VALENCIA. El que haya pasado un 23 de abril en Barcelona conocerá la espectacular jornada festiva que se celebra en torno a los libros el día de «Sant Jordi», patrón de Cataluña. Más de 200 puntos de venta ocupan las calles, escritores de todo el mundo firman ejemplares sin cesar, llevados de aquí a allá por sus agentes editoriales. Las radios y las televisiones instalan sus sets al aire libre y entrevistan a autores, libreros y editores, a la par que comentan las principales novedades del año, mientras los lectores, incluso aquellos que lo son una sola vez al año, sienten una extraña comunión mística con todo el sector literario. Por un día se rinde culto ya no a un santo, como antiguamente, sino a los libros, con el óptimo resultado de veinte millones de euros en ventas, aproximadamente el 10% de la facturación anual de los libreros catalanes.
Pero el hecho de que la jornada libresca se celebre el día de San Jorge no tiene nada que ver con los rasgos atribuidos al mártir, sino que es fruto de una serie de casualidades. La conmemoración fue inventada por el periodista, escritor, traductor y editor valenciano, Vicente Clavel (1888-1967), un discípulo de Blasco Ibáñez formado en el diario El Pueblo y la editorial Prometeo que, trasladado a Barcelona, propuso al Gobierno en 1925 la celebración de una Fiesta del Libro Español.
Dicho y hecho, al año siguiente se organizó el acto en las principales ciudades del Estado, pero no el 23 de abril, sino el 7 de octubre, que por entonces se consideraba la fecha de nacimiento de Miguel de Cervantes, figura por la que Clavel sentía una profunda admiración, ya que no en vano su propia editorial, Cervantes, llevaba su nombre.
El invento, sin embargo, no acabó de funcionar y en 1930 se decidió un cambio de fecha, sustituyéndola por el 23 de abril, que coincidía con la supuesta muerte del propio Cervantes, aunque posteriormente se supo que no fue así, sino que el fallecimiento se produjo un día antes. En cualquier caso, la jornada fue todo un éxito, especialmente en Barcelona, donde era festivo por celebrarse la tradicional «Diada de Sant Jordi». Las principales editoriales, como Salvat, Proa, Gili o Barcino, apostaron fuerte y presentaron sus novedades aquel día, consiguiendo que los libreros obtuvieran un súbito incremento de ventas en un ambiente general de exaltación literaria. A partir de entonces, y a pesar de las privaciones de la cercana posguerra, la celebración se iría repitiendo hasta llegar a la magnitud imponente que muestra hoy en día.
Lea el artículo completo en el número de abril de la revista Plaza.
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