VALENCIA. Cuando la blogosfera, las redes sociales e incluso el periodismo cultural profesionalizado eran poco menos que lejanas quimeras, ya existían los fanzines. Movidos por el entusiasmo y libres de los condicionantes económicos que rigen hoy en día los grandes medios de comunicación, su aportación fue determinante en el asentamiento de redes culturales alternativas. Incluso en la configuración de una prensa musical que, en España, se encontraba prácticamente en pañales a finales de los 70, convertida en praxis de un puñado de pioneros que soñaban con adaptar patrones foráneos. Sin su presencia no se entendería la rápida difusión del rock independiente en los EEUU en los años 80, directamente heredero del punk. Ni el cariz fogoso, tan didáctico como apasionado, que gran parte de la crítica rock de nuestro país blandió cuando sus principales cabeceras comenzaron a gozar de estabilidad durante la misma década.
El diccionario de la RAE define fanzine como una "revista de escasa tirada y distribución, hecha con pocos medios por aficionados a temas como el cómic, la ciencia ficción, el cine, etc". La definición no es solo fría y carente de complacencia, sino que resulta, a día de hoy, manifiestamente insuficiente.
Resulta relativamente sencillo hoy en día montarse un blog, un weblog, un webzine o una web para verter cualquier filia personal. Pero editar un fanzine, hace treinta años, suponía batirse el cobre a la hora de buscar esa información que no podía encontrarse en ninguna red, esa entrevista que no podía solventarse con un simple intercambio de e-mails e integrarlos en una plantilla visual que resultase atractiva (y que no podía encontrarse en un wordpress). Por no hablar ya del gasto en impresión y distribución. Aspectos que a las nuevas generaciones les pueden resultar casi de ciencia-ficción, pero que perfilaban el fanzinerismo de los años 70, 80 y 90 (incluso de los 00s, que de todo hay) como una labor titánica. Y en muchos casos, pionera y precursora de algunas de las más memorables piezas de periodismo cultural (y musical, por ende) que las generaciones de cronistas ligados a ellos nos han legado.
MEMORIA GRÁFICA DE UNA DEMOCRACIA JOVEN
"Un fanzine puede ser el equivalente antiguo al blog de hoy, pero hacer un fanzine no es hacer un blog: primero porque internet no existía y la información había que perseguirla con perseverancia", nos cuenta Rafa Cervera, uno de los más claros ejemplos del trasvase del fanzinerismo a la prensa musical. Él se curtió editando Estricnina, una publicación que duró de 1982 a 1984. Tres números, a través de los cuales publicó contenidos, a caballo entre Valencia y Madrid, que dictaban la crónica de la modernidad del momento: desde Pedro Almodóvar (que fue entrevistado) a Andy Warhol, pasando por Ana Curra, Alaska y Dinarama, Bauhaus, Lydia Lunch, Parálisis Permanente, Adam & The Ants, David Byrne y un largo etcétera. Es por ello que afirma que "esto de que hoy descubres a un grupo que te llama la atención y en dos días has accedido a toneladas de información sobre ellos no era así: ahora todo el mundo puede hablar de cualquier cosa, mientras que antes solo hablabas si el tema te apasionaba y tenías realmente algo que decir".
Los tres números de Estricnina han sido recientemente reeditados en un solo volumen, en facsímiles con material inédito, por la revista Efe Eme, que lo vende a través de su página web. En él también figuran artículos de firmas invitadas y ya consolidadas por aquel entonces, como las de Diego A. Manrique, Ignacio Julià o Jaime Gonzalo. Para Cervera, que ha diseminado su producción periodística desde entonces en diversos medios de ámbito estatal (El País, Ruta 66, Primera Línea), es obvio que fue una buena puerta de entrada a la praxis del periodismo: "No sé si era una etapa obligatoria pero la verdad es que a mí me fue muy bien, porque empecé a hacer una carrera en la calle, con una grabadora y una cámara de fotos, y mis únicos conocimientos eran lo puestísimo que estaba en todo aquello que a mí me gustaba y todo el bagaje periodístico de mis referentes, a los que había pasado horas y horas leyendo y de los que, inevitablemente, se me habría pegado algo", reconoce, al tiempo que asume que "hubo más fanzineros que acabaron escribiendo en revistas establecidas".
Una de las firmas que más llaman la atención de aquel Estricnina es la de un jovencísimo Ira Kaplan, de quien se reproduce una entrevista con Dead Kennedys, traducida del New Yorker: "Cuando empecé a escuchar a Yo La Tengo acabé dándome cuenta de que ese Ira Kaplan era aquel Ira Kaplan, pero tardé en darme cuenta: y no fue por esa entrevista que fusilé sino por la crítica que hizo en el mismo New York Rocker del primer álbum en solitario de Robyn Hitchcock, que iba acompañada por unos dibujitos suyos que me hacían mucha gracia".
Obviamente, el suyo fue uno de los más célebres, pero no el único. Paralelamente a la incipiente prensa alternativa, los fanzines musicales se reprodujeron como esporas a principios de los 80 por todo el país. Desde el mítico La Liviandad del Imperdible, surgido en 1977 y germen de lo que luego se dio en llamar la Movida, partiendo del núcleo de Kaka De Luxe. Hasta proyectos gestados ya al albur de la explosión de vitalidad experimentada por un país de democracia imberbe, ya a principios de los 80, como La Pluma Eléctrica (Madrid), 96 Lágrimas (Madrid), Kontrol (Lleida), Metrópolis (Castellón), Moulinsart (Madrid), La Enfermera Plástica (curioso caso, gestado en Canarias y aún activo en Valencia tras tres décadas de intermitencia), Los Locos (Gijón) y los valencianos Editorial del Futuro Método (regido por Juan Vitoria), La Resistencia o El Kolectivo Lascivo, amén del propio Estricnina.
En muchos de ellos subyace una prosa vehemente, deslenguada y hasta cierto punto desafiante. Muchas veces en contraste con el tono relajado y conciliador, algo más ecuánime, que sus responsables han empleado conforme su trayectoria profesional iba haciendo callo. "Esa lengua descontrolada es producto de la edad, porque a los 18 años te sientes iluminado por tus héroes y enfadado con el mundo que no les comprende ni a ellos ni a ti, y te despachas a gusto", reconoce Rafa Cervera, quien asume que "con la edad se te pasan esas tonterías, o por lo menos, a mí se me han pasado", algo que no atribuye a que "haya perdido pasión en lo que hago", sino a que "antes no tenía nada más por lo que preocuparme que teorizar sobre la música que me gustaba y la que no me gustaba". Obviamente, no era el único, tal y como argumenta en su descargo.
¡SON LOS 90!
La llegada de los años 90 no solo supuso una reorientación creativa y mediática considerable, con los tótems de los 80 en declive, el advenimiento de una nueva generación de bandas curtidas al calor de sus referentes indies anglosajones y buena parte de la prensa estatal (Rockdelux, la fenecida Spiral) haciendo de caja de resonancia del fenómeno. También alumbró una nueva remesa de fanzines que difundían su particular proselitismo, sirviendo al mismo tiempo como vivero de nuevas plumas que, muchas veces, acabaron dando el salto a publicaciones de referencia.
Subterfuge (nacido en 1989 como semilla del sello discográfico), Kool'Zine, Rock Indiana (también asociado al sello del mismo nombre), Las Lágrimas de Macondo o Malsonando fueron algunas de las más notorias durante los 90. Jesús Llorente pilotaba (junto a Víctor Lenore) la última de ellas. Y lo cierto es que no vislumbraba por aquel entonces que su fanzinerismo militante fuera a suponer una puerta de entrada al periodismo, digamos, convencional: "Era (fue) un fin en sí mismo, porque ni se nos pasó por la cabeza que Rockdelux nos llamase para colaborar ni puntualmente ni en plantilla", recuerda de aquella travesía editorial. "Lo más excitante era mandarles cartas (¡cartas de las de sobre y sello!) a grupos que imagino se asombrarían de tener fans en España, y que te respondieran, o reunirnos para maquetar, fotocopiar, pegar las secciones del fanzine, bastante caótico por otra parte", nos cuenta de una etapa que recuerda "con miga y actitud, pese a los cientos de meteduras de pata de unas publicaciones densas e intensas".
Pese a que las gacetillas musicales impresas ya eran moneda de uso común en nuestro país desde hacía muchos años, el referente de Malsonando, la publicación que define como su "biblia", era el británico Ablaze. Él la califica como "quizás la mejor publicación musical, entonces y ahora", y asume su influencia junto a "algunos colaboradores de Puncture (EEUU) o del Melody Maker (Reino Unido), o la prosa de gente ya consagrada en Rockdelux o el Ruta 66". De la primera, cuenta que "la referencia total era David S. Mordoh".
El empeño de Malsonando, en la primera mitad de los 90, también comportaba desbrozar información con ánimo aventurero, en plena era pre-internet: "Creo que combinamos información de primera mano, difícil de conseguir en aquellos tiempos, y un afán por compartir nuestra pasión por ciertos sonidos", argumenta. Una pasión que se desdoblaba en "rescatar artistas que merecían mayor exposición, como Tim Buckley o Loop", y en ser cronistas de un momento de "efervescencia por los grupos que estaban surgiendo en ese momento, como Los Planetas o Sr. Chinarro". Curiosamente, ya que sale a relucir el nombre de Sr. Chinarro, desvela que "a Antonio Luque, por ejemplo, le descubrimos a algunas de sus bandas favoritas, como Codeine o Red House Painters".
Partícipe del superávit de vehemencia que comporta una actividad tan provista de un fuerte componente pasional, Llorente reivindica que, "más allá del tono subjetivo, apasionado y hasta poético (con aciertos puntuales y cierta pátina de pedantería que en realidad era puro afán de provocación), lo que queda de entonces es el hecho de querer demostrar que la prensa musical del momento se quedaba corta o estaba perdiendo el paso".
NEGRO SOBRE BLANCO, TAMBIÉN DESDE AQUÍ
Como es lógico, la efervescencia también llegó a la Comunidad Valenciana. En los 90, y al margen de publicaciones más catalogables en el formato de revista (On The Rocks, Wah Wah o Rock Sí!) con las que podían mantener muchos elementos en común, proliferaron fanzines de muy diversa extracción y duración variable. Opúsculos como Versión Original, Matarile, Fancomic, el Boletín NOSESABE (asociado al sello N.O.S.E: Nueva oleada de Sonidos del Este) o Flanzine. Precisamente este último fue uno de los que más directamente sintonizó con la escena indie estatal que se había gestado en torno al crecimiento de sellos como Acuarela, Elefant o Subterfuge y la consolidación de festivales como el FIB.
Su responsable era Rafa Rodríguez Gimeno, quien hoy está al frente de la revista cultural digital Verlanga. Hizo circular Flanzine desde 1995 a 1999. Su objetivo, básicamente, era "la necesidad de hablar y compartir aquellas cosas que me gustaban, principalmente de música, pero también había algún hueco para el cine o la literatura, y todo eso con el correo postal como gran aliado". En su caso, el fanzinerismo fue un periodo "de aprendizaje", útil en su trayectoria profesional posterior, curtida en Canal 9 y en algunas productoras.
Pese a que muchos de los sellos y las bandas mencionadas aún permanecen en activo, son muchos los agentes culturales de aquel momento de efervescencia en los años 90 que se fueron quedando luego en el camino. Inevitablemente ligados a actividades más prosaicas pero, al tiempo, más crematísticas. La borrosa laxitud que el término indie ha ido adquiriendo en el último lustro tampoco contribuye a poner en valor una década cuyo eco pervive hoy en día, aunque no contribuyera a edificar un entramado cultural e industrial de la envergadura que entonces podría vislumbrarse.
"Creo que se quedaron en el camino aquellos que no profesionalizaron su carrera, y no utilizo el verbo peyorativamente, sino, incluso, todo lo contrario, porque hacerlo suponía igual dejar de lado un futuro trabajo más seguro", asevera Rodríguez, quien cree que "salieron adelante aquellos que trabajaron sin descanso, salvo excepciones y al margen de los inevitables golpes de suerte que, por supuesto ayudan". Y para corroborar sus palabras, pone como ejemplo en Valencia a "La Habitación Roja y la promotora Tranquilo Música", sendos casos de "gente que confiaba en lo que hacían y no les importó dedicarles horas y sobreponerse a situaciones adversas hasta que han conseguido convertir esa pasión o afición en su modo de vida".
Los fanzines prácticamente perdieron su razón de ser con la llegada de internet. Aunque quién sabe si algún día pueden volver a ponerse de moda, como las citas de cassette. Los años 2000 están ya prácticamente huérfanos de esa clase de iniciativas. Por eso el fanzine Combustión, editado por Toni Garrido (más conocido como Toni Gominola) fue una absoluta rara avis en su tiempo, entre 2003 y 2009. "Siempre quise hacer un fanzine en condiciones con colaboradores que tuvieran una visión parecida a la mía sobre la cultura pop, y creo que Combustión no fue muy bien entendido por algún sector de aquella época, aunque se vendía bien, tenía buenas críticas y hoy en día es reivindicado por algún crítico de rock".
Garrido, que llevaba haciendo radio desde finales de los años 80 (con su Gominola Soul en Radio Klara), confiesa que tanto Estricnina como Editorial del Futuro Método, Flanzine, Zona de obras y muchos otros le sirvieron de inspiración para "hacer un fanzine con un soporte a la vieja usanza", que era su objetivo primordial. En Combustión convivían "el rock, los cómics, el boxeo o el cine, algo que a mucha gente le llamaba la atención", reconoce. Desde sus páginas, ceñidas a la información local, ayudó a poner su granito de arena para reivindicar la historia del rock en Valencia. Una historia a la que nunca le han sobrado fuentes bibliográficas a las que poder acudir para deslindarla con detalle: "Eso es lo que se intentó, sobre todo teniendo en cuenta el sentido fallero que tenemos en esta ciudad, en el que todo se tira y au. Madrid y Barcelona nos pasan en ese sentido".
Si Paco. Yo tenía el primer y creo único número de "Comida de Perros" que sacaron en el Pyjamarama
Estoy seguro que por algún lado tengo el Editorial del Futuro Método que aparece en el artículo. Fuimos modernos entonces y ahora vamos a conciertos de homenaje a Bowie.
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