VALENCIA. Un médico de urgencias que había reunido todos sus ahorros y un actor semidesconocido que apareció en el casting con la cara tuneada por una pelea la noche anterior. Así, con apenas 350.000 dólares nació en 1979 la saga de Mad Max, una película que facturó unos 100 millones y que durante décadas fue la más taquillera de la historia de Australia y la más rentable del mundo hasta que El Proyecto de la Bruja de Blair (Daniel Myrick y Eduardo Sánchez, 1999) batió su récord.
El próximo 15 de mayo llega a España la cuarta entrega, con George Miller otra vez tras las cámaras pero con Tom Hardy (el Bane de El Caballero Oscuro) sustituyendo a Mel Gibson como protagonista. Tras el relativo fiasco de Más Allá de la Cúpula del Trueno (1985), Furia en la Carretera parece ser –a juzgar por los tráilers– la secuela que los amantes de Max Rockatansky estaban esperando.
El regreso de Max a las carreteras se llevaba barruntando desde hace casi 15 años. En 2003, con todo listo, el proyecto se fue al garete ante la imposibilidad de rodar en Namibia. Fue entonces cuando Gibson dio su adiós al personaje al que tanto debía.
LOS ORÍGENES
Cuando la industria cinematográfica australiana era una anécdota, un médico de urgencias decidió ahorrar dinero para filmar una película que él mismo había escrito titulada Mad Max: Salvajes de la Autopista. En un futuro post-apocalíptico, unos agentes de policía se enfrentan a una banda de motoristas chiflados que acaban matando a la mujer y al hijo de uno de ellos. La venganza estaba servida. Curiosamente, Miller se inspiró en 2024: Apocalipsis Nuclear (L.Q. Jones, 1975), protagonizada por Don Johnson y basada en una novela de Harlan Ellison en la que sale un perro telépata (¡!).
Como no había mucho dinero para los efectos especiales, Miller se rodeó de lo mejor de cada cárcel. Jon Dowding, el director de Arte, se dedicaba a robar señales de tráfico (que luego devolvía), algunos de los extras eran auténticos pandilleros motorizados que cobraban en latas de cerveza y los trajes de cuero (salvo los de los protagonistas) eran de latex.
El director tuvo que dejar que reventaran su propia furgoneta para no tener que comprar una y, ante la falta de coches, se repintaban los que había disponibles. La lista de actores y especialistas que resultaron heridos durante la filmación da para otro post. Como dato curioso, cabe recordar que una de las escenas finales (me ahorro el spoiler) es la que inspiró a James Wan la saga de Saw (2004).
EL REGRESO
Mad Max: Salvajes de la Autopista fue un éxito internacional y la leyenda se acrecentó cuando algunos países (como Nueva Zelanda) decidieron prohibirla. Curiosamente, en Estados Unidos tuvo una acogida bastante modesta. Pero Miller se decidió a hacer una segunda parte más salvaje todavía. Si en la primera, la nota trágica la ponía el asesinato de la familia de Rockatansky, en la segunda la única concesión al sentimentalismo es cuando muere su perro. En toda la película, Gibson sólo pronuncia 16 frases.
Mad Max: El guerrero de la carretera (1981) era aún mejor que la anterior. Comparado con Humungus (Kjell Nilsson), el ayatollah del rock & roll, Toecutter (Hugh Keays-Byrne, el malo de la primera) era un simple aficionado. Las escenas de acción, sobre todo la última, eran de lo mejor filmado hasta la fecha, y el giro final del guión, un alarde de ingenio.
A diferencia de la anterior, no faltó el dinero (el presupuesto fue de 3 millones de dólares). El pueblo en el desierto fue el decorado más caro de la historia del cine australiano (y, al final, lo volaron) y se permitieron incluso la chulería de rodar la película en orden cronológico aunque aumentara la factura final.
LA CONSAGRACIÓN
Para la persecución final se utilizaron 80 vehículos (muchos más que para toda la primera entrega) y recompraron el original Interceptor 8 (un Ford XB GT Coupe) que conducía Max. Accidentes, no hubo tantos como en Salvajes de la Autopista, pero tampoco faltaron: el motorista que cae bajo las ruedas del camión, casi al final, es real y casi se mata.
La película fue un exitazo en todo el mundo, y sobre todo en Estados Unidos. James Cameron aseguró en cierta ocasión que le inspiró la saga Terminator (1984). Esa fue su maldición: la película deja abierta el futuro de Mad Max (¿ha muerto?) tal y como Mille concibió la serie, pero el dinero es el dinero y finalmente optó por rodar Más Allá de la Cúpula de Trueno (1985).
¿QUÉ PINTA TINA TURNER?
Cuenta la leyenda que a Miller le ofrecieron rodar la tercera parte para que renunciara a dirigir Contact (Robert Zemeckis, 1997). Puede que sea cierto, pero lo que no se puede negar es que nunca se interesó demasiado por esta secuela. Tenían en mente hacer una versión de El Señor de las Moscas en plan mundo post-apocalíptico, y decidió rehacer el guión para la nueva entrega y salir del paso.
Por lo visto, era consciente de que ni con Tina Turner había mucho más que ofrecer, y que la película acabaría desdibujando la leyenda de Mad Max. Además, cuando murió su amigo y coproductor Byron Kennedy, perdió el poco interés que tenía y, salvo las escenas de acción, delegó el rodaje en manos del ignoto George Ogilivie.
El REGRESO
Más Allá de la Cúpula del Trueno dio dinero, pero no estaba a la altura de las anteriores. Además, la estrella de Miller comenzó a declinar y con títulos como Las brujas de Eastwick (1987), Babe el cerdito en la ciudad (1988), El aceite de la vida (1992) o Happy Feet (2006), se sumó a la lista de los que -como George Lucas- se abonó a las películas anodinas.
Ahora Miller ha vuelto y, por lo visto, no toma prisioneros. Las escenas vistas hasta ahora son espectaculares y el 80% de los efectos especiales son reales (sólo se ha tirado de ordenador para mejorar las explosiones y la fotografía). A medio camino entre un reboot y un inbetwequel, la película retoma el sabor de las dos primeras entregas y se beneficia de un presupuesto de 150 millones de dólares. De momento, los pases previos están siendo un éxito. Además, podría ser el germen de una nueva trilogía. Pero antes, que se estrene esta.
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