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House of cards, Gomorra... Cualquier parecido con la ficción es mera realidad

TERESA DÍEZ. 12/02/2015

VALENCIA. Ficción y realidad en ocasiones bailan juntos o por lo menos al mismo ritmo. En el cine es de todos conocida la obsesión del magnate de la prensa William Randolph Hearst con el estreno de Ciudadano Kane. Según Orson Wells, Hearst fue el mayor divulgador sobre el parecido de la historia con su vida. La música machacona de la radio-fórmula anti-Kane del DJ Hearst a través de sus periódicos evidenció justo el mensaje contrario a su intención.

En las series de televisión ambos mundos también tienen sus roces. El 18 de noviembre de 1990, por ejemplo, Gran Bretaña marcó un hito inconcebible hasta el momento en su historia: La BBC estrenaba una de sus obras más vendidas en todo el mundo, House of cards, cuyo protagonista era un maquiavélico y cínico miembro del partido conservador británico dispuesto a todo por acaparar mayor poder.

Francis Urquhart: «Nada dura para siempre (mientras pone del revés el retrato de la mismísima Margaret Thatcher). Incluso el reinado más largo y más brillante debe llegar a su fin algún día». (House of Cards. BBC)

Tan premonitoria fue su afirmación que ni el ojo clínico de Sandro Rey: dos días después del estreno de la serie John Major era elegido líder del partido conservador y posteriormente Primer Ministro en sustitución de Margaret Thatcher. Para mayor diversión del lector, resultaba que el autor de la novela original era Michael Dobbs, ex jefe del Gabinete de la propia «dama de hierro». En un ejercicio de catarsis, la televisión pública británica abofeteaba los cánones establecidos en televisión hasta el momento con un inteligente juego entre realidad y ficción que capturó el estado de ánimo del país y se acercó con descaro a su actualidad política. Tanto la prensa como los tories se declararon fans de la serie. Los miembros del gobierno abandonaban cada domingo a las nueve sus obligaciones políticas en plena crisis de gobierno para sentarse frente al televisor, y el propio John Major afi rmó que House of cards había conseguido para su carrera lo que Drácula para la de las baby-sitters.

Veinticuatro años después, en febrero del 2014, se estrenaba en EEUU la segunda temporada de la versión de Netflix. Su protagonista, Frank Underwood, en la temporada anterior había escalado hasta la vicepresidencia del Gobierno con las mismas malas artes y juego sucio que su homólogo británico. En el mundo real y con total naturalidad el presidente Obama nos la recomendaba por Twitter y en petit comité afirmaba que «ojalá las cosas en Washington fueran tan despiadadamente eficaces».

Frank Underwood: «Quizá crean que soy un hipócrita. Pues deberían hacerlo». (House of cards. Netfl ix)

Por el contrario, en Italia, el pasado mes de mayo, el canal de cable Sky Italia estrenaba la serie basada en el libro de Roberto Saviano, Gomorra, protagonizada por un grupo de mafiosos napolitanos que dominaba todos los estratos del distrito de Scampia. Una serie sobre unos anti-héroes en la que desafiaban, teóricamente, la famosa omertá o ley del silencio, y que se convirtió en el mayor éxito de Sky Italia. Esta vez, fuera de la ficción, en una epidemia de paranoia, desde algunos medios, políticos locales, Diego Armando Maradona, el director general de la RAI y hasta el propio Berlusconi, se echaron las manos a la cabeza ante semejante tropelía.

Era una difamación al país. Maradona amenazó con demandar a sus productores tras el rumor de que uno de los personajes, un asesino, llevaba su nombre. Su cabreo tuvo consecuencias y la producción cambió al «asesino Maradona» por el perrito Neymar, menos perjudicial para Nápoles, para el fútbol, o simplemente para Maradona que ya venía perjudicado de casa; El director general de la RAI prometía que la televisión pública italiana jamás produciría una serie en la que «los criminales se convirtiesen en un ejemplo» y que su ficción estaría siempre cimentada sobre el «buenismo».

Por último Il Cavaliere llevaba tiempo protestando por otras ficciones sobre la mafia como La Piovra (a cuyos guionistas quería estrangular), Romanzo Criminale y el propio libro de Roberto Saviano, cuyo éxito, con más de diez millones de ejemplares vendidos, pilló por sorpresa a su editorial, Mondadori, propiedad del propio Berlusconi.

¿Quién hubiera pensado que la gente fuera a leer tantos libros en vez de ver más la televisión? «Espero poner fin a la mala costumbre de hacer ficción sobre la mafia que tanto ha dañado la imagen del país», afirmaba. «Lo que debemos hacer es ficción para promover Italia».

Il Vecchio: (mientras mira la televisión encendida con el logo de Canale 5) «Mira, cada día un canal nuevo. El mundo está cambiando. En el futuro los crímenes ya no se cometerán con navajas». (Romanzo Criminale. Sky Italia)

Llama la atención los aspavientos que provocó en Italia Gomorra, pese a que su narración en realidad resultaba mucho menos ofensiva que el puyazo de Romanzo criminale a Canale 5. Paradójicamente además, el propio Berlusconi también se había atrevido a meterse en historias sobre la mafia al producir la miniserie Il capo dei capi, basada en la vida del capo Salvatore Riina. La diferencia radicaba en que en Il capo dei capi, frente al protagonista Toto Riina, existía un antagonista «bueno», un policía.

Toto Riina: «Tú para mí eres como la televisión. Te miro, y viendo tu vida me acuerdo de que he hecho bien eligiendo la mía». (Il capo dei capi. Canale 5)

En Gomorra, aunque no existiese un protagonista de la policía que compensase el poder «del mal», algunos personajes secundarios como el alcaide de la cárcel o un auditor económico del Estado tenían conductas incorruptibles. El antagonista en la serie era el Sistema que mostraba algunos brotes verdes, y por tanto, aún quedaba algo de esperanza. Si alguien tuviera que ofenderse, si acaso, deberían ser los políticos municipales catalanes ante la escena en la que Ciro afirmaba que les tenía supuestamente bien untados.

INT. NOCHE. Barcelona.
Ruso: «¿Qué es esto? (mirando un papel)».
Ciro: «Los que ganarán las próximas elecciones municipales. Los que decidirán qué construir y quién lo construirá... Los tenemos a sueldo a todos». (Gomorra. Sky Italia)

Por fortuna para los abogados de Gomorra, pese a la premonitoria y casual escena sobre la actualidad catalana, la serie no aclaraba si el porcentaje era de un 3% o de cuánto, y en la ficción las siglas del partido político hipotéticamente corrupto eran las de «PIU», evitando la identificación o tal vez haciéndola más cercana. A partir de ahí, son las piruetas de nuestra imaginación las que deciden si cualquier parecido con la ficción es, por casualidad, mera realidad.

(Artículo publicado en el primer número de la revista Plaza de noviembre de 2014)  

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