VALENCIA. El trayecto de Damon Albarn desde 1991 hasta la actualidad no es propiamente un viaje de ida y vuelta, pero sirve para ilustrar la travesía de un músico que emergió aferrado a sus raíces más cercanas para crecer abrazando músicas de latitudes muy distantes. Y decimos que no es la suya una singladura con billete de retorno porque lo nuevo de Blur no responde exactamente a una continuación previsible de Think Tank (Food/EMI, 2003), el disco con el que dieron por finiquitada su carrera. Toda la experiencia acumulada por el músico londinense por su cuenta y riesgo, especialmente la que se concretó en su brillante Everyday Robots (Parlophone/XL, 2014), uno de los mejores discos del ejercicio pasado, tiene un reflejo palpable en los surcos de The Magic Whip (Parlophone, 2015), el trabajo que ha devuelto a Blur al mundo de los vivos esta misma semana. El disco que da sentido a esa vuelta a los escenarios que emprendieron hace tres años. Uno de los lanzamientos del 2015, sin ningún género de dudas, que tendrá su estreno en nuestro país en el próximo Festival Internacional de Benicàssim, el sábado 18 de julio, en la que será su tercera participación en el certamen (tras las de 1999 y 2003).
Desde unas claves meridianamente británicas, resulta obvio que Albarn fue poco a poco abriéndose al mundo. Hasta el punto de que esa visión costumbrista del devenir cotidiano de la insularidad que le era más próxima acabó por dar paso, con los años, a la silueta de uno de los músicos occidentales más proclives al descubrimiento de valores musicales no occidentales. Con África como cantera predominante. Con Gorillaz, con The Good, The Bad & The Queen, con Rocket Juice & The Moon, con los discos del proyecto Mali Music o, ya recientemente, a su propio nombre.
Que Damon Albarn, Graham Coxon, Dave Rowntree y Alex James (esto es, Blur al completo) volvieran a reunirse, en estos tiempos de pertinaz y rentable nostalgia, en los que se manejan desorbitados cachés a propósito de bandas que hace más de una década dijeron todo lo que tenían que decir, no tiene gran cosa de particular. Sí lo tiene que lo hagan hecho con un disco proteico, que no figurará a la altura de sus clímax creativos pero sí enmarca una digna continuación (que no mera recreación) de uno de los cancioneros más significativos de la década de los 90. Aunque su obra entrase ya en el nuevo siglo, sin Graham Coxon.
Una colección de temas que prolonga la saga, y lo hace con argumentos para concederle vigencia a un proyecto que comenzó bailando al ritmo que marcaba Madchester, se convirtió en emblema del manoseado brit pop, viró después hacia el sonido alternativo norteamericano y se despidió emitiendo vibraciones de góspel y art rock. Un tránsito que fue de lo local a lo universal.
EL LÁTIGO MÁGICO
El gran mérito de The Magic Whip reside no solo en dar una respuesta a todos aquellos que se preguntaban si había motivos para prorrogar la marca Blur, sino en dar carta de naturaleza otra vez a esa aparente espontaneidad que últimamente suele dotar de fluida naturalidad todo lo que Damon Albarn se trae entre manos. Porque el esbozo de sus canciones se gestó en apenas una semana, aprovechando un inesperado parón en su gira asiática de 2013. Y lo que era apenas una colección de jams e improvisaciones en plena gira, alentadas por el guitarrista Graham Coxon (el mismo a quien Albarn invitó a abandonar la nave en 2002, para emprender una tambaleante carrera en solitario) acabó convirtiéndose en lo que ahora son estas vivificantes once nuevas canciones.
Su gestación en Hong Kong planea sobre todo su minutaje. Porque Albarn exhibe últimamente su obsesión con un futuro inmediato inmerso en la distopía, y el corazón del gigante asiático es un marco más que idóneo para que él mismo proyecte de nuevo su desconfianza y enajenación ante la desproporción del progreso tecnológico a través de las canciones. Así que las que integran The Magic Whip conformarían algo así como su Lost in Translation (Sofía Coppola, 2003) particular: aquel terreno de nadie en el que escenificar el desarraigo y las cuitas de la mediana edad, atenazado de lleno por las contradicciones de la modernidad. Seguramente ni cuando Blur insinuaban que la vida moderna era basura (el álbum Modern Life Is Rubbish, de 1993) podían llegar a pensar hasta qué punto la predicción se rebasaría en un futuro. Entonces apenas rondaban los 25 años, pero hoy sobrepasan con creces los 40.
Esa sensación de alienación, de estar flotando en el espacio en una especie de cápsula atemporal a la espera de respuestas sin fácil solución, es común a temas como ‘Thought I Was a Spaceman', ‘There Are Too Many Of Us' o ‘Pyongyang'. Todas justifican el recurso a la bizarra etiqueta de sci fi folk, empleada por Graham Coxon. Pero también hay algunas melodías excepcionales, algo más reconocibles dentro del corpus creativo del grupo, como ‘My Terracotta Heart', la grácil ‘Ghost Ship' o la seductora ‘Mirrorball'. Que vienen a demostrar que, cuando ya nadie lo esperaba, había un territorio fértil entre Coxon y Albarn aún por desbrozar, y en el que la producción de Stephen Street, el productor de sus mejores obras, aún recobra sentido.
EN NUESTRO PAÍS
Como avanzábamos, Blur pasarán por nuestro país el 18 de julio, dentro de la programación del FIB. Será la tercera que vez que pasen por allí. La primera fue en 1999, en un zozobrante concierto que difícilmente pudo dejar contento a quienes les aguardaban desde aquella tarde de agosto de 1997, en que el escenario principal del festival cayó desplomado llevándose por delante su actuación (así como las de Pavement, Veruca Salt y Luna). Pero la relación de Blur con España es larga, Benicàssim al margen. Desde su tercer álbum, no han dejado de visitarnos cada vez que editaban un nuevo trabajo.
Tuvimos la suerte de asistir a su estreno español, el 31 de octubre de 1994 en la sala Pachá de Madrid, en un extraordinario concierto, con Parklife (Food/EMI, 1994) aún caliente (había salido en mayo). Su nombre ya hacía algunos meses que era pasto de consumo masivo en su país. Y apenas quedaba menos de un año para que los medios británicos se enfangasen en esa absurda rivalidad que les enfrentó a Oasis, con motivo del segundo álbum de los de Manchester (What's The Story, Morning Glory?; Creation, 1995) y el cuarto de los londinenses (The Great Escape; Food/EMI, 1995).
Esa dicotomía ya era de dominio más que público cuando volvieron, en febrero de 1996 para actuar ya en recintos bastante más grandes (Aqualung en Madrid, Zeleste en Barcelona o Arena en Valencia, que fue nuestra parada). Y lo cierto es que algo perdieron por el camino con el cambio de dimensiones. Llámese sutileza, atención al detalle o, simplemente, clase.
Volvieron a Madrid y a Barcelona en 1997. Y repitieron en Madrid en 1999, semanas antes de su concierto en el FIB de aquel año, trufado de un populismo por momentos chusco e indigno de sus canciones. Su última gira hispana antes de su hibernación data de 2003, cuando pasaron por Madrid (La Riviera), Barcelona (Razzmatazz) y Benicàssim (FIB). Haciendo olvidar, siquiera de forma parcial, la más que mejorable imagen ofrecida cuatro años antes.
Aunque su última visita hasta ahora es la del Primavera Sound de 2013, en el Fórum de Barcelona. Fueron acogidos como veneradas estrellas. Y saltaron a escena armados con un repertorio repleto de hits, como no podía ser de otra forma, ya que no disponían de material nuevo. El concierto fue recibido con alborozo y poco hueco para el disenso. Habrá qué ver cómo se desenvuelven el próximo verano, con la (buena) excusa de un estimable nuevo disco.
TRES FOCOS CEGADORES EN MEDIO DEL GRAN BORRÓN
Recordamos en este punto cuáles fueron algunos de los mejores trabajos de Blur en el pasado. Una selección de aquellos discos que les convirtieron en celebridades de nuestro tiempo. Son solo tres, pero podrían ser alguno más.
(Inciso: el borrón del título del epígrafe es la traducción de Blur, por si alguien no se hubiera apercibido; no hay tinte peyorativo, aunque en más de dos décadas no falten puntuales borrones)
-Parklife (Food/EMI, 1994)
El disco sin mácula. Su obra maestra. El gran salto adelante. El muestrario retrofuturista perfecto de pop británico. Vademécum para cualquiera que tratase de desentrañar si de todo aquello que se dio en llamar brit pop cabía extraer alguna gran enseñanza. Abrazaron como nunca antes la música disco para ironizar sobre el turismo low cost británico en el Mediterráneo (‘Girls & Boys'), rindieron pleitesía a Ray Davies con dianas pop absolutamente demoledoras (‘Tracy Jacks', ‘Parklife'), guiñaron algo más que el ojo a la tradición melódica del swinging London de los años 60 y a la era dorada de Eurovisión (‘End of a Century', ‘To The End'), abrevaron en las aguas de la psicodelia (‘Far Out', ‘This is a Low'), se arremangaron para sumergir algo más que las manos en el synth pop con denominación de origen british (‘London Loves' o esa ‘Trouble In The Message Centre' con ecos de Gary Numan o The Human League), se marcaron un par de primorosos instrumentales circenses a modo de broche de cada cara del disco (‘The Debt Collector' y ‘Lot 105') y hasta retomaron su vena punk pop (‘Bank Holiday', ‘Jubilee'). Incluso redefinieron esa morriña tan particularmente inglesa que solo las mejores canciones de los Kinks o los Smiths suele evocar, como en la maravillosa ‘Clover Over Dover'. Y todo lo supervisaba Stephen Street, seguramente el productor más indicado para la maniobra. Sus costuras eran visibles, sí. Pero eso no invalida que este álbum sea una de las cumbres de la década de los 90.
-Modern Life Is Rubbish (Food/EMI, 1993)
El gran tapado. El disco que ya esbozaba la enorme potencialidad de la banda, pero casi nadie quiso apreciar. La gran escapada del corsé madchesteriano que se habían impuesto ellos mismos con su mimético debut. El distanciamiento (momentáneo) de la presión coyuntural. Albarn y los suyos dejaban de arrimarse al sol que más calentaba con algunas canciones ya enormes, que desprendían el aroma inequívoco del mejor pop clásico británico. Es el caso de ‘For Tomorrow' (con sus memorables arreglos de cuerda), ‘Star Shaped', ‘Blue Jeans', ‘Colin Zeal' o la vibrante ‘Sunday, Sunday', primera pincelada evidente de costumbrismo cotidiano y punzante. Los brotes de acné punk pop que ya se podían advertir en singles como el previo ‘Popscene' (1992) tenían también cierta continuidad en ‘Advert'. Aunque la lisergia bailable de su producción anterior aún no se había evaporado del todo: ‘Oily Water' lo demuestra, al igual que ‘Pressure on Julian', que transcurre bajo la herrumbre de esos remolinos de guitarra perezosos, tan propios de sonido scallydélico del norte inglés entre finales de los 80 y principios de los 90.
-Blur (Food/EMI, 1997)
La reconversión. Al menos la que pensaban que les convenía en aquel momento. La repetición de esquemas de The Great Escape (Food/EMI, 1995) demandaba un giro. Y ellos apostaron por la supresión de las líneas claras, las melodías impolutas y los arreglos precisos. De repente, todo se emborrona, se hace más sucio, más rugoso, más deshilachado. El ánimo de refundación se hace patente desde el mismo título, no casualmente homónimo. Y desde su portada, la imagen difuminada de un enfermo entrando en camilla a un hospital. La apuesta por esta suerte de lo fi se saldaba con notable alto cuando trataba de reformular a los Pixies (el demoledor single ‘Song 2'), pero con menor fortuna cuando intentaba acercarse a Pavement (‘Country Sad Ballad Man', ‘Theme From Retro'). Por su parte, ‘Beetlebum' o ‘Look Inside America' aún detentan parte del fulgor melódico que les había caracterizado, aunque ‘Death of a Party', ‘Essex Dogs' o ‘I'm Just a Killer For Your Love' (su primera evocación góspel) exhiban, con unos mimbres bastante más espartanos, un extraño encanto que entonces no era tan fácil de apreciar. Llega la primera aportación de Graham Coxon: la discreta ‘You're So Great'. El saldo es algo irregular, pero les abrió las puertas del mercado norteamericano y sentó las bases de su sonido hasta su hibernación, después de 2003.
Actualmente no hay comentarios para esta noticia.
Si quieres dejarnos un comentario rellena el siguiente formulario con tu nombre, tu dirección de correo electrónico y tu comentario.
Tu email nunca será publicado o compartido. Los campos con * son obligatorios. Los comentarios deben ser aprobados por el administrador antes de ser publicados.