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LUCHA POR LA MODERNIDAD

Qué hacemos ahora
con Madonna: ¿entierro o indulto?

CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA. 07/03/2015

VALENCIA. Su contenido fue filtrado a principios de diciembre. Ante tal panorama, se vio obligada a poner en circulación (vía Itunes, claro) la práctica mitad del álbum. Seis temas de un total de catorce, cuyas demos eran ya de dominio público. Al igual que Björk, tuvo que adelantar su salida oficial. En solo tres días, el 10 de marzo, se pone por fin a la venta en todo el mundo Rebel Heart (Polydor), el decimotercer álbum de Madonna en 33 años de carrera. Otro acontecimiento, aunque seguramente no tanto como antaño.

Su aparición llega precedida por esos vaivenes en el calendario, ante el cada vez más poroso entorno que rodea la esfera creativa de las grandes estrellas. Pero también por su estrepitosa caída en la ceremonia de entrega de los últimos Brit Awards: uno de esos momentos perfectos para engrosar el capítulo de naderías de los informativos de televisión y opositar a convertirse en trending topic. ¿A alguien le importa hoy en día el elenco de premiados cuando la anécdota es elevada a la categoría de noticia de impacto? Lo único que trascendió de la gala fue su desafortunado volantín.

Primero, el celo sobre la difusión anticipada sobre su nueva obra. Luego el célebre batacazo. Y hace solo unos días, las insinuaciones de plagio por parte del francés Sébastien Tellier acerca de una portada que, casualmente o no, se parece mucho a la de Confection (Record Makers, 2013), su último álbum. Madonna parece estar sumida en una sucesión de infortunios, atrapada por otra parte entre el perfil de estrella que fascinó a medio mundo durante más de dos décadas y la sombra de sí misma en que podría haberse convertido. Sus discretos dos últimos álbumes, MDNA (Interscope, 2012) y Hard Candy (Warner, 2008) reforzarían, de hecho, la última de las aseveraciones. Más allá del poder de sugestión que aún conservaban sus rotundos singles.

El caso es que nadie recordaría ni sus resbalones ni su posición de fuera de juego en medio del ingobernable tablero cibernético (dos tempestades en un vaso de agua, si nos atenemos a su prolijo historial de encontronazos con la industria) si Rebel Heart acabase deparando un saldo concluyente. Si se convirtiera en ese puñetazo sobre la mesa que muchos llevan esperando desde Confessions on a Dance Floor (Warner, 2005), el último gran álbum de una carrera repleta de meritorias transformaciones (hagamos todos el esfuerzo ímprobo por soslayar el termino reinvención, tan manoseado e incluso objeto de chanzas en su caso).

¿Responde realmente este álbum a las expectativas? ¿Despeja todas las razonables dudas? ¿Certifica su longeva vigencia o delinea un irremediable ocaso? Pues ni lo uno ni lo otro. O ambas cosas a la vez, y solo de forma parcial. Y no se trata de ponernos gallegos por capricho: a Rebel Heart le sobra minutaje y se excede en algunas licencias que solo deberían tolerarse a algunas de sus émulas, pero también emite unas cuantas señales que permiten afirmar que la Ciccone aún no ha perdido de forma irreparable aquella afamada conexión con el presente, que la distinguía. Veamos.

EL BACKGROUND

Si algo caracterizó a Madonna durante décadas, fue su capacidad para saber rodearse de equipos creativos que la mantuvieran a la última. Compositores y productores con los que aprehender el signo de los tiempos. Ingenieros de sonido con los que hacer emerger a la superficie estilos que hasta entonces habían permanecido en los márgenes de la industria, y que ella fagocitaba en provecho propio. Ella no inventaba nada, por supuesto. Pero reciclaba con suma inteligencia e incorporaba cualquier nutriente con naturalidad a su discurso, sobrado de personalidad. El paralelismo con Björk, en este aspecto, vuelve a ser inevitable.

La mera enumeración de algunos de los nombres que la han producido a lo largo de todo este tiempo no solo quita el hipo, sino que explica en gran medida y por sí sola lo que ha sido el pop de consumo en los últimos decenios: Nile Rodgers, Patrick Leonard, Nellee Hooper, William Orbit, Guy Sigsworth, Stuart Price, Mirwais, Timbaland o The Neptunes. Estilos como la disco music, el italo disco, el house, el trip hop, el electro pop o el ragga. Los 80 fueron suyos (como de Prince o de Pet Shop Boys, si nos atenemos a la misma esfera), pero no bajó la guardia ni en los 90 ni en la primera mitad de los 00.

Redefinió el rol de la mujer dentro del gran negocio de la música. Una fémina plenamente autónoma en su ámbito de decisión, pero rotundamente orgullosa de su sexualidad. Resolutiva pero femenina. Intimidante pero sexy. Sostenida sobre un enorme andamiaje promocional, sí, pero plenamente capaz de demostrar que hace falta mucho talento para prolongar el embeleso con los medios durante tantos años. Y a ella el talento no le faltaba. Ni el buen ojo para saber rodearse de las compañías adecuadas.

Nunca tuvo el menor reparo a la hora de proyectar exactamente la imagen que quería. A prueba de escándalos. Bajo el severo escrutinio de la América más conservadora. A riesgo de aventuras inciertas que podrían desembocar en sonados deslices, como su libro Sex (Hachette, 1992). Su capacidad para trascender hizo que un buen número de bandas presuntamente alejadas de sus parámetros emprendiera versiones suyas de lo más sustanciosas. Teenage Fanclub (‘Like a Virgin'), Eric's Trip (‘Open Your Heart'), Juliana Hatfield (‘Gone'), Lords of The New Church (de nuevo ‘Like a Virgin') o Ryan Adams (también ‘Like a Virgin') lo hicieron. Aunque la palma se la llevaron Ciccone Youth, el proyecto con el que Sonic Youth y Mike Watt pervertían con humor material suyo (una sui generis ‘Into the Groovey', retocando hasta el título) y de otros músicos como Robert Palmer.

Ella pulió los contornos del molde del que luego se valdrían Kylie Minogue, Britney Spears, Christina Aguilera, Lady Gaga, Katy Perry, Robyn, Gwen Stefani, Kesha y tantas otras, que nunca puntuaron a su nivel. El rosario de émulas es tan vasto como significativo. Su huella es insoslayable, imposible de vadear.

Aún puede escucharse Like a Virgin (Sire, 1984), su obra maestra de entre al menos seis o siete álbumes más que notables, como si se hubiera facturado en el espacio exterior. Como una obra visionaria gestada por un puñado de alienígenas. Más de treinta años después.

EL DISCO

Tratando de no perder el tren de la modernidad, han sido Avicii y Diplo, en esta ocasión, los dos productores que han corrido con el mayor peso de la grabación. Dos de los ingenieros de sonido de moda. Ambos figuran entre los más solicitados del mundo. Aunque también aparece Kanye West en un tema.

El primero es un DJ y productor sueco, célebre por sus trabajos para David Guetta, las hechuras electro pop de casi todo lo que toca y por sus propios discos. El segundo, Diplo, es uno de los productores de moda del último lustro, un norteamericano reconocido por su absorción de fuentes sonoras exóticas (del Brasil, fundamentalmente) y por sus trabajos para Shakira, Robyn, Die Antwoord, M.I.A., o Buraka Som Sistema, al margen de Major Lazer, su propio proyecto. Es también él quien contribuye a dar forma a los momentos más jugosos de Rebel Heart. Que son, mayoritariamente, los que se ocultan entre las pistas 4 y 9 del álbum, con alguna que otra intermitencia.

Porque estamos hablando de nuevo de un trabajo irregular, repleto de momentos de relleno y propenso a cierto superávit de baladas edulcoradas (el último decenio no ha sido precisamente benévolo con sus relaciones de pareja). Pero también pródigo en momentos excitantes que revelan esa sintonía con el signo de los tiempos que parecía haber perdido casi por completo. Posiblemente ese pretendido equilibrio entre vulnerabilidad y fiereza no pueda ofrecer hoy día, en el caso de Madonna, más que un balance manifiestamente desigual.

El primer single, ‘Living For Love', vuelve a refrendar su olfato para los hits instantáneos, pero lo hace a costa de sacrificar algunas de las propiedades que hacían de Madonna una marca distintiva e inmediatamente reconocible. Un buen tema, producción de Diplo mediante, que podría haber llevar cualquier otra rúbrica sin que nadie se escandalizase, pese a la evocación de su producción más house de hace años.

La despersonalización se agudiza con ‘Devil Pray' y una ‘Ghost Town', que parece directamente una ramplonería de Rihanna. Es solo a partir de ‘Unapologetic Bitch' que la cosa se endereza hasta ganar muchos enteros: una cadencia reggae salpicada por rugosas erupciones sonoras, que recuerda a los mejores momentos de M.I.A. De nuevo con Diplo, y de nuevo conectando con el presente más vivificante. La rítmica agreste y tribal de ‘Illuminati', conducida por un fraseo veloz (rap, en esencia) y apuntalada con estribillo sugestivo, eleva el tono. Anda por ahí Kanye West, lo que explica el paralelismo del tema con las rotundas producciones de álbumes como Yeezus (Def Jam, 2013). ‘Bitch, I'm Madonna', con la participación de Nicki Minaj, es otro acierto irrebatible. Un zumbido infeccioso y maliciosamente travieso, de nuevo servido en bandeja por Diplo.

Todas conforman el proteico cogollo central (lo mejor, en resumen) de un disco que, a partir de entonces, se decanta por lo trivial (‘Hold Tight'), lo anodino (‘Joan of Arc'), lo muy mediano (‘Body Shop') y lo vacuo (‘Wash All Over Me'). Que viene a ser lo mismo, vaya, aunque cada una vista ropajes distintos. Y que solo vuelve a recuperar su buen tono con ‘Iconic' (con Chance The Rapper y un sampler con palabras de Mike Tyson) y la procaz ‘Holy Water' ("bitch, get off my pole", entona), gemidos y guiño meridiano a su ‘Vogue' incluidos. ‘Inside Out', por su parte, planea sobre esa misma sonoridad tectónica y abrupta de muchas de las canciones de Björk (como algunas de su reciente Vulnicura), pero se queda en ese limbo en el que habitan las canciones de envoltorio seductoramente pintón pero con tuétano exento de jugo.

Así que si esto fuera un combate a los puntos, el dictamen sería ciertamente apretado. Una versión ligeramente mejorada respecto a sus dos últimas entregas, pero irremediablemente atrapada entre la vigencia y la irrelevancia. Y quizá sea cierto que no quede esperar más de ella, a estas alturas, que puntuales chispazos de excitación, aunque haya que apretar la tecla skip del reproductor con más fruición de la habitual. Siempre quedará el escenario, uno de sus puntos fuertes, para calibrar su actual estado de forma. Y para entreverar sus actuales carencias en medio de su consabida batería de clásicos. Ya lo saben todos aquellos que la esperan el próximo 24 de noviembre, en el Palau Sant Jordi de Barcelona, su única cita en la península. Las pantallas volverán a demandar nuestra atención.

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4 comentarios

Fernando escribió
09/03/2015 08:33

Primero ordena tus ideas y trata de ser mas objetivo, menos sentimental... tus emociones embarran el articulo!

Luis escribió
09/03/2015 08:10

ja ja ja ja ja me encantan los comentarios ¿Objetiva? Es una crítica... No puede ser objetiva Nico. NO EXISTEN LAS CRITICAS OBJETIVAS. Y Christopher? Periodicucho? Porque dicen que el disco es malo. Pues se queda corto. El disco es una castaña y Madonna está ACABADA.

Nico escribió
09/03/2015 02:01

Pèsima nota!, 0 objetiva

Christopher Neil escribió
08/03/2015 21:13

Yo Sólo Mew Doy Cuenta De Una Sola Cosa: Los Únicos Que Publican Éste Tipo De "Notas" Son Los Pseudo Periodicuchos Que Nadie Recuerda Siquiera Su Nombre...Morbosos Que Única Y Vanamente Quieren Derrumbar Con Su Característico Amarillismo!!! ¡Larga Vida A La Reina Del Pop!

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