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MADRID. Escribe Pedro Salinas, en su ensayo sobre Rubén Darío, que cada escritor tiene un tema central, una preocupación obsesiva, que reaparece en todas sus obras. Es decir, la razón de ser de su escritura, la médula de su tronco literario. Si esa idea la tuviese que aplicar a la obra de Manuel Vicent diría que lo que anima su pulsión literaria es el gusto por la descripción, por la captación de ambientes, por la fijación de colores, luces y aromas. Vicent es un escritor impresionista, que caza al vuelo lo substancial de un ambiente, sea el mediterráneo (Son de mar), el mundo del arte (La novia de Matisse), sus recuerdos en Vilavella (Pascua y Naranjas; Contra paraíso) o sus descripciones urbanas (Tranvía a la Malvarrosa).

Sería falso decir que Manuel Vicent es un periodista que escribe novelas, como quizá también sería arriesgado postular que es un novelista que trabaja para la prensa. Vicent pertenece a ese mundo creativo, tan rico y sugerente, donde la descripción de la realidad es constantemente transustanciada por el estilo literario. Partiendo de la vida más inmediata, crea literatura y ésta le conduce a la ficción, sin que en ningún momento dicha ficción determine la preocupación o la obsesión real de su literatura. Y quizá por ello se lee a Manuel Vicent, más que para descubrir tramas e historias, para experimentar impresiones, y éstas se encuentran tanto en sus novelas como en sus excepcionales artículos de prensa. 

Lea el artículo completo en el número de mayo de la revista Plaza.