VALENCIA. Es posible que vivamos en una ciudad en la que la gloria es un fenómeno tan poco común que, cuando se manifiesta de alguna manera, corremos a enterrarla bajo toneladas de arena para no tener que mirarla a los ojos. O le cambiamos el nombre; algo que lo iguala todo de forma perversa y absurda, especialmente cuando se trata de éxito, fracaso e incluso tragedia.
En el número 200 de la calle San Vicente de Valencia hay unas paredes que esconden noches de gloria y días felices, y que llevan años asistiendo a la confusión; un local con casi medio siglo de existencia oficial que acopia en sus 535 metros cuadrados pedazos de una historia de éxito y alegría demasiado reciente como para ser olvidada. La efervescente vida del Roxy Club, la antigua Roxy, late bajo lo que hoy es eventualmente una discoteca latina. Otra historia más de muerte o gloria, ya lo cantaban los Clash.
"Roxy Club fue nuestro Studio 54, nuestra The Haçienda". Así lo recuerda el periodista César Campoy, que seguro que es consciente de la ironía de comparar la Roxy, con su historia sepultada en mil y un cambios de títulos, con The Hacienda, la mítica sala del Madchester de los Stones Roses o Inspiral Carpets que, a día de hoy, es un edificio de pisos.
"Now the party's over, you can come home" ("ahora que la fiesta se ha acabado, puede venir a casa"), así vendía los pisos la inmobiliaria de turno. Primero como periodista y más tarde, desde finales de 1998 hasta mediados de 1999, como parte de "la Familia Roxy" al compartir con Juan Agus Sánchez la dirección de Rock Sí!, la revista que editaba la sala, Campoy convirtió el Roxy Club en su segundo hogar. O en el primero. "Durante aquel tiempo, prácticamente residía en San Vicente, 200. Creo que fue la época en que el club alcanzó su cenit, además, con la incorporación de Manolo Rock e hitos como el València Sona", afirma.
"No deja de ser un edificio, ladrillos unos encima de otros, un armazón inerte que necesita de un gran corazón". Así lo ve 12 años después de su cambio de rumbo el que fuera músculo pero también cerebro, junto a Delfín Silla y Roberto El Gato, de los años de gloria de Roxy Club. Manolo Rock fue el principal responsable de la comunicación de la sala entre 1998 y 2002, y el culpable de que el prestigio de un concurso de rock, el València Sona, pusiera a la ciudad en el mapa musical nacional más allá de la ruta del bakalao.
Antes, combinaba su trabajo como manager de los míticos Transfer con la dirección de su propio sello, Subterráneo Records. "Recuerdo una llamada de Roberto El Gato; para un tipo como yo, que había estado en los 80 al frente de un modesto garito como Gasolinera, suponía un reto de lo más sugerente, pues casi siempre he tenido que lidiar con carestía de medios, precio a pagar habitualmente en el mundo underground", apunta.
LA FAMILIA ROXY EN LA VALENCIA INQUIETA DE LOS 90
La inauguración de Roxy Club tuvo lugar el 8 de octubre de 1994 con la participación de Los Garfios, tal y como recuerda César Campoy y se recoge en el libro Yo, M. Rock en la Valencia subterránea (1980-2000), una radiografía social de la escena musical valenciana de la época confeccionada de forma coral por muchos de los que la esculpieron. Eran los días de Gasolinera Live o Babia, con locales que, como Zeppelin Rock, Papillon, Matisse o Sonora reclamaban su cuota de protagonismo.
"A finales de 1993 yo regentaba un conocido rock bar en la zona de Cánovas (Cairo), se llenaba muchísimo, empezamos a tener problemas para dar abasto a tanta clientela y, además, era imposible realizar conciertos allí", recuerda Roberto El Gato, que cuenta que no había en Valencia "ninguna discoteca que se preocupase de la cultura rock and roll" y, en cambio, sí existía una gran demanda. Después de visitar varias salas, llegaron a un acuerdo con Ricardo Soto y Ramón Trilles, por entonces propietarios de la sala. Y el resto es historia.
Eran años en los que se fraguaba el éxito de un modelo hasta entonces exitoso (Arena Auditorium aparte), uno con cuño propio: el de la Familia Roxy. "De hecho, presumíamos con orgullo de ser La Familia Roxy, así rezaba hasta en nuestras tarjetas", dice M. Rock. "¿Otra persona diferente de Manolo Rock hubiera convertido, en cuatro días, el València Sona en un concurso conocido en todo el Estado, y hubiera gestionado de manera tan eficiente el departamento de relaciones externas de Roxy?", se pregunta César Campoy. "Seguro que no".
En aquella época, cercana ya al final del siglo XX, Roxy Club era tan joven que no importaba lo alto que apuntara. No era simplemente que se habían cargado de un plumazo el prejuicio del provincianismo con un concurso que se retransmitía en Radio 3 y que recibió más de 600 inscripciones de bandas de todo el país en sus tres ediciones; Roxy Club contaba, además, con su propia revista (la mencionada Rock Sí!), un par de sellos (Roxy Records y Tumismo Records), y un programa de radio (Rock System, dirigido por el periodista Eduardo Guillot). "Digamos que el club era algo más que quemar la noche", apunta Roberto El Gato.
"Ese periodo, posiblemente, fue uno de los más explosivos en la existencia de la sala, influenciado, sin duda, por la calidad humana de todo el equipo que llegamos a coincidir allí en ese momento", dice Manolo, que coincide con César Campoy en la importancia del quién y el cuándo por encima del dónde y el cómo.
"Aquel proyecto nació en un momento determinado, y fue levantado por unas personas determinadas. Hablo, sobre todo, de Roberto El Gato y de, un poco más tarde, Manolo Rock, en quienes confió Delfín Silla. Si a ello unimos la gran familia que se creó alrededor del proyecto, nos toparemos con el Roxy Club clásico, el que llegó a deslumbrar a propios y extraños". "Éramos jóvenes, teníamos cómo y dónde expresarnos, el suficiente grado de locura y, sobre todo, muchas ganas de hacer cosas", matiza Roberto.
EL TRIUNFO INCONTESTABLE DEL ROCK
Llegando desde atrás, la primera mitad de los noventa fueron del grunge. La segunda, de Roxy Club. "Los datos nos bailan, pero es fiable decir que más de 2.300 grupos pasaron por el escenario de Roxy", asegura El Gato, que hace memoria con solo una pequeña selección de nombres, "por citar uno de cada madre": Paul Weller, NOFX, Diego El Cigala, Enrique Morente, Juan Perro, Los Enemigos, Los Piratas, Blind Guardian, Molotov, The Corrs, Gigatron, The Plimsouls o Maceo Parker; aunque no puede evitar destacar "la primera y hasta ahora única llegada de Social Distortion a la ciudad".
Antes del cambio de siglo, el músculo de Roxy rendía a máximo nivel, y un año se registró la cifra de 75.000 entradas de conciertos vendidas. "Dudo bastante que el Palau de la Música, el de las Arts o cualquier otro monstruo sagrado importante de la ciudad sea capaz de vender tal cantidad de entradas".
La Familia Roxy era numerosa: en el momento de mayor apogeo, la sala llegó a generar 71 puestos de trabajo directos, "e incontables más indirectos, todo financiado de manera estrictamente privada", matiza Roberto El Gato. "Roxy Club llegó a convertirse, en pocos años, en la mejor sala de aforo medio de Valencia, y en una de las más respetadas del Estado", recuerda César Campoy, "su espacio, sobre todo cuando se produjo la ampliación, era prácticamente ideal para asistir a un concierto". Entonces, ¿qué ocurrió para que, una década después, y tras innumerables cambios de nombre, sea ahora una discoteca latina?
LA GLORIA TAMBIÉN TIENE FECHA DE CADUCIDAD
"Es ley de vida: cuando tocas techo, lo más normal es que acabes muriendo de éxito", reconoce el propio Campoy, que fecha la "lenta agonía" de Roxy Club en el inicio de siglo. Como si, implícitamente, todos hubieran aceptado que aquella historia solo tenía cabida en los 90, el proyecto se fue desintegrando en la nueva centuria. "Siempre, gracias a Belcebú, he tenido un sexto sentido para salir a tiempo e indemne de los sitios, antes de que me devorase la situación", confiesa Manolo Rock, que partió en 2002, rumbo a Madrid para dirigir el departamento de promoción de Locomotive Music.
Apenas tres años más tarde, "más o menos en 2005", se certificó el deceso de una historia. "Uno de los socios estaba provocando un grave desequilibrio económico y decidimos vender; todavía era buen momento y pensamos que a todos nos vendría bien un descanso y una mirada en otra dirección", recuerda Roberto El Gato, hoy cantante de Los Vicentes. Tras la venta, llegó el primer cambio de nombre: los nuevos dueños enterraban el Roxy Club con su rebautismo como Cormorán. "Yo aún continué trabajando con los nuevos propietarios, encargándome de la programación; después, simplemente se fue diluyendo la relación".
Cormorán, Mirror, Noise,... era como si, con cada cambio de nombre, comprobaran que era imposible finiquitar una década de gloria rock. "Me da mucha rabia ver sus continuos cambios de nombre para nada, me parecen una profanación, me imagino a mi antiguo despacho revolviéndose en su tumba", afirma Manolo Rock. Tras años de deriva, este verano le tocó el turno a la propuesta latina, bautizada como Salomé, que por el momento sigue acogiendo algún que otro concierto; la primera viejoteca tropical Valencia, eso dicen sus responsables.
El Gato lo tiene claro: "cada cual hace valoraciones distintas de sus negocios. La empresa que la dirige ahora prefiere un estilo de dirección basado en lo económico. Ven el local como eso, un local, y proceden en consecuencia; para nosotros, y para mucha otra gente, el Roxy era una casa, una gran familia, la sede,... y, además, nos funcionaba muy bien a nivel económico".
"La época de Roxy Club pasó. Tenía que pasar", dice César Campoy, mientras recuerda los conciertos de El Vez, Doctor Explosion o los primeros Planetas. Memorias de una época en la que lo subterráneo emergió a plena luz del día con su mejor sonrisa, a pesar de que todos conocían la fecha de caducidad. "Aquel equipo que se juntó en los 90 tenía el rock como filosofía de vida, pero el rock nunca ha sido un gran negocio en este país y menos en esta ciudad", lamenta Manolo Rock, que no cree que la culpa sea de Valencia: "debemos asumir que el rock es de minorías y que, por desgracia, por mucho que queramos, no es el ombligo del mundo". "El rock and roll, y me refiero a la actitud, sigue siendo considerado como algo en el subterráneo de la cultura", termina El Gato.
Campoy certifica que "hoy en día, el modelo de negocio ha cambiado, y la manera de funcionar, también"; solo si algún día "alguien es capaz de imitar ese modelo, basado más en el corazón que en la cartera", tal vez volvamos a encontrarnos con otro Roxy Club.
Habrá que esperar otra historia de gloria o muerte.
Yo fui testigo de aquellos días de gloria de la Sala Roxy y fui muy feliz allí. Era el mejor sitio para sentir y vivir la música: tenía el tamaño perfecto para celebrar conciertos, un ambiente inmejorable y la mejor selección de música por parte de los dj`s para hacer que no pudieras dejar de bailar. Todavía guardo los ejemplares del Rock Sí! de aquellos días y nunca más he vuelto a ver en Valencia algo tan grandioso en todos los sentidos como lo fue el Roxy Club. También me da mucha pena los sucesivos cambios de nombre y de concepto que ha sufrido el local posteriormente.
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