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HISTORIA Y TRADICIONES

¿Por qué nos gusta tanto la mascletà? Una cuestión tribal, neurológica y de ritmo

CARLOS AIMEUR. 17/03/2015

Un gran número de personas contemplan la mascletá que se disparó este lunes a mediodía en la plaza del ayuntamiento. EFE/Kai Försterling

VALENCIA. "Hay un componente sobre todo emotivo. La idiosincrasia física del espacio crea una especie de comunión entre la gente que contempla el espectáculo. Si ese espectáculo no lo hiciéramos ahí, si tuviera lugar en un espacio más diáfano, el resultado no sería el mismo. Lo vivimos codo con codo con el vecino, lo sentimos, lo olemos, lo oímos con él. Y eso crea una comunión entre todos los que estamos allí".

El espectáculo es la mascletà. El espacio, la Plaza del Ayuntamiento de Valencia. Y quien habla Francisco ‘Quico' Martínez, de la pirotecnia Europlà de Bélgida, músico de vocación, discípulo de la gran compositora Matilde Salvador, y pirotécnico de profesión que este lunes triunfó con su mascletà, posiblemente la mejor del curso.

Instaurada como el gran acto diario de las fiestas falleras, las mascletaes congregan año tras año a más gente. Ya desde horas antes del mediodía, grupos de jóvenes, turistas y familias, se aproximan a la Plaza del Ayuntamiento para reservarse el mejor sitio. Los bancos y oficinas de la zona cierran a las 12.30 horas. Sobre esa hora ya se pueden contemplar los primeros vendedores de cerveza, que acuden con sus carros de la compra; un bote, un euro. Grupos de protesta contra la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, o que reclaman la vuelta de RTVV, jóvenes con charangas, oficinistas, turistas, estudiantes, falleros perfectamente alineados con sus polares, se congregan de manera ordenada. En los balcones de los edificios que rodean la plaza, el Ateneo, el Rialto, Barrachina... comienzan a asomar los primeros vip e invitados.

Cuando llegan las dos de la tarde y la Fallera Mayor proclama desde el balcón del Ayuntamiento ‘senyor pirotècnic, pot començar la mascletà', la frase, decenas de miles de personas ya han tomado la Plaza. Suena una salva de aviso y las protestas y charangas que han estado llenando de jolgorio y ruido el centro guardan silencio. Expectantes. También las masas de gente que llegan hasta el interior de las calles Correos, Lauria, Periodista Azzati..., las decenas de miles de personas que se contentan con verla desde la distancia, sentirla en la lejanía, olerla. Hasta en las oficinas de los alrededores se guarda silencio mientras se oyen los disparos.

Dice el crítico Mikel Pagola Erviti, el gran analista de las mascletaes que escribe en el diario Levante, que hay gente que incluso llora viéndolas. Él mismo, cuando era joven y la conoció recién llegado de su Navarra natal, se quedó hechizado. Llegó a decir en su día en una entrevista en Valladolid que el olor de la pólvora era "como una droga". Ahora ríe y minimiza esa afirmación. "Era una expresión poética. Creo que la mascletà nos gusta porque nos despierta esa atracción por el riesgo y también porque tiene algo de invocación al fuego y el pirotécnico intenta controlarlo, intenta controlar a la Naturaleza", reflexiona. Es, pues, algo muy parecido a un rito religioso.

El cómo la mascletà ha llegado a ser lo que es habla mucho de su poder de atracción de la gente, pero también de lo difusas que son algunas raíces. Según relatan Juan José Solà, el propio Pagola y José Enrique Ferriols en el libro Pirotecnia en Valencia publicado por el Ayuntamiento, la mascletà moderna nació como tal a finales de los cuarenta en Godella, cuna de grandes pirotécnicos. En esta localidad se disparaban en la calle Mayor y en la subida de la Ermita. "Aquí surgió lo que los artesanos pirotécnicos denominan mascletà mecanizada, un fuego estático frente al fuego en movimiento de la popular y omnipresente entonces traca corrida", escriben.

Estas mascletaes de Godella, las primeras, eran en la práctica una evolución de las tracas corridas que se celebraban ya en el XIX. Estas a su vez provenían de los disparos de fuegos de salva en fiestas, que primero se realizaron con los cañones de escopetas y pistolas que habían sido decomisados a los austracistas tras la Guerra de Sucesión, tras la batalla de Almansa. El sonido de la pólvora al salir de esos cañones, el trac onomatopéyico que generaba, fue el que dio nombre a la traca en el siglo XVIII. De aquellas tracas, estos masclets.

Hay sin embargo un momento clave en la evolución de la pirotecnia en Valencia. Se trata de la Exposición Regional de 1909. Aquel gran evento exigió la contratación de pirotécnicos franceses e italianos para realizar fuegos artificiales. Por aquel entonces los pirotécnicos valencianos eran muy rudimentarios y apenas controlaban cuestiones como la química o la investigación en pos de colores. El contacto con los pirotécnicos extranjeros supuso un salto de calidad que no interrumpió ni la Guerra Civil. La pirotecnia y los petardos se convirtieron en parte indispensable de la fiesta.

Las primeras mascletaes de Godella fueron rápidamente importadas a la capital, al cap i casal, a principios de los años cincuenta donde se convirtieron de inmediato en uno de los grandes atractivos de las fiestas falleras. Su éxito fue tal que fueron imitadas en otras localidades del extrarradio. Con todo, las mejores eran las de Valencia, en la plaza del Ayuntamiento, entonces del Caudillo, auténtico corazón de la ciudad. Porque, volviendo al espacio físico del que hablaba Hernández, Valencia es una ciudad hecha en círculos, en cuyo epicentro se encuentra esa plaza que es casi un altar, un moderno Stonehenge creado para invocar a los dioses de la primavera. Ninguna mascletà suena como la de la Plaza del Ayuntamiento. Esa se dispara en el corazón de la ciudad.

La mascletà creció y en 1987 fue cuando se instauró el que se disparase una todos los días a partir del 1 de marzo y hasta el 19, día grande de las fiestas. La seguridad se fue incrementando y se fueron incorporando sistemas informáticos de disparo que convertían a la mascletà en un espectáculo con toda su complejidad, pero manteniendo las singularidades que la han hecho diferentes a cualquier otra manifestación pirotécnica. A diferencia de los castillos napolitanos, por ejemplo, la mascletà valenciana es básicamente terrestre y tiene su propia estructura interna, como una obra de teatro, una novela, una película. Hay un prólogo, que es el disparo de aviso; hay un arranque, un nudo y un desenlace; incluso hay un epílogo, la última salva.

Bien lo sabe el músico Joan Cerveró. Él fue el encargado de componer una mascletà para la marca de cervezas Amstel hace dos años. Cerveró tuvo sus reparos ante el encargo pero muy pronto se sintió subyugado por la métrica interna de ese aparente caos desordenado de ruido y olor, al que entró guiado por Vicente Sabater. Fue a la pirotecnia de Vicente Caballer, su cicerone en esta aventura. "Hicimos una catalogación de los petardos de una mascletá con él. Después escuchamos y grabamos 150 petardos. Hay toda una parafernalia constructiva muy grande que en sí es muy atractiva. Empleamos los sonidos y yo utilicé cómo una paleta. Incluso hice una reconstrucción gráfica", relata.

"Estudiando las mascletaes me di cuenta de que tenían un ritmo muy especial. Salvo en la parte que llaman terremoto, en todas las demás había un ritmo marcado, concreto", dice. Su composición no podía ser un mascletà, pero sí evocarla. "En la mascletà hay dos niveles", dice Cerveró. "Los valencianos ya tenemos una estructura mental de lo que es la forma. Sabemos que empieza de una manera, que va in crescendo y luego explota. Esa forma la tenemos interiorizada. Pero después está esa parte totalmente caótica, que es como de ritual, como en las discotecas, con un ritmo básico basado en las pulsaciones del corazón", explica.

Cerveró incluyó estas secuencias que oyéndolas golpean en el pecho. Incluso se permitió pequeños giros, como incluir los timbales de la Novena de Beethoven y percusiones de La consagración de la primavera de Stravinski, ya que el encargo coincidía con motivo del centenario del estreno de esta obra. "Creo que todo se percibe de manera inconsciente", asegura. Para él el estreno de la pieza constituyó todo un reto. "Estaba acojonado", ríe. "Pensaba que no iba a funcionar, pero en vez de intentar imitar, porque es imposible reproducir la sensación física, aposté por la música". Ahora, con perspectiva, su valoración no puede ser mejor. Por si fuera poco, la obra, su mascletà, su Novena de Caballer sigue viva. En abril el ballet Mediterráneo de José Huertas actuará en el teatro Principal de Valencia y empleará la composición en una coreografía, se moverán a ritmo de una mascletà.

Porque el ritmo existe, pero no es convencional. Decía Oliver Sacks en su libro Musicofilia sobre los efectos de la percusión en los oyentes que ésta "(...) apela a niveles subcorticales muy básicos del cerebro". "La música, a este nivel, un nivel inferior a lo personal y mental, un nivel puramente físico o corpóreo, no precisa ni melodía ni el contenido o sentimiento específicos de la canción, sino que lo que necesita, de manera fundamental es ritmo. El ritmo puede restituirnos la sensación de poseer un cuerpo y una sensación primordial de vida y movimiento". En cierto modo la mascletà parece pretender eso en el espectador: darle vida, moverle, sacudirle, entrar dentro de él. "Los pirotécnicos llaman a ese sonido camalero", explica Pagola, "porque sube por las piernas, cames en valenciano". De ahí que no sea tan extraño que Huertas quiera hacer bailar a su compañía al ritmo de los masclets.

Pero es que además está el olor, la sensación de comunión que evocaba Quico Martínez, el espacio... Todo ello hace que conocer la mascletà sea amarla o temerla. No hay término medio. Y quienes se enamoran suelen decir prácticamente lo mismo. "Había visto muchas en televisión, pero esto hay que vivirlo en directo", aseguraba este lunes el cantante Manu Tenorio. "Se me ha disparado la adrenalina, ahora entiendo que la gente se enganche y quiera venir todos los días", añadía convertido en un nuevo profeta de la mascletà.

Para llegar a ese chute fue preciso que hubiese un in crescendo natural, como así fue. Una vez en el climax, ya es decisión del pirotécnico "subir o cortar", explica Francisco ‘Quico' Martínez. "Es muy difícil cortar el climax, hacer esos cierres sin hacer una rúbrica", añade. Él lo consiguió este lunes, de ahí su satisfacción por el resultado final; de ahí el reconocimiento del público. Unos aplausos que le emocionaron porque, recuerda, a la postre ellos son como cualquier otro artista. "Yo lo que quiero es llegar al público con seguridad, con potencia, con agresividad y con fuerza vital, pero llegar a la gente porque nosotros al final lo que hacemos es un espectáculo", concluía.

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