VALENCIA. En el cine que se concibe para dominar el entretenimiento del mundo, el que parte de capital estadounidense a menudo, hay una generación de creadores cuya ambición y riesgos están contrastados. Sobre todo, después de ver como una figura pétrea del séptimo arte, Woody Allen, ha decidido dejarse llevar hasta ningún lugar con tal de seguir haciendo lo que mejor sabe sin que esto tenga mucho que ver con si sus resultados son óptimos.
En la generación hay nombres como los de David Fincher, Christopher Nolan o Richard Linklater, todos en la misma horquilla de edad, recursos para la producción y exigencias de cara al espectador. Esta es la nueva corriente machacona que marca la base del mainstream actual, que nos somete a juicios extenuantes como las recientes Perdida, Boyhood o Interstellar y marcan el camino del resto de creadores con ese ánimo de influir a través del cine en cualquier persona.
Y es destacable esta realidad de los dinamismos en las salas porque, como sucede en el resto de los oficios, los ‘productos' acaban por convivir con aquellos que un día marcaron el ritmo de la industria. Pero el bueno de Allen se descolgó hace tiempo de pautar nada en las corrientes cinematográficas. Vive ajeno a los ritmos, cosa que sin duda es positiva para enjuagarse con distintas propuestas, pero es que tampoco recupera su propio latido visual. Es más, película tras película parece dedicarse con mayor ahínco a reivindicarse frustradamente a sí mismo, a soportar la teatralidad de sus propuestas -de otro tiempo- y a dejar el éxito de su producción más reciente a los inteligentes diálogos a los que nadie ha puesto fin.
Magia a la luz de la luna (2014) es una película tremendamente pequeña para la filmografía del neoyorkino. Un hombre que con sus títulos de crédito a base del mejor jazz posible y su corsé de 90 minutos parece ahorrarse muchos esfuerzos para concentrarlos en otras áreas creativas. Esta comedia romántica propone unas exigencias tan bajas para el espectador que éste solo puede verse atraido por su trama a partir de la candidez y la condescendencia por su creador.
Políticamente correcta hasta decir basta, la última obra de Allen es soporíferamente dócil: Costa Azul, años veinte, alta alcurnia, vajillas de plata, caídas de pantalón impecables... y aun así, toda esta galería de nadismo y corrección desde la dirección de arte, es prácticamente lo mejor del film. El único elemento superior a este es el uso de una herramienta capaz de defender cualquier comedia: Emma Stone.
La jovencísima y a la vez tallada actriz de Arizona hubiera hecho las delicias del público manejando los papeles femeninos más memorables de la filmografía de Allen. En Magia a la luz de la luna domina a Colin Firth (como si nada) y absorbe al espectador con la acertada luz de la fotografía. Es el eje dominante y a la vez vira a gran velocidad hasta convertirse en una ‘chica tonta', es aguda e inteligente, pero gira rápidamente para convertirse en sensible (desde su papel de vidente). En la película, es la navaja suiza que repara el interés más allá de los coches de época, los bombines impecables y los jardines imposibles.
La película narra la historia de una médium (Stone) que trata de ser desenmascarada por un popular mago inglés (Firth). De la tensión por la estafa al desequilibrio romántico apenas se superan un par de escenarios, eso sí muy bien atendidos desde la interpretación por Marcia Gay Harden o Simon McBurney. En los actores se sostiene el paso del aburrimiento a la desconsideración frente a esta película clasista -esto tampoco es una novedad- que supera la delgada línea entre la belleza de las historias pequeñas por una auténtica nimiedad de historia.
Magia a la luz de la luna transpira la relación de Allen con su profesión a partir de la rutina. Esa autoexigencia de rodar un film cada año, quién sabe si con el ánimo de acoger unos reconocimientos que históricamente se le han negado. Es quieta, no transgrede la más mínima idea y deja al espectador exactamente intacto al salir de la sala, pero con 90 minutos menos de vida. Ni siquiera genera tensión o rechazo por esta línea de un cine para Allen desde luego menos interesante.
Siempre me ha parecido que los comentaristas no deberían existir, desde esa posición tan soberbia diciendo cuando algo es bueno o malo, como si acaso tuvieran razón. Decir que deja al espectador intacto, ya es generalizar y por lo mismo errado. Yo la vi, y a mí, me gustó mucho; puede que sea lenta pero por lo menos a una espectadora la dejó satisfecha. Creo que la gente ya no puede sorprenderse con poco, espera las tremendas historias casi fantásticas, porque lo cotidiano ya no le llena. Por lo menos en mi mundo me relaciono mucho con estudiantes racionalistas y hasta cuadrados de mente, imaginarmelos en la misma posición del protagonista fue bastante divertido. Sinceramente creo que la película es sólo para algún tipo de gente.
Emma Stone podría haber sorprendido más con otro guión, cierto. Y Firth, actorazo en otras circunstancias, no manifiesta su potencial. Pero, ay de la caída de pantalones y de la chaqueta que se gasta!
acabo de ver MAGIA A LA LUZ DE LA LUNA .ME HA PARECIDO UN POCO PESADA Y COMO DICE EL COMENTARISTA SALES INTACTO DE LA SALA
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