VALENCIA. Cuando ustedes lean estas líneas, Morrissey ya habrá despachado ante unos cuantos miles de personas en Madrid y Barcelona su 'The Bullfighter Dies'. Como seguramente sepan, es uno de los temas más ruborizantes de su último álbum, en el que reparte lindezas de este calibre: "Loco en Madrid, enfermo en Sevilla, solitario en Barcelona...Gaga en Málaga, sin piedad en Murcia, estúpido en Valencia...el torero muere, y nadie lo lamenta. Nadie llora porque todos queremos que el toro sobreviva".
Leído así, directamente traducido al castellano -como buenamente hemos podido: ustedes disculparán-, el fragmento de este alegato antitaurino del que fuera cabeza visible de The Smiths suena aún más elemental, más tosco en su propia simpleza. Y eso sin contar siquiera con el recurso al ripio que la lectura original le puede otorgar: esa coartada sonora, por cierto, que tanto afeamos a algunos de nuestros congéneres (y con razón) cuando empuñan la partitura bajo el paraguas de la canción de autor. Y mejor dejarlo ahí.
Independientemente de que el propio Morrissey detente (todavía, sí) no pocas mejores muestras de su proverbial capacidad lírica, resumida en un muestrario más solvente cuanto más atrás nos remontemos en el tiempo, el episodio resulta clarificador. Especialmente por lo que respecta a la emborronada imagen que nuestro país proyecta en el imaginario lírico (y sonoro) del pop y el rock de tinte anglosajón.
ADAPTANDO MODELOS
No resulta extraño localizar entrevistas en las que algunos músicos hispanos mencionan que la composición rock en castellano requiere un esfuerzo adicional. Por su propia naturaleza, por su singular idiosincrasia como lengua y por las particularidades métricas de su grafía, tan distantes a veces de esa lingua franca que para estas cuestiones supone el inglés.
El aprieto no es nuevo: las bandas pop hispanas de los 60 ya se devanaban la sesera por economizar su lenguaje para adaptar al castellano los viejos temas de The Rolling Stones, The Beatles, The Hollies, The Animals y cualquier otra luminaria foránea que se terciase. Eran aquellos los tiempos en los que hasta los títulos de las canciones de Bob Dylan o Neil Young se traducían al castellano en las carátulas que de sus discos se distribuían en este país, como fiel reflejo de la inercia de una autarquía que impedía disipar de una vez por todas el sambenito de que Europa comenzaba en los Pirineos.
En todo caso, no deja de ser sintomático que nuestra exportación pop más reseñable de la época fuera, precisamente, un tema en inglés cantado por un alemán (Michael Kogel, más conocido como Mike Kennedy): el Black is Black de Los Bravos, número 2 en Reino Unido, 1 en Canadá y 4 en Estados Unidos, en 1966. Dice la leyenda que el hecho de que muchos conciudadanos de aquellos países pensaran inicialmente que la voz era de Gene Pitney, fue un factor que contribuyó a su difusión.
Años más tarde, la tradición de adaptar al castellano viejos temas anglosajones fue continuada con fines más estéticos e investigativos, como en los discos de Santiago y Luis Auserón al frente de su proyecto Las Malas Lenguas (uno de los últimos buenos ejemplos). Porque del inglés original que la generación independiente de los 90 adoptó como enseña artística en tantos y tantos discos, no cabe deducir (generalmente) grandes logros.
El caso es que, al margen de las incompatibilidades en cuanto a sonoridad y grafía entre castellano e inglés (o quizá no tanto: puede que estas al final no acaben siendo más que un fiel reflejo de la sima cultural que a veces nos separa, al menos en estos asuntos), la españolidad, vista en conjunto, ha padecido un encaje complicado en el pop y el rock anglosajones. Algo que no deja de reafirmar las tesis que pregonan que el mercado latinoamericano es el receptáculo natural de nuestras propuestas.
Hay excepciones, claro (el éxito de una banda como Héroes del Silencio en Alemania, por ejemplo), aunque si bien el eco de los grupos hispanos en el mercado anglosajón es más bien exiguo, aún más nebuloso (por emplear un término suave) es el reflejo que de nuestra realidad, nuestra historia y nuestro carácter nos devuelve el discurso de muchos músicos británicos y norteamericanos.
EL GUSTO POR LO EXÓTICO
También los géneros autóctonos han tenido un eco-como mínimo-curioso fuera de nuestras fronteras. Porque aunque la rumba catalana, por decir algo, pueda ser un género con visos de universalidad y un patriarca tan reconocible como el recientemente finado Peret, tiene bemoles que sus representantes más señalados en el plano internacional acabaran siendo los franceses Gypsy Kings.
Y cuando el influjo es la inversa., ya sabemos cuáles pueden ser las funestas consecuencias. Las referencias a los grandes tópicos (esa desternillante siesta de "La Isla Bonita", de Madonna) o la discutible adaptación de la guitarra española en un contexto rock (los arabescos de la guitarra de Robby Krieger en la exótica "Spanish Caravan" de The Doors) son solo dos botones de muestra de una relación singularmente escabrosa. Y que bien podría desembocar en la lista que hace un par de años publicó un diario de tanto crédito como el británico The Guardian, quien trató de resumir en solo diez canciones la historia del pop español, ‘Macarenas' al margen", tal y como definían en el encabezamiento del artículo: en su Top Ten figuraban Raphael, Marisol, Jeanette, Alaska y Los Pegamoides, Mecano, La Unión, Miguel Bosé Chimo Bayo, La Casa Azul y Mala Rodríguez. Ahí es nada.
Otra muestra de castellano macarrónico al servicio de una visión tópica de la hispanidad, aunque despachada con un logradísimo alborozo festivo, es el clásico ‘Fiesta', de The Pogues. Incluido en su álbum If I Should Fall From Grace With God (1988), se gestó tras una visita a la feria de Almería un año antes, mientras la banda participaba en la grabación del film Straight To Hell (Alex Cox, 1987). Su clip sigue siendo de visión obligada. ¿Quién no la ha bailado alguna vez?
BRIGADAS INTERNACIONALES
Al igual que en el terreno de la literatura (y ahí está la obra de Orwell o Hemingway para atestiguarlo), si hay algún capítulo de la historia de España que ha servido como anclaje para la creación de composiciones pop, ese ha sido el de la Guerra Civil. Su perfil como una lucha fratricida por motivaciones ideológicas, que fue además campo de pruebas y antesala para la Segunda Guerra Mundial, quizá explique esa perenne fascinación que ha ejercido sobre todo en varias generaciones de músicos británicos. Especialmente en aquellos que por condicionantes generacionales o estéticos, se amamantaron en el fragor del punk y sus derivados.
Así es como veían The Clash la contienda en su célebre ‘Spanish Bombs', de 1979 (incluida en London Calling). Los apuntes sobre el conflicto y el encaje del castellano en su letra, absolutamente sui generis.
Los galeses Manic Street Preachers también encontraron inspiración en la Guerra Civil española unos cuantos años más tarde, en 1998, en el que fue single de adelanto del álbum This Is My Truth, Tell Me Yours. El tema se llamaba ‘If You Tolerate This, Your Children Will Be Next', para el que tomaron el título de una cartel propagandístico del bando republicano, en el que aparecía un niño asesinado por los bombardeos de la aviación nacional. El tono es menos descarnado y cándido que el empleado casi dos décadas antes por Joe Strummer y cia, claro.
Los ecos lejanos de la contienda llegaron más allá de las canciones. Hubo quien directamente se empapó de la terminología de la época para bautizar su propio proyecto. Fue el caso de Vini Reilly, virtuoso guitarrista de Manchester que en 1978 decidió fundar su propia travesía musical, llegando hasta nuestros días con tanto predicamento crítico como pobrísima notoriedad pública.
Decidió bautizarlo en honor a Buenaventura Durruti, el jefe de la famosa columna de milicianos anarquistas. Lo sintomático es que la motivación fuera más estética que otra cosa: adoptó el nombre tras verlo inscrito en un poster de un grupo situacionista de su país. Y debió resultarte francamente exótico, no solo por la sonoridad del nombre sino también por estar mal escrito: The Durutti Column, así, cambiando las dos erres por las dos tés. Hasta que no visitó España, años más tarde, nadie le apercibió del error. Y aunque el cambio no hubiera sido muy traumático, teniendo en cuenta su vocación minoritaria, lo cierto es que ya era un poco tarde para cambiarlo.
Vini Reilly fue el principal guitarrista en Viva Hate (1988), precisamente el debut de Morrissey, ese hombre (que nos servía para abrir este texto) que igual arremete contra las corridas de toros que se anuda una bandera rojigualda a la cintura, cual mandil de camarero, sobre el escenario del Festival de Benicàssim de 2006, seguramente ajeno a las connotaciones que la enseña patria pueda suscitar. ¿Habrá que concluir que para ellos (como cantaban hace años Pribata Idaho) también puede decirse que ‘Spain is Pain?'.
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