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LA PANTALLA GLOBAL

El cine también es ETA:
el conflicto vasco en el cine

EDUARDO GUILLOT. 13/03/2015 Se estrena ‘Negociador', de Borja Cobeaga, que aborda con sentido del humor un tema que el cine español ha tratado en diversas ocasiones

VALENCIA. Tras Pagafantas (2009) y No controles (2010), llega Negociador (2014), el tercer largometraje como director de Borja Cobeaga (también conocido por ser uno de los guionistas de la exitosa Ocho apellidos vascos). Una comedia inspirada en hechos reales (concretamente, en el dirigente socialista Jesús Eguiguren) y articulada en torno a las  tribulaciones de un político vasco que ejerce de interlocutor del gobierno español en las negociaciones con ETA, y que descubre que las casualidades, los errores y los malentendidos marcan la pauta del diálogo entre ambas partes. Una aproximación humorística al conflicto vasco que no ha sido la más común a la hora de abordarlo desde el cine, pero que era habitual en Vaya semanita, programa de sketches de Euskal Telebista en el que Cobeaga trabajó como director en 2003.

No es la única cinta reciente que se aproxima al terrorismo vasco, un tema que, por su carácter polémico, durante años parecía tabú para el cine español, pero cuya presencia en las pantallas comienza a ser muy habitual. La reciente Fuego (Luis Marías, 2014), por ejemplo, presentaba a un policía que regresa a un pueblo de Euskadi para vengarse del atentado en el que murió su mujer y su hija perdió las piernas, mientras que Lasa y Zabala (Pablo Malo, 2014) viajaba hasta 1983 para recrear el proceso mediante el que el abogado de dos etarras secuestrados, torturados y asesinados por los GAL (Grupos Antiterroristas de Liberación) intentó que los culpables se sentaran en el banquillo de los acusados. Tres películas relacionadas con el asunto en un solo año natural.

DESDE LA FICCIÓN

Tampoco es necesario irse muy atrás para encontrarse con Tiro en la cabeza (2008), la singular incursión de Jaime Rosales en el tema. Una reflexión sobre la violencia etarra que, como suele suceder con sus películas, dividió a crítica y público. Por el contrario, para buscar el film que inaugura el protagonismo del conflicto vasco en el cine hay que remontarse a 1976, fecha de producción de Comando Txikia (Muerte de un presidente), centrada en el asesinato de Carrero Blanco y dirigida por José Luis Madrid, cineasta todoterreno especializado en subproductos de género (western, terror, comedia) que no solo tuvo el honor de estrenar la filmografía etarra, sino que además lo hizo reuniendo un reparto en el que Juan Luis Galiardo compartía protagonismo con Paul Naschy. Una cinta inequívocamente oportunista, como también lo sería El pico (Eloy de la Iglesia, 1983).

El mismo suceso (la muerte de Carrero Blanco), pero narrado desde un punto de vista diferente, sería la base argumental de Operación Ogro (Ogro, 1979), realizada por el italiano Gillo Pontecorvo, un maestro del cine político conocido por títulos de la relevancia de La batalla de Argel (La battaglia di Algeri, 1966) o Queimada (1969). Con la desaparición de Franco aún reciente y narrada desde una perspectiva de izquierdas, era una cinta que simpatiza abiertamente con la causa de ETA, hecho bastante común en algunas películas sobre la organización armada que se produjeron durante los primeros años de la transición. Por ejemplo, La fuga de Segovia (Segoviako hiesa, Imanol Uribe, 1981), una ficción sobre la huida de prisión de treinta presos de ETA político-militar en 1976.

Los sectores de la derecha española no vieron con buenos ojos que la película subrayara el éxito de la fuga, pero Imanol Uribe también se granjearía críticas por parte de la izquierda nacionalista dos años más tarde, con el estreno de La muerte de Mikel (1983), donde cuenta la historia de un farmacéutico abertzale que sufre la marginación de sus camaradas cuando descubre su homosexualidad, pero cuya posterior muerte trata de ser aprovechada por los mismos para obtener rédito político. Uribe volvería sobre el terrorismo más tarde, en Días contados (1994), un intenso thriller en torno a la problemática relación amorosa entre un terrorista etarra y una adicta a la heroína.

Ninguna de ellas superó el escándalo provocado por la truculenta El caso Almería (Pedro Costa, 1983), recreación de los hechos acaecidos el 10 de mayo de 1981, cuando tres jóvenes cántabros, que se dirigían por carretera para asistir a una celebración de Primera Comunión, fueron torturados y asesinados por miembros de la Guardia Civil, que los confundieron con etarras. Presiones sobre los exhibidores, amenazas de bomba por parte de la ultraderecha y otros episodios acompañaron el polémico estreno del film.

Con el transcurso del tiempo, el conflicto vasco ha sido abordado por el cine desde diferentes perspectivas, dando paso a títulos que trataban el tema centrándose en episodios de carácter más personal, ya fuera desde un planteamiento de ficción, como el de Ander y Yul (Ander eta Yul, Ana Díez, 1989), donde un traficante de drogas que ha salido de la cárcel regresa a Euskadi para reencontrarse con un antiguo compañero de seminario que se ha unido a ETA, o ya desde la reconstrucción biográfica, como en el caso de Yoyes (Helena Taberna, 1999), sobre la primera mujer dirigente de la organización terrorista, asesinada por sus propios compañeros en 1986 acusada de traición.

La mirada reflexiva de Mario Camus en Sombras en una batalla (1993), donde los fantasmas del pasado resurgen en la madurez de una antigua militante que se encuentra con un exintegrante de los GAL, contrastan con el discurso de trazo grueso de Clandestinos (Antonio Hens, 2007) o Goma-2 (José Antonio de la Loma, 1984), que casi podrían calificarse como películas de explotación (valga la redundancia), o con las posibilistas cintas de acción producidas por el periodista Melchor Miralles desde Mundo Ficción relacionadas con episodios terroristas, como El lobo (2004) o GAL (2006), ambas dirigidas por el francés Miguel Courtois.

DESDE LA NO FICCIÓN

El ya citado Imanol Uribe, que es el director que mayor atención ha prestado al conflicto a lo largo de su filmografía, también lo hizo desde el género documental, en El proceso de Burgos (1979), que contaba el consejo de guerra celebrado como consecuencia del asesinato de Melitón Manzanas, comisario de la Brigada Político-Social de Guipúzcoa, en un atentado perpetrado por la ETA el 2 de agosto de 1968. Incluía entrevistas y testimonios de los encarcelados y encausados en el proceso judicial, y fue premiada en el festival de San Sebastián, donde el hoy director Fernando Trueba había acudido como corresponsal de El País y relataba: "Imanol Uribe ha construido un documento impecable bajo el signo de la objetividad y la no manipulación del material, montado con lógica y rigor".

Más controvertida sería La pelota vasca, la piel contra la piedra (2003), donde Julio Medem buscó la equidistancia y se encontró con la tajante negativa del PP a participar en la película, que después criticaría abiertamente. La intención era establecer una base para el debate, pero su estreno demostró que quedaban muchas heridas por cicatrizar y que el diálogo relacionado con el terrorismo de ETA sigue siendo un tema espinoso para los sectores de la sociedad española que prefieren instrumentalizarlo políticamente con objeto de obtener réditos electorales.

El conocido productor Elías Querejeta escribió y produjo Asesinato en febrero (Eterio Ortega, 2001), sobre el asesinato de Fernando Buesa, y volvió sobre el terrorismo etarra en Al final del túnel (Eterio Ortega, 2011), que, como su título indica, buscaba certificar el momento decisivo en que se encontraba la sociedad vasca ante el inminente cese en la actividad de ETA.

Lo que no parece que vaya a detenerse es su uso como combustible cinematográfico. Manuel Gutiérrez Aragón, en Todos estamos invitados (2008), demostró que quedan muchas historias que contar, ficticias o reales, relacionadas con el conflicto vasco. Y Negociador ha abierto la puerta a la posibilidad de hacerlo en tono de comedia. Una señal de normalización que, independientemente de los resultados obtenidos, solo puede ser recibida con los brazos abiertos.

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