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COMERCIANTES Y CIUDAD

La leyenda de los comercios históricos de Valencia o la burguesía que no pudo ser

EUGENIO VIÑAS. 28/11/2014 El libro 'Comercios históricos de Valencia' recoge 75 proyectos que hablan de internacionalización y espíritu emprendedor

VALENCIA. Hace unos cuantos miles de años, las mujeres y los hombres se adentraron en sociedades complejas de forma natural. Ya no bastaba con sobrevivir. Ya no bastaba con lograr que el núcleo familiar fuera autosuficiente. Conseguir ‘las cosas' ya no dependía de lo que uno podía cosechar o fabricar, porque la vida prosperaba visiblemente a partir de los logros colectivos.

Del intercambio a la compra-venta y de ésta al espacio físico. La tienda es el precedente y ventilador público de los gremios profesionales, cuyo máximo esplendor e influencia social despunta a partir de la Revolución Industrial. Tanto es así que su aparición dinamiza y domina a su antojo la fisonomía de las ciudades, deformándola de nuevo ahora con la llegada de las grandes superficies.

No obstante, durante el último siglo y medio Valencia ha gozado de un apogeo comercial que ahora hace las delicias de los nostálgicos a través de Internet. Una realidad comprimida en viejas fotografías que se publican narradas por los historiadores Gumersindo Fernández Serrano y Enrique Ibáñez López, partiendo de su popular blog Comercios históricos de Valencia que da título al libro.

A través la publicación descubrimos rincones impensables de la ciudad, como la Ostrería de Miguel Collado en el Paseo de Caro sin número. Es difícil encontrar a algOstrería de Miguel Colladouien que recuerde este restaurante sobre el mar situado entre los antiguos astilleros y el club náutico. Langostinos, almejas y moluscos vivos permanecían en un piso pegado al mar que funcionaba como batea. Sin embargo, las ostras  verdes de Marennes-Oléron convertían a este singular comercio en "lo más pintoresco del puerto", según la publicidad en prensa de la época. 

No menos pintorescas son tiendas incluidas en el libro como la Armería Pablo Navarro, El Asilo del Libro, Hotel Petit Miramar, Perfumes Robillard, los grandes alamecenes El Siglo Valenciano, Postre Martí, la Fábrica de Cervezas, Gaseosas y Hielo Artificial de los Cayol, las destilerías Marzal y Sucesores y la Benedito o la extensa relación de luthiers -una potencia mundial en aquel entonces- de guitarras, desde Salvador Ibáñez a Andrés Marín, pasando por Telesforo Julve o Musical Gaspar. Y no escapan iniciativas más autóctonas como la Buñolería El Contraste, Abanicos Carbonell, las cesterías de la calle Músico Peydró o Turrones Ramos.

Armería de Pablo Navarro. Calle de San Vicente Mártir 14. Comercio existente.

COSTUMBRISMO SALUDABLE

Ibáñez, uno de los dos autores del libro, destaca que "en el libro se aborda un concepto de comercio muy amplo, porque apenas había diferencia en estos comercios centenarios entre la tienda, el taller o la vivienda familiar". Buena prueba de ello son las historias de los diferentes ultramarinos que aparecen en el libro, cuyo dependiente, habitualmente un aprendiz, vivía en la misma tienda que a la vez era hogar de sus propietarios. "Tal era el vínculo que pasó a ser habitual que en estos comercios, como es el caso de El Niño Llorón (todavía abierto en la calle Ruzafa), fuese el aprendiz el que heredase y continuase el negocio", apunta el geógrafo e historiador.

La tradición comercial de la ciudad de Valencia también tuvo reflejos del pasado muy actuales. Es el caso de una suerte de pop-up stores, el término que ahora se emplea para hablar de tiendas eventuales, que el pasado siglo funcionaban como algo habitual teniendo en cuenta las temporadas de frutas. La tienda Las fresas de mis fresares, de Teresa González, se encontraba entre el cine Rialto y el Ateneo. Abría sus puertas únicamente cuando la fresa estaba en sazón, en el apogeo de su temporada cuando los agricultores de regadía valencianos recogían este fruto especialmente dulce. Doña Teresa se ganó el sobrenombre de "Reina de las Fresas" hasta que el mar de invernaderos almeriense acabó con el fruto exquisito y los cortos periodos de la fresa local. 

Pero la historia del campo valenciano no es la única que recoge este volumen, editado por la agitada Carena Editors que en pocas semanas está sumando un notable catálogo de referencias. La Pepica, el Horno de San Nicolás, los Almacenes La Isla de Cuba o Bromas Moratín, todos ellos emblemáticos y en la memoria de muchos valencianos, son destripados en esta obra plagada de referencias históricas.  Bromas Moratín. Calle Embajador Vich 14. Comercio desaparecido

Una de las más destacadas es la del Hotel Metropol. Este lujoso hotel se situaba frente a la Plaza de Toros entre los años 1931 y 1939. Allí las veladas eran amenizadas por una orquestina, había baile los domingos de 5 a 8 de la tarde, servicio de cotelería, grill-room, helados a domicilio (especialidad de la casa) y un jardín de invierno que en verano hacía las delicias de los más adinerados con un regrigerador de hielo artificial. 

La Guerra Civil marcó el futuro de este hotel de lujo para la ciudad. El gobierno recublicano, con Indalecio Prieto y Francisco Largo Caballero al frente, tomaron las excelentes instalaciones de este hospedaje. A partir de este momento, su actividad quedó marcada por la 'okupación' del mismo como Casa de la Cultura, presidida por Antonio Machado que vivió en el hotel antes de trasladarse a Rocafort, sede del II Congreso de Intelectuales Antifascistas inaugurado por Juan Negrín y al que asistió Bertolt Brecht, sede del Ministerio de Instrucción Pública y, entre otras disposiciones, sede de la Embajada Soviética en España y del KGB. De hecho, el NKDV (nombre previo al de KGB) interrogó e hizo del Hotel Metropol su fortín durante la contienda fraticida, siendo la principal área de información y operaciones para la Unión Soviética en España.

EL SINO DEL COMERCIO VALENCIANO

Es difícil, en cualquier caso, escoger entre algunas de las historias del libro ya que todas ellas están trufadas de personajes, anécdotas increíbles y pasajes históricos reveladores. La publicación, aun así, está notablemente protagonizada por la colección de fotografías, responsabilidad precisamente de Ibáñez: "hay que saber qué personas pueden tener documentos antiguos de comercios y de hecho la ausencia de material gráfico nos impide poder hablar de algunos de ellos". Pero el libro no solo recoge imágenes, sino que también incluye publicidad de la época, tan interesante como los propios establecimientos.

Ibáñez reconoce que, tras la publicación del libros, ambos autores han percibido cierta desafección histórica por el comercio tradicional en la ciudad, frente a la relación que este tipo de tiendas tiene con sus clientes -todavía- en ciudades más grandes como Madrid. No obstante, la historia de los comercios valencianos a través del libro revela la creación frustrada de una burguesía valenciana, a semejanza de los botiguers de Barcelona.

Carl Marx aseguró que la burguesía se divide en la fracción comercial, la fracción industrial y la fracción financiera. Y Valencia -y su área metropolitana- tuvieron una industria, aunque esta creciera más lenta que la vasca o la catalana, tuvieron una fracción financiera, porque la exportación de los cítricos -especialmente- hizo acumular divisas, pero acumuló una frustrada fracción comercial, porque hubo talento emprendedor, flujo de caja, pero una deficiente progresión del negocio a través de las generaciones. Y mucho menos, en la mayoría de los casos, un rédito económico diferenciado para expandirse e invertir en distintos negocios.

Tarjeta postal publicitaria del Dr Trigo

Hay dos casos paradigmáticos en el libro para entender este hecho: el primero es el de Agustín Trigo Mezquita, el farmaceútico y posteriormente doctor Trigo. Este hombre, que llegó a ser alcalde de Valencia durante un breve tiempo, instaló su laboratorio químico-framaceútico en la calle Sagunto 144. Sus inquetudes constantes -hasta constituyó un observatorio astronómico- le llevan a experimentar con los cítricos y la química, y aunque primero trata sus posibilidades para la perfumería, más tarde lo hace enfocándose a los refrescos. 

Su historia es la del éxito y el ascenso, la de una suma de patentes hasta presentar su gran producto, la Naranjina (y precedente de los refrescos de naranja azucarados) en la Feria de Marsella de 1935. Allí le roba la idea el francés Leon Beton (ahora la marca pertenece a Schweppes International Limited) y el futuro mundial del valenciano queda reducido a una inventiva nacional que prospera con la fórmula 'Tri' de su apellido acompañando a la Naranjina (Trinaranjus), aunque privado de la catapulta global.

El segundo caso paradigmático es el de la Fábrica de Guitarras Salvador Ibáñez. Este fabricante inició su producción a afínales del siglo XIX con una concepción del negocio que, directamente, ya pasaba por estar internacionalizado. Y exportó a Estados Unidos, donde empezó a vender como marca de guitarras de calidad, para más tarde distribuir a luthiers de sudamérica y alcanzar unas ventas extraordinarias finalmente en Japón.

Tras este posicionamiento gobal, en 1920 fallece el padre y fundador y los hijos se arruinan con el crack de la bolsa de Wall Street, nueve años más tarde. La tienda es trasladada sin fortuna desde la plaza del Ayuntamiento de Valencia (calle Bajada de San Francisco, por aquel entonces) y la ruina se apodera de la marca. Telesforo Julve la compra, pero no saca adelante el rendimiento previsto y "por un desinterés según algunos historiadores o por un robo de propiedad según otros", apunta uno de los autores del libro, "su distribuidor nipón, Hoshino Gakki, cambia la Ñ por una N y crea Ibanez".

La muy posicionada marca de guitarras Ibañez se convierte en Ibanez, entre las cinco más populares a nivel mundial y con un volumen extraordinario de facturación. Tanto es así que esta marca ha sido la preferida por guitarristas como Steve Vai, Joe Satriani, The Edge (U2), John Petrucci o Sting. De nuevo, otro caso de comercio local que había iniciado su camino de prosperidad pero que de nuevo se topaba con la imposibilidad de establecerse como referente económico.

"Los años 20 y especialmente la posguerra fueron los que, en la mayor parte de los casos, oprimieron a los comercios valencianos de establecerse en un siguiente escalón pese a las nobles iniciativas", apunta el autor del libro. Cualquiera que lo lea se sorprenderá del componente de creatividad que durante el último año han compilado los dos historiadores locales. Ellos se declaran "sorprendidos con la cantidad de historias que hemos podido encontrar. Sabíamos que había material gráfico, pero lo relevante es que hay información en las personas que rodean a esas tiendas y en los archivos (la Biblioteca Valenciana y el Archivo Histórico Municipal del Ayuntamiento de Valencia) que ahora hemos compilado en este volumen".

Hotel Petit Miramar. Paseo de Neptuno 32. Comercio existente. Antiguo merendero de Leonardo Vilella. Hacia 1910

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2 comentarios

Pacou escribió
28/11/2014 10:11

genial la sabateria "Lo inconcebible" que es veu a la portada del llibre

gemma escribió
28/11/2014 08:49

MIra quin llibre més bonic

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