VALENCIA. Dicen que a los músicos de fuste hay que disfrutarlos sobre un escenario cuando aún destilan sobre él lo mejor de sus capacidades. Recordar esto puede parecer una pérdida de tiempo, en una época en la que los retornos innecesarios y los platos recalentados están a la orden del día. Pero, si nos movemos hasta el otro extremo del espectro temporal, nos encontramos con un ámbito escénico en el que, por contraste, se indaga más bien poco. Porque, ¿cómo recordar a los músicos de referencia cuando su repercusión apenas rebasaba la esfera de un puñado de fieles? ¿Alguien recuerda qué era de ellos cuando tenían que labrarse una reputación, mucho antes de irrumpir en recintos multitudinarios? Los caminos del éxito y del reconocimiento son tan inescrutables que, aunque ahora mismo nos parezca mentira, muchas de las bandas que encabezan hoy en día la programación de los principales festivales o protagonizan las giras más celebradas, tuvieron que batirse el cobre, en sus comienzos, en salas semivacías, tugurios prácticamente desiertos o en papeles subalternos que casi nadie recuerda. Y lo hacían ante nuestras mismas narices.
Lo más curioso es que, instalados ahora sobre el plácido colchón que otorga un dominio más que público, fueran entonces prácticamente invisibles. Y ni siquiera hace falta morar por Madrid o Barcelona para dar cuenta de su imprevisible progresión escénica: sin salir de una ciudad tan poco agraciada con las grandes giras como es Valencia, no escasean los ejemplos de músicos que actuaron ante unas decenas de curiosos, mucho antes de convertirse en artistas reverenciados por público y crítica. Por miles de seguidores. Hay incluso festivales cercanos que han oficiado ese rol de precursores, dando a conocer a bandas foráneas que unas temporadas más tarde gozarían de una repercusión inusitada (como el desaparecido Tanned Tin de Castellón, por ejemplo, que trajo a Animal Collective antes de que fueran ojito derecho de la crítica internacional). Pero en este repaso vamos a detallar algunos de los casos más extremos: aquellas bandas y solistas que pasaron prácticamente de incógnito por nuestros escenarios, actuando ante decenas de personas, para volver como auténticas estrellas unos años más tarde, multiplicando su clientela por cientos o por miles.
EL AMOR COMO REDENCIÓN
Cuesta creer que el mismo Joshua Tillman que compareció sobre el escenario del Loco Club una noche de 2006 como telonero de Josh Rouse, apenas acompañado de una silla, una guitarra acústica y un puñado de sombrías letanías folk al uso, sea hoy en día Father John Misty. Aquel circunspecto folk singer es ahora (y tras una reconversión que tuvo como paradas su paso por bandas como Fleet Foxes) un auténtico showman, capaz de marcarse actuaciones rebosantes de sentido del humor como la del show televisivo de David Letterman, acompañado de un piano de cola y una nutrida sección de cuerda. Poco queda de aquel J. Tillman en Father John Misty, el creador de I Love You Honeybear (Sub Pop), uno de los grandes álbumes de este año. Un disco prendado de la sonoridad suntuosa de los mejores singer songwriters de los años 70, desde una perspectiva actual. Hermanando folk, soul y pop. El sábado 4 de julio visita el Vida Festival de Vilanova i la Geltrú (Barcelona), como uno de principales reclamos. Ni rastro del cantautor ermitaño que actuaba como segundo plato del menú.
ANTES DEL ESTALLIDO DEL DÍA VERDE
A finales de 1991, los norteamericanos Green Day venían por primera vez a nuestro país. Su actuación en Valencia tenía lugar en el Kasal Popular de la calle Flora, un pequeño espacio autogestionado, en la zona norte de la ciudad. En Vila-Real (Castellón), actuaron en una casa okupa, también ante varias decenas de personas. Ellos mismos recogían sus enseres. Huelga decir que ese recinto hubiera sido más que insuficiente para acoger cualquiera de los conciertos que ofrecieron a partir de 1994, cuando Dookie (Reprise) les convirtió en grupo superventas, cabeza de cartel de la mitad de los festivales europeos y niños mimados de la MTV. Nadie ha conjugado como ellos el revival punk rock californiano de los 90 con la comercialidad, llegando incluso a publicar álbumes tan teóricamente refractarios al género como el conceptual American Idiot (Reprise, 2004). Pocos lo hubieran podido predecir en aquellas actuaciones de principios de los 90, celebradas casi en familia.
VOLANDO LIBRE COMO UN PÁJARO
Antony Hegarty era aquel vocalista de inflexiones amaneradas que acompañaba a Lou Reed en la gira de The Raven (RCA, 2003), y que otorgaba a algunos pasajes de su cancionero un toque distintivo sobre los escenarios. Apenas una nota de color en las crónicas del momento. Más cerca por su timbre vocal de legendarias artistas femeninas (Nina Simone, Alison Moyet) que de referentes masculinos, Antony se reveló durante aquella gira no solo como una estrella en ciernes, sino como un agradecido contrapunto a las plomizas licencias del bajista Fernando Saunders. Su actuación en Valencia tuvo lugar en los Jardines de Viveros, durante la Feria de Julio de 2003. Tan solo año más tarde, ya reventó por sí mismo la capacidad de la sala de conciertos del Col.legi Major Lluis Vives, al frente de Antony and The Johnsons y presentando los temas del extraordinario I Am a Bird Now (Secretly Canadian, 2005). Desde entonces, sus visitas han sido constantes, protagonizando conciertos tan suntuosos, grandilocuentes y exquisitos como el que ofreció hace unas semanas en el Primavera Sound. Su escasa cabellera rubia de hace doce años tiene poco que ver también con su lustrosa peluca morena de hoy en día.
DEL GRUNGE EN FAMILA AL POP SOLEADO EN MULTITUD
Corría finales de 1995, y unos aún balbuceantes Sexy Sadie visitaban Valencia por primera vez. Apenas habían editado un EP (Draining Your Brain; Subterfuge, 1994), y tuvieron además la mala suerte de que su concierto, previsto en la ahora extinta Zeppelin Rock, coincidiera con una de las semifinales del concurrido Circuit Rock de 1995, el mismo del que salieron La Habitación Roja o Ciudadano López. Una edición que suscitó gran interés entre el público local. Noche extremadamente fría, además, en lo meteorológico. El resultado: solo once personas vieron aquella noche a los mallorquines. Y el cálculo es generoso, porque incluye a los empleados de barras de la sala de la calle Pepita. Unos años más tarde, Sexy Sadie eran ya una de las bandas indies más populares de su generación, actuando en pabellones deportivos y en los escenarios principales de los festivales señeros. Incluso llegaron a protagonizar una gira de reunión en 2011. Pero pocos se acuerdan de aquellas actuaciones ignotas y desangeladas, cuando Nirvana cotizaban en su imaginario sonoro particular muy por encima de los Beatles.
ANTES DE LA LEYENDA
No era precisamente una desconocida. Su Back to Black (Island, 2006), merecedor de toda clase de galardones, ya estaba en la calle, y era prácticamente una celebridad en su país. Pero sorprende a estas alturas recordar que en julio del 2007 se pudiera disfrutar de la actuación de Amy Winehouse, en una carpa secundaria del FIB, sin ninguna clase de agobios, prácticamente en primera fila. Además, ofreció un brillante espectáculo. Sin mácula. Cuando aterrizó un año más tarde en el Rock In Rio de Madrid, deparando una imagen tambaleante (que aumentó con sus síntomas de embriaguez en su franquicia lisboeta) y concitando el interés mayoritario de los medios de este país, daba la sensación de que nunca antes hubiera pisado suelo español. Ya se sabe con ellos: lo que no llega a Madrid, rara vez existe.
ANTES DE LA MANIOBRA DE ESCAPISMO
Si hay una sala en Valencia que se ha caracterizado por acoger conciertos de bandas hispanas que luego han tenido un desproporcionado éxito de público, esa es Wah Wah. La plana mayor del indie profiláctico que copa hoy en día los carteles de los festivales veraniegos pasó por allí, cuando apenas constituían bandas minoritarias. Izal, Lori Meyers o Vetusta Morla pueden dar fe. Forjando a veces una relación de empatía que se tradujo más tarde en conciertos exclusivos, cuando ya eran populares. Pero si hay un ejemplo paradigmático es el de Love of Lesbian. Actuaron por primera vez en Wah Wah en la primera mitad de los años 2000, cuando aún se expresaban en inglés (presentando Ungravity; Naïve, 2003), y no reunieron a más de 40 personas. Ahora citan a varios miles en cada uno de sus multitudinarios conciertos, tan frecuentes que lo raro es no topárselos de frente. Que lo hayan logrado incrementando el porcentaje dedicado a la chirigota y reduciendo el dedicado a las canciones proteicas, a lo largo de más de una década, ya entra directamente en el terreno de los misterios sin resolver.
EL AULLIDO QUE VINO DEL FRÍO
No se trata precisamente de una estrella cuyo éxito se haya cocido a fuego lento, porque Life's Too Good (One Litte Indian, 1988), el álbum de debut de The Sugarcubes, ya vino avalado por el beneplácito unánime de la prensa inglesa en el momento de su edición. Pero contrasta la expectación generada con cada nueva visita de Björk desde mediados de los 90 (el FIB del 98 o su concierto en la Ciudad de las Artes y de las Ciencias de Valencia en 2003) con la acogida, calurosa pero modesta, que se le dispensó a la banda con la que se dio a conocer fuera de su Islandia natal cuando se acercó a nuestro país. Pasaron por la sala Arena Auditorium de Valencia a finales de 1989. De ser la nueva sensación indie europea al estrellato global. Del pop de guitarras exótico a la dominación mundial por la vía de la electrónica de autor. Todo, en apenas cinco años.
los tan aclamados Black keys tocaron en Barcelona hara unos 10 años para 15 personas....
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