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La ciudad y sus vicios

Imprenta Vila, la maravilla industrial a punto de revival

VICENT MOLINS (FOTOS: EVA MAÑEZ). 27/12/2014 Ha llegado el momento para una gran nave llena de silencio e historias muy cerca de la estación Joaquín Sorolla

VALENCIA. Hace unas cuantas semanas, unos pasos más allá de la estación Joaquín Sorolla -ese día del AVE de Madrid venían todos los diputados en tropel-, unos cuantos centenares llegamos a la Imprenta Vila tras una invitación de la marca de coches Smart. Actuarían Polock, Kasper & Hauser desde una grúa, y se presentarían dos de sus nuevos modelos, saliendo de unas cajas. Me encontré a la arquitecta Merxe Navarro. He venido un poco antes para reencontrarme con la Imprenta Vila, me vino a decir.

Porque entre la multitud se miraba hacia arriba más que nunca, a los lados, curioseando por el zaguán, recomponiendo mentalmente el puzzle de un edificio en apariencia sin concierto. Era la primera vez en la imprenta para la mayoría, jóvenes con la sensación de estar colándose en una de esas casonas tenebrosas a las afueras cuyo asalto supone un rito de iniciación.

Hace siete años, cuando Casa Decor escogió la Vila para arremolinar propuestas de interiorismo, pareció que habíamos descubierto el mejor atrezzo para una película costumbrista y de misterio, que a grandes rasgos es de lo que trata València cada día. El arquitecto y diseñador Borja García colgaba entonces en Flickr una foto del espacio, donde se apreciaban los grandes paneles a lo alto del espacio. "Sección 14. Aduanas y Alcoholes", "Sección 15. Rentas Estancadas y Loterías". "Sección 16. Recaudaciones y Agencias de Distribuciones". Ante la imagen nuestro Xavi Calvo exclamaba: "¡se huele a plomo!". Lola, una comentarista, ejercía: "he visitado la imprenta Vila y realmente parece como si allí el tiempo se hubiera detenido. Hay filas y filas de chibaletes, máquinas cubiertas con telas porque no se usan y mesas de imponer mendigando moldes".

Pasaron 90 meses y la Imprenta Vila se ha puesto a punto del revival, con todos los condicionantes para ser un espacio asombroso. Del SOS Patrimonio  al "y ahora qué hacemos con esto". Cuando acudió el colectivo Desayuno Con Viandantes a zamparse sus bollos y tomarse tazones de café ("La rebelión de las tostadas", tituló Bostezo) la impresión fue la de una nave limpia, donde se podría jugar un partido de basket a cara de perro y luego celebrar una timba sin fin. "Menuda carta oculta se guardaba Valencia...", pensaron los asistentes al revelárseles un espacio como el de la imprenta.

Todo esto, por contextualizar, se creó en 1908, envuelto de huerta, pero conforme a la ciutat le fueron saliendo michelines y comenzó a crecer hacia afuera, el complejo industrial quedó enclaustrado como un patio de manzanas. El fundador Vila Serra empleaba a 50 trabajadores. Imprimían impresos oficiales para ayuntamientos. Ante la enorme nave, donde cerca de una docena de máquinas producían a todo trapo, un edificio de viviendas que alojaba a los trabajadores, jaloneado con una torreta y un reloj imponente. "Hay un detalle casual que me hizo pensar que la Imprenta debía ser mía. En la parte trasera del reloj aún puedes leer 'V.Aguado', la firma del primer carretero que repartía los impresos oficiales", cuenta Víctor Aguado, miembro de la agencia CuldeSac, encargados de producir alguno de los últimos eventos que han tenido lugar en la vieja imprenta.

Pasear por allí una tarde de diciembre (el fin de semana pasado se celebró un mercado navideño) me trae el mismo recuerdo que profanar la mansión de un muerto ilustre, revolver sus cajones, husmear entre sus recuerdos. Qué bien se lo pasarían Los Goonies en estos pagos, aunque fue Berlanga el que la escogió como localización para grabar Blasco Ibáñez. "Hay un silencio -me comenta Víctor Aguado- que se hace difícil de entender estando en la calle San Vicente. A primera hora de la mañana, cuando los rayos de sol entran por los ventanales superiores, da la sensación de viajar en el tiempo. Un viaje que se hace latente cuando sin querer pisas un folleto ensalzando a Francisco Franco o alguna pieza de tipografía. Esto es lo que enamora de la Imprenta, que tiene tanta belleza como historia".

Entre esas historias, una: la de los dos trabajadores de la Vila, que vivían allí y se escapaban al torreón subiéndose el tocadiscos y unas cocacolas para darse el lote al son de sus temazos. "Y los dos siguen casados", advierte Aguado. Un amor forjado entre olor a plomo. Pocas cosas mejores.

¿Por qué nos flipa la Imprenta Vila?, pregunto al aire.

"Nos surgió la necesidad -razonará Aguado de CuldeSac- de realizar un lanzamiento de producto en un lugar fuera de convencionalismos. Buscamos ese valor añadido que localizaciones como el Reina Sofía no tienen: la historia de cada uno de los muros que crean ese contenedor. Y, entonces, nos encontramos con la Imprenta Vila. Un oasis industrial en el corazón de la ciudad. Es una localización tan poco transitada y con tanta historia que se convierte en una expedición en el tiempo. Cada rincón es un tesoro que deja boquiabierto a cualquier invitado, sobre todo por tenerlo tan cerca y desconocerlo por completo".

"Por su escala, su naturaleza industrial dentro de la ciudad, lo inesperado de su presencia cuando la descubres. He llevado ya a varios inversores, y solo ver su cara de asombro es un hecho remarcable en sí mismo", explica Jorge Girod, arquitecto y miembro del equipo que busca planes de viabilidad para la Imprenta.

La arquitecta Merxe Navarro engloba a la Vila en esa "serie de espacios industriales que han quedado atrapados dentro de la trama urbana", y "han perdido su uso original pero que en algunos casos se han incorporado a la ciudad ya con un nuevo uso o aún están pendientes de ello". Y en ésas, la vieja Imprenta.

"Creo firmemente en la viabilidad social, urbana y económica de este espacio", remacha Girod. "Hemos tenido malas experiencias con los vecinos, que no quieren que la Imprenta tenga la mínima actividad", desvela Aguado. "Me encanta poder disfrutar del espacio, pero para que pudiera formar parte de la ciudad realmente creo que debería tomarse otra corriente más allá de los eventos efímeros", sentencia Navarro.

La Imprenta Vila, un lugar fetiche, allá donde tras las impresiones la pareja se escapaba al torreón, bajo el reloj, para dar rienda suelta a una pasión con el peso del plomo, pide a gritos que la música comience a sonar otra vez.

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