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HUELLAS Y PERVIVENCIA DE UN GÉNERO

Qué fue del trip hop

CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA. 14/02/2015

Más de 20 años después de su irrupción, rastreamos la huella del género con motivo de la visita de Tricky a nuestro país

VALENCIA. Atmósferas densas, efluvios narcotizantes, cadencias pausadas y, sobre todo, estilo. Mucho estilo. Elegancia a raudales. Marchamo cool. Con esas credenciales se presentaba en sociedad un estilo que, desde principios de los años 90, fue imponiendo su ley hasta convertir sus argumentos en moneda común de cualquier campaña publicitaria de cierto pedigrí. Ante la sequía actual, hoy nos puede parecer mentira que hace solo un par de décadas, y en cuestión de menos de un lustro, se propiciase la irrupción sucesiva de nuevos estilos con un determinante poder de penetración entre el gran público. Y con su correspondiente efecto mímesis en manos de los jerifaltes de la moda y la publicidad.

Porque eso conseguían el trip hop o el grunge. Otros géneros de menor calado también propagaban la valía de sus correspondientes etiquetajes genéricos, aunque fuera a menor escala: el post rock, el indie rock, el big beat, el emocore, el hardcore melódico o el revival del punk rock encarnado en California. Pero seguramente ninguno de ellos encapsuló con tanta precisión el espíritu de los 90 como el trip hop, que propagó los efectos de su propuesta a la velocidad del trueno por todos los confines del planeta.

LA DIFICULTAD DE TRASCENDER EL MOLDE

Surgido en la porteña Bristol, al suroeste del Reino Unido, el género acuñó una peculiar amalgama de pop espurio, dub sinuoso, blues licuado y un soul tan desfigurado que conservaba la esencia, pero no el envase. Hay quien lo definió como una suerte de cruce entre hip hop y electrónica. Y la descripción no deja de revelarse como lógica si tenemos en cuenta que las dos comunidades de las que surgieron los principales abastecedores de pócimas trip hop fueron precisamente esas dos: los cenáculos de la estética y los sound systems hip hop de los años 80 y los mentideros de la electrónica a finales de la misma década.

El trip hop proponía un camino intermedio entre ambas culturas. De un lado, el espíritu callejero, espontáneo y multicultural (con fuerte presencia de la música negra) del hip hop. De otro, el afán de experimentación y el dominio sobre la tecnología de la electrónica, que precisamente buscaba por aquel entonces una vía de escape ante los ritmos frenéticos con los que la pujante cultura rave se nutría a gran escala.

 

La propia singularidad del género, cuyos principales adalides vieron como su obra fue imitada años más tarde (y pervertida, en más ocasiones de las deseables), se explica con la rotundidad de un hecho palmario: ninguno de sus tres artífices emblemáticos puntuó nunca por encima de sus respectivos álbumes de debut, pese a que el resto de sus trayectorias tampoco desprenda superávit de desecho, precisamente. Blue Lines (Virgin, 1991) de Massive Attack, Dummy (Go! Discs, 1994) de Portishead y Maxinquaye (Island, 1995) de Tricky, permanecen aún como las cimas no superadas del género. Sus tres piedras filosofales, cuyo canónico molde ha servido para la seriación de facsímiles sonoros que comparten, obviamente, las mismas coordenadas, pero rara vez su pellizco de genio. Todos ellos han tratado con los años de desmarcase de esas obras de referencia.

Pero tanto a Massive Atack, como a Portishead como a Tricky, pese a su empeño por labrarse un camino evolutivo y permeable a otros estilos, les ha perseguido siempre la sombra de sus extraordinarios debuts. Tres puntas de lanza de un momento único, en el que una ciudad (hasta entonces casi insignificante en la historia del pop) acaparó para sí los grandes focos mediáticos. Porque no consta que los estupendos The Blue Aeroplanes, The Brilliant Corners o Fuck Buttons hayan pasado a la historia precisamente en caracteres grandes. Ni que Propellerheads, Tears for Fears o Nick Kershaw hayan creado precisamente escuela, pese a su bien ganado éxito comercial.

Renovarse o morir, que dicen. Y en el caso del triunvirato trip hop de Bristol, con razón. Lo cierto es que los tres lo intentaron. Aunque con desiguales resultados.

 

FRECUENTANDO NUESTRA COSTA

Resulta curioso, pero a la par sintomático, que cuanto más lejos nos quedan aquellas obras magnas en el tiempo, más posibilidades tenemos por estos pagos de disfrutar de las propuestas de sus artífices. También es paradójico, hasta cierto punto, porque la experiencia a veces puede resultar algo gregaria respecto a lo que los tres eran capaces de ofrecer en sus años de máximo esplendor. No obstante, y aún con matices, tanto Massive Attack, como Portishead o Tricky, mantienen gran parte de su crédito gracias a sus aún excepcionales directos.

Esta misma semana (esta noche en Valencia-sala Salomé- y mañana en Madrid-TClub-) se presenta una buena ocasión de comprobar el estado de forma de Tricky, quien apunta recuperación en sus últimos discos. Será la segunda vez que pise la Comunidad Valenciana, tras su concierto en una carpa del FIB en su edición de 2008. Si echamos un vistazo al historial de visitas de sus correligionarios, veremos que los últimos años también han sido pródigos en visitas suyas. Massive Attack fueron cabezas de cartel del FIB 99 en su última noche, y volvieron el año pasado para deslumbrar en la programación del Low Festival de Benidorm de 2014. Portishead apabullaron al público del FIB de 2011, pese a tener que actuar justo antes que Arcade Fire, se convirtieron en el gran golpe de efecto del Low de 2013 y son nuevamente reclamo prominente del FIB 2015, el del próximo verano.

Su madurez está traduciéndose en nuestro gozo. Porque tanto unos como otros, pese a repetir sus shows (a excepción de Tricky, no se caracterizan por ser discográficamente prolíficos en los últimos tiempos), mantienen prácticamente intacta sobre el escenario la esencia de todo aquello que les hizo grandes. Y ni siquiera la ausencia del factor sorpresa que propicia tal enrocamiento en los mismos presupuestos escénicos parece pasarle demasiada factura a la singular espectacularidad de sus shows. Su fórmula no falla, así que no hay demasiadas razones para modificarla.

LA HUELLA SONORA

Cuando ellos evolucionaron, otros les copiaron la fórmula original. Mientras Massive Attack contaminaban su música con guitarras eléctricas, Tricky se dejaba empapar de rock, ragga y hip hop y Portishead aún prolongaban su barbecho a la espera de que el rock industrial y el kraut les insuflasen oxígeno renovado, decenas de imitadores de sus respectivas patentes les salían hasta de debajo de las piedras. Cuando Morcheeba, Attica Blues, Sneaker Pimps, Lamb o Moloko comenzaron a convertir el trip hop en música para ascensores e hilo musical de consultas de dentistas, las cosas empezaron a torcerse.

Unos pocos (Hooverphonic o Ruby) absorbieron sus enseñanzas desde una perspectiva algo más rica, pero fueron clara minoría. En la segunda mitad de los 90, no había campaña publicitaria que no se preciase de contar con algún sucedáneo trip hop como ilustración sonora, en el caso de no poder contar con las fuentes originales. Primaba el envoltorio, pero muy poco de su cuajo genuino. El esteticismo vacuo de la electrónica más trivial en su máxima expresión. Y sus ecos perduraron hasta bien entrados los 2000.

En nuestro país, la adaptación del patrón resultó bastante digna, curiosamente. Tampoco es que predominase su cultivo. No muchos lo intentaron con el desparpajo y la pericia suficientes como para despachar discos que aunasen sustancia y personalidad acusada al mismo tiempo. Pero lo cierto es que el álbum de Najwajean, el proyecto de Najwa Nimri y Carlos Jean (No Blood; Subterfuge, 1998) y, desde una óptica más cinemática y menos mimética, el mejor trabajo de Bergman, el proyecto de Xavier Soler y Xesca Fort (Inner; BOA, 2000) supusieron dos buenas muestras sobre cómo asimilar algunas de las enseñanzas de la escuela de Bristol sin ofrecer motivo alguno para el sonrojo. Y en clave valenciana, es de ley destacar que Every No One o los más jóvenes Monoh han ofertado más de un buen argumento en los últimos años como para creer en la pervivencia de la simiente de un trip hop autóctono, ya sea licuado entre otros cuantos ingredientes, pero plenamente identificable en la mezcla final.

Han pasado más de 20 años desde su irrupción. Pero pese al riesgo de obsolescencia de un estilo tan asociado a una coyuntura y a un tiempo muy concretos, el trip hop aún conserva su capacidad de contagio. Y mantiene a sus principales embajadores bien activos, y aun singularmente rozagantes sobre el escenario. En plena forma.

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