MADRID (EFE). El talento del cineasta mexicano Alejandro González Iñárritu estaba más que demostrado, pero por si quedaba alguna duda, Birdman es la confirmación de un cine personal que aquí se convierte en un espectacular y preciosista ejercicio de estilo con un inmenso Michael Keaton como protagonista.
Amores perros, 21 gramos o Babel fueron las tres joyas que Iñárritu construyó con la inestimable ayuda de los guiones de Guillermo Arriaga, cuya ausencia se dejó notar y mucho en su película más floja hasta la fecha, Biutiful. Casi cinco años después, el realizador mexicano llega con Birdman para acallar cualquier duda sobre la calidad de su trabajo sin Arriaga. Y lo hace con una historia compleja y una puesta en escena aún más complicada, con la simulación de un único plano secuencia (a imagen de La soga, de Alfred Hitchcock) que sigue a los protagonistas por los escenarios en los que se desarrolla la película: un teatro y un par de calles de Broadway.
Protagonizada por un gran Michael Keaton (está arrasando en los primeros premios de la temporada, está nominado a los Globos de Oro y es uno de los grandes favoritos para el Óscar), la película cuenta la historia de un actor veterano cuyo único papel destacado ha sido el de un superhéroe: Birdman. Riggan (Keaton) vive de los réditos de aquel lejano éxito pero apuesta por una obra de teatro para levantar una carrera en pleno declive. Le rodean sus compañeros de la obra, Edward Norton o Naomi Watts, su mejor amigo y representante encarnado por un divertido Zach Galifianakis, y su hija que interpreta Emma Stone.
Todos ellos están brillantes en sus papeles y dan la perfecta réplica a Keaton en una historia profunda, con diálogos brillantes y un desarrollo inteligente y exento de adornos superfluos que distraigan la atención de las extravagantes personalidades de cada uno de los personajes. Cada uno de ellos aporta un elemento necesario para formar un conjunto en el que está presente lo mejor y lo peor del ser humano: la envidia, la codicia, el amor, la amistad, la ambición, la honestidad, la mentira...
Personajes y personalidades que se unifican en un escenario muy cuidado y muy cinematográfico, el del interior de un teatro de Broadway, con sus camerinos, pasillos o escenario, fotografiados con una imagen con regusto antiguo por el mexicano Emmanuel Lubezki, colaborador habitual de Alfonso Cuarón o Terrence Malick. La labor de fotografía, como la de cámara, son esenciales en una película que Iñárritu ha rodado en pocos planos, siguiendo la acción y a los personajes en una coreografía perfecta en la que todo está pensado hasta el más mínimo detalle.
Una película que pese a todo su preciosismo y a la inteligencia de su historia, brilla por la labor de un Michael Keaton que se ríe de sí mismo sin contemplaciones (fue Batman dos veces) y deja a un lado cualquier atisbo de ego para componer una interpretación llena de ternura, de matices, sutil y sin excesos. Nominada a siete Globos de Oro, Birdman o (La inesperada virtud de la ignorancia) llega mañana a las pantallas españolas a la búsqueda de los espectadores inteligentes.
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