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ENTREVISTA

Cara a cara con Terry Gilliam: el último cineasta independiente

EDUARDO GUILLOT. 28/11/2014 Ha sido uno de los premiados de honor del Festival Internacional de Cine de Gijón, que finaliza este fin de semana

VALENCIA. Tiene 74 años, pero derrocha entusiasmo por allá por donde pasa. Terry Gilliam ha visitado la 52ª edición del Festival Internacional Gijón para recoger un merecido premio honorífico, que recompensa una trayectoria tan personal como controvertida, en la que se alternan grandes éxitos como El rey pescador (The Fisher King, 1991) con sonoros fracasos (su inacabado proyecto de adaptación del Quijote). De hecho, su última película, The Zero Theorem (2013), sigue sin encontrar distribución en nuestro país, circunstancia que no altera en exceso a un artista que dio sus primeros pasos como dibujante. "Luego fui a la Universidad y me saqué la licenciatura en ciencias políticas. Aunque estudié algunas asignaturas optativas de Bellas Artes, me pareció más útil tener ideas, conocer la historia", comenta el director de títulos como Brazil (1985), Miedo y asco en Las Vegas (Fear and Loathing in Las Vegas, 1998) o El secreto de los hermanos Grimm (The Brothers Grimm, 2005).

Gilliam, que también ofreció una clase magistral en Gijón, no tardaría en encauzar su futuro: "Le mandé algunos de mis dibujos a Harvey Kurtzman, el editor de la revista Mad, y cuando me gradué fui a Nueva York para conocerle. Me dijo que allí no había demasiadas posibilidades de trabajo, pero cuando llegué, su editor asistente se marchaba de la revista Help y me ofreció el puesto. Era una época en que todo estaba cambiando: La guerra de Vietnam, el feminismo, los derechos civiles, el movimiento gay... Al mismo tiempo, entré en un estudio de animación para aprender la técnica del stop-motion e incluso fui a la escuela de cine durante cuatro días, para aprender a sostener la cámara. Fueron muchos años de trabajos cutres, sin gran recompensa económica, pero haciendo lo que quería, y ese ha sido el principio por el que se ha regido mi vida. Ganar más dinero te puede proporcionar más fama, pero yo prefiero salvaguardar el control sobre mi obra, aunque pueda limitar las posibilidades y la gratificación no sea inmediata".

Una novia inglesa le llevó a Gran Bretaña, donde su vida profesional daría un giro decisivo. "Trabajé como dibujante, ilustrador y animador, lo cual me llevó a conocer a los colegas con los que después pondríamos en marcha Monty Python. Cuando decidimos rodar Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores (Monty Python & The Holy Grail, 1975), nuestra primera película, tras realizar diversos programas de televisión, tomamos la decisión de que los Terry del grupo firmáramos la dirección. Así que lo hicimos entre Terry Jones y yo. De repente, mi nombre estaba en la pantalla y me había convertido en director de cine". 

Sin embargo, Gilliam no tardaría en debutar como director en solitario, adaptando un poema de Lewis Carroll incluido en Alicia en el país de las maravillas. La película se tituló La bestia del reino (Jabberwocky, 1977). "Antes de empezar a rodar Los caballeros de la mesa cuadrada, parecía que Terry Jones y yo estábamos de acuerdo en todo, pero en cuanto empezamos quedó claro que no era así. Yo era joven y arrogante, y aunque me faltaban bases teóricas, quería hacer mi propio largometraje. Me obligué a aprender el trabajo de cada implicado en una película: carpintería, danza, canto... Así sabía con exactitud qué era lo que podía pedir a la gente. Otros directores dejan el proceso en manos de las decisiones de su equipo, pero no es mi caso. Nunca pensé en mí como director de cine (film director), sino como ‘hacedor' de cine (filmmaker). Me gusta participar en todos los procesos, por eso veo mi trabajo más cercano al de un pintor". 

Con esa misma mentalidad haría después Los héroes del tiempo (Time Bandits, 1981). "No suelo volver a ver mis películas. Invierto más de un año en hacerlas y acabo odiándolas. Pero hace nueve meses salió en Bluray, volví a verla para chequear la copia y me pareció que estaba muy bien. Es interesante, porque sigue estando en el mundo Monty Python, se basa de algún modo en una sucesión de sketches, pero al mismo tiempo yo ya buscaba un hilo conductor. Por entonces quería hacer Brazil, pero no disponía del dinero, así que se me ocurrió una idea que podía ser interesante tanto para niños como para adultos, sobre un grupo de seres diminutos que viven en el cielo y, como se aburren, deciden viajar por la historia. Era la época de mayor éxito de Monty Python, hasta el punto de que George Harrison se había involucrado en la producción de La vida de Brian (Life of Brian, Terry Jones, 1979). Ese nivel es muy alto. Eso sí, quien esté interesado, que se de prisa, porque solo quedan dos Beatles vivos", bromea. "Fue, por cierto, una película que todos los grandes estudios rechazaron hasta que llegó Harrison. Eso me hizo comprender que los ejecutivos no tienen ni la más remota idea sobre cómo funciona el negocio del cine".

El cine de Terry Gilliam está lleno de préstamos, que salpican sus películas casi de manera inconsciente, lo que le llevó a afirmar una vez que "robar es mejor que adaptar", en referencia a la cantidad de influencias que se pueden localizar en su trabajo. "He sido un ladrón toda mi carrera. Robo a todo el mundo. Sobre todo, a gente muerta, lo cual evita muchos problemas legales (risas). Steven Spielberg me gusta, pero es un copista. Hay muchos casos así, y me parece bien, pero no es lo que yo hago. George Lucas, por ejemplo, usó gran cantidad de fotos de los archivos de la Segunda Guerra Mundial para La guerra de las galaxias (Star Wars, 1977), donde recreó los combates entre los cazas de la época. A mi no me gusta hacer eso. Yo veo películas, se me quedan en la cabeza y luego caen en el olvido. Esas imágenes rebotan en mi cerebro hasta que, en un momento determinado, en algún rodaje, alguna de ellas me viene a la mente y la uso, a menudo sin ser capaz de identificar siquiera su procedencia. Otros siguen una receta, mientras que lo mío es un guiso donde meto de todo, y al final es difícil distinguir qué era originalmente".

Finalmente lograría rodar Brazil, una distopía convertida en clásico con el paso de los años, pero que le acarreó numerosos problemas, aunque no tantos como Las aventuras del barón Munchausen (The Adventures of Baron Munchausen, 1988), una película que hoy sería imposible rodar. "En los años sesenta llegó un momento en que el sistema de producción de los grandes estudios estuvo a punto de colapsarse, tras el inmenso fracaso económico de Cleopatra (Joseph L. Mankiewicz, 1963), que arrastró consigo el viejo orden. Surgió una generación nueva, con dinero y ganas, que quería ver y hacer cosas nuevas en el cine y terminó creando el llamado Nuevo Hollywood. Pero luego esa gente creció, se casó, tuvo hijos, se acomodó y empezó a jugar sobre seguro. Por desgracia, el sistema actual se debe a la irrupción de Spielberg, Lucas y otros directores como ellos, que cambiaron las reglas de la distribución estrenando tres mil copias de sus películas en todo el país, creando un tsunami promocional que engullía al resto y convirtiéndolas en un acontecimiento en el que tenías que participar por fuerza para no sentirte aislado. Eso lo cambió todo. Después de una época de gran libertad, los ejecutivos se lanzaron a desarrollar productos cada vez más previsibles. De ahí la cantidad de secuelas que sufrimos hoy en día. Siempre se hace la misma película, lo cual es deprimente, y desde luego no es lo que me interesa a nivel creativo. Afortunadamente, aún hay gente que vamos por libre, aunque eso implica recortar costes. Cuando empezamos a trabajar en The Zero Theorem, hace seis años, barajamos un presupuesto de veinte millones, pero al final la rodamos por ocho y medio. Tienes que ajustarte a lo que tienes".

Después de pasar más de una década trabajando en Gran Bretaña, Gilliam volvería a su país de origen para realizar tres películas que se cuentan entre sus mayores éxitos: El rey pescador, 12 Monos (Twelve Monkeys, 1995) y Miedo y asco en Las Vegas. "Munchausen fue un desastre financiero, y me dejó muy deprimido. Tenía un agente en Hollywood que me mandó el guión de La familia Addams (The Addams Family, Barry Sonnenfeld, 1991), pero me pareció que no tenía nada que ver conmigo. Poco después, llegó a mis manos otro guión que me encantó. Era El rey pescador, así que rompí todos mis principios y me fui a Hollywood. Era un guión ajeno, no tenía el control total del proyecto y el dinero era de otros. Pero es una de las películas en que más he disfrutado. En realidad no es mía, sino de Richard LaGravenese, el autor de un guión que había dado algunas vueltas por las oficinas de los estudios, donde cada ejecutivo había ido aportando cosas superfluas de su cosecha, así que rodamos la primera versión. Es un proceso normal: Quieres tener éxito y les escuchas, pero ellos hacen que las aportaciones originales se vayan reduciendo al mínimo, porque estandarizan el contenido del guión. Rodamos a mi manera y la película fue líder en taquilla durante varias semanas".

En contra de lo previsto, la experiencia americana resultó ser muy gratificante para el director. "Llevaba años odiando Hollywood, pero dispuse de dinero, distribución y éxito en las tres películas. Así que me fui otra vez. Me consideraron un loco, pero yo trataba de hacer lo que quería. Por otro lado, cuando llega el combate necesitas tener compañeros en la trinchera. En mi caso, fueron los actores. Sabía que mientras estuviéramos unidos, éramos invencibles. Así pudimos rodar tres títulos que me gustan mucho dentro de un sistema que desprecio. En El rey pescador tuve de mi lado a Robin Williams y Jeff Bridges; en 12 Monos, a Brad Pitt y Bruce Willis; y en Miedo y asco en Las Vegas, a Benicio del Toro y Johnny Depp".

Según el veterano director, "se aprende filmando. Vale la pena coger el iPhone, rodar algo, montarlo, verlo y darse cuenta de que es un horror para verte obligado a hacer otra cosa mejor, y así sucesivamente hasta aprender el proceso. Cuando estaba en Nueva York, al principio de mi carrera, compré con un amigo una cámara Bolex de 16 mm y una grabadora, y salíamos cada fin de semana a rodar películas. Aprendimos mucho, especialmente lo que no hay que hacer, que es el modo de darse cuenta también lo que sí hay que hacer. El proceso más importante consiste en aprender eso".

En los últimos años, Gilliam ha mantenido su sello en cada nueva película que ha firmado, y en el horizonte vislumbra la posibilidad de llevar por fin a término uno de sus sueños: The Man Who Killed Don Quixote. Sin embargo, su mirada no ha perdido el pesimismo que ya mostraba en trabajos de los años ochenta como Brazil. "La imaginación es capaz de transformar la realidad en algo distinto, puede modificarla, permite ver las cosas de manera diferente. Pero dejarlo todo en manos de la imaginación tampoco es una solución: Hay que mirar la calle antes de cruzar. El mundo real se está volviendo cada vez más y más oscuro, y quizá por eso la generación de mi hijo prefiere ocupar su tiempo con los videojuegos, donde puedes hacer lo que quieras sin temor a sufrir daños, en vez de salir a la calle y protestar. O puede que el problema se resuma en que me he convertido en un viejo amargado".

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