombillas'?", que así se llamaba el proyecto. "Acabó en abril. Después de nueve años trabajando en ELE, llevo desde enero sin un contrato y no sé si quiero seguir con la profesión. Soy demasiado mayor para las escuelas y tengo demasiada experiencia; ellos quieren gente joven, dinámica, atractiva y maleable para ofrecerles contratos así. Somos temporeros que se venden al mejor postor". Ricardo tiene 32 años.

EXISTE UN BOOM PERO NO ES PARA NOSOTROS

Miriam Domínguez conecta por la tarde y ya es oscuro. Me dice que no es de noche en Sarajevo, pero que lleva dos semanas nublado casi a las puertas de verano. Este es su tercer año en Bosnia, después de pasar tres más en Brasil y tras nueve años en la profesión.

"¿Valencia? Valencia supone trabajar en verano y punto. Existe un boom pero no es para nosotros". Las academias triplican el número de estudiantes y de profesores, pero a partir de octubre todo se desmonta. "Entiendo que en temporada baja no se puede mantener una plantilla de 30 profesores, pero yo no puedo hacer 8 horas al día de clases y luego llevar a los alumnos a pasear. Así no eres un buen profesor de ELE".

Y relata el mismo calvario laboral de Carles y Ricardo: al principio el contrato de trabajo nunca llegaba al año para no tener que hacerla indefinida, luego vinieron los contratos por semanas... "Tenía un contrato de veinte horas y trabajaba cuarenta. Y era afortunada. Pero nunca sabías si la semana siguiente continuarías". A una compañera la insultaron en clase, "pero la dirección le dijo que se tranquilizara, que era un cliente".

Le pregunto si nunca pusieron resistencia. "Hay mucho miedo, sobre todo. Y luego las condiciones en Valencia o en el extranjero son muy diferentes, cada uno está en una situación". Además hay quien no quiere hacer carrera dentro de la enseñanza de ELE, hay profesores sin formación específica que trabajan de forma pasajera.

Le pregunto por los apoyos. "El Instituto Cervantes es muy cutre para muchas cosas. En ciertos aspectos es una academia más de español y se comporta igual con muchos de sus trabajadores". Y cuenta cómo en una ocasión la inspección del Cervantes para centros acreditados aprobó la gestión de su centro a pesar de que tenían contratada a profesoras que ni siquiera habían acabado la carrera. "Es todo una gran mentira", sentencia.

Miriam ha trabajado en escuelas privadas y en universidades públicas y acumula una experiencia de nueve años. Me cuenta que hace poco tuvieron un encuentro en la Embajada de España en Bosnia-Herzegovina, donde un Guardia Civil (según le dijo) ganaba más de cinco mil euros al mes: "tienes que entender que estamos fuera de España, lejos de la familia...". Los lectorados del Ministerio de Exteriores, según la última convocatoria de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), ofrecen una plaza en Sarajevo por 600 euros al mes.

"Trabajar en España ni me lo planteo porque sé las condiciones. Ojalá pudiera acercarme, pero Italia, Francia o Portugal están igual", pero me confiesa que está pensando en volver a Brasil porque allí al menos podrá seguir estudiando en una universidad pública. Gratuita. "Aunque con un doctorado acabas cobrando lo mismo".

NO PARA MALVIVIR

A Gema la encuentro en medio de un examen y no me podrá atender hasta las siete de la tarde. Es sábado. La primera llamada dura dos minutos y cuarenta y dos segundos, lo justo para saludarnos. Gema Palazón lleva dos años viviendo en Lille pero a finales de curso ha dejado el piso donde vivía, y los días contados que debe estar en la universidad para poner los exámenes se aloja en casa de unos colegas. Luego me contará la serie de viajes entre Lille y Valencia a lo largo del año para mantener la residencia en España. Sus anfitriones han llegado a casa y luego de saludarlos volvemos a conectar.

Me informa de que ha firmado un contrato para el año que viene como ATER en la universidad (un contrato temporal de enseñanza e investigación), por lo que prorrogará su estancia un año más y con clases más especializadas en su línea de investigación.

Llegó a Francia directamente de Malasia. Obtuvo una plaza a través de los lectorados de la AECID y se incorporó en agosto de 2011. En febrero de 2012 el nuevo gobierno canceló el 70% de los programas de español en universidades extranjeras, entre ellos el suyo. "Ni siquiera me lo notificaron", cuenta Gema.

Se enteró de algunas cancelaciones por las noticias que le llegaban de otros colegas y en un correo de respuesta de la embajada, se lo comunicaron: "tuvieron la desfachatez de pedirme que avisara yo a la dirección de la universidad de que habían cancelado el programa". Se negó.

El departamento le ofreció una recontratación, rebajando el sueldo y aumentando las horas de clase. En caso contrario, la penalización a la que se enfrentaba Gema por incumplimiento de contrato suponía una cifra equivalente a tres meses de sueldo. Le ofrecieron un puesto de trabajo en un Colegio Internacional, pero muchas de las pegas que le pusieron "era que estaba casada y mi marido no era docente", por ejemplo en Corea del Sur. "Buscan gente sin mochila, que no sea un lastre, que salga rentable porque la alojas en un cubículo".

En Francia cobra menos y es más caro, pero está cerca de casa. Se encuentra bien. "Si te vas por necesidad, te vas hasta en patera. Pero no al malvivir. Para malvivir me quedo en Valencia". Este año la AECID ha sacado a concurso la plaza de lectora que ocupaba ella en Kuala Lumpur por 600 euros al mes. Tras esa recalificación de los puestos de trabajo, hubo quien sí se quedó en Malasia. Siempre hay alguien dispuesto a aceptar.

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6 comentarios

Emma escribió
01/07/2015 11:13

Me gustaría añadir que en Salamanca pasa exactamente lo mismo que en Valencia, es una auténtica vergüenza. Academias de Español que salen como setas los veranos. Que el profesor esté cualificado no es lo importante en general, importa que, aparte de dar clases, salga de fiesta con los alumnos. Muchos tienen conciertos también con bares para tener contentos a los alumnos. Importa hacer caja, no la calidad de la enseñanza.

Herminia escribió
23/06/2015 17:12

Muy buen artículo. En Holanda, país donde vivo, la situación de los profesores de español en academias privadas es igual. Yo he trabajado en varias y he ido malviviendo hasta que he podido alfín encontrar un puesto en una escuela pública holandesa. Un saludo desde aquí a todos los profes de español.

Gema escribió
22/06/2015 17:22

Coincido con Carles. La crisis nos hizo visibles y seguro que en muchas situaciones ha complicado las cosas. Muchos han llegado a la docencia del español como lengua extranjera empujados por la falta de oportunidades, por la necesidad de salir y por tener el idioma como único mérito reconocido en el CV (porque muchas veces la experiencia o los títulos obtenidos en tu país de origen no cuentan en los de destino). Pero la situación ya estaba ahí antes. Ahora se ha precarizado, sin duda. Nos tienen a patadas. Ánimo a los que lo intentan!!

Héctor escribió
22/06/2015 16:10

Y por no hablar del intrusismo

carmen escribió
22/06/2015 15:42

Es muy "triste"q s nuestros hijos les hemos transmitido "ilusion"en formarse al maximo con gran esfuerzo para todos y ahora con 30 añosya son "mayores"para el mercado laboral en su paisq hay q hacerpara vivir con un minimo de dignidad?

Carles Navarro escribió
22/06/2015 15:11

Bravo, Jose. Has conseguido plasmar muy bien la situación del gremio, cogiendo un poco de cuatro puntos de vista distintos, pero a la vez muy similares. La situación es dura, y en nuestro caso no vale justificarse con la crisis, pues las cosas ya eran así antes de que la economía se desplomara. Un abrazo muy grande a todos los profesores de español. ¡Somos grandes!

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