MADRID (EFE). Estaba predestinado a ser cineasta. Se apellida Pasolini y es sobrino-nieto, por parte de madre, de Luchino Visconti. Difícil escapar del influjo del séptimo arte con semejante herencia. Y eso que Uberto Pasolini (Roma, 1957) iba para economista. Pero en la familia Visconti siempre primó la libertad para "explorar lo que uno tenía ganas de descubrir". Y él no ha sido una excepción.
Tras alcanzar su primer éxito como ideólogo en la sombra y productor de Full Monty, nominada a los Oscar, Pasolini dio el salto a la dirección y el guion con Machan (2008) y ahora repite con Nunca es demasiado tarde, cinta premiada en el Festival de Venecia de 2013, donde obtuvo cuatro galardones, y que se estrena este viernes en España.
Nunca es demasiado tarde (Still Life) se centra en la vida de John May (Eddie Marsan), un meticuloso funcionario londinense, que vive solo y se alimenta de manzanas y latas de atún, y cuyo trabajo consiste en encontrar a los familiares de los que han muerto en soledad. "Pasé seis o siete meses con estos funcionarios en Londres, y hay muchos momentos de la película extraídos de la realidad. Son como policías: entran en casas de personas que murieron solas y buscan pistas, desde una fotografía a un testamento", explica Pasolini en una entrevista con Efe.
"En la mayoría de los casos no encuentran nada y en un 30 % de los casos, cuando encuentran a esos parientes, la mayoría no quiere saber nada de ellos. Se celebran miles de funerales sin que asista nadie", añade acerca de una cinta que reflexiona sobre la vida, la muerte y la forma de relacionarnos con los demás. Lo que empezó como un viaje de investigación social se convirtió para el cineasta en una cuestión muy personal. "Hace unos años me divorcié, y fue la primera vez en 25 años en que entré en una casa donde no había nadie, nada. Por primera vez sufrí la soledad", confiesa.
Visualmente inspirado por la obra de Yasujirô Ozu, con un ritmo pausado, una composición tan meticulosa como su protagonista y una paleta cromática que va del frío al calor, el filme despega cuando Mister May, a punto de perder su empleo, se encuentra con que su último caso es su vecino de enfrente, a quien no conoció en vida.
"Antes de hacer la película yo mismo no conocía a mis vecinos. Vivo en una calle en Londres, con un vecino a cada a lado. Pensé que eso no podía ser, así que fui a llamar a su timbre, con una botella de vino y me presenté. Ahora soy amigo de uno, y fui al entierro del otro, que murió", relata. Y es que lo sorprendente de John May es que no se trata del típico solitario huraño, sino que es un personaje que desborda generosidad e interés por los demás, con la peculiaridad de que lo expresa a través de los muertos.
"John May es un 50 % lo que yo soy, en lo maniático y obsesivo con las pequeñas cosas, la atención a los detalles, y un 50 % lo que no soy pero me gustaría ser, en cuanto a la generosidad", dice Pasolini. Para interpretarlo, el director pensó desde un primer momento en Eddie Marsan, en su primer papel protagonista tras ganarse una reputación como secundario junto a Martin Scorsese (Gangs of New York), Steven Spielberg (Caballo de batalla) o Bryan Singer (Jack el Cazagigantes).
"Necesitaba un actor que haciendo casi nada, sin hablar, con sutileza, comunicara esa humanidad. Eddie es conocido por papeles más violentos y dramáticos, pero yo sabía que él tenía esta habilidad de conectar con el público de manera muy profunda, sin hacer casi nada".
Volviendo al influjo Visconti, Pasolini se confiesa admirador más bien de sus primeras películas: La tierra tiembla, sobre los pescadores sicilianos, o Rocco y sus hermanos, que retrata la inmigración hacia el norte de Italia. "Lo interesante de esas películas es que hablaban de un mundo que no era su mundo, de situaciones que no tenían nada que ver con la realidad de hiperprivilegio de su vida", explica. "Y yo, desde hace un tiempo, hago un poco lo mismo, disfruto del cine como una oportunidad para descubrir mundos y situaciones bien lejos de mi vida de privilegio", concluye.
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