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MEMORIA DE LA ACTIVIDAD POP LOCAL

Garitos indies en la Valencia de los 90: mucho más que un olor a espíritu adolescente

CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA. 10/01/2015 Tranquilo Niebla, Gurú o Revólver ayudaron a poner banda sonora a las noches valencianas desde presupuestos independientes

VALENCIA. "La música del Virus fue como la mantequilla con la que untaba las rebanadas de mi existencia para que esta fuera más digerible...cuando el paraíso comenzó a deshacerse crepitando como una película quemada, en el Virus siempre quedaba la música. Los demás bares del pueblo son lo que la metadona a la heroína: un sucedáneo. Sin el Virus, todos los días son como la mañana de Navidad: hace frío y no hay nada que hacer".

Esta es la forma en la que el periodista valenciano Jota Martínez Galiana describió el Virus, el local nocturno imaginario (aunque basado en hechos reales, como suele decirse) en torno al cual discurre gran parte de la acción del espléndido Ya no somos modernos (Eutelequia, 2014). Una novela de tinte generacional de inequívoco anclaje en los años 90, en el que la música pop del momento jugó un papel esencial. Pero esa misma descripción serviría, prácticamente sin restarle un ápice de vehemencia, para describir la nebulosa de recuerdos que orbita en torno a la memoria de quienes frecuentaron cualquiera de esos locales que, a principios de los 90, cuando el indie aún merecía llamarse como tal, tejían en Valencia una amplia red de complicidades en torno a una música que en aquel momento era absolutamente minoritaria. Nada que ver con el panorama actual, para bien y para mal.

PIONEROS INELUDIBLES

Unos simplemente programaban música. Otros incluso se atrevían a organizar conciertos. Todos ellos tomaron en cierta forma el relevo de Planta Baja, Gasolinera, Babia e incluso Barraca Bar, establecimientos emblemáticos de los años 80. Pero ninguno tuvo el carácter prácticamente pionero (envuelto en un halo de resistencia cual aldea de Astérix en una esquina de la Galia) que Tranquilo Niebla. Prácticamente en uno de los chaflanes en los que la calle Salamanca se encuentra con Conde Altea, en un local que hoy en día es un dispensador de kebabs, se ubicaba el bar que Juan Enrique León y Luis Miguel Rojas regentaron desde marzo de 1991 hasta marzo de 1997.

Polar

Y es que hoy en día no lo parece, pero pinchar a Teenage Fanclub, Chris Knox, Sonic Youth, Dinosaur Jr, Pavement, Chapterhouse, Adorable o The Boo Radleys en pleno corazón de Cánovas, hasta entonces la zona de ocio nocturno más pija y conservadora de la ciudad, no era precisamente una apuesta exenta de riesgo. "En realidad, cuando tienes 22 años, no piensas si lo que te gusta es minoritario o no: yo crecí con la música de Barraca Bar del 85 al 89 y la música de Tranquilo Niebla debería ser la continuación musical a aquella época", nos cuenta Juan Enrique, hoy en día uno de los dos socios (junto a Neus Aulló) de Tranquilo Música, una de las principales promotoras de música en directo en la Comunidad Valenciana. El germen de la promotora, ya tan remoto que hay que retrotraerse más de 20 años, fue aquel pequeño local en el que apenas cabían 80 personas.

Obviamente, no le faltaban espejos en quien mirarse ni algo de experiencia previa. Juan Enrique y Luismi (Rojas) habían regentado un par de veranos antes un pub junto a la playa de Les Palmeres, El Melero, y eso les dio el impulso para combinar la hostelería nocturna con su gran pasión, la música pop de sesgo genuinamente indie. "La música era la premisa del local y Jorge Albi era un gran referente musical para mí, al igual que lo eran Eduardo Guillot y Juan Vitoria con sus programas de radio", asume al respecto. De hecho, el radiofonista y activista pop Jorge Albi programaba una buena franja horaria de la música que se podía escuchar desde la cabina del cercano Barraca Bar, a solo unos metros, en la vecina avenida Jacinto Benavente.

"Más que un oasis, Tranquilo Niebla era el cap i casal". Quien así lo describe es Luis Torregrosa, músico valenciano que acumula ya años de experiencia en formaciones como Niñamala, Naima y ahora mismo como batería de Soledad Vélez. Luis recuerda que "no había tanto control en las carreteras, las discotecas o con los horarios de cierre de pubs embrutecidos, y además el indie era casi poco más que una palabra objeto de chistes", al tiempo que reconoce que "era una edad  de descubrimientos y recuerdo que aquel era el único sitio donde poder escuchar aquella música en su momento, que yo supiera, aunque también ayudó que me pillaba al lado del colegio al que iba, y siempre que pasaba por la puerta después de entrenar, veía escenas divertidas en su interior, por otro lado acogedor, y la máquina de Carlos Sainz era la excusa perfecta para entrar..." Y lo dice con conocimiento de causa: la parte superior de aquella máquina de videojuegos que hoy nos parecería tan old school, ubicada en una esquina del pub, le sirvió más de una vez como improvisado pódium al que auparse al ritmo de alguna canción de los Smashing Pumpkins. Aunque en su descargo pueda decir que no fue el único. Y que casi todos hemos tenido 20 años, claro.

La Habitación Roja, Polar, Los Sostenidos, La Muñeca de Sal o The Mantis son algunos de los grupos que acabaron actuando en directo entre las cuatro paredes de aquel local, meses antes de que Tranquilo Niebla programase su primer concierto, el 12 de enero de 1995 en la sala Roxy Club, con Los Planetas y Los Canadienses. Algunos, como fue el caso de los miembros de Polar, han reconocido en alguna entrevista que se conocieron allí mismo. "Personalmente, aunque luego frecuenté Zeppelin, Velvet, El Escondite o Rocafull (quizás este último es el que recogió el testigo del ambiente de Tranquilo), creo que ninguno tuvo el mismo carácter ni trascendencia para los que lo vivimos que Tranquilo Niebla", afirma Torregrosa, quien cree que "hay que dar las gracias de corazón a Jota (León) y a Lusimi (Rojas) por haberlo hecho posible", ya que "el tiempo ha dejado claro que fue irrepetible y un absoluto dinamizador de bandas, periodistas, promotores y sellos de la ciudad".

Cualquiera que conozca mínimamente a Juan Enrique León sabrá de su escaso apego al protagonismo personal. Por eso, cuando le consultamos acerca del papel central de Tranquilo Niebla como fértil semillero de ideas, iniciativas y proyectos personales ligados a la música pop que han ido cuajando de una forma o de otra a lo largo de los últimos lustros en Valencia (músicos, promotores, cronistas), al mismo tiempo que asume que ese rol "es evidente", no puede evitar dejar caer la idea de que "hay que desmitificar su importancia: era un local que cuando estaba lleno apenas cabíamos 100 personas".

La experiencia acumulada en el local de la calle Salamanca les dio el impulso para encargarse durante breves temporadas de la programación de la cercana Raza y más tarde de Papillon por un tiempo, que se ubicaba en el antiguo Cine Jerusalem (hoy Jerusalem Club), pero eran empresas complicadas porque "los dueños de los locales, lógicamente, eran más listos que dos críos de veintipico años". La inviabilidad del propio negocio, por pequeño que fuera, fue la principal causa del cierre de Tranquilo Niebla en marzo de 1997 ("teníamos un local pequeño en una zona cara y nos fuimos al traste"). Centrándose la empresa resultante en la edición de los primeros discos de algunos de los grupos que ya habían actuado en el local (Kindergarten, Tent, Polar, o La Muñeca de Sal, en régimen de autoedición de los propios grupos con el nombre y algunas tareas de gestión por parte del sello) y más tarde a focalizar sus esfuerzos en la promoción de conciertos, una labor que emprendió junto a Marisa Moya.

En esta última tarea, su experiencia trayendo a bandas de dentro y fuera de nuestras fronteras resulta clave para explicar gran parte de lo mejor que ha pasado por nuestros escenarios durante los últimos 20 años. Una labor "dura porque compaginar artistas que nos gustan con rentabilidad no siempre es posible: hay muchos fracasos y algunos aciertos", y que espera ver prolongada a lo largo de 2015 con algunos de sus artistas favoritos, "como The New Year, East River Pipe, The Delta Spirit o My Morning Jacket", afirma con cierta sorna y un halo de ilusión que nunca debería malbaratarse, por muchos años que pasen.

QUE NO SE EXTINGA LA LLAMA

Uno de los locales que vino a tomar el testigo (o al menos a sintonizar con su espíritu) de Tranquilo Niebla, al margen de establecimientos como Santa Cruz en el barrio del Carmen, el ya veterano Rocafull en la zona de Xúquer, La Balada en la zona de la plaza de Honduras o, unos años más tarde, Velvet en la zona de la plaza del Cedro, fue el Gurú. Ellos mismos lo reconocen, de hecho. Abrió sus puertas desde diciembre de 1996 hasta octubre de 1999, en la calle Marqués de Caro, en las entrañas del Carmen. El aspense Sergio Puerto, quien por aquel entonces tocaba el bajo en la banda Capitán América, lo montó junto a un par de socios. Era fácil ver por allí a la gente de bandas como Ciudadano López, Doctor Divago o Mercromina. O incluso The Frank & Walters, "quienes vinieron a tomarse una cerveza a nuestro bar porque era cerveza negra de su pueblo, tras tocar en Roxy Club", nos comenta.

"Algo hicimos, tuvimos nuestro hueco", aunque reconoce que "ahora, si tuviera que montar un local, no arriesgaría tanto". Su actividad en directo tuvo que limitarse a un horario vespertino, porque el bolo en horario nocturno que organizaron con Capitán América, Los Sostenidos y Polar, no pudo llegar s su fin "porque los vecinos se quejaron: estuvimos incluso un mes de cierre". La palabra indie, claro, no tiene las mismas connotaciones en 1998 que en 2014: "Ahora hay bares normales, incluso aquí en Aspe (donde ahora reside), en los que Supersubmarina, Izal o Love of Lesbian son bailados por gente pegando botes con ese tipo de música, pero no es lo mismo que entonces, cuando pinchábamos a Luna, Pavement o Urusei Yatsura, que no tenían ese tirón comercial que tienen ahora los grupos de ese llamado "indie" nacional que son de consumo mayoritario". Puerto recuerda con cariño aquellos tiempos, pero asume plenamente que "la explosión de Los Planetas, Automatics o El Niño Gusano, que nos pilló por completo, era otra cosa".

Gurú fue granjeándose una clientela fiel pero inevitablemente reducida. Algo que "no daba como para mantener el local". La prueba de ello es que era muy común alternar sábados de lleno con semanas enteras en las que la actividad del local apenas se desarrollaba en familia. Al menos así es como lo recuerda. "Era una buena época de conciertos", esgrime Sergio Puerto, pero eso contrastaba con el hecho de que mantener el garito abierto, "como negocio de noche, no era muy rentable".

LA RESISTENCIA DEL CARMEN

Aunque hoy se le conoce por su actividad al frente de la sala Wah Wah, José Casas estuvo regentando un local llamado Revólver, también en el barrio del Carmen (en la calle Ripalda) desde 1991 a 1998. "Había empezado pinchando en diferentes salas de la ciudad unos años antes de inaugurar Revólver, y acudía a un buen número de conciertos en salas como Arena, Garage, Gasolinera o Babia y antes en  Planta Baja, cuando era adolescente", cuenta. Así que una cosa terminó por llevar a la otra.

"Decidí dar el salto y montar mi propio club, y tenía claro que debía ser un club de música independiente de la época, de hecho muchos de los grupos que sonReportaje de Eduardo Guillotaban desde nuestra cabina, eran los mismos a los que había visto en directo en la ciudad: Love & Rockets, The Stone Roses, The Jesus & Mary Chain, Ramones, Primal Scream, The Damned, The Godfathers, New Order, Los Enemigos, Radio Futura y tantos otros".

En la era anterior a la viralidad cibernética y a la explosión del indie profiláctico, llegar al público era una tarea bastante más delicada. Al menos si lo que uno pretendía era ganarse el sustento con su negocio, trascendiendo el ámbito de la clientela familiar. Por eso Casas rememora que "era más arriesgado si consideramos que entonces Internet no existía prácticamente, la forma de llegar a la gente era por medio del boca a boca, flyers, posters y fanzines o revistas musicales locales". Por contra, el reverso positivo era que "la gente era más fiel, vivía con mucho sentimiento el formar parte de locales que ellos consideraban muy diferentes a la gran mayoría de oferta de la ciudad, y se respiraba un rollo muy arty en todas las conversaciones y postulados de la gente: literatura, cine independiente y buena música se cogían de la mano en todo momento".

De una inclinación algo más rock y menos pop que Tranquilo Niebla o Gurú, seguramente menos ortodoxamente indie tal y como se había perfilado el género desde el Reino Unido a finales de los 80, el Revólver también compartía con aquellos parte de ese público que aún blandía con orgullo sus filias musicales predilectas como factor diferenciador e medio de la atonía generalizada. Esa especialización no les impidió, ni mucho menos, llegar a colaboraciones entre ellos. "Los dueños y socios de las salas de aquella década nos llevábamos muy bien en la mayoría de los casos y de ahí nacieron aventuras conjuntas, sin ir más lejos Revólver y Tranquilo Niebla trajimos juntos varias bandas internacionales a la ciudad".

De natural impetuoso y entusiasta, José Casas no puede evitar recordar aquellos tiempos con una sonrisa que define "entre cariñosa y nostálgica". Aunque solo sea por "toda esa gente especial que nos acompañó en nuestra primera aventura sónica: un beso para todos, allí donde estén".

Quizá todo aquello no fuera para tanto. Puede que solo fueran pequeños brotes de osadía por parte de un puñado de benditos chalados. Al igual que en el caso de la mayoría de sus predecesores en los ya lejanos años 80. Pero la historia de una ciudad también se escribe con las notas a pie de página que cada uno de ellos fue escribiendo. Levantando con su actividad el pequeño pero insoslayable acta notarial de una parte esencial del ocio y la cultura de una urbe tradicionalmente sembrada de proyectos efímeros. Tan fugaces a veces como los monumentos que le dan lustre cada mes de marzo. Con ilusión, arrobas de buen gusto a la hora de divulgar las buenas nuevas sonoras del momento y, sobre todo, con unas enormes dosis de pasión.

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1 comentario

Agustin Beamud escribió
10/01/2015 18:31

Magnífico y muy necesario. Una vez más VP publica artículos que cómo en este caso se podrían calificar de históricos en toda la extensión del término. Enhorabuena

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