VALENCIA. "La gente me dice que le gustó ese disco; a mí me resulta difícil identificarme con eso... quiero decir, con que a la gente le guste esa clase de dolor". ‘Blood on the Tracks' cumplirá estos días 40 años, pero las palabras que Bob Dylan pronunciaba apenas un par de meses después de su publicación en 1975 se contagian de la vigencia de un disco henchido de dolor y atemporalidad. La anacronía que despiden los genios cuando exponen su humanidad sin ambages se torna crueldad al descubrirse la gran verdad: discos de hace cuatro décadas envejecen mejor que uno mismo.
Cuarenta años después, el único rastro que queda de los días de ‘Blood on the Tracks' son las arrugas en la cara de Dylan. Y un disco que, mirado con perspectiva, era por primera tan testigo (o más) de sus adentros como del tiempo que le tocó vivir. El foco de Dylan, esta vez, también le interrogaba a él. Las letras, sus letras, que siempre le confirieron su aspecto de cronista de "la vida de la América profunda, el interior del estadounidense contemporáneo (mitad rústico, mitad neurótico), la ruptura generacional (al menos por aquellas fechas)",... en esa ocasión hablaban de él con más crudeza. Así lo entiende también Justo Serna, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Valencia y, por encima de todo, "estudioso de Dylan, amante sin titulación ni créditos".
"Las canciones de 'Blood on the Tracks' hablan de tristeza y abandono, de la pérdida del ser amado, de heridas mal cicatrizadas, de la mujer que lo fue todo y ahora sólo es algo intangible, del vuelco del destino, de esa fatalidad que malogra lo que está por consumarse, de la pareja que se fractura, de los reproches que pueden lanzarse". Así describe Serna un disco que, en efecto, llegaba en un momento en el que el matrimonio de Dylan con Shirley Noznisky (Sara Lownds) hacía aguas sin remedio. "Jamás supo de qué hablaba yo, qué era lo que pensaba, y yo no podía explicárselo de ningún modo", confesó el propio Dylan a Pete Oppel, del Dallas Morning News.
"Al parecer, la asistencia a las clases de pintura de un tal Norma Reuben le permitió enfocar su creatividad de una forma consciente, haciendo posible escribir conscientemente lo que antes hacía de forma inconsciente". Lo desliza el músico, escritor y devoto Dylaniano, Cisco Fran (La Gran Esperanza Blanca), y coincide con la versión del periodista Andy Gill. Según el norteamericano, autor de ‘A Simple twist of fate: Bob Dylan and the making of Blood on the Tracks', las clases con aquel emigrante ruso de 73 años "tendrían literalmente un efecto dramático en su composición musical". El propio Dylan se lo reconocía a Oppel: "huelga decir que me cambió, volví a casa después de esa experiencia y desde ese día mi esposa nunca llegó a comprenderme".
EL DISCO QUE PUDO SER, Y EL QUE FUE
Además de entrar "en el terreno del arte con mayúsculas" por sus "canciones en afinación abierta, melodías variadas, desarrollos diferentes en tempo y rítmica, así como un fraseo y unas letras impecables", como dice Cisco Fran, ‘Blood on the Tracks' será siempre uno de los más bellos frutos de la incertidumbre del momento; de la indescodificable aplicación real del simple giro del destino. El disco se grabó en apenas tres días en Nueva York pero, con medio millón de copias listas para ver la luz, Dylan frenó a Columbia; la versión que finalmente saldría al mercado en enero de 1975 sería muy diferente. Todo cambiaría a partir de una visita del músico a su hermano David Zimmerman en Minnesotta durante la Navidad del 74.
"Por una vez creo que acertó al elegir las sesiones correctas, cosa que no siempre ha logrado", afirma Cisco Fran. "Las sesiones de Nueva York seducen por su economía musical, sonoridad y fraseos, pero el disco que finalmente fue es claramente superior, aunque a todos nos gustan las sesiones de Nueva York, qué duda cabe". Los músicos que participaron en la (re)grabación del disco en el 2709 de la calle 25 del barrio de Seward en Minneapolis jamás recibieron reconocimiento en los créditos del disco; Kevin Odegard, Billy Peterson o Bill Berg, batería que luego acabó de dibujante en Disney, adquirieron la categoría de mitos.
EL DON: TENERLO O NO TENERLO
"Es un disco especial por su historia: podría haberse grabado de mil maneras y acabó siendo, por las circunstancias, un trabajo de sonido acústico". Manolo Tarancón es otro de esos espíritus imbuidos de Dylanismo en Valencia y se conoce las costuras de ‘Blood on the Tracks'. "Me parece uno de los mejores discos a nivel de canciones", responde, "contiene temas de muy primer orden y, de alguna manera, resume estilísticamente todos los palos o estilos por los que había pasado anteriormente: "Shelter from the storm" recuerda a su primera época, y "Lily, Rosemary and the Jack of hearts", a su faceta más country".
Los adictos a los descartes o los que han visto al músico de Duluth en directo conocen su enfermiza tendencia a la autorevisitación, capaz de hacer que el mismo setlist suene completamente diferente en sólo 24 horas. En efecto, la diferencia entre el disco que fue y el que iba a ser es, aun con las mismas canciones, abisal. "No es tan difícil si realmente eres un buen músico, y Dylan, aunque le pese a mucha gente, lo es", señala Cisco Fran, que matiza que "cambiar el tempo o el fraseo y mover un acorde pueden convertir una canción insulsa en una gran canción". Para Manolo Tarancón la habilidad de Dylan reside también en algo tan sencillo como inusual: "no tener miedo a la evolución y a probar cosas ayuda bastante". Él tiene ese don.
HACER HISTORIA A PESAR DE TODO
‘Blood on the Tracks' tiene también trazas de la falsa suerte del campeón. En el peor momento de su carrera desde que sufrió el accidente de moto en 1966, Dylan supo salir a lo grande de la dinámica de decadencia en la que más de uno le quiso sumir al cambiar de década. "Él siempre ha funcionado de un modo muy autónomo al margen de las críticas", dice Cisco Fran mientras recuerda los casos de ‘Oh, Mercy!' y ‘Time Out of Mind': "creo que si no hubiera sido ese disco, tarde o temprano habría facturado un gran disco".
El favor de la crítica con ‘Blood on the Tracks' y el ascenso a categoría de clásicos de canciones como "Tangled up in blue", "Simple twist of fate", "Shelter from the storm" o "Idiot wind" ("como una obra de Dostoievsky condensada en 8 minutos", dice Cisco Fran) no oculta que en los 70 comenzó a cultivarse la teoría del agotamiento creativo de Dylan; en realidad, la factura en años consecutivos de ‘Planet Waves' (1974), ‘Blood on the Tracks' (1975) y ‘Desire' (1976), además de las Basement Tapes con The Band (1975) y la desmedida gira Rolling Thunder Revue (1975-76), desmonta cualquier argumento. "A veces no se puede con la crítica, ni siquiera siendo todo un Bob Dylan; habría que preguntar a la crítica por qué hicieron lo que hicieron con esos discos", concluye Manolo Tarancón.
Kevin Odegard habla en ‘Dylan. Historias, canciones y poesías' de Vinnie Fusco, un personaje que aparece fotografiado en las sesiones de "Like a rolling stone", para explicar su papel en la grabación de ‘Blood on the Tracks'. "Él experimentó esa sensación a la que me refiero, de ser testigo de la historia: resulta evidente cuando estás allí. Es una sensación estremecedora..., sabes que nunca harás nada que supere esto, y que va a ser algo que contarás a tus nietos". Odegard, que hoy trabaja para Apple, puede contarle a sus nietos que hace 40 años ayudó a grabar uno de los mejores discos de Bob Dylan.
EL ÚLTIMO CAPÍTULO: UN TRIBUTO EN LA LENGUA DEL AMOR
Como añadido a la historia universal de ‘Blood on the Tracks' sería de justicia mencionar otra que se desarrolló dos décadas después en Valencia: la edición de un disco de versiones de Dylan. El mismo Cisco Fran produjo en 1996 el milagro de ‘Bob Dylan Revisitado: un Tributo en la Lengua del Amor' (título inspirado en "Spanish is the loving tongue"), un disco sin distribución en tiendas y "autorizado directamente por la oficina de Bob Dylan, mediante su abogado Jeff Rosen". Un incunable desde su nacimiento en Seminola Records. En el reparto de temas, La Gran Esperanza Blanca se quedó con "One too many mornings", una de esas canciones acústicas revisitadas en el set eléctrico del 66 que tanto enfadó al público de Manchester. Había más nombres, entre los que destacaban Caballero Reynaldo, Doctor Divago o Lobos Negros.
La única canción de ‘Blood on the Tracks' acabó en manos de los valencianos Ciudadano; el destino quiso que su primera grabación "seria" fuera una versión de "You're a big girl now". "Imagino que si la volviera a escuchar me pondría de mal humor", dice Tórtel, que recuerda el "gran trabajo" que hizo Cisco Fran en ese proyecto. "Tendríamos 16 o 18 años y a todos nos gustaba Dylan, aunque no éramos grandes fans, pero la canción desde luego nos encantaba". Con el paso (y tal vez el poso) de los años, claro, las cosas cambiaron: "con el tiempo fui entrando más en las canciones de Dylan, y por supuesto desde hace ya bastante tiempo he acabado adorándolo; no podía ser de otra manera".
"‘Blood on the Tracks' es uno de sus discos que más me gusta, vuelvo mucho a él cada cierto tiempo y es como escucharlo por primera vez", asegura el Tórtel de 2015: "una auténtica obra maestra". El músico coincide con la visión del propio Cisco Fran, que señala que "en este disco se le ve más el hueso en la herida abierta". "Un disco con letras impresionantes sobre amor y, sobre todo, desamor, la obra de un tío herido que sin mayores artificios coge su guitarra, se pone a cantar, y es capaz de dejar toda su sangre en diez canciones", termina Tórtel.
Gran disco que nos regaló el más grande
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