VALENCIA. En mis años adolescentes, las tiendas de discos eran -quiero pensar que todavía es así- el lugar donde el aficionado a la música pop vibraba. Como la información fluía con bastante lentitud y mucha dificultad, en las tiendas especializadas no solo comprabas discos, también aprendías sobre ellos, a vivir con ellos, a compartir información con el que los vendía -por lo general, alguien que conocía y amaba la música- y con otros clientes que estaban allí por los mismos motivos que tú. Comprar un disco en una tienda especializada era un ritual.
En la Valencia de finales de los setenta había muy pocos establecimientos de ese tipo, y yo pasé horas y horas y horas en una llamada Harmony. Antes de existir con ese nombre fue un puesto en un bazar conocido como Mercadillo Avellanas. Estaba situado en la calle homónima, pero había una entrada directa a la zona de discos en la calle del Milagro, frente a la redacción de la Cartelera Turia, toda una paradoja ya que dicha publicación siempre despreció el rock por vacuo (pero un buen día quedó extasiada ante las posibilidades intelectuales del cine X). El coleccionista uruguayo Alfonso Carbone, acérrimo admirador de los Stones, fue el propulsor de ese espacio para la música en aquel local polivalente.
OASIS PARA COLECCIONISTAS
Allí puso a disposición del público discos difíciles de encontrar de los artistas más variopintos -Génesis, Zappa, Bowie, Sex Pistols-, novedades de artistas del punk y la new wave -Devo, Motors, Buzzcocks-, piratas -discos extraoficiales con grabaciones en directo o material inédito de estudio- y referencias difícilmente localizables en las tiendas generalistas.
Todo aquel que estuviera harto de ir a El Corte Inglés a preguntar por Elvis Costello y le pusieran cara de estreñimiento sabe lo importantes que fueron -en un arco temporal muy concreto- establecimientos como éste, como La Cara B, Rafa Gil, Oldies, Melómanos, Ska y Amsterdam.
Alfonso -que hoy es un alto ejecutivo discográfico en Chile- pasó poco después a estar al frente de Harmony Discos, cuyo primer local se abrió en la calle Naturalista Rafael Cisternes, entre el Mestalla y el antiguo edificio de Tabacalera. Que estuviera alejada de las rutas habituales para los compradores de discos -suponiendo que existiera una-, no impidió que se convirtiera en punto de peregrinación.
LA CONEXIÓN ENTRE ESTEBAN GONZÁLEZ PONS Y EL CBGB
No exagero nada si afirmo pasé más tiempo en el Mercadillo y en Harmony que en el colegio, y teniendo en cuenta a lo que me dedico, creo que nadie puede dudarlo. Me resultaba más interesante estar rodeado de gente que siempre era mucho más mayor que yo y que hablaban de cosas mucho más interesantes que el algebra. Y si a eso le sumamos que mi compañero de pupitre era Esteban González Pons, entonces todo encaja.
Buena parte de los discos que han marcado mi vida los compré en esos dos locales. Desertshore, de Nico; la recopilación Max's Kansas City, con temas de The Fast, Wayne County y Suicide; The B-52's; Blondie, The Bells de Lou Reed; The Idiot, de Iggy Pop; Some girls, de los Stones. Y la edición americana del primer disco de Velvet Underground, con el plátano pelado. Esos y unos cuantos centenares más son los vinilos que me acompañan allá donde vaya, mudanza tras mudanza. Cada uno de ellos explica un fragmento de mi vida.
SANTA CATALINA Y LA NEW WAVE
Unos meses después de la apertura de la tienda, llegó desde Montevideo Víctor, hermano pequeño de Alfonso, que regentaría el segundo Harmony, en la Plaza Vírgen de la Paz, justo detrás de la iglesia de Santa Catalina. Su inauguración en la primavera de 1980 coincidió con el cambio generacional que alentó el fenómeno posteriormente conocido como movida.
En Valencia, el punk había tenido un impacto anecdótico, muchísimo más anecdótico que en Madrid o Barcelona. En lo musical imperaba lo mediterráneo y el rock en sus vertientes progresista, tradicional o urbana. Todo lo demás eran anomalías por lo general mal vistas y peor comprendidas.
El Harmony del casco antiguo comenzó a atraer a un público que no solo quería jazz, piratas de los Beatles o el último de Dylan. Las ediciones locales de álbumes de Magazine, Siouxsie, Joy Division, Japan, Simple Minds, así como discos de importación de Contortions, The Cramps y Mekons cautivaron a un público joven. No es que vinieran en tromba, al contrario. Pero ese goteo de feligreses con un anhelo vital de modernidad iba dejando su huella.
A esas alturas de la historia, con tal de poder adquirir tanta música nueva, yo ejercía en la tienda como ayudante por horas. Víctor me enseñó a comprar discos de segunda mano, a valorarlos y a ponerles precio; me enseñó a marcar las novedades, a organizar anaqueles, a escuchar música de los años sesenta que a mí me parecía prehistórica por mis prejuicios infantiles. Por mi parte, le animaba a traer material nuevo que, seamos sinceros, nunca era fácil de vender. Además de descubrir a Orchestral Maneouvres In The Dark, Gang Of Four, John Foxx y muchos otros nombres que entonces eran el futuro, en Harmony, a fuerza de estar cara al público, también aprendí de salsa, jazz y algo de cançò.
PEP LAGUARDA Y YOKO
Con los vetustos muros de Santa Catalina como fondo tuve por primera vez en mis manos el Metallic Box de PiL, y digo lo de los muros porque el contraste me parece ahora muy europeo y del momento; allí también conocí a Remi Carreres y José Luis Macías de La Banda de Gaal, que en cuestión de pocos meses pasarían a llamarse Glamour. Escuché de algunos clientes apasionadas diatribas sobre los Beatles -el dogma de la época- razón de más para posicionarme con Yoko Ono y sus alaridos, que había leído que era la cantante favorita de las chicas de B-52's y me parecían tan transgresores como el postpunk o la no wave.
A veces competíamos con Pep Laguarda, que vivía en el piso de arriba, para ver quién ponía la música más alta. A mí entonces lo que hacía me resultaba muy hippie, cuando en realidad su música era especial y en cierto modo, única. Vehemencia rima bien con juventud y mejor aún con adolescencia.
Años después, Harmony cambiaría de ubicación una vez más. Se trasladó a la que actualmente mantiene, en Pasaje Doctor Serra, junto a la Plaza de Toros. Allí han seguido comprando y aprendiendo muchos nombres que hoy forman parte de la música valenciana. También la visitó Krist Novoselic hace 20 años, cuando entró a comprar discos aprovechando que Nirvana tocaban en el coso. El edificio de la Plaza de la Vírgen de la Paz hace lustros que fue derribado. Aquel espacio acoge hoy la sede del ADEIT de la Universitat de València.
Ocasionalmente participo como docente en alguno de los másters y posgrados relacionados con la música que allí se imparten. Exactamente ahí, en aquel bajo antiguo que antes fue una óptica de barrio. El sitio cuyo escaparate Víctor decoraba con pósters y portadas mientras, un disco de Talking Heads giraba en el plato, y su música sorprendía a la comitiva de alguna boda a punto de celebrarse en la iglesia, una tarde de sábado cualquiera.
Añoranzas, añoranzas y más añoranzas.... Como se echa en falta aquella época; tardes enteras perdidas en la tienda de Nat. Rafael Cisternes (vivía y continúo viviendo en el nº 2 de dicha calle) así que para mí era un ritual bajar todas las tardes poco después de llegar de la Universidad a ver que se cocía por allí. Grandes amigos los que hice en aquella época: Toni, Ximet, Carlos "el Loco", alguna que otra "desclasificá" como las llamabamos como Tere y su obsesión porcontarnos una y otra vez la muerte de Janis Joplin, o de Bea y su pasión por Lou Reed o de Susa que se quedaba colgada con Pink Floyd o cualquier grupo que hiciese (o intentase) hacer rock sinfónico. Recuerdos de muchas tardes que pasaban sin penas ni gloria, solo dejando el poso agridulce de una adolescencia vivida a trompicones cuando y como se podía.... Pero no la cambio por nada del mundo.
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