VALENCIA. Manga, copla, cuento de hadas, sadomasoquismo, cine negro, leucemia, cosplay, la belleza mórbida de Bárbara Lennie y la voz cavernosa de José Sacristán. Todo eso es y no sólo es Magical Girl, la película que se alzó con la Concha de Oro en el pasado Festival de San Sebastián. Su director, Carlos Vermut, nos confiaba en el Festival de Toronto, una semana antes de la constatación del rumor creciente de su segunda película como la revelación de la temporada, las claves de una trama que bebe de la idiosincrasia del último cine coreano. Esto es, un punto de partida sencillo en el que los personajes aportan la complejidad del argumento. El resultado es un de menos a más hipnótico con guinda convulsa.
-¿Eres aficionado al film noir?
-No soy un gran cinéfilo. Me gusta mucho Melville y Círculo rojo, con esa fotografía fría y los grandes silencios, con secuencias como las de un samurái que entra en un apartamento, sale y no pasa nada.
-No obstante, Magical Girl es una relectura de la mujer fatal.
-Me encanta el cine negro y las femmes fatales, pero no quería hacer el estereotipo con el cigarro, ni siquiera visualmente. Pretendía que su sensualidad estuviera escondida debajo de unas ropas, que ni siquiera se intuyera su silueta, pero que fuera una mujer fatal que de algún modo controla la película y desencadena la acción.
-¿Cuáles eran tus referentes estéticos para este arquetipo?
-Me interesa la estética de algunas cantantes de jazz japonesas, Asakawa Maki, por ejemplo. Tiene una canción llamada Uramado, que significa la ventana trasera de las casas de Japón, que escuché insistentemente cuando escribía esta película, pero que no incluí porque quiero incorporarla en otro proyecto. Me gusta mucho este halo de mujer misteriosa, me inquieta. Estoy enamorado de Morticia Adams, y la mujer que más me ha gustado en la ficción ha sido Maléfica, la mala de La Bella Durmiente.
-¿Qué te pareció la reciente versión de Disney?
-Me gustó mucho porque es una alegoría del lesbianismo y de la República, pero destruía el mito del cuento, el hecho de que Aurora esté durmiendo. Me hubiera gustado que Maléfica acompañara a esta chica mientras duerme 100 años y no el cuarto de hora que dura el hechizo.
-¿De dónde te viene esa filia por los cuentos de hadas?
-Soy un friki. En la película hay muchas referencias. Alicia se llama así por Alicia en el país de las maravillas y Luis por Lewis Carroll. Oliver Zoco oculta las iniciales de OZ. Cuando va a su encuentro, Bárbara va por un camino y lleva unos zapatos rojos como Dorothy en El mago de Oz. De hecho, teníamos grabado que se los ponía y golpeaba los talones, pero ya era demasiado. La antigua jefa de Bárbara se llama Ada, como el hada que la lleva de alguna manera a Oz. Y si te fijas, los personajes representan los arquetipos de los cuentos de hadas, como la madrastra que sería Bárbara, la niña protagonista que sería Lucía, el rey que quiere conseguir algo, el ayudante de la madrastra, el espejo, que en este caso sería el profesor Damián.
-¿Y de dónde procede tu querencia por Japón?
-Desde niño he leído mucho manga y a medida que fui creciendo empecé a ver cine japonés, Kurosawa, Ozu, Nagisa Oshima..., y a leer historias japonesas de misterio. Me gusta mucho el cómic japonés por su ritmo. Mientras en uno francés o americano la elipsis entre viñetas es mucho mayor, en un manga el tiempo se dilata y muestra mucha más atención a los detalles. En Occidente no te centras en cómo era la botella o la forma en cómo te miro, mientras que los japoneses tienen hasta una palabra para definirlo, ma, que significa que todo ha de tener el tiempo que necesita. También hay algo muy interesante en ellos: forman parte de una sociedad que esconde los sentimientos y eso genera mucho conformismo, pero también que en algún momento se suiciden como lemmings o que un tipo coja una escopeta y mate a cinco. Es un país muy pacífico, pero en algún momento el volcán estalla.
-De hecho, resulta muy inquietante la calma que predomina en toda tu película. Estás contando las cosas más atroces desde la contención. ¿Cómo transmitiste a los actores esa necesidad de aguante?
-Les marqué el ritmo. Les repetía: "Conténte, conténte, conténte", porque la explosión final resulta más chocante que si la película hubiera empezado con elementos violentos. Así cobra más sentido.
-Las escenas de pareja en Magical Girl provocan desasosiego.
-Es algo que todos hacemos de broma con nuestras parejas, pero cuando lo ves en la pantalla flipas. Tarantino lo hace mucho y me parece alucinante. Cuando en una película veo a un tío hablando con su novia, me digo: "En mi puta vida he hablado así con mi pareja". En la realidad pones voces tontas, apretujas la cara, a veces haces cosas humillantes, terroríficas y tal, pero en el cine nunca se ve. Siempre es: "Cariño, ¿qué tal estás hoy?"
-También juegas con la capacidad del espectador para proyectar su imaginación detrás de puertas cerradas. ¿Te gusta el cine de terror, y en concreto, el de tipo psicológico?
-Me gusta el cine de terror cuando no quiero pensar demasiado, porque es un género cómodo. Este mes he visto muchísimas películas de miedo, son fáciles de ver porque ya conozco el código. De hecho, casi nunca hay nada original. Cuando estoy viendo una película y se baja el volumen a tope sé que es porque van a hacer un ruido y me van a asustar. A mí me flipa el terror, pero el psicológico. Las cosas que me dan más miedo son las que no comprendo, en el momento en que verbalizo las palabras fantasma, vampiro o zombie, dejan de asustarme. Pero, sin embargo, si salgo de aquí esta noche y veo a alguien andando por la calle con una herida en el cuello o una persona con medio cráneo me daría muy mal rollo. Lo malo es mostrar, evidenciar desde códigos culturales, decir que esto es un vampiro, una tortura, sadomasoquismo. Pero ¿qué sucede si hay algo más que no entendemos? Por eso las películas de David Lynch son las que más miedo me dan.
-¿Da miedo dirigir a José Sacristán?
-La noche que fui a conocerle llegué completamente borracho para estar tranquilo. Lo primero que me dijo al descolgar el teléfono fue (imita la voz de Sacristán): "Carlos, este guión es cojonudo. Eres un cabrón", con esa voz que te retumba el cerebro cuando te habla. Le di las gracias, me recompuse y quedamos para cenar. En el momento en el que le dije que una de las cosas que odio es madrugar, empezamos a entendernos y a ser amigos. Es una persona que lo hace todo muy fácil.
-Su personaje es el de un maestro fundamental en la vida de la protagonista. ¿Ha habido alguno relevante en tu educación?
-Tenía un profesor llamado Santos que era anarquista y nos lo decía tranquilamente. Le tengo mucho cariño y cuando iba a rodar mi ópera prima me dejó ir a grabar en el colegio escenas que no utilicé.
-¿Te marcó de alguna manera?
-No, pero hay algo en la figura de los profesores que me parece inquietante: su voluntad de enseñar a los demás, una vocación que puede ser muy buena o esconder algo, la necesidad de reafirmarse a través de educar personas. Depende de profesores, algunos lo son por puro altruismo y otros por cierta inseguridad y egoísmo.
-También despliegas una opinión muy sui generis en la película sobre la relación de la guerra civil española con la tauromaquia.
-Es muy curioso que España sea el único país donde existan los toros y también el único que haya tenido una guerra civil como ningún otro en la Historia de la humanidad. En otros la lucha es de una etnia contra otra, de una religión contra otra, pero el enfrentamiento de gente de los mismos pueblos es una locura. Y es algo que continúa, lo venimos arrastrando, y no sólo en política, sino que hay gente que no puedes ver. Es muy extremo. ¿De dónde viene eso, la guerra civil es la causa o la consecuencia?
- ¿Y qué fue antes la canción La niña de fuego o la película?
-No la tuve presente. De hecho, tenía en mente Aprendiz, de Malú. Hay una escena que descarté del guión en la que Bárbara va a un karaoke y canta "Me has enseñado tú, tú has sido mi maestro", pero la descarté porque pensé que no pegaba y podía resultar ridícula. Así que estaba un día en casa escuchando música para una historia de ninjas y apareció Ninja de fuego, una versión de Pony Bravo de La niña de fuego. Pensé que sonaba muy bien, empecé a darle vueltas, nos quedamos sin canción y vi que funcionaba perfectamente para Magical Girl.
-¿Siempre escribes con música de fondo?
-Cuando escribo y trabajo me convierto en una esponja y dejo que las cosas alrededor me influyan. En el rodaje, por ejemplo, nos encontrábamos piezas de puzzle en todos lados, debajo del sofá mismo. Las coleccioné y tengo unas siete. Ahora estoy escribiendo una peli y también están sucediendo cosas extrañas.
-Igual es que las invocas.
-Cuando empiezan a aparecer cosas raras es que vamos bien.
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