VALENCIA. Gore es una provocación. Tanto el término en sí como el equívoco al que invita el título que Javier Daulte ha dado a una de sus piezas hiperrealistas. Xavier Puchades le toma el texto y la palabra al dramaturgo argentino en el Teatre Micalet del 5 al 9 de noviembre. La obra resultante es "un monstruo teatral hecho con trozos de cine de terror de serie Z -violencia, intestinos y sangre-, el folletín melodramático sentimental y la típica sitcom en la que los amigos conviven en un mismo hogar", explica el director y adaptador del inclasificable montaje.
Con semejante coctelera de referentes, los espectadores pueden anticipar en Gore un espectáculo provocador e inusual, ya se viertan más o menos litros de plasma. A una casa okupada del barrio de Nazaret llegan dos extraños con insanas intenciones hacia los moradores del lugar. Lo que sigue es una curiosa mezcla de cine, teatro y televisión en tono de comedia, eso sí, de las que provocan una carcajada siniestra.
"Hemos querido hacer una especie de trituradora de carne que a veces gira violentamente y otras descansa pacíficamente. En los ensayos trabajábamos con temas de Sonic Youth y de Mina de forma alternativa, para conseguir este contraste. La banda sonora de la obra sólo la escuchan los actores", aclara el valenciano.
Y esos actores son los integrantes del proyecto de mecenazgo Jove Companyia d'Entrenament Actoral (JCEA) / Teatre de l'Abast, donde la pedagogía se complementa con la formación continua con el objetivo de introducir a los jóvenes intérpretes en el mundo profesional. Si antes trabajaron sobre obras de repertorio internacional, léase El Tartufo de Molière y La buena persona de Sezuán de Bertolt Brecht, ahora exploran los nuevos lenguajes teatrales a través de Gore.
El título de la obra que representan ahora es una trampa que enriquece la lectura de lo sucedido sobre el escenario a posteriori. En realidad, el texto escrito por el bonaerense explora el individualismo extremo y la incomunicación narcisista propias de la sociedad contemporánea, más que la evisceración en sí.
"Actualmente, estamos en un escalón más alto del que se subió con aquella televisión exhibicionista de la intimidad de principios de 2000, con programas que vulneraban la intimidad de las personas. Ver las miserias de las personas de una forma tan descarnada fue muy gore, ese proceso ha seguido su desarrollo hoy y cualquiera exhibe su vulnerabilidad en las redes sociales. La mayoría estamos mutilados internamente, hemos ido perdiendo sensibilidad y sentimientos. Nos creemos fuertes, individualistas y especiales, cuando no estamos muy lejos de las vacas que abren en canal en los mataderos para vender su cuerpo después en pequeñas piezas. Queremos pensar que cuando se asiste a la representación, sales con ganas de comenzar a recuperar tus órganos vitales dañados", argumenta Puchades.
De este modo, el título del montaje, que salpica la imaginación de roja, abundante sangre, se torna, en último extremo, un descuartizamiento de la degradación moral. "Si el cine de este género teatraliza la mutilación del cuerpo para demostrar su vulnerabilidad, en la obra de Daulte, las mutilaciones son internas, íntimas y personales", apostilla el director.
Si bien con una hemorragia más emocional que física, el gore de esta obra comparte con los montajes donde sí se recrean con detalle nauseabundo escenarios macabros la necesidad del teatro como revulsivo. En opinión de Puchades, Gore responde a la necesidad de un "teatro que remueva y renueve las vísceras. Que nos ayude a alimentarnos de la realidad y a digerirla mejor, de forma más sana".
PRIMERO FUE EL TEATRO
Pocos son los que asocian el género gore a las artes escénicas y, sin embargo, el ámbito cinematográfico de la sangre y el despiece tuvo su origen en las tablas. En 1897, el dramaturgo francés Oscar Metenier convertía un antiguo convento de 1786 sito en el callejón Chaptal del barrio Pigalle de París en el más sórdido de los teatros, Le Théâtre du Grand Guignol. El apogeo hórrido de la sala llegó con la incorporación como director al año siguiente de Max Maurey, quien sumó a un médico al equipo para atender los desmayos del público. Las atrocidades se sucedían en una programación trufada de terror y erotismo, donde abundaban los descuartizamientos, las violaciones, los ritos satánicos, la necrofilia y la tortura. Los carniceros de la zona procuraban baldes de sangre y vísceras para dar mayor realismo al espectáculo ya de por si repulsivo.
"Con un tono entre la farsa circense y el humor macabro, Maurey daba a sus clientes los que éstos buscaban: emociones fuertes. Las decapitaciones, amputaciones y asesinatos simulados estaban a la orden del día en unas obras teatrales que excepto por sus golpes de efecto nunca habrían pasado a la historia, pese a que de vez en cuando la excusa argumental fuera Edgar Allan Poe", reseñan Manuel Valencia y Eduardo Guillot en su ensayo Sangre, sudor y vísceras. Historia del cine Gore (Editorial La Máscara, 1996), a propósito de los albores de una oferta escénica de cuyas entrañas, reales y figuradas, se ha nutrido el séptimo arte.
Por el escenario concurrieron todo tipo de excesos sangrientos, quién sabe si a modo de catarsis o para satisfacer a un público voyeur, rebosante de morbo, entre cuyos habituales se encontraba la escritora Anaïs Nin, quien anotó en su diario: "Me rendí al Grand Guignol, a su mugre venerable, que solía provocarnos tales estremecimientos de horror, que acostumbraba a petrificarnos con terror. Todas nuestras pesadillas de sadismo y perversión se representaban sobre aquel escenario".
Como botón de muestra, el sinfín de muertes de las que fue víctima la actriz fetiche del teatro, Paula Maxa, apodada con el sobrenombre de "la mujer más asesinada del mundo".
"Le dispararon con un rifle y un revólver, le arrancaron el cuero cabelludo, fue estrangulada, destripada, violada, guillotinada, ahorcada, descuartizada, quemada, hecha pedazos con material quirúrgico, cortada en 83 partes por una daga española invisible, picada por un escorpión, envenenada con arsénico, devorada por un puma, asfixiada por un collar de perlas y azotada", enumeraba la doctora en letras Agnès Pierron en su artículo sobre Le Théâtre du Grand Guignol 'The House of Horrors', publicado en 1996 en el magazine Grand Street.
El teatro parisino permaneció abierto durante seis décadas y produjo más de un millar de obras. En la web grandguignol.com, un sitio creado por Thrillpeddlers, compañía de teatro con sede en San Francisco que produce obras de este género desde hace más de una década, se compilan unas 800 piezas que van de 1890 a la década de los sesenta del pasado siglo.
Tras la II Guerra Mundial, la sala empezó a trastrabillar. Según apostilla Pierron, tras el cierre en 1962, su postrero director, Charles Nonon, explicó: "Nunca podríamos competir con Buchenwald. Antes de la guerra, todo el mundo creía que lo que ocurría sobre el escenario era puramente imaginario; ahora sabemos que esas cosas, y peores, son posibles".
'TITUS ANDRONICUS', SHAKESPEARE POR LA FURA DELS BAUS
La semilla, no obstante, ya había germinado al otro lado del Canal de la Mancha. Como apuntan Valencia y Guillot en su libro conjunto, en 1908 la oferta escénica del barrio de Pigalle se emuló en los escenarios británicos, para destilarse más adelante en los clásicos del terror filmados en los cincuenta y sesenta por los estudios Hammer.
Del mismo modo, el melodrama decimonónico, especialmente el de sesgo criminal, fue objeto de reinvención para el siglo XX a partir de su paso por "la casa de los horrores". Por no hablar de su influjo en el surrealismo más subversivo, con la secuencia del ojo lacerado con una navaja de afeitar en El perro andaluz (Luis Buñuel, 1929) como estandarte. Y es que el cine, en concreto el adscrito al terror y al thriller, ha sido el campo anegado por el gore, que en su traducción literal significa sangre derramada.
En el universo escénico más reciente existen la relectura performativa del Grupo Pánico, creado por Fernando Arrabal, Alejandro Jodorowski y Roland Topor en 1962, e inspirado en Pan, deidad de la naturaleza salvaje y el desenfreno, así como las obras de talante político del Taller de Investigaciones Teatrales (TIT), una propuesta argentina de vanguardia forjada en 1977 por un grupo de jovenes trotskistas.
Pero si hay una obra donde la hemoglobina continúa fluyendo a borbotones en el siglo XXI es el clásico de Shakespeare La tragedia de Titus Andronicus, cuya representación procuró cinco desmayos el año pasado en el Globe de Londres y que ha sido adaptada en toda su sanguinolencia, entre otros, por Julie Taymor y La Fura dels Baus.
Muchos críticos han dudado durante años de la autoría del drama por ser una obra especialmente sangrante y no hallar sentido a tanta violencia. Sin embargo, en palabras del adaptador del texto al lenguaje furero, Salvador Oliva: "No se puede afirmar que la extrema violencia sea gratuita. La obra contiene una tensión constante entre la barbarie y la civilización, locura y cordura, venganza y perdón".
La controvertida pieza del bardo inglés fue adaptada por los catalanes bajo el título de Degustación de Titus Andronicus y se escenificó como un banquete antropófago para el que contaron con la colaboración de Mugaritz. Manos cercenadas, lenguas cortadas, canibalismo y decapitaciones se alternaban con los servicios de un ágape diseñado por Andoni Luis Aduriz.
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