VALENCIA. Aunque la industria estadounidense siempre se ha destacado por aprovechar el talento ajeno en beneficio propio y la realización de remakes o adaptaciones de éxitos de otras latitudes es una constante en la historia de Hollywood, hace una década se produjo un fenómeno curioso.
El género de terror parecía condenado a un callejón sin salida tras una ola de películas irónicas y autorreferenciales (con Scream como paradigma) y una avalancha de nuevas versiones de clásicos de finales de los setenta y los ochenta (muchas de ellas, a cargo de directores europeos). Cuando parecía que se habían agotado los recursos, la salvación llegó desde Asia.
La tradición del cine fantástico oriental es larga y rica, y a finales del siglo pasado fue capaz de dar una nueva vuelta de tuerca a su historia con una serie de películas y directores que revolucionaron el panorama del género y que, obviamente, no tardaron en ser fagocitados por la industria americana.
Así, títulos como The Ring (Gore Verbinski, 2002) se convirtieron en grandes éxitos comerciales, e incluso los directores japoneses que habían realizado las películas originales pudieron encargarse en algún caso de sus versiones en inglés, como ocurrió con El grito (The Grudge, Takashi Shimizu, 2004). En apenas un par de temporadas, los espíritus de ultratumba con ojos rasgados y lacias melenas negras invadieron las pantallas de todo el mundo.
Sin embargo, una de las cintas más aterradoras e impactantes de aquella corriente de cine de horror nipón nunca entró en las quinielas para contar con versión americana. Hasta ahora. Porque el director Richard Gray ha dirigido un remake de Audition (1999), la película que dio a conocer internacionalmente a Takashi Miike y que Rob Zombie considera la más turbadora que haya visto nunca. De hecho, tiene un historial de órdago: Récord de abandonos de sala en Rotterdam, espectadores necesitados de atención médica en Suiza... Audition es un plato fuerte, no apto para todos los públicos. Y su director, un personaje único, con una filmografía que ronda el centenar de títulos, pero prácticamente desconocido en España.
Miike (Osaka, 1960) comenzó a dirigir en 1991, cumplidos los treinta años, pero no ha perdido el tiempo desde entonces, realizando hasta seis películas en un solo año. Formado como ayudante de dirección a las órdenes del maestro Shoei Imamura (La balada de Narayama), fue descubierto, como muchos otros cineastas asiáticos, por el Festival de Rotterdam, que en el año 2000 distinguió Audition con el Premio de la Crítica Internacional, y desde entonces ha proyectado muchos de sus trabajos posteriores.
A DESTAJO
Se dice que Miike jamás rechaza ninguno de los guiones que le ofrecen, pero que reclama, como condición para aceptarlos, libertad absoluta a la hora de rodar. De ser cierto, más de un productor debe haberse atragantado al ver en la pantalla los resultados obtenidos por un director inclasificable, que ha cultivado los más diversos géneros (cine de yakuzas, de acción violenta, infantil, erótico, fantástico, de terror) y cuya única regla es, precisamente, que no hay reglas.
En Audition, por ejemplo, un cuarentón viudo convoca un casting para una inexistente película con objeto de encontrar una nueva esposa. La singular trama desemboca en el último tercio del film en una malsana orgía de sangre capaz de crispar los nervios del más curtido. Las claves del fantástico son en manos de Miike pelotas circenses con las que hacer malabares en el aire.
Para el japonés, nada es sagrado cuando se trata de sorprender al espectador. De ahí que no siempre logre los mismos índices de calidad en su cine, que suele derivar hacia el delirio con bastante frecuencia. Por ejemplo, en The City of Lost Souls (2000), una trepidante historia de acción y balas en la que el espectador asiste atónito a una pelea de gallos... ¡Al estilo Matrix!
En Ichi the Killer (2001), el protagonista es un gangster que sufrió un tremendo corte en las comisuras de los labios y debe mantenerlos unidos con imperdibles para evitar mostrar una mueca grotesca que para sí quisiera el Joker de Batman. En cualquier caso, nada comparado con The Happiness of the Katakuris, realizada el mismo año, una historia supuestamente terrorífica que, de repente, se convierte en un demencial musical, con números subtitulados para que el espectador practique karaoke y zombies cantando entre los bosques.
Un enfermizo catálogo de distorsiones de los géneros cinematográficos que convive en la filmografía del director con títulos de culto como Fudoh: The New Generation (1996), protagonizada por jóvenes bandas yakuzas; la trilogía Dead or Alive (un prodigio de rodaje y montaje, que deja en mantillas a John Woo) o Agitator (2001), una epopeya de más de dos horas protagonizada por gángsters vestidos de Armani y en deuda con Takeshi Kitano.
Sus incursiones en el cine infantil son también estrafalarias, con mención especial para la serie protagonizada por Zebraman, en la que un profesor obsesionado con una antigua serie sentai se pasa las noches encerrado en su habitación para coser un traje a imagen y semejanza al del protagonista de la serie. No hay más que ver la pinta que tiene para imaginar que sus aventuras van a derivar de inmediato hacia el absurdo (invasión maciana incluida). Entretenimiento garantizado.
En el otro extremo, quizá su película más surrealista: Visitor Q (2001), un trabajo realizado en video para la serie televisiva Love Cinema Series. En apenas hora y media, Miike convierte una historia de extrema sordidez en pura poesía visual, aunque no apta para todos los estómagos.
La prestigiosa revista francesa Cahiers du Cinéma llegó a afirmar que se trataba de la película que había salvado, de lejos, el honor del festival de Locarno de aquel año, aunque no todo el mundo conectó con la historia, protagonizada por una familia disfuncional en la que el padre se acuesta con su hija (que ejerce la prostitución) y la madre es apaleada por su hijo y busca refugio en la heroína. La familia endereza su precaria estabilidad emocional con la llegada de un inquilino al que conocen porque se dedica a golpear sistemáticamente al cabeza de familia con una piedra en el cráneo. Todo ello, aderezado con episodios de violencia juvenil y necrofilia. Sí, sabemos lo que estás pensado, querido lector.
La película se presentó en España en la Semana de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián, en una sesión de madrugada bajo el título genérico de ¿Qué está pasando?, junto a otros dos títulos de procedencia oriental que, más allá de su calidad intrínseca, demostraban que, efectivamente, algo está pasando en el cine contemporáneo y, por ende, en la sociedad en que vivimos. No seremos nosotros, poco proclives a los juicios morales, quienes entremos a valorar si lo que ocurre es bueno o malo. Pero que el trailer no muestre imágenes de la película ya resulta bastante significativo.
El ritmo de trabajo de Takashi Miike ha decrecido en los últimos años, aunque en 2012 todavía firmó tres películas. Del mismo modo, tras la moda pasajera de hace una década, parece que los festivales ya no se disputan con la ferocidad de antaño el estreno de sus locas historias.
Por eso hay que celebrar la versión americana de Audition. Llega tarde para apuntarse a la ola de remakes de terror asiático, pero resulta oportuna para reivindicar la obra de un cineasta que puede provocar adicción o rechazo, pero nunca indiferencia.
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