VALENCIA. "Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera". Así comienza la historia de la literatura mexicana, y así empezó nuestra devoción por Juan Rulfo. Preguntando. Por Pedro Páramo. Por Comala. Las respuestas que nos dieron algunas veces nos dejaron en shock, como esta: Comala existe y está en Murcia.
Lo descubrió el director de cine Fran Ruvira, alicantino afincado en París y con tendencia a volver a El Pinós, su pueblo natal. Tras su primera película, Orson West (2012), una historia que recrea la película que Orson Welles nunca llegó a rodar en el sur de Alicante y que fue premiada por el Colegio de Directores de Cine de Cataluña como mejor ópera prima, Ruvira decidió marchar de Belleville hasta Murcia para comprobar si era cierta su existencia y para averiguar qué fue del personaje de Rulfo. O mejor: interpretar el propio personaje de Rulfo, ese que construye una historia a partir de la ausencia. Porque Fran Ruvira, en realidad, es un narrador de lo que nunca fue con palabras que alguna vez existieron.
El resultado, yo diría que divertido, se puede ver en su cortometraje Comala, Comala (2015), que se presentó este mes de mayo en el Festival Documenta Madrid, luego en el Trento Film Festival (Italia) y que poco a poco viajará de un lugar a otro con idénticas voces preguntando sobre un paisaje, un nombre y una historia que contaron otros. "-Perdone, ¿sabe la casa de Pedro Páramo? [...] ¿Párramo o Parra?", replica una de las voces murcianas del corto.
Comala, Comala. (Fran Ruvira) Teaser Trailer from Comalas on Vimeo.
Y mientras se suceden planos de tierra seca, de palera con espinas, de río que arrastra su caudal entre cañas o soles que atraviesan ventanas sin cristal y puertas sin cerrojo, una maraña de voces de pueblo vuelven a preguntar, responden, piden perdón por no saber. "Porque las palabras que había oído hasta entonces, hasta entonces lo supe, no tenían ningún sonido, no sonaban; se sentían, pero sin sonido, como las que se oyen durante los sueños". Rulfo suena de otra manera en mitad del campo murciano. Y es estupendo.
Porque cine y literatura son dos voces, dos lenguajes, que se entrecruzan constantemente. Versiones, adaptaciones, incursiones de escritores en el mundo del celuloide, y al revés: lenguaje e imagen siempre se conjuraron para continuar preguntándose el uno al otro por el mismo misterio, compartiendo relatos y personajes, fragmentos de palabras o de escenas que es preciso repetir de otra manera.
EL FENÓMENO SORRENTINO
El napolitano Paolo Sorrentino viene de triunfar en el Festival de Cannes y de encumbrar al extraordinario Michael Caine a sus 82 años. Su nueva película Youth ha vuelto a dividir en dos al público, abriendo aún más la brecha que separa a los admiradores, cada vez más devotos, de los detractores, cada vez más airados. No por casualidad el periodista turinés Marco Travaglio calificó la obra maestra La grand belleza (2013), que no ganó la Palma de oro en Cannes pero sí el Oscar en Los Ángeles, como mejor film extranjero, pero "no en América, sino en Italia; lo han entendido en todo el mundo menos aquí". Ácido Travaglio. Por cierto, tampoco ganó el Goya a mejor película europea.
Sorrentino recrea en Youth el balneario de Thomas Mann en La montaña mágica, que es parecido al de El gran hotel Budapest (2014) de Wes Anderson, que a su vez es un homenaje a la literatura de Stefan Zweig, en una especie de referencias cruzadas entre disciplinas y tiempos históricos, con la vieja Suiza de fondo. También el napolitano había publicado anteriormente un libro de cuentos, Tony Pagoda e i suoi amici (2012) y la novela Todos tienen razón (2010 en Italia, 2011 en España), por lo que las concomitancias de estos dos lenguajes en el italiano son más que frecuentes y más que fecundas.
OTRO FENÓMENOS
Salvando las distancias, en el caso español David Trueba siempre ha mostrado un interés insistente por la literatura, desde su (discutible) adaptación de la novela de Javier Cercas, Soldados de Salamina (2002), hasta las últimas novelas que ha publicado: Saber perder, Premio Nacional de la Crítica en 2008, o la recientemente publicada Blitz (2015).
Ejemplos de cineastas que se aventuren a escribir los hay de muy distinto tipo. José Luis Cuerda, por ejemplo, ha publicado este mismo año Tiempo después, una novela ambientada en 1977 que retoma el humor y el absurdo de lo que fue su obra maestra Amanece que no es poco. Otro humorista, Guillermo Fesser, convirtió Cuando Dios aprieta, ahoga pero bien (memorias de una asistenta) (1998) en la película biográfica Cándida (2006), en la que relataba entre risas y amargura la vida de la asistenta que había trabajado en la casa familiar durante su infancia.
La exministra Ángeles González-Sinde quedó finalista del Premio Planeta en el año 2013 con su primera novela (poca broma) El buen hijo, donde cuenta la trepidante historia de Vicente (37 años) que para buscar la alegría de vivir se enamora de Corina, la asistenta
EDUCACIÓN SENTIMENTAL HEREDADA
Perdón por la contraposición, pero la sombra de Marguerite Duras es alargada: novelista, directora, guionista... ¿quién ha podido escribir al mismo tiempo y con una distancia de veinticinco años la espléndida novela El amante (1984) y el guión de lo que Alain Resnais convertiría en Hiroshima mon amour (1959)? Ejemplo: "Le pregunto si es normal estar tan tristes como estamos. Dice que es debido a que hemos hecho el amor durante el día, en el momento álgido del calor. Dice que después siempre es terrible. Sonríe. Dice: tanto si se ama como si no se ama, siempre es terrible". Esa y no otra fue la educación sentimental que heredamos.
Aparte de los homenajes al cine propiamente dichos, con Manuel Puig y El beso de la mujer araña como obra de referencia, equivalente a nuestro Terenci Moix, se pueden leer como homenajes a la profesión algunas autobiografías que recrean el backstage de toda una carrera. Así ocurre con la trilogía autobiográfica de Ingmar Bergman: La linterna mágica (1988), Imágenes (1990) y Las mejores intenciones (1992); con Las canciones que mi madre me enseñó, de Marlon Brando (1994) o, en el caso español, El tiempo amarillo, de Fernando Fernán Gómez (texto final de 1998) o Tan lejos, tan cerca, de Adolfo Marsillach (1998). Siguiendo los textos de Marsillach y de Fernán Gómez se podría reconstruir buena parte del oficio del actor en la terrible España del siglo XX. El viaje a ninguna parte... ya saben.
Lo que la literatura sabe sobre cine es muchísimo; lo que el cine hace con la literatura, todavía mucho más. Insistir en las historias, explorar los mismos fantasmas, buscar de nuevo a Pedro Páramo como si fuera lo más importante de la vida. Esa es nuestra grandeza: cambiar de lenguaje para continuar resolviendo el misterio.
Actualmente no hay comentarios para esta noticia.
Si quieres dejarnos un comentario rellena el siguiente formulario con tu nombre, tu dirección de correo electrónico y tu comentario.
Tu email nunca será publicado o compartido. Los campos con * son obligatorios. Los comentarios deben ser aprobados por el administrador antes de ser publicados.