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nuevo disco (otro recopilatorio)

35 años de Inhumanos, la fiesta interminable del grupo más gamberro

C. A.. 19/11/2014 La formación, refundada tras la marcha de Alfonso Aguado, sobrevive por su hermano Sergio, actual líder
Los componentes del grupo Los Inhumanos. FOTO EFE/ JUAN CARLOS GOMI.

VALENCIA. La historia la ha contado en numerosas ocasiones Alfonso Aguado. Todo comenzó a raíz de una sesión cinematográfica en el CEM de SIPE (Centro Escolar y Mercantil del Servicio de Información de Prensa y Espectáculos), situado en la calle Jai Alai, número 5 de Valencia. Era una de las salas emblemáticas del teatro independiente de la Valencia de los setenta. Estaba vinculada a la compañía de Jesús y en su cine club gustaban de proyectar películas de cariz intelectual. En una de esas sesiones, Aguado, tras pasarse 15 minutos viendo un plano fijo de una bombilla y escuchar después al público aplaudir, decidió que no había nacido para ser moderno. Él, que hasta entonces leía a Rimbaud y quería cambiar el mundo, dejó el vino blanco y se pasó a la cerveza. En ese preciso momento comenzó a aflorar en su interior una idea, la de que lo chabacano también es cultura, un pensamiento que se plasmaría en 1980 en Los Inhumanos.

Hoy, casi 35 años después, Los Inhumanos siguen vivos gracias a su hermano, Sergio Aguado, quien ha tomado las riendas de la formación, mientras Alfonso se ha volcado en su propia banda. No ha sido un divorcio, sino una cesión en toda regla. "Como mi hermano se me parece y canta como yo no hay mucha diferencia", dice Alfonso. Sergio estuvo este martes en Madrid, presentando el nuevo disco del grupo, un recopilatorio con el que la formación aspira de nuevo a reinar en verbenas y fiestas populares.

Para entender el espíritu desenfadado y abiertamente zafio del grupo, Aguado remite a su propia experiencia como responsable de un cineclub, el de Maristas, donde tras programar el cine más exigente y sesudo, con resultados desastrosos, optó por hacer un ciclo de los Hermanos Marx y de Woody Allen, "que entonces estaba comenzando". Y vio que aquello funcionaba.

Algo parecido, salvando las distancias, le pasaría a él en la música. Aguado era el cantante de un grupo de tecnopop de cierto renombre, Última Emoción, una formación impulsada por Julio Pastor que animó el arranque de los años ochenta en Valencia y de la que formaron parte también José Luis Macías y Lino Oviaño. "Con Última emoción tuve mi parroquia de seguidores, pero después con Los Inhumanos no", ríe Aguado. Cambió mucho. De hecho, oyéndole cantar ‘Pasión' resulta difícil distinguir la voz que cantó ‘Manué'.

Los Inhumanos como tal, su otro proyecto, no era hasta entonces más que una broma veraniega de unos universitarios de El Saler, niños bien gamberreando, fingiendo ser el grupo de moda y a los que lideraba un Aguado tan heterodoxo como simpático. Por allí se dejaría caer un jovencísimo Carlos Goñi, amigo personal suyo. El grupo no tenía futuro ni quizás presente. Pero la disolución de Última Emoción lo cambió todo.

El grupo se partió. Literalmente. Por un lado Macías y Oviaño crearon Comité Cisne precisamente con Goñi, uno de los grupos de referencia de la escena nacional de los ochenta. Por el otro, Pastor inició sus experimentaciones electrónicas que le darían fama con el tiempo, primero con el grupo Megabeat (con Fran Leaners y Gani Manero) y después como Interfront, con canciones como 'Es imposible, no puede ser'.

Mientras, Aguado se centró en Los Inhumanos, con quienes grabó en 1983 un pequeño disco, un EP en el que estaban incluidas cuatro canciones, entre ellas su primer clásico, ‘Verano Inhumano', y la inenarrable ‘Lady Di'. Herederos del espíritu de Bernat i Baldoví, con algo del sentido grupal de Madness y la vulgaridad de algunas "jotas navarras", en palabras de Aguado, y con una musicalidad nula, digna de la escena amateur, se fueron haciendo un hueco como sinónimo de jolgorio. "Pero sólo en Valencia y alrededores", admite su fundador.

Dos años después grabaron su primer disco, Los Inhumanos, con joyas de la cultura popular como ese ‘Manué' antes citado o esa oda machista ‘Eres una foca', y aquella broma estival pasó ya a ser una fiesta. Los rudimentos musicales seguían siendo mínimos. Como recuerda Aguado, en los primeros conciertos llevaban una caja de ritmos electrónica como batería, un Korg MS-10 monofónico con el que hacían el bajo, y una guitarra. El resto del grupo eran él y sus coristas, una decena, veintena, treintena de tipos con túnica blanca que coreaban sus himnos de taberna. "Éramos brutos, pero es que la taberna española ha sido siempre así, basta", se justifica.

Al año siguiente lanzaron ‘Las chicas no tienen pilila', y la broma se estaba quedando en eso, en un chiste que ni las ventas consolaban. Por si fuera poco tuvieron también algunas escisiones, como la que dio pie a Los Kadetes, que alcanzarían un gran y fugaz éxito en 1986 con ‘Vacaciones en el mar'. Pero de nuevo se produjo un giro de 180 grados en la historia del grupo en 1988 con la aparición de 30 hombres solos, con cambio de discográfica incluido y salto a Zafiro. Fue disco de platino. El trabajo estuvo producido por Nacho Mañó (Presuntos Implicados) y en él colaboraron miembros de Vídeo como Puchi Balanza o Víctor Baxter de Polvos de Talco Baxter. Entre sus singles, obras maestras de la cultura verbenera como ‘Me duele la cara de ser tan guapo' o ‘Qué difícil es hacer el amor en un Simca 1000'.

El éxito fue enorme, tal que se convirtieron en estrellas, e hicieron lo que querían hacer siempre: divertirse. Con una actitud digna de leyendas del rock, destrozaban hoteles con sus peleas de extintores, que llamaban ‘hacer un cazafantasmas'. Y nunca tenían que pagar por los desperfectos ocasionados. "Venía el dueño del hotel y nos decía: ‘Ah, qué chicos más divertidos. ¿Cuánto cuesta los destrozos? ¿80.000 pesetas? Venga, lo pago yo'...", ríe al recordar Aguado.

Fueron cuatro años de éxito interrumpido, gracias a los cuales se les invitaba a todos los programas de televisión. Y allí iban todos. Los 30 hombres solos. Y si faltaba alguien, lo cogían de entre el público. En una ocasión hicieron subir a un joven de venta ambulante. "El pobre no entendía nada", recuerda.

Fue entonces cuando se labraron su fama de caóticos, de imprevisibles, que a ellos les gustaba. "En una ocasión un periodista me dijo que sólo le ponía nervioso entrevistarme a mí y a Robe Iniesta, el de Extremoduro, porque siempre que lo hacía no sabía qué podía pasar", comenta Alfonso Aguado. Y lo cuenta con cierto orgullo. "Eran los más divertidos, era geniales verles en acción", recuerda el cantante Alberto Añón. "Yo trabajaba de disc jockey en Woody y se me metían en la cabina los treinta y aquello era un desparrame".

Tras una agotadora gira que les llevó por todo el país, grabaron No problem, que salió publicado en 1990. Aunque las ventas fueron considerables, no se aproximaron siquiera a las de su antecesor pero se convirtió en la excusa perfecta para que de nuevo pudieran recorrer España. Con temas como ‘Sí, sí, sí (el novio de otra)' y parodias como ‘Yo sé beber', sus actuaciones en directo se convirtieron en un espectáculo y sus presencias en televisión en teatros del absurdo que a veces daban hasta vergüenza ajena.

Divorciados por completos de la crítica, Los Inhumanos se encerraron en su condición de grupo festivo e hicieron orgullo de su anárquico way of life, ausente de cualquier atisbo de trabajo musical. Buen ejemplo sería el título de su siguiente disco, El mágico poder curativo de la música de los Inhumanos, todo un acto de autoafirmación. La propuesta musical quizá se había agotado, pero la fama aún no; dieron más de 100 conciertos en un año.

Directum Tremens, publicado en 1992, fue un disco en directo, que es el ardid que suelen emplear los grupos durante los periodos de reflexión. En su caso no sirvió para relanzarles. Sus tres siguientes discos evidenciaron que la fórmula no daba más de sí. La tortilla de patatas es eso, tortilla y patatas. No hay nada más. Y eso le sucedía a Los Inhumanos. 9 Canciones con mensaje y una con recao, publicado en 1993, o Si al amanecer no he vuelto... venir a recogerme editado en 1994, no contribuyeron a nada más que a proporcionar una excusa para volver a salir de gira. Porque, eso sí, conciertos siempre tuvieron y siguen teniendo.

El título del siguiente disco, Música festiva para gente sin complejos, publicado en 1995, venía a resumir en lo que se había convertido Los Inhumanos, una formación perfecta para las verbenas, pero muy lejos de esa repercusión que gozaron en su breve lustro de gloria. No despertaban ya la misma simpatía. "Es muy curioso cómo cuando no tienes éxito a la gente no le hacen gracias algunas cosas tuyas", bromea Aguado. Sus peleas de cazafantasmas ya no eran tan aplaudidas en los hoteles. "Habíamos dejado de ser graciosos para ser unos hijos de puta", ríe.

Música adhesiva de 1996, considerado por los fans del propio grupo como "el peor de todos" sus trabajos, fue el anticipo de su primer intento de disolución en 1998, Apaga y vámonos, una mera compilación de grandes éxitos en directo sazonada con algunas rarezas. Hubo un intento de regreso en 1999 con El retorno del Jeti pero ya en 2001 Aguado dio por finiquitada su presencia en el proyecto con el álbum Cara dura y tuvo lugar así una transición "pacífica", en sus propios palabras, y su hermano Sergio pasó a liderar la formación. "Llevaba ya 21 años", recuerda el cantante, y "estaba cansado". Quería reiniciarse y creó la Banda del Capitán Canalla. Más de lo mismo, pero con un tono más futbolero si cabe.

La segunda etapa de los Inhumanos se inició como la primera, con un EP, Baila mulata. Desde entonces ha habido tres discos de celebración: uno por los 25 años del grupo (25 años haciendo el imbécil, 2004), otro por los 30 (Los hombres que amaban a todas las mujeres, 2010) y ahora uno nuevo por los 35, 35 años de fiesta, con la túnica puesta, que verá la luz dentro de un mes y en el que han contado con la colaboración de cantantes próximos a ellos, como El Sevilla. Junto a estos, un disco en directo, Iba a tomar una caña y me líe (2012) que incluía un documental realizado por Susi Gozalvo, y un único disco de canciones originales, Quiero volver con mi mamá, publicado ahora hace ocho años.

Actualmente, la banda se mueve a golpe de mensaje en su propio grupo de WhatsApp "masculino" y funciona "como un equipo de fútbol, con una base titular de 10 personas" que se amplía hasta 20, con edades comprendidas entre los 20 y los 55 años, según le explicaba Sergio Aguado a Juan Carlos Gomi, de la agencia Efe. Entre sus componentes se hallan ex miembros de otros clásicos de la movida valenciana como Orfeón Brutal y su pervivencia es coyuntural, mientras haya una verbena sonarán, y no parece que las verbenas vayan a desaparecer.

Siguen recorriendo España como "una banda de pueblo", capaz de actuar ante 35.000 personas el año pasado en Faro (Portugal) y después en unas fiestas patronales. Y siguen riéndose de sí mismos y de todos. Para la gira de 2015, Sergio Aguado, por ejemplo, dice que actuar "en el Primavera Sound" les haría "ilusión".  

Ironías al margen, tanto Alfonso Aguado como su hermano Sergio, reivindican el valor del grupo y el hecho de que hayan tenido éxitos tan imperecederos que aún hoy funcionan en directo. Así, Sergio sostiene: "Tenemos canciones de tres minutos, divertidas, festeras, y que sean himnos para siempre es tan difícil como hacer una canción seria. En muchos sitios se nos ha denostado por la imagen, pero esta apuesta por la risa tiene tanto mérito como lo otro". Mientras que Alfonso asegura: "Si hacen una lista de los 800 grupos más importantes del rock español nunca nos ponen, y hemos vendido más de medio millón de discos", razona. "Y eso quiere decir algo", concluye. El qué es algo que todavía nadie ha conseguido explicar.

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