VALENCIA. Sokolov, uno de los mejores pianistas del mundo, que une a su técnica deslumbrante un consciente antidivismo, volvió al Palau de la Música el domingo 1 de marzo con un recital en el que de nuevo hizo gala de su extraordinaria profundidad, riqueza de matices y elegancia interpretativa. El pianista ruso comienza a ser, por fortuna para nosotros, un habitual del auditorio valenciano, ya que suele venir todos los años por estas fechas.
El artista, que viste frac de acuerdo con la más estricta tradición y que es casi automático en la parquedad de sus movimientos de saludo en respuesta a los encendidos aplausos, respetó su costumbre de ofrecer una especie de nuevo recital al final del concierto. Hubo seis propinas, la primera de Johann Sebastian Bach y las otras cinco, mazurcas de Chopin. Un total de 35 minutos que hicieron que la velada, que se inició a las 19.30, concluyese sobre las 22.20.
El recital se abrió con la Partita número 1 de Bach, que fue un prodigio de claridad expositiva, mesura, elegancia y belleza en la expresión. La Sonata número 7 de Beethoven marcó desde el Presto inicial un brusco cambio estilístico. Los contrastes dinámicos del ese movimiento, integrados en un fraseo siempre delicado, dieron paso al Largo e mesto. Sokolov se recreó en este movimiento hasta lograr cotas celestiales. Confieso que me hizo revivir con total plenitud la emoción del descubrimiento de esos extraordinarios pentagramas y el mundo que sugieren en mi primera juventud. Esa capacidad de hacer que obras conocidas suenen como nuevas es don exclusivo de los grande genios.
La segunda parte estuvo íntegramente ocupada por Schubert, una de las grandes especialidades del pianista ruso. Hizo una doliente Sonata número 16 del compositor austriaco, en la que destacó la impresionante versión del Allegro giusto inicial.
Tras un muy breve saludo y sin salir de escena, Sokolov atacó los Seis momentos musicales op. 94, en los que desgranó con exquisito gusto los contrastes y la extraordinaria belleza de las piezas compuestas por quien poseía una extraordinaria capacidad de invención melódica.
Hasta ahí hubo dos partes, pero la tercera fueron las seis propinas: de nuevo Bach y cinco mazurcas de Chopin, que sonaron excelsas en manos de Sokolov. No sé si fue antes del quinto bis que alguien de entre el público gritó: "Gracias". Y aún hubo otro que añadió en ruso: "Spasiva, Grigori". Una mujer le lanzó un ramo de flores que quedó sobre el entarimado y que Sokolov ni miró en sus idas y venidas entre aplausos.
Después del recital que duró más de dos horas y tres cuartos, el pianista todavía firmó discos y programas a un nutrido grupo de seguidores.
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