VALENCIA. Cuando una historia es deprimente, tendremos que juzgar su calidad en la pantalla por su capacidad de deprimir ¿no? Así ocurre en otros géneros, con la risa en la comedia y el deporte de cinco contra el calvo en el erotismo. Pues bien, en ‘Olive Kitteridge', la última serie de HBO, uno acaba bastante deprimido, haciéndose preguntas sobre su vida y los que le rodean; incómodas preguntas. Así que la serie logra su objetivo: hundirte en la miseria. Tenemos que decir por lo tanto que es una gran serie. Como suele ser habitual en HBO por otra parte.
La historia en cuestión es una adaptación de la novela del mismo nombre de Elizabeth Strout, premio Pulitzer de 2009. A la actriz Frances McDormand, esposa del director Joel Coen, le gustó y se lanzó a producirla con HBO y la directora Lisa Cholodenko.
Si hubiera que buscar un ejemplo perfecto de lo que es un director indie estadounidense ese es el de Lisa Cholodenko. Su primera película, ‘High Art', era sobre una fotógrafa lesbiana y sus amigos drogadictos. La segunda, ‘La calle de las tentaciones', iba sobre una pareja de jóvenes estiradillos a la par que reprimidillos que en una visita en Los Ángeles a la madre de él, hippie desbocada, descubren entre otros drogadictos que se bañan en pelotas en la piscina que igual la vida no es sólo atascarse por la mañana en la autopista para trabajar doce horas, volver a casa en otro atasco y que tu tiempo libre te dé para disfrutar de un yogur veinticinco minutos y a la piltra de nuevo sin más aliciente que mirar orgulloso el diploma de tu licenciatura colgado en la pared. Las dos pelis, sinceramente, molaban.
Pero más curiosa y cuestionable fue la tercera, ‘Los chicos están bien', que tuvo cuatro nominaciones a los Oscar y era una defensa cerrada e intransigente de la institución familiar, con la única salvedad con respecto a una película ultraconservadora de que las protagonistas eran dos madres lesbianas. Decimos que es el paradigma de director indie americano porque pasó del anhelo de liberación al moralismo en un plis plas, por mucho que lo revistiera de temática gay. Algo bastante habitual por esos lares. Y estos, por supuesto.
El caso es que en su regreso con esta miniserie no se aprecian grandes rasgos de su autoría, pero porque el guión no lo ha tocado, al contrario que en el resto de sus películas.
Dicho lo cual ¿de qué va la cosa? Pues de una familia de tres miembros que reside en un pueblo costero inhóspito del estado de Maine en el que hace un tiempo asqueroso, parece que el viento pega bastante fuerte y el mar no es para bañarse. El marido es el farmacéutico. Un hombre servicial, siempre con la sonrisa en la boca, que aspira a que todo sea perfecto y maravilloso en el "American Dream". Ella, McDormand, es su mujer, profesora de Matemáticas, continuamente malhumorada, respondona y aguafiestas. Es la persona más normal del pueblo, se lo adelanto digan lo que digan las sinopsis que circulan por ahí. Y el hijo, en el estado de incomunicación que vive en su hogar con dos padres tan antagónicos, pues de mayor se echa en brazos del Prozac. Una víctima más.
El desarrollo de ‘Olive Kitteridge', dividida en cuatro episodios de una hora y que comprende 25 años en la vida de la familia, no encierra grandes misterios ni emociones fuertes. Toda la miniserie uno espera la gran epifanía, la explicación definitiva que revele por qué se comportan así, pero no van por ahí los tiros. Es la vida, sin más, lo que nos cuentan.
A base de silencios, miradas, comentarios cotidianos pero punzantes, vamos descubriendo qué hay detrás de una familia que está en esa porquería de pueblo -en una casa bastante maja, todo hay que decirlo-, pero que podría residir en cualquier lugar del mundo. Las corrientes subterráneas que se van adivinando sobre su relación son las que puede tener cualquier pareja.
Si hay que interpretar algo es por qué se nos vende que el papel de McDormand es el de una vieja gruñona. Muy al contrario, todo lo que dice en cada momento son verdades como puños. Quizá por eso en esta sociedad se la considera un modelo negativo. Es la única con los pies en el suelo en su casa y una de las pocas buenas personas que hay en su pueblo, lleno de gente normal, esto es, de psicópatas que de no existir la ley y el orden se comerían a dentelladas el cráneo del vecino.
Llegados a este punto es imposible reseñar más sin incurrir en eso que los jóvenes llaman spoiler y que les resulta más molesto que una responsabilidad. Las palabras clave de la serie son:
1- La depresión. Cómo se manifiesta ¿Se trata tan solo de estar gimiendo en la cama o puede mostrar unos síntomas leves pero constantes, ser larga y duradera con sus dolores psicosomáticos y todo? En este punto, hay una salida muy divertida del personaje de McDormand. Admite que en su familia todos tenían depresión y ella dice que está feliz de tenerla también, "va con la inteligencia", añade.
2- El suicidio. ¿Pueden superarlo los seres queridos? ¿Qué secuelas deja en ellos?
3- La psicología. ¿Consiste en echarle la culpa a tus padres de todo lo que te pasa?
4- La felicidad a toda costa. ¿No es una búsqueda en vano?
5- El matrimonio. Nada más que añadir.
Si están interesados en estos alegres y chispeantes momentos de la existencia, no dejen de verla. Les dejará destrozados. Es en parte parecida a la ‘Amour' de Haneke, parece contagiada de esa necesidad del austriaco por mostrar las partes de la vida más cotidianas, o inevitables, pero que incomodan al espectador contemporáneo, ese que sólo quiere escapismo y zona de confort. Eso sí, según publicó El País, durante el rodaje de la serie todos los técnicos y miembros del equipo decían entre risas que Olive era como su madre.
En otro orden de cosas, HBO sacándose del magín ese producto demuestra que no son necesarios los superhéroes, la violencia, los extraterrestres o la guerra para que una serie resulte apasionante. Esta sin duda lo es. Y cuál es la trama: envejecer. Sin más.
Un argumento revolucionario, paradójicamente. Así al menos lo entiende McDormand, que con este personaje y esta serie, declaró al New York Times, ha querido dar una respuesta a una industria y un modo de entender la vida para el que "no se puede pasar de los 45 años" -ella tiene 57-. En la entrevista también se quejaba de que hoy día todo el mundo se viste como adolescentes, se tiñe el pelo y se alisa la piel tengan la edad que tengan. Graciosamente, en esta serie, la han tenido que caracterizar para los fragmentos en los que su personaje tiene 40 años y no al revés.
Del mismo modo, la actriz se mostró molesta por que no abunden historias que muestran algún deseo de ser adulto, de entender la madurez como una meta, como un regalo. Un problema cultural, sentenció. Por lo que no podemos estar más de acuerdo con lo que ella misma ha dicho de lo que es en el fondo una serie como Olivie Kitteridge: "un acto subversivo".
Al final va a resultar que el cine español del tipo bar-piso-bar, con vidas normales y por tanto aburridas, va a ser el novamás en ficción. Prefiero la línea, también realista, pero "emocionante", de Hatfields & McCoys.
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