VALENCIA. El Carnaval es una sombra en Valencia. Convertido en una fiesta menor en las últimas décadas, la celebración sobrevive como un accidente casi romántico que se intenta recuperar por parte de las nuevas generaciones, en una iniciativa que sólo ha calado en dos barrios de la ciudad, Benimaclet y Ruzafa, y de manera casi tangencial.
En Benimàclet desde finales de los años ochenta se celebra el Carnaval con la declaración de la independencia del califato del Moro Maclet. Este viernes 20 de febrero, siguiendo una tradición no escrita, se celebrará esta proclamación de independencia a la que seguirá una fiesta alternativa en la plaza.
Más organizadas, las actividades de Carnaval Russafa CulturaViva se han destacado desde su inicio por su carácter integrador de otras comunidades. Aunque según sus organizadores tiene su inspiración en los carnavales de los años 20 en Valencia, semejan más un remedo de otros anglosajones, como el famoso de Notting Hill, dice el bibliófilo valenciano Rafael Solaz.
El Carnaval valenciano como tal es historia. Tal y como señaló Àlvar Monferrer i Monfort en un artículo sobre la fiesta, que se incluyó dentro de la enciclopedia publicada en el año 2000 por el desaparecido Banco de Valencia, "el Carnaval ha perdido la importancia que tenía como fiesta de subversión local. En muchos lugares se ha convertido en una fiesta escolar o infantil perfectamente domesticada". Nada que ver con el pasado.
Porque al Carnestoltes, cuyos orígenes se pierden en la prehistoria, lo que le definía era el ser cauce a través del cual se canalizaba la irreverencia y la expresión popular. "La locución Carnestoltes tiene antecedentes muy antiguos, de origen paganos, procedente del latín carnes tollitas", dice Solaz, quien recuerda que la palabra Carnaval aparece en el siglo XIX. "A lo largo de la Edad Media estas prácticas festivas tuvieron cierta benevolencia pero, poco a poco, se fue ejerciendo un control sobre ellas, ya que consideraban eran muchos los desmanes que en esos días se cometían".
Así, en el Carnaval de 1521 en Valencia los agermanados expusieron a la entrada de la calle de Trench una representación del emperador Carlos V con la tiara en la cabeza, pero colgado de los pies y con las nalgas al aire. Mascaradas, batallas campales de estudiantes con naranjas antecedente claro de la actual Tomatina de Buñol, las fiestas de Carnaval fueron las celebraciones más populares y descontroladas de la ciudad de Valencia durante los siglos XVI y XVII.
Su trascendencia fue tal que fue glosada por Daniel Defoe en su Memorias de guerra del capitán George Carleton. Defoe señalaba en su novela, ambientada a principios del siglo XVIII, que en el Carnaval de Valencia las calles estaban "abarrotadas y las casas vacías". "Resulta imposible pasear sin recibir algún empujón o sufrir cualquier broma", escribía el británico. "Los jóvenes de la nobleza (...) traen consigo, como muestra de galantería, cáscaras de huevo que llenan con zumo de naranja u otros líquidos dulces, las cuales arrojan a las damas que pasean en sus coches", relataba.
"A partir del Concilio de Trento y hasta el siglo XIX se aumentará las prohibiciones en el intento de suprimirlas totalmente, incluso se prohibió el uso de las máscaras argumentando medidas de seguridad ciudadana", explica Solaz. Pero no menguaron su popularidad. "Fue tan importante el Carnaval", comenta, "que el paseo de la Alameda se convirtió en un punto de encuentro de la alta sociedad y hasta de los círculos literarios a finales del XIX".
Un ambiente que describió con precisión Vicente Blasco Ibáñez en Arroz y tartana. "Muchachos con pliegos de colores voceaban las décimas y cuartetas, alegres y divertidas, para las máscaras, colecciones de disparates métricos y porquerías rimadas, que por la tarde habían de provocar alaridos de alegre escándalo en la Alameda. En los puestos del mercado vendíanse narices de cartón, bigotes de crin, ligas multicolores con sonoros cascabeles y caretas pintadas capaces de oscurecer la imaginación de los escultores de la Edad Media. (...) Por la tarde, Nelet enganchaba la galerita y a la Alameda, donde la fiesta tomaba el carácter de una saturnal de esclavos ebrios. El disfraz de labrador era un pretexto para toda clase de expansiones brutales".
El Carnaval fue pues, durante siglos, la fiesta por antonomasia, el jolgorio popular, la gran francachela. ¿Qué lo cambió todo? "La prohibición del franquismo fue fundamental", apunta Rafael Solaz, en referencia a la orden dictada por el Gobierno de Burgos en febrero de 1937 por la cual se prohibió el Carnaval en la España nacional. Pero no fue lo único.
El profesor del Departamento de Sociología y Antropología Social de la Universitat de València Gil-Manuel Hernández, apunta a otro factor clave para la desaparición del Carnaval en Valencia. "Las Fallas fueron tomando protagonismo y aunque el Carnaval en los años 20 aún tenía su interés, tras la prohibición del franquismo no se recuperó, en gran parte, porque las Fallas ocuparon su lugar", explica.
El porqué las Fallas conquistaron ese espacio se halla, en buena medida, en sus similitudes. Como las fiestas de Carnaval, las Fallas celebran el fin del invierno natural, que no el del calendario, y son una exaltación de la vida con desvergüenza y sátira. Se encuentran, asimismo, al final de lo que vendría a llamarse el tiempo carnavalesco, dice Hernández.
La versión tradicional de la historia de las Fallas según señaló a finales del XIX Vicente Salvador y Monserrat, Marqués de Cruïlles, es que fueron creadas por el gremio de carpinteros, una idea muy del agrado de la burguesía del momento. Otros aluden a su origen pagano y ya en su momento autores como Puig Torralba (1894) y Tramoyeres (1895) pusieron en relación los orígenes de esta fiesta con los peleles de Carnaval
Las Fallas tal y como las conocemos tienen su primera referencia impresa a finales del siglo XVIII, en un oficio del Ayuntamiento de 1784 en el que se pide que las Fallas se instalen en plazas y espacios abiertos para evitar incendios. Es decir, Fallas y Carnaval como tales coincidieron durante siglo y medio y entonces tenía prevalencia la segunda fiesta, porque era la que más le gustaba a la burguesía local, con sus bailes en la Lonja, en el Casino de Agricultura y en el Teatro Principal.
"El Carnaval valenciano", explica Hernández, "en el siglo XIX tenía dos niveles: uno más aristocrático, con bailes de máscaras en salones, y otro más popular, que se hacía en la Alameda, en el que había sociedades". Para revivir el primer nivel, basta con recordar el famoso artículo de Mariano de Larra ‘El mundo todo es máscaras. Todo el año es Carnaval' ; para el segundo, ver el cuadro de Ignacio Pinazo El Carnaval en la Alameda.
La convivencia de ambas fiestas fue apacible. "Además había vínculos entre las Fallas y el Carnaval", relata Hernández. Dichos vínculos quedaron cercenados de raíz tras el edicto de Burgos que, al concluir la Guerra Civil, se extendió a toda España. En su ánimo represor, las autoridades fascistas también sopesaron incluso, según explica Hernández, suprimir la Cabalgata del Ninot precisamente por su carácter carnavelesco. Y es que, apunta, "los carnavales habían contaminado mucho, en el buen sentido de la palabra, a las Fallas".
A la supervivencia de las Fallas contribuyó que se asimilaran elementos externos de carácter religioso que agradaban a la dictadura, como la ofrenda a la Virgen que nació en 1941 y se institucionalizó en 1945. Pese a ello, las fiestas no fueron bien vistas nunca por parte de la curia y hubo tiranteces con la Iglesia, especialmente con el arzobispo Marcelino Olaechea, que llegó a plantear el cierre de los paradores falleros en 1958. Una animadversión por la que fue objeto de burla por parte de la ciudadanía.
Con estos apósitos del franquismo como la Ofrenda, asimilados y aceptados por los festeros, las Fallas pudieron pasar los años de la dictadura sin problemas e incluso se mantuvieron propuestas como esa Cabalgata del Ninot de corte "carnavalesco". Pese a que con la llegada de la democracia se realizaron pequeños intentos por recuperar el Carnaval, estos sólo cuajaron en algunas poblaciones de Alicante y Castellón y en algunas poblaciones de Valencia. Pero en Valencia ciudad para nada se aproximaron a los que fueron los Carnavales de antaño, esos que retrató Pinazo.
La desaparición del Carnaval fue casi total e inevitable. Las Fallas se impusieron tras haber adoptado muchas de las pulsiones que anidaban en el Carnaval. "Los disfraces, el juego con muñecos, la iluminación del espacio público, la sátira, la parodia, las verbenas populares...", enumera Hernández, pasaron a ser propiedad de las Fallas, que acabaron acaparándolo todo. Hasta los bailes en grandes salones fueron reemplazados por los paradores. Resulta inevitable recordar de nuevo a Blasco Ibáñez y su frase de Arroz y tartana: "El disfraz de labrador era un pretexto para toda clase de expansiones brutales". Hablaba del Carnaval de finales del XIX, pero valdría perfectamente para el comportamiento de algunos falleros hoy día.
La vinculación entre Fallas y Carnaval es defendida por muchos especialistas. De hecho hay en marcha un proyecto europeo que estudia las fiestas de Carnaval de cuatro ciudades europeas (Maguncia, Lisboa y las localidades italianas de Viareggio y Putignano) y las Fallas, que en perspectiva, dice Hernández, cabría calificar como "un Carnaval evolucionado".
Aparte de sus parecidos espirituales (celebración de la vida, ironía, fiesta en la calle...), las cinco tienen además en común el uso de arquitecturas efímeras para representar la sátira. Así, las carrozas que desfilan a lo largo del paseo marítimo de Viareggio, acogen enormes caricaturas de cartón piedra de personajes de la vida política, cultural y del mundo del espectáculo. En Maguncia (Mainz en alemán) las cabezas gigantes Schwellköpp o Monumentos son obras de arte, creadas durante meses por artesanos y artistas que emplean materiales como cartón, madera, papel y pintura.
En el Carnaval de Lisboa uno de sus momentos destacados es el llamado entrudo, que es una cabalgata de carrozas que reflejan no sólo aspectos tradicionales sino también la actualidad. Y en Putignano, no sólo hay carrozas alegóricas de cartón piedra sino que también tienen una costumbre de evidentes similitudes con tradiciones valencianas: durante varias horas, ininterrumpidamente, decenas de poetas dialectales suben al escenario montado en la plaza del pueblo para declamar versos satíricos rimados.
El proyecto, que se ha presentado esta semana a instituciones como la Generalitat, la Diputación de Valencia o el Ayuntamiento de Valencia, cuenta con financiación de la Unión Europea. Se titula Ephemeral Heritage of the European Carnival Rituals (Patrimonio efímero de los rituales carnavalescos europeos) o Carnival Project (Proyecto Carnaval), y en él participa directamente la Universitat de València, con un equipo que coordina Gil-Manuel Hernández, la Associació d'Estudis Fallers y el Instituto de Restauración del Patrimonio de la Universitat Politécnica de Valencia. Entre los partners también hay universidades prestigiosas como la de la propia Maguncia o la de Bolonia.
"La idea", explica Hernández, "es crear una red europea de ciudades con fiestas de Carnaval, partiendo de tres grandes modelos de carnaval europeo: el mediterráneo (Italia y España), el nórdico (Alemania) y el atlántico (Portugal). Nuestro proyecto es multidisciplinar (hay sociólogos, historiadores, antropólogos, economistas, gestores culturales y artistas plásticos). Lo más importante es que la red europea nacerá impulsada desde Valencia", asegura.
Un proyecto que ayudará también a explicar porque quizás sea inexacto decir que el Carnaval ha desaparecido de Valencia: Quizás habría que decir que en Valencia ahora se le llaman Fallas. Una tesis que no gusta a todos, pero que va cobrando más fuerza.
Excelente artículo.
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