VALENCIA. "Es una brutalidad". El escritor valenciano Felip Bens lo dice contento. Está satisfecho de haberlo encontrado. "Es un gran libro de literatura de consumo y en ese marco es una obra de una gran calidad, que habla además de una reliquia valenciana como es el Santo Grial", explica.
Bens será el encargado de presentar este jueves en el Museo de la Ciudad la novela de Alicia Palazón Los 16 peldaños. La cripta del Santo Grial y estará acompañado por el editor Toni Sabater. Los dos son los padrinos de una novela especial, diferente, que aúna con singular acierto didactismo y entretenimiento. El primero como presentador, el segundo como editor. La novela aparecerá publicada en la colección Izmir, de libros en castellano de Drassana Llibres.
La propia Palazón, al revelar cuáles son sus influencias, da una pista para que los escépticos de la novela de intriga respiren aliviados. Cuando ella ha escrito lo ha hecho pensado en personajes de Clarín, Valle Inclán e incluso en poemas de San Juan de la Cruz. "Intenté leer un best-seller pero lo dejé a mitad", confiesa. No dice el nombre del autor o autora por no ofender.
Así pues, el lector crítico, el que no acepta gato por liebre, tendrá en sus manos una novela "entretenida, amena y muy interesante", dice su editor Sabater, sobre una pieza, la reliquia del Santo Cáliz, que más allá de fe, de creencias y supersticiones, atesora un mínimo de 1.000 años de veneración.
¿Cuál es el argumento? Un cambiazo. Un intento de robo. Y sin entrar en más detalles se puede decir que el libro está a mitad camino entre Valencia y Portugal y uno de sus principales protagonistas se llama Simao Do Carmo. Hay una ayudante del celador del Santo Cáliz, y éste mismo es un personaje importante. Do Carmo pretende llevarse la pieza de la Catedral de Valencia y tiene sus motivaciones, pero quien quiera saberlas deberá adentrarse en la novela para conocerlas.
En el fondo el argumento en sí es un Macguffin, toda una gran excusa para divulgar el valor artístico e histórico de una pieza que ha sido venerada por centenares de generaciones y cuyo valor turístico no se acaba de explotar, quizás porque no se acaba de entender. Alfonso el Magnánimo (1396-1458) fue quien se la dio al Cabildo Catedralicio en 1424 como prenda por un préstamo de 40.000 ducados de oro para sus guerras en Italia. La deuda al final ascendió a 137.430 sueldos y, ante la imposibilidad de pagarla, el 18 de marzo de 1437 el rey lo entregó junto a las otras reliquias que había puesto como aval.
Conocido al menos desde el año 1071, fecha en la que el entonces obispo de Jaca, Subvención Sancho I, lo llevó al monasterio de San Juan de la Peña, la autenticidad del Santo Grial valenciano ha sido puesta en duda incluso por los propios monarcas. Así, Jaume II el Just (1267 -1327) reclamó a un sultán otra pieza que sí creía auténtica. No sucedió lo mismo con otros reyes como Martín el Humano (1356 -1410), quien hizo que la copa quedara bajo custodia de la corona de Aragón. Pero es que, como decía Wim Wenders, a estas alturas, ¿a quién le puede importar si de verdad la tuvo en sus manos Jesucristo en la Última Cena?
Al margen de cualquier otra cuestión, el Santo Cáliz ha sido una pieza artística de referencia en el catálogo catedralicio, una suerte de atracción turística durante la Edad Media que, sin embargo, ha quedado desestimada y soslayada como parte del imaginario valenciano en las últimas décadas, convertida en una suerte de elemento folclórico. La novela de Palazón quiere devolverle al objeto su valor. Si los reyes la usaban como aval para pagar guerras, ya sólo por eso, su alto valor simbólico, merecía algo más que una pacata y castradora admiración.
Ese en el fondo ha sido el intento de Palazón, romper la urna rancia de cristal que envuelve a la copa y devolvérsela a la gente como lo que es, un objeto que ha atravesado las épocas a lomos de la flecha del tiempo. Si hay gente que venera a la guitarra con la que John Lennon compuso una canción, tampoco debe tener nada malo respetar una copa que se lleva custodiando más de cinco siglos seguidos (con sus interrupciones) en el mismo edificio.
Concebida pues como un divertimento feliz e ingenioso, Palazón admite que le ha costado mucho separarse de los personajes, que se lo ha pasado en grande escribiendo esta ficción que ha enamorado a sus editores, los cuales no paran de deshacerse en elogios hacia su novela. Así, Sabater dice de Los 16 peldaños que tiene una calidad "poco corriente" y que contribuye a potenciar ese "imaginario histórico" de la ciudad de Valencia con una amenidad inusual.
Novela de intriga, el libro de Palazón se deviene en un feliz hallazgo encaminado a ser una mina de pasatiempos, una forma lúcida y acertada de entretener, informar y educar. Es ficción. Es Literatura. Y la primera función de una novela es divertir. Y eso, dicen sus promotores, es lo que intenta este libro y consigue.
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