VALENCIA. "¿Esto es una reivindicación patrimonial o un juego nostálgico?", me suelta uno de los invitados. Y no sé qué decirle. Ocho miembros de la ciudad unidos por una ouija (hacer un Tomás Roncero, se dice ahora) con la que echar la vista atrás y conectarse memoriosos con los lugares que alguna vez nos hubiera gustado visitar... o que nos gustaría volver a visitar. Deseo de revisionismo en color sepia para afrontar un futuro en calidad HD.
Es la seducción de los lugares de nuestra vida que nos usurparon sin compasión. Es el atractivo sobre los que nunca vimos pero con los que fantaseamos en sus interiores. Que alguien arranque.
Y la ouija se inicia con la artista y galerista Olga Adelantado reclamando contactar con los cines Martí, qué cadáver tan notable en el camino de la avenida del Regne. "Recuerdo con nostalgia -dice Olga- ir a la Mostra del Cinema del Mediterrani, el ciclo de Passolini... Buenos tiempos de exaltación de la cultura".
– ¿Por qué te gustaría volver?
– En mis primeros años ir a los Martí era un sentimiento de aventura. Los veía tan modernos. Iba de pequeña con mis padres. Ahora la visión de ese espacio abandonado y decrépito, o como cuando pegaron carteles amarillos que reclamaban su recuperación, es impresionante y desalentadora.
El cantante de Miquel Àngel Landete, miembro de Senior i el Cor Brutal, escoge un Goerlich a la orilla de la avenida Blasco Ibáñez después de soltar un "¡ostic!". Ahí va el Colegio Mayor Lluís Vives, incomprensiblemente guardado en el cajón de los trastos viejos. "Está todo lleno de cosas por aprovechar. Pero el abandono que peor me sabe es el del Lluís Vives y el auditorio Muntaner, que tienen dentro. He pasado tan buenos momentos allí dentro. Debuté con El Cor Brutal y he visto a gente que me ha impactado mucho. Me emociono solo de revivirlo". Son tantos los que al pasar ahora por la noche junto al antiguo Colegio Mayor, tan nuevo aunque tan viejo, se giran para atender a alguna señal de vida tras su reciente letargo...
Un viaje más lejano en el tiempo. Pero con un mismo protagonista. Goerlich, autor prolífico en el baúl de los recuerdos. Turno para el economista Ramon Marrades. Si pudiera le gustaría traspasar el zaguán del trinquet de Goerlich: "Lo inauguraron en 1933 como la gran competencia a Pelayo. Era un reverso racionalista al más popular, el del del barrio de Jerusalem. Un edificio mucho más interesante que el pasaje Doctor Serra que vendría después. Me encantaría pasearme por la Valencia de la República y apostar en el trinquet. Vivir la época en que la pilota fue más importante que el fútbol". En los cincuenta echaron a abajo el trinquet, de una belleza inspiradora a la vera de la plaza de toros.
El primer edificio de la calle San Vicente siempre se ha llamado La Isla de Cuba, un guiño eterno. En su planta baja ahora hay un Bankia. Eva Muñoz, de la revista Verlanga, visualiza con retrospectiva este edificio con "bacantes azules que en los días también azules (la mayoría en Valencia) se funden en la cúpula infinita del cielo". Imagina el almacén de venta textil que revolucionó el trasiego durante parte del siglo pasado.
– ¿Cómo sería una jornada dentro de La Isla de Cuba?
– Sería magnífico poder recorrer los largos mostradores de madera, clavando las uñas en sus grietas. O presenciar el hipnótico ritual de los dependientes con el listón de medir y el chasquido de las tijeras al surcar las telas, en una danza similar a la de las bacantes. Imagino al cliente sentado en una Thonet acostumbrando al ojo para elegir entre una extensa variedad, pagar aparte, y luego volver al mostrador, para recoger el paquete empapelado. Protocolo de compra de telas que perdura hasta la actualidad, a excepción de la silla, en los comercios próximos al enclave desaparecido.
"Y es casualidad o quizás destino -cree Muñoz-, que la kilométrica calle de San Vicente desemboque hoy, llegando casi a la pedanía de La Torre, en el único centro público que ofrece en toda la capital estudios de confección. Modistas (el término vale para femenino y masculino) que no frecuentarán los almacenes de La Isla de Cuba. Lo que se perdió".
Había un teatro glorioso en el Cabanyal, a las espaldas del balneario Las Arenas, en el que a principios del XX desde sus mejores palcos se podía ver el puerto aquí a lo cerca. Hoy hay un colegio público. El arquitecto David Estal lo recupera. El Teatre Serrano.
"Era un gran teatro que nada tenía que envidiar a los del centro de la ciudad. Como el 'diseño' de todo el barrio, con sencillez y con buen gusto, éste era un teatro más bien de verano, con vistas hacia el mar desde su interior y en homenaje al músico Serrano. Más tarde se convertiría en cine y finalmente, la riuà se lo llevó por delante".
Sigue el mar a la vista. Es la calle Eugènia Vinyes. El escritor —y más cosas— Felip Bens tiene en su mente el rumor del tumulto que debía envolver a la Lonja del Pescado. "Uno de los grandes símbolos de la pesca del bou y uno de los edificios modernistas con mayor valor patrimonial de los que tiene la Valencia marítima. Me hubiera encantado conocer este edificio monumental en su uso antiguo, como lonja de los asociados a la Marina Auxiliant. Se está echando a perder. Se necesitaría rehabilitar antes de que el salitre acabe completamente con su hierro forjado".
Turno para el arquitecto Ramón Esteve. Regresión sobre el tablero al más lejos todavía. La muralla, la gran perdedora, la gran olvidada, la muralla ausente. "Si hay una construcción representativa de la esencia de la ciudad de Valencia son los recinto amurallado cristiano. La muralla, con sus torres, ha sido una constante en las cartografías de la ciudad durante cinco siglos y, cuando veo las primeras representaciones de la ciudad realizadas por Manceli o Tosca; o los planos geométricos de Francisco Ferrer de la Valencia de principios del XIX, no puedo evitar imaginar cómo sería pasear por las orillas de un río Turia flanqueado por monumentales murallas". Qué simbolismo que quien mejor las exhiba sea un hotel.
Y un último viaje a Benicalap de la mano del bibliógrafo Rafael Solaz. Valencia se divide en dos, entre sus barrios centrales y los periféricos. Entre los últimos, éste. Solaz nos lleva a la alquería de la Torre -junto a la del Moro-, peñón llamativo de tantas alquerías en la ciudad rebajadas a la indignidad patrimonial. "Tengo tan buenos recuerdos. La visitaba a menudo en los años 70, conocía a los caseros y allí organizábamos comidas y cenas, sobre todo en la parte exterior donde había una gran parra. Es un edificio típico, de alquería señorial valenciana. Qué pena que esté casi derruida". La visión actualizada de una alquería tan señera es la de un edificio crujido y repleto de basura.
Lugares a los que nos gustaría volver.
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