Vuelve a las librerías un retrato del cantaor por excelencia que profundizaba tanto en el artista como en la persona
MADRID. "La afinación que tenía cantando era la de un instrumento. Eso no lo he escuchado nunca. Afinaba todas las fases y cada nota de los giros y llegaba al final del tercio que yo a veces me ahogaba de verlo. Y remataba con una fuerza y una seguridad tremendas (...) Para cantar así tenía que tener un cerebro privilegiado, pero a mí no me daba la sensación de que fuera muy inteligente. La suya era una cabeza normal, pero para cantar así tenía que ser un científico. Estoy hablando de la técnica, no del genio. Los cantantes de ópera dedican toda su vida al estudio para conseguir eso. Él lo hacía por mera intuición" Paco de Lucía.
"Era un crío que encandilaba a muchas mujeres. Una periodista norteamericana famosa le pidió un curioso favor a un íntimo amigo sevillano de José. "Coja la cámara de fotos -le dijo- y hágame una chupándosela a Camarón"
A los conocedores de la figura de José Monge, Camarón de la Isla, la película de Jaime Chávarri sobre el cantaor les dejó un sabor agridulce. Evitaba las aristas del personaje, su adicción a las drogas y otros aspectos de su personalidad más complejos e incluso incomprensibles. Uno de sus biógrafos, Enrique Montiel, dijo que retrataba "un Camarón de cartón piedra". Y subrayaba que se había filmado según los intereses de su viuda.
Recientemente comentamos el documental de Paloma Concejero sobre Antonio Vega. Un retrato que quiso llegar hasta el fondo y se encontró con ese mismo obstáculo, la familia. En este caso, no obstante, la directora no tuvo miedo de las críticas de sus allegados y se acercó al verdadero Antonio Vega. Un artista de gran talento cuya vida estuvo totalmente determinada por su politoxicomanía.
En ‘Camarón de la Isla ‘El dolor de un príncipe', que reedita Libros del KO, del periodista de El País, Francisco Peregil, trabajo que data de 1993, tenemos un análisis del artista sin edulcorar y sin cortinas de humo. Tampoco le faltaron obstáculos. Según dice en la primera página, cuando se sumergió en el mundo del flamenco se encontró con "mucho baboseo, mucho mito, tabú y oscurantismo".
En cuanto al músico, su genialidad la describe a la perfección Paco de Lucía en las palabras que abren esta reseña. A Camarón, desde niño, solo le interesó el cante. De pequeño, cuentan, iba a todas partes con un casete. "Canalizó toda su energía en eso". Además, era un artista de mente abierta. Inteligente y audaz en su arte. Entendía que en lo árabe no estaba toda la música flamenca, que de la griega se podían tomar muchos giros y así lo hizo. También le interesaban las músicas hindú y turca, y era aficionado de artistas tan dispares como Chick Corea y Manuel de Falla.
Luego las juergas flamencas hicieron el resto. En este libro hay quejas amargas de que ya se han perdido. Antes los artistas lo aprendían todo ahí, o lo ocultaban. Había quien tocaba la guitarra por debajo de la mesa para que no le robaran una idea. Comían de eso familias enteras. Pero con los años, en los 90 se empezó a aprender de los discos y, por eso, "ahora todo suena igual".
Esas fiestas también tuvieron su reverso tenebroso. Eran alcohólicas, hasta que los hijos empezaron a separarse y formar sus propios círculos, apartándose de sus padres, para compartir rayas de coca y chinos de heroína. Un problema no sólo de salud, sino porque con el vino eran todos más comunicativos, pero la coca al final lo que fomenta es la introspección. Lo reconoce hasta Paco de Lucía "la droga cambió las juergas. Todo el mundo callado y mirando de reojo, como mosqueados. Había tensión".
Camarón probó el caballo en 1981, tras ‘Como el agua'. El gran Bambino, uno de los que más hicieron por lanzarle, le estaba dedicando una canción y él tuvo que salirse a de la sala de fiestas para vomitar. No obstante, lo que le mató fue el tabaco, se repite sin cesar. Fumaba cuatro paquetes al día. Aunque nunca se pinchó. Siempre se fumó la heroína en plata y Peregil cita que existen estudios en Estados Unidos que relacionan el cáncer de pulmón con este hábito.
Su adicción fue fuerte. La típica del que tiene dinero, que siempre puede permitírsela. Pero también estaba abocado a ella, desgraciadamente. Demasiada gente le invitaba a demasiadas cantidades. Al salir de casa, todo el mundo por la calle le ofrecía. Él aceptaba las invitaciones por cortesía, aunque guardase género de mejor calidad en el bolsillo.
"se fueron a una sala de fiestas. Se produjo una rivalidad salvaje entre las bandas de allí por ver quién le ponía a Camarón el plato sopero más grande lleno de coca"
Paco de Lucía llegó a plantearse contratar a unos secuestradores para alejarlo de la heroína. En una etapa, perdió el contacto por completo de sus amigos y familiares y se sumergió en el ambiente de Vallecas de los 80, donde tenía al alcance la mejor heroína con sólo pedirla. "Cuando camarón exigía algo nadie podía interponerse, el que le decía que no tomara más droga igual tenía que ir a buscarla". Luego los gitanos de La Celsa se presentaban a saludarlo en cada actuación, diciendo que eran familia del tío Faustino que le acogió. A cada paso, le estaban ofreciendo. Invitando.
Según le confesó Camarón a Paco de Lucía, de niño dormía a los pies de su padre, que murió cuando él sólo tenía 13 años. "Penetró en el mundo de los adultos sin desarrollo afectivo en la infancia. El padre, tan necesario en la cultura gitana, le dejó un vacío". Tal vez ese trauma explique su personalidad adictiva, pero lo que sí que define es a un hombre que siempre destacó por ser hermético, socializar más bien poco. Nadie, ni sus mejores amigos, sabían nunca que estaba pensando.
Como profesional fue incluso más complicado. Ya de niño, en cuanto se comía un bocadilo después de la primera función, por motivos que sólo él conocía, no quería cantar en la segunda. Fallaba en muchas apariciones. Si en el tablao alguien estaba hablando mientras cantaba, se levantaba y se iba para no volver.
Cuando le diagnosticaron el cáncer, surgió la polémica que le separó de uno de sus mejores amigos, Paco de Lucía, cuyo padre lanzó al cantaor. Le "calentaron la cabeza" con que había 900 millones de pesetas generados por los derechos de sus discos y quiso su parte. En realidad, el reparto era justo. Él cobraba como intérprete, siempre por adelantado, y el padre de Paco de Lucía en calidad de compositor de las canciones. En el peor caso, si se hubiera apropiado de canciones tradicionales que permanecieran anónimas, no era ilegal.
Los Lucía no dieron su brazo a torcer porque habría sido como reconocer que le habían robado y se ganaron la enemistad de su séquito y parte de la comunidad gitana. A Paco de Lucía le dejaban mensajes en el contestador reclamándole el chalé en el que vivía. Y todo por muy poco dinero. En realidad, Camarón vendió muy pocos discos. Y ‘La leyenda del tiempo' iban los gitanos a devolverlo al Corte Inglés aterrorizados por la mezcla de estilos modernos. Lástima que el hijo del guitarrista esquivara todo este asunto en el documental sobre su padre.
En cuanto a anécdotas, las escenas parecen sacadas de pinturas negras españolas. Las más escalofriantes son las películas caseras que rodó con Juan Luis Bandrés, propietario de la ganadería del toro que mató a Paquirri. Utilizaba retrasados mentales y homosexuales para grabarles y reírse de ellos. A Camarón lo grabó galopando sobre una escoba vestido de vaquero e hizo que un retrasado se echara encima de él por sorpresa. Esa era la gracia del vídeo, y el cantaor tuvo que permanecer quince días en la cama doliéndose de las costillas.
"También se acuerda de una noche en que entre varios del tablao se propusieron desnudar a una vieja borracha que estaba con ellos y la desnudaron. Llorábamos de risa", decía Eugenio. Vida intensa aquella.
Fue condenado por imprudencia temeraria en un accidente de circulación en el que hubo víctimas mortales. También fue detenido por un policía de Sotogrande que le acusó de amenazarle con "rajarle" en una discusión de tráfico. Todos estos incidentes, y su forma de vida, hicieron mella en el cantaor y sus facultades.
Sin embargo, su figura es difícilmente igualable y su nivel jugó en contra de todos los que quisieron imitarle posteriormente. En su entierro, 50.000 personas pasaron por la capilla ardiente. Un improvisado servicio de seguridad se abría paso "a patadas". Fue un artista que ya había trascendido en vida. Recordaba el fotógrafo Alberto García-Alix, que le inmortalizó, que cuando le tuvo delante vio que de él "emanaba algo especial". Para Paco de Lucía el secreto era él mismo: "cuando otros cantaores recurrían a letras con temática social, la voz desgarrada de camarón evocaba por si sola la desolación de su pueblo".
CAMARON: EL DOLOR DE UN PRÍNCIPE
Francisco Peregil
Libros del KO 2013
245 páginas
16 euros
Yo creo que la mayor parte del tiempo Camarón pensaba en canciones de cantaores que le gustasen (vivos conocidos, escondidos o muertos) y en cómo adaptarlas a su estilo. Otra anécdota buena es cuando los Rolling Stone le pidieron que cantarapara una fiesta privada y éste les dijo "yo hace ya mucho tiempo que no canto pa señoritos"
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