VALENCIA. El inevitable factor acumulativo hace que muchos arqueen la ceja ante las primeras confirmaciones que ofertan los carteles de nuestros festivales. El margen para la sorpresa es cada vez más reducido. Es cierto que hay tantas selecciones posibles como personas. Y que nada resulta más fiable que repetir una fórmula que lleva algunos años ya consolidada. Pero también lo es que la contratación de los mismos se ve aquejada por el recurrente intercambio de nombres, extraídos de una especie de ruleta en la que al final, la única incertidumbre radica en saber por qué parte de nuestra geografía aterrizará el artista en cuestión. Que seguramente estrene (o haya estrenado) disco en algún momento en las últimas dos temporadas, y que (también seguramente) haya pasado ya en cualquiera de las ediciones precedentes por alguna de las citas de rigor. Ya sea por Barcelona, Benidorm, Murcia, Madrid, Bilbao, Benicàssim o Burriana.
Este intercambio de nombres, aparentemente fácil, redunda en la pérdida de singularidad de la mayoría de nuestros festivales. Sumidos casi todos ellos en los borrosos contornos de eso que alguien convino en bautizar como indie, de modo genérico (asumiendo la parte por el todo, lejos de las connotaciones originales del término: ¿para qué complicarse?). Estas dos últimas semanas han sido propicias para las confirmaciones. Sin pretensión exhaustiva, el Primavera Sound se descolgó con The Black Keys, The Strokes, Ride o Patti Smith entre sus principales reclamos. El FIB hizo lo propio con Portishead, The Prodigy, Florence + The Machine y Noel Gallagher. Y el SOS hizo lo mismo con The National, The Vaccines y Metronomy.
Ride ni siquiera fueron cabeza de cartel del primer FIB, hace veinte años, y ahora son señuelo masivo de un festival que reúne diez veces más gente que aquel (sin mediar producción suya relevante de por medio). The Strokes aterrizan también en Barcelona cuando hace años (enfilando ya la pendiente descendente, de la que no se han recuperado) frecuentaban Benicàssim. The National deleitarán al público de Murcia tras haber pasado por casi todos los otros grandes festivales del Estado en el último lustro, y Portishead llegarán a nuestro país por tercera vez (sin contar sus actuaciones bajo techo en ciudades como Madrid) en menos de cinco años, ya que su bolo benicense resultará familiar a quienes hayan pasado por el recinto del PS, del Low Festival o de la propia edición del FIB de 2011. Hace nada, como quien dice. Tampoco puede decirse que la de Patti Smith sea una figura poco frecuente, si bien no tan socorrida como las anteriores. Así que bandas como los históricos The Replacements o la misma Tori Amos, recién confirmada en ausencia de Eels, se erigen, más allá de la vasta letra pequeña (que aún tiene muchos nombres por desgranar, muchas veces destilando el mejor jugo), en algunas de las escasas exclusivas en el calendario de festivales estatal.
ABRIENDO EL DIAFRAGMA
A esta creciente merma de cromatismo sonoro, que generalmente homogeneiza nuestra oferta, hay que sumar el diferente grado de apertura que nuestros festivales muestran a la hora de conformar su cartel. Ya abordamos en estas mismas páginas hace meses el recurso a ganchos exógenos, que pueden chocar en un primer momento pero que, a la larga, generan una win win situation (siempre sumando, y no restando) de la que todos suelen salir beneficiados. El último episodio ha sido la inclusión de Duran Duran en el cartel del Sónar, un festival que se autodenomina desde hace años como de música avanzada. Pero también hay una eterna asignatura pendiente cuyo déficit se le achaca a nuestros festivales desde hace años: su escasa apertura a estilos que no provengan de la tradición étnicamente blanca y occidental.
Algo se ha avanzado al respeto: no es infrecuente ver a bandas sudamericanas, africanas o japonesas en nuestros escenarios. Aunque quizá el mohín más usual era aquel que emergía al comprobar la rara aportación de músicos practicantes de géneros de raíz negra. Fundamentalmente de hip hop, un género que, salvo casos muy puntuales, siempre ha movido sus tentáculos de influencia en circuitos propios, sin mezclarse demasiado con las bandas de pop, rock y electrónica que pueblan nuestra geografía.
Es tendencia en el último lustro que las cosas ya no obedezcan a ese patrón. De La Soul, El-P, Public Enemy, Kendrick Lamar o Dizzee Rascal son solo algunos de quienes han pisado con cierta asiduidad nuestros escenarios en las últimas temporadas. Y a nadie parece ya extrañarle, a estas alturas, que compartan grandes caracteres con las principales bandas de rock, tal y como viene ocurriendo desde hace dos décadas en el Reino Unido o en EEUU. Porque, hasta hace bien poco, el hip hop parecía destinado en nuestro país a compartir protagonismo con el rock urbano, el hard rock o el mestizaje en citas como el Viña Rock. Y siempre defendido por bandas autóctonas.
"Creo que los grandes festivales de este país siempre han intentado que el hip hop estuviera representado: Sónar, Monegros, Primavera Sound o Periferias, por citar algunos ejemplos, han incorporado desde hace muchos años nombres del género en la medida de sus posibilidades", nos comenta el periodista David Broc, uno de los principales especialistas en el género en la prensa estatal. "Incluso el lejano y olvidado Doctor Music Festival trajo a Beastie Boys a finales de los 90, cuando este país era un solar desde el punto de vista de actuaciones de grandes nombres del género", recuerda acerca de la (ya irrepetible) presencia de los neoyorquinos en la edición del desaparecido festival de la vaca en 1998.
"En mi opinión", razona, "el problema no es que no hayan querido sino que no han podido por dos razones: la primera, económica, ya que el caché de muchos potenciales cabezas de cartel del circuito hip hop es demasiado elevado como para que salga rentable en España. Si pagas un alto presupuesto para traer a, pongamos, Neil Young, tienes muchas garantías de que el público responda; pero si decides apostar fuerte por un nombre como Jay-Z, por ejemplo, tampoco tienes la certeza de que ese sea un reclamo infalible para que tu público potencial se movilice". Y la segunda razón que estima para que no haya sido hasta hace bien poco que el hip hop ha fluido con más naturalidad en las grandes citas en nuestro país, es "social", ya que "aunque los responsables de los principales festivales de España, Sónar o Primavera Sound, son amantes y conocedores del género desde siempre, eso no quiere decir que el público potencial de sus festivales lo sea".
David Broc recalca, y no es un factor desdeñable en estos tiempos de consumo tan personalizado y estratificado por estilos, que "ha habido una clara evolución positiva en la educación musical del público español, ahora más abierto y ecléctico, que ha ido en paralelo a una mayor aceptación estética y conceptual del hip hop en ámbitos ajenos al género -y eso incluye indies, rockeros, hipsters o cualquier etiqueta más que se quiera-, lo que ha posibilitado que la presencia de referentes de la esfera menos comercial sea aceptada e incluso celebrada".
LOS MODELOS DE ESTE AÑO
Las dos presencias más rutilantes este año son las de Run The Jewels en el Primavera Sound y, sobre todo, la de Public Enemy (por vez primera) en el FIB. Un festival cuyo nutriente hip hop estaba capitalizado en los últimos años por el británico (cómo no) Dizzee Rascal. "Desde el punto de vista social, sí considero relevante la presencia de Public Enemy en el FIB", comenta Broc, porque "tan centrado en buscar al público extranjero, sobre todo británico, tiene sentido que empiece a incorporar referencias hip hop porque en el resto de Europa el género está plenamente integrado en los grandes festivales de verano y nadie se plantea qué pintan Public Enemy al lado de Portishead o Prodigy (algo que, históricamente, el público indie español, de mentalidad más cerrada, sí hacía)". Diferente es el grado de trascendencia artística, a estas alturas: "estos Public Enemy son una sombra de lo que fueron, ya han visitado España en unas cuantas ocasiones -se pierde el factor novedad- y tampoco me parecen la mejor propuesta posible para un contexto como el del actual FIB".
Queda mucho camino por recorrer, en todo caso, para que el hip hop esté plenamente integrado dentro de unas programaciones que, al fin y al cabo, están sujetas a la irrevocable ley de la oferta y la demanda. "A excepción de festivales de música electrónica que sí han integrado en sus programaciones a grupos o MCs españoles -básicamente Sónar y Monegros-, para el resto de festivales el hip hop español no existe", comenta. ¿La culpa? "Desde mi punto de vista el grueso de público que escucha discos de rap español apenas está interesado en el perfil de los artistas hip hop internacionales que visitan estos festivales y mucho menos en el resto de bandas que conforman el cartel y los festivales de aquí no consideran que la gran mayoría de propuestas "comerciales" de la escena encajen con su línea editorial". Con lo que las razones del desencuentro son palmarias.
El éxito de su implantación en Viña Rock, cuya apuesta por el hip hop dentro de su tradicional oferta de estilos híbridos y contundentes lleva años revelándose como acertada, reside para David Broc en el hecho de "darle prioridad a la escena nacional, porque saben que hay un público específico para ello que prefiere ver a cuatro o cinco bandas españolas que a un gran nombre norteamericano que muy probablemente cobre el doble que todas juntas".
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