VALENCIA. Rafael Chirbes vive en una casa de campo a los pies de la Sierra de Segaria, en el municipio alicantino de Beniarbeig, mirando al mar y a la mole pétrea del Montgó. Alrededor de la casa crecen naranjos y olivos, y también otros árboles más exóticos, como aguacates y nísperos. Nos recibe en la puerta, haciendo lo imposible para que no se escapen sus dos perros (Ramonet y Tomás). Al final, lo consiguen y Chirbes esboza con la mano un gesto de cansancio, como quien no tiene más remedio que acostumbrarse al carácter rebelde de sus chuchos. «Ramonet es muy nervioso... Tomás... ¿Que por qué el nombre de Tomás? Porque siempre quería más comida... Toma más, toma más...». A Rafael Chirbes, hablar de sus perros (o de su gato: «sólo está en casa cuando estoy yo: si me voy de viaje, desaparece ») le resulta algo incómodo. «Eso no lo vayas a poner», me advierte. Enseguida me doy cuenta de cómo le inquieta mi actividad anotadora: «Eso tampoco lo pongas», «y lo que te voy a contar ahora seguido tampoco». Rafael sólo quiere hablar de literatura y «mi intimidad no interesa a nadie», sentencia. Y, sin embargo, henos allí: Jesús con la máquina de fotografiar y yo con el amenazante bloc de notas. Y por si acaso su escepticismo hacia el oficio periodístico no hubiese quedado bastante claro, le suelta al fotógrafo, en un tono amenazante: «¡Te advierto que soy fotófobo!».
Rafael Chirbes habla con vehemencia, con ímpetu, lanzándote una mirada entre tímida y desafiante. Por momentos es muy cercano, como un viejo amigo recobrado, de pronto se pone a la defensiva y se enrosca sobre sí mismo. La conversación es de tú a tú, pero él es quien lleva la voz cantante. Cuando Casanova fue a visitar a Voltaire, ante el exceso verbal del visitante, el patriarca de Ferney le preguntó inquieto: «Dígame, ¿usted ha venido para hablarme o para que yo le hable?». Salvando las inevitables distancias, algo parecido me podría haber dicho, aunque lo cierto es que hablar me dejó bien poco. Y cuando lo intentaba me cortaba, hasta el extremo de reconocer que «me he vuelto un poco dictatorial... ¡Debe de ser que tan sólo hablo con los perros!».
En la planta baja de la casa, Chirbes tiene la cocina y una sala de estar, y en la planta superior, en un gran espacio, medio amueblado, su escritorio, sus librerías y su dormitorio. Me explica el contenido de la biblioteca, y cómo ha ido perdiendo muchos de sus libros en sus diferentes destinos y residencias, por no pagar los costes de transporte o por desgraciadas inundaciones. No es una biblioteca de postín, ni de referencia: es una biblioteca de lector compulsivo. Son libros vividos, subrayados, más que viejos, usados, muy usados. Sobre una mesa hay unas pilas de obras para una conferencia que está preparando sobre el socorrido tema de guerra y literatura: me recomienda con entusiasmo el libro de Bernal Díaz del Castillo Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España. Le pregunto si ha leído Las Benévolas de Littell, y me dice que sí, pero que el final le pareció muy decepcionante, inmoral, de un travestismo sicológico absurdo. «En cambio, Patrick Modiano me gusta mucho. En especial, Un pedigree. Esa sociedad urbana tan fría, esas familias francesas tan distantes, donde cada uno va a la suya... Ese París misterioso, lleno de recovecos».
DE GIRBÉS A CHIRBES
Rafael Chirbes se encuentra mucho más cómodo hablando de libros. Se ha sentado en la butaca de su escritorio, y yo me mantengo de pie, junto a la ventana que mira a los farallones calcáreos de la Segaria. Aunque tras algunas opiniones literarias contundentes (que diría Nabokov) me ruega de nuevo que aquello quede en el ámbito estrictamente personal. «No me gusta polemizar... Ya me imagino: ‘Chirbes dice que...', ¡no, no!». Me sorprende un poco esa reticencia suya hacia el titular de prensa, lo pudoroso que se muestra el autor de Crematorio.
Veo que en su biblioteca hay libros de autores catalanes, y algunos de éxito reciente, como Jo, confesso, de Jaume Cabré. «Soy un escritor en castellano, pero mi lengua materna es el valenciano. Estudié en castellano y eso determinó mi lengua literaria. Pero al principio tenía una clara diglosia. Escribía ‘Las nubes cruzan el cielo' y lo pensaba en valenciano... A veces me gustaría escribirlo, el valenciano, y otras me alegro de no hacerlo, porque hay una cierta melancolía en los que lo cultivan». Recuerdo a Steiner, y su bello texto sobre los que escriben en "una lengua pequeña" que se encuentra en Lenguaje y silencio. Aún así, le digo, quizá mintiendo un poco, que yo nunca he sentido esa melancolía.
Chirbes me recomienda la lectura de Miklós Bánffy, sobre la caída del imperio austrohúngaro, y las relaciones entre los austriacos y los húngaros (claramente, los valencianos debemos ser los húngaros). Le pregunto sobre su apellido y ríe: «¡Soy el único Chirbes del mundo! Mi padre se apellidaba Girbés, pero el secretario del ayuntamiento lo escribió con ‘ch'... Mi abuelo era cestero, y tenía la tienda en el lugar donde se construyó el Mercado Central de Valencia. Eso hizo que se fuese a vivir a Algemesí, y después a Dénia...».
Su padre fue ferroviario y murió cuando él tenía cuatro años. Me enseña una fotografía de su madre, con un vestido de flores, una mujer atractiva, de aspecto moderno. La inesperada muerte de su padre lo cambió todo e hizo que lo internasen en diferentes colegios de huérfanos de ferroviarios. Aquella soledad del internado lo marcó profundamente, y se aprecia en su novela La larga marcha, en especial en una escena durísima que le ocurre al hijo del limpiabotas. «Son las páginas más amargas que he escrito». Pienso en el limpiabotas, que ha perdido las piernas en un accidente de tren, y en su hijo obligado a ser internado en un colegio tan triste como riguroso... Le pregunto si él es aquel niño y me asegura que no, aunque poco después también me advierte que él es, en cierto modo, todos los personajes de sus libros.
COMUNISTA INTERNACIONALISTA
En realidad, no tiene importancia. Y Rafael Chirbes insiste en que lo mismo da lo que haya de cierto o de ficción en sus libros. El lago de En la orilla podría ser la marjal Pego-Oliva, aunque por momentos recuerda la Albufera de Valencia. A Chirbes no le interesa afinar en el detalle y crea muy libremente la atmósfera que necesita para su desarrollo novelístico, sin caer en una descripción paisajística precisa. A fin de cuentas, sus novelas son más sicológicas que otra cosa: la trama es la arquitectura sobre la que se sustenta esa angustia vital que sufren casi todos sus personajes.
«Me interesa el estado del alma humana a principios del siglo XXI», concluye. Y es cierto. No obstante, aquellos años pasados por internados españoles, durante la larga posguerra franquista, fueron decisivos en su educación y en su bagaje literario. Su prosa es límpida y segura, y su literatura exigente: «Me gusta que el lector se esfuerce un poco en subir la cuesta... Esa cuesta que tanto me ha costado superar a mí como escritor». Y pienso que a lo mejor, sin aquella muerte prematura del padre, sin aquella inesperada ausencia que determinó tantas cosas en su casa, Chirbes habría sido Girbés, y quizá nunca habría habido novelista, o al menos el novelista que hoy conocemos.
Aún así le pregunto si La Marina de En la orilla es la de Dénia. Me contesta que es toda la costa valenciana, que el minifundismo ha sido letal para el paisaje y ha hecho proliferar miles de casitas y apartamentos. «Y lo ha llenado todo de escombros y de mierda. No hay campo abandonado que no se haya transformado en un basurero. La gente vive al lado, sin importarle nada... Pero toda esta destrucción ya se inició con el PSOE. A los seis meses de llegar al gobierno ya habían privatizado cajas de ahorro, ya lo habían desmantelado todo, ya habían dado legitimidad al caciquismo andaluz. El PSOE creó una nueva burguesía, y lo que ahora está pasando es el resultado de aquellos años». Pero puntualiza: «Por eso no hay que llegar al extremo de los de Compromís, que hacen rutas por la Valencia de la vergüenza. La especulación, el pelotazo, la corrupción se han producido en toda España. Valencia no es la excepción de nada...».
Se hace un silencio. Rafael Chirbes concluye, matizando su posición política: «Soy comunista internacionalista. La única lucha que me interesa es la de las clases sociales». Le comento que estaría bien que abandonase un poco su retiro y participase más en la vida cultural valenciana, que una voz como la suya, tan respetada, sería de gran ayuda. Pero esa posibilidad le inquieta, porque perdería su tranquilidad, se vería acosado por los periodistas (y me lanza una mirada elocuente). Él sólo aspira a escribir y al retiro intelectual. «Mis libros se leen, se traducen, tienen buenas críticas... No debo estar tan loco». Insisto en que la sociedad valenciana necesita no sólo sus novelas, sino también un mayor compromiso social suyo.
En la orilla se inicia con una cita de Diderot, uno de sus escritores preferidos, y le pongo como ejemplo su activismo cívico. Su opinión es muy respetada, vuelvo a insistir, y podría ser un puente de unión entre Valencia y Madrid, ayudar a establecer vínculos, a facilitar una visión más plural de la cultura española. «Yo creo en el federalismo, donde diferentes nacionalidades podrían convivir... Hace poco participé en un acto reivindicativo de C9. Su cierre significó traspasar el punto de no retorno, fue el inicio de una estrategia de desmantelamiento cultural... Pero este país está acabado. Lo han desmantelado, lo han arruinado. Gente mala, como Serafín Castellano o Juan Cotino. En realidad, España ha fracasado como nación».
Lo llaman por teléfono y sale al jardín. Es un vecino del pueblo que lo felicita por el Premio Nacional de Literatura. Chirbes escucha los halagos pacientemente. Ramonet y Tomás han regresado de su escapada perruna y saltan alegres a su lado. Cuelga, me mira y concluye: «¡Así está el patio, joven!». Pero de repente recupera el hilo de la conversación: «Más bien me gustaría ser como el poeta Lucrecio, que escribió desde el anonimato. La vida del escritor es lo de menos y su activismo público quizá también... Lo que importa es la calidad de su literatura y su supervivencia. Así, desde la sombra, desde un retiro anónimo, sería plenamente feliz».
(Artículo publicado en el número de diciembre de Plaza)
Me gustaría conocer la dirección postal de este escritor, para dirigirme a él directamente sobre los libros quje he leído de él. La entrevista lo califica, desde luego. Saludos.-
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