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LA PANTALLA GLOBAL

Sangre, sangre y más sangre: la nueva ola del cine de terror francés

EDUARDO GUILLOT. 24/04/2015 Llega ‘La pirámide', el debut como director de Grégory Levasseur, guionista de ‘Alta tensión' y ‘Las colinas tienen ojos'

VALENCIA. Que se estrene una película de terror no tiene nada de particular. Raro es el mes en que no se puede ver alguna. Lo que hasta hace poco no resultaba tan habitual es que fueran films de nacionalidad francesa, una cinematografía con escasa tradición en el género, que, en los últimos años, se ha puesto a la cabeza de la producción en Europa. El último ejemplo es, precisamente, La pirámide (The Pyramd, 2014), que llega este fin de semana a nuestro país y cuenta la peripecia de un equipo de arqueólogos americanos que descubre una antigua pirámide en el desierto egipcio. Cuando logran adentrarse en ella, no tardan en perderse por su intrincado laberinto, aunque ese solo es el principio de sus problemas: Algo o alguien que habita en el interior del monumento anda tras ellos.

Si nos detenemos en la película no es precisamente por las buenas críticas que ha cosechado. Chris Nashawaty, en Entertainment Weekly, ha dicho: "El director hace todo lo posible para convertir La pirámide en un chapucero desastre: cámara inepta, terribles interpretaciones y monstruos horteras". Michael O'Sullivan, del Washington Post, no se queda atrás: "El aire del interior de la pirámide no es lo único rancio en este ridículo film de horror". Y Kim Newman, de Empire, asegura que "es peor que ser enterrado vivo en una pirámide de verdad". Así pues, su interés no reside en su calidad, sino en el hecho de que se trata de uno de los últimos eslabones de la nueva ola de cine de terror francés, que sacudió vigorosamente el género durante la última década y que ha iniciado su inevitable curva descendente.

LA GENERACIÓN DE LA VIOLENCIA

Grégory Levasseur, el director de La pirámide, debuta ahora tras la cámara, pero en 2003 había coescrito el guión de Alta tensión (Haute tension, Alexandre Aja), la película con la que empezó todo. Producida por Europa Corp (es decir, Luc Besson), era una cinta que adaptaba al entorno francés la tradición del terror duro estadounidense de finales de los setenta, echando mano de una violencia muy explícita y reutilizando los códigos del splatter. No fue un gran éxito comercial (ni crítico) en el país vecino, pero fue el pistoletazo de salida de una concepción del terror prácticamente inédita en Francia, que le abrió a Aja las puertas de la industria americana, donde rodaría los remakes de Las colinas tienen ojos (The Hills Have Eyes, 2006), también con Levasseur como coguionista, y Piraña (Piranha 3D, 2010).

Aja no estaba solo. En realidad, solo era el alumno más aventajado de una generación que empezó a ser conocida como "la nouvelle vague del cine de horror francés". Sus representantes, también llamados "cineastas de la crueldad", son directores como Pascal Laugier, Alexandre Bustillo y Julien Maury, Xavier Gens o David Moreau, y lograron reformular el género aportando un toque extra de sofisticación cinematográfica a las brutales orgías de sangre que filmaron durante la primera década del presente siglo. Una serie de títulos singulares que, sin embargo, comparten algunas señas de identidad, como la casi total ausencia de elementos sobrenaturales (el ser humano como único origen de la atrocidad) y la presencia recurrente del tema de la maternidad.

La maternidad juega un papel importante, por ejemplo, en dos films de Pascal Laugier: El internado (Saint Ange, 2004) y la interesantísima El hombre de las sombras (The Tall Man, 2012), ya realizada en Estados Unidos, aunque quizá su película más ajustada a los cánones de la crueldad sea Mártires (Martyrs, 2008), rechazada por todos los grandes estudios franceses y no pocas actrices, ya que narra la tortura sistemática a que es sometida una joven por parte de una singular secta. Aunque Laugier prefiere centrarse en los vínculos entre tortura y religión, las imágenes iniciales, con una chica herida huyendo en estado de shock, la conectan con La matanza de Texas (The Texas Cahin Saw Massacre, Tobe Hooper, 1974), referencia también de Frontière(s) (Xavier Gens, 2007), otro eslabón del horror francés contemporáneo. Dos films no aptos para todos los estómagos, que no se estrenaron comercialmente en España.

Tampoco llegó a nuestras pantallas À l'intérieur (Alexandre Bustillo y Julien Maury, 2007), otro excelente ejemplo de la combinación entre maternidad y terror extremo que propusieron Los poetas de la sangre, tal como los denominaba un imprescindible ensayo publicado por el Festival Internacional de Cine de Gijón en 2012, con aportaciones de Rubén Lardín, Joan Ripollés, Antonio José Navarro y Jesús Palacios, coordinador del volumen. Como en los demás títulos citados, es una propuesta al límite, que utiliza de manera soberbia la luz y el espacio (prácticamente toda la película se desarrolla en el interior de una vivienda) y que relaciona tangencialmente el horror con el candente entorno social del momento (los violentos disturbios de 2005 en las banlieues de París).

En apenas cinco años, la producción terrorífica francesa se multiplicó de manera considerable. Además de las citadas, se estrenaron también Laberintos (Dédales, René Manzor, 2003), El farmacéutico de guardia (Le pharmacien de garde, Jean Veber, 2003), Calvario (Calvaire, Fabrice du Welz, 2004), Ellos (Ils, David Moreau y Xavier Palud, 2006) o Vinyan (Fabrice du Welz, 2008), entre otras. Una cantidad de títulos que no solo permite hablar de movimiento cinematográfico con entidad propia, sino que se erige en el primer fenómeno francés de tales características en la historia del género. Un fenómeno que, como suele ocurrir habitualmente, resultó fugaz, y comenzó a desintegrarse cuando directores como Laugier o Aja fueron absorbidos por la industria estadounidense. Films como La horda (La horde, Yannick Dahan y Benjamin Rocher, 2009) o Livide (Alexandre Bustillo y Julien Maury, 2011), ambos también inéditos comercialmente en España, pueden considerarse los últimos coletazos auténticos de la corriente. De hecho, Bustillo y Maury ya trabajan en Leatherface, precuela de La matanza de Texas, con producción americana, cuyo estreno está previsto para 2016.

HERENCIA SANGRIENTA

¿Pero de dónde salieron todos estos directores nacidos en los setenta y que han revolucionado el cine de terror francés y, por extensión, el de todo el mundo? ¿Es posible que hayan sido capaces de crear escuela sin la existencia de una tradición previa? Sí y no. Es cierto que Francia nunca ha sido un puntal del género, pero su historia cultural está salpicada de artistas que pueden considerarse antecedentes directos de la sangrienta explosión que se produjo durante la pasada década. Por ejemplo, en el ámbito literario, donde autores como el Marqués de Sade o Georges Bataille manejaron con frecuencia temas recurrentes en las películas citadas. Poco se puede descubrir del primero, adicto a la descripción de parafilias y actos violentos. En cuanto al segundo, baste recordar su fascinación por el sacrificio humano, que le llevó a crear la sociedad secreta Acéphale. Y tampoco olvidemos al Grupo Pánico, formado en París en 1962 por Roland Topor, Fernando Arrabal y Alejandro Jodorowsky.

También resulta oportuno recordar el Teatro del Grand Guignol, fundado en 1894 por Oscar Méténier, un local en el barrio parisino de Pigalle caracterizado por sus espectáculos sangrientos, presentados siempre en escena del modo más naturalista posible. Max Maurey lo dirigió entre 1898 y 1914, y a él hay que atribuir su fama, ya que fue quien puso el acento en causar impactantes shocks emocionales en los espectadores. Su figura inspiró el personaje de Sardú en la película Bloodsucking Freaks (Joel M. Reed, 1976), que de algún modo trataba de trasladar el espíritu del teatro a la gran pantalla. Hoy en día, el término ‘granguiñolesco' se utiliza para describir representaciones artísticas exageradas, generalmente relacionadas con la abundancia de sangre y vísceras, pero también con el melodrama truculento y pasado de rosca en la línea de ¿Qué fue de Baby Jane? (What Ever Happened to Baby Jane?, Robert Aldrich, 1962)

Si buscamos en la historia del cine francés, la referencia obligada es Los ojos sin rostro (Les yeux sans visage, Georges Franju, 1960), una magistral cinta fantaterrorífica cuya influencia llega hasta la reciente Holy Motors (Leos Carax, 2012), y que supone una auténtica rareza tanto en la filmografía de su director como en el cine de género francés, que si ha tenido un realizador destacado (y casi único) ha sido Jean Rollin, cineasta prolífico que desarrolló la etapa más importante de su carrera en los años setenta, y que cultivó un terror de serie B plagado de vampiros y mujeres ligeras de ropa (también rodó numerosos films eróticos). Además, Les raisins de la mort  (1978), el primer gore galo, lleva su firma.

A finales del siglo pasado llegan algunos títulos que pueden considerarse precedentes directos de la nueva ola de terror francés. Entre ellos destaca Baby Blood (Alain Roback, 1990), donde ya encontramos el tema de la maternidad, o la estupenda Trouble Every Day (Claire Denis, 2001), pero también películas que, sin ser declaradamente de género, utilizan la violencia de un modo similar a como lo harán unos años después sus herederas directas. Es el caso de Carne (1991), Seul contre tous (1998) e Irreversible (2002), todas de Gaspar Noé, Amantes criminales (Les amants criminels, François Ozon, 1999) o Fóllame (Baise-moi, Coralie Trinh Thi y Virginie Despentes, 2000). Todas ellas evidenciaban síntomas de que algo estaba ocurriendo en el seno del cine francés. Era cuestión de tiempo que llegara Alta tensión y la sangre comenzara a inundar las pantallas, aunque no todas: Teniendo en cuenta la cantidad de títulos de terror que llegan a los cines españoles, ¿por qué la mayoría de los citados en este artículo no lo hicieron? Un interesante punto de partida para reflexionar sobre las señas de identidad del cine de género actual.

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1 comentario

manuel escribió
24/04/2015 13:35

Todo eso me parece basura para gente anormal

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