VALENCIA. Pocos estímulos tiene la historia de la literatura para un adolescente como La conjura de los necios, la novela del malogrado John Kennedy Toole. La novela es la apertura a un humor de situaciones, donde la carcajada se mantiene bate desde la parte trasera de la mandíbula y el humor no vive de explosiones, como sucede con los chistes, sino que funciona como un crescendo de sorpresa y desconcierto hilarante a lo largo de la peculiar historia de Ignatius J. Reilly, su memorable protagonista.
Ignatius Farray, el alter ego de Juan Ignacio Delgado Alemany cuyo nombre proviene de la novela de Toole, ha asustado con su humor a mucha gente durante algo más de una década. Gracias a sus cameros en La Hora Chanante, el programa que actualizó la comedia en la televisión española, empezó a hacerse popular, pero fue a través de la llegada en tropel del stand-up comedy a España cuando tuvo la oportunidad de hacerse un profesional del humor.
Como reconoce al espectador, su figura dentro del establishment monologuista no ha hecho más que crecer. La razón: haberse presentado durante años como un comediante de trazo grueso, agresivo desde lo siniestro, imprevisiblemente incorrecto, capaz de asustar al espectador para, finalmente, sacarse de la chistera una serie como El fin de la comedia. Emitida en Comedy Central, es lo más próximo que la televisión y el humor en España ha estado de Louis C.K., o sea, de entender al humorista poliédrico como es Ignatius: "más bien tristón y callado cuando no estoy sobre el escenario", detalla a ValenciaPlaza.com.
Este sábado 13 de junio estará en La Rambleta a partir de las 22:30h para dar rienda suelta a un humor bizarro, estridente, pero capaz de generar una reflexión en el mismo espacio. Él siempre ha asegurado que Ignatius tiene poco de personaje y mucho de él: "la diferencia es que cuando estoy arriba soy imprevisible, porque no es un personaje meditado, pero simplemente es el que surge".
Ignatius confirma que los inicios no fueron sencillos. Cuando volvió de Londres, donde se había ido a trabajar tras acabar Comunicación Audiovisual y no encontrar trabajo, tuvo que encontrar dónde actuar y qué contar: "allí iba a muchos comedy clubs y al volver lo que me encontré fue con la explosión de El Club de la Comedia. Había empresarios de discotecas que querían que les llenaras el jueves por la noche de gente la sala, cosa que ha cambiado, y me costó encontrar el tono pero la razón básica fue la de sentir vergüenza, vergüenza propia ante algo, y no hacerlo".
Este tinerfeño asegura ser "peor cómico de que pensaba que podía llegar a ser". Su propuesta es bizarra, es bastarda, pero es sobre todo profunda. No en un sentido transcendente, sino en el significado fiel de traspasar capas y más capas en cada uno de sus monólogos y descubrir un humor que en realidad descubre una persona, más allá de la carcajada. Ignatius es quejoso y malsonante, pero ha sabido filtrar todas las etapas del stand-up (Lenny Bruce, Andy Kauffman, Bill Hicks...) y disfrutar ahora de un circuito de monologuistas extendido en España.
"Anoche estaba viendo a un chaval de 18 años que ha encontrado en los monólogos su forma de interpretar su realidad. Y es un crack, se llama Lalo Tenorio, y me alegro mucho porque yo empecé con 29 años. Era a la edad a la que empezábamos aquí porque no había circuitos, pero ahora en Madrid cualquier comediante de toda España puede encontrar con facilidad una noche de ‘micro abierto'", añade.
Ahora vive un momento dulce, que ha llegado con el paso de los años: "la gente viene a ver mi espectáculo con una idea de de lo que puede pasar. Cuando antes, de repente, le chupaba los pezones a un chico, la gente se asustaba. Ahora hay chicos que se sientan en primera fila y yo le digo que ‘me están jodiendo la vida'... nos reímos de ello ahora que la gente tiene menos rechazo hacia mí". Transgresor, provocador, son las capas, como las de una cebolla, las que generan un interés genuino en su humor. La lágrimas también son compartidas.
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