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OTRA HISTORIA DE INTERNACIONALIZACIÓN

Luthiers valencianos, la apuesta más allá de la guitarra ‘made in Spain'

KRISTIN SULENG. 04/10/2014 Las trompetas Stomvi, las baterías Santafe y los violines de Jaromir Bazant, tres firmas valencianas de referencia internacional

VALENCIA. Escultores, cirujanos o Geppettos de la música. Con el nombre galo de luthier, que remite al laúd medieval y a tierras centroeuropeas, los maestros artesanos en confeccionar instrumentos a medida mezclan tecnología y artesanía en un oficio cuyo valor reside en el proceso manual de elaboración a base de madera o metal. Las trompetas Stomvi, las baterías custom Santafe y los violines de Jaromir Bazant son tres de los nombres valencianos de referencia en un sector musical que apuesta por abrir horizontes más allá del tópico de la guitarra española. 

Ubicada en una antigua nave que perteneció al grupo Lladró en los años 60 y 70 en el polígono de Zamarra en Xirivella, de la fábrica de Vicente Honorato toman vida los cuerpos de las únicas trompetas de origen español. Bajo la marca Stomvi, entre 1.200 y 1.400 instrumentos de viento-metal cierran el estuche con rumbo a sonar en las principales orquestas europeas. Pero como toda historia de éxito, los inicios de la trayectoria de este luthier del metal fueron piano piano.

Rompiendo las reglas del vademécum de la lutería tradicional, Honorato se lanzó hace 30 años a la aventura de esculpir trompetas sin ser músico. Matricero de formación y joyero de oficio, recuerda el desafío de concebir sin la ayuda de referentes su primera trompeta que le obligó a invertir 10.000 horas de investigación para descubrir, cual cirujano, cómo diseñar y ensamblar cada órgano del instrumento. Estaba aún muy lejos de las 20 horas de fabricación de las actuales Stomvi.

Vicente Honorato

El resultado final le motivó a abrir un taller con cuatro operarios cuya filosofía imaginaba que un lugar como Valencia, con tradición musical, acogería con agrado a una industria musical en paralelo. A pesar de que su cliente ideal fuera el medio millar de bandas valencianas, las primeras trompetas Stomvi nunca se vendieron en España. "Se pensaba que todo lo bueno venía de fuera. En nuestros inicios hubo muchas dudas de continuidad porque el mercado español estaba totalmente cerrado para nosotros. Los músicos preferían las trompetas de Chicago", evoca el fabricante de metal Honorato.

El espaldarazo llegó de la mano del trompetista francés Maurice Benterfa, quien con su memorable sentencia "esta trompeta suena diferente de lo que existe" le abrió el camino de los primeros contactos con el mercado galo, al igual que su primera participación en la Feria de Frankfurt, una de las más importantes en el sector. "Se armó una pequeña revolución entre fabricantes y público. Sorprendía que un español hiciese trompetas en lugar de guitarras". 

LA HUMANIZACIÓN DEL INSTRUMENTO

Hombre ajeno al papeleo de oficina, la presencia de Honorato se ve raras veces por los despachos de la fábrica. Desde las seis y media de la mañana hasta las diez de la noche, pasa horas en el taller buscando la soledad necesaria para su trabajo como investigador musical, término que prefiere al de artesano de instrumentos. Su cuñado Eduardo, director comercial de la empresa familiar que emplea a más de una treintena de trabajadores, comenta una anécdota sobre las virtudes del padre de las trompetas Stomvi antes de prestar su buró para realizar la entrevista. "No ha sido músico, pero posee un oído tan fino que es capaz de identificar una nota desafinada de una flauta cuando toca la Filarmónica de Berlín con coro incluido".

Apasionado de la música sin la inquietud por tocar pero con la necesidad de entender la estructura de las normas que fundamentan la interpretación, la audición privilegiada de Honorato se forjó desde su niñez, cuando presenciaba los ensayos de su padre en la banda de música de Mislata, fundada por su abuelo, antiguo corneta de Alfonso XIII. "Aunque las amo, no comparto su evolución. Las bandas se han anclado en los principios del siglo XX con la idea de seguir sonando a banda. En Valencia el problema ha sido la falta de cuerda, la base que sigue fallando desde hace 40 años para conseguir bandas sinfónicas".

Porque no hay mejor manera de entender la vida, explica Honorato, que mirándose en el espejo de otro, el sonido Stomvi busca alejarse de la agresividad sonora primigenia de la llamada bélica de ataque para acercarse a la voz humana con el dulce referente de la distinción, calor y potencia en todos los registros de María Callas. "El problema del metal es sonar a metal. Mi intención es humanizar el instrumento. Una trompeta debe sonar como una voz, una flauta, un oboe, un fagot, un clarinete y además como una trompeta, pero no puede ser una trompeta sin que suene como todo lo demás", sentencia el autor de unos metales personalizados en función del rol dentro de cada obra, que siempre han escapado de ser copia de las marcas señeras Bach o Schilke.

EN BUSCA DEL SONIDO PERFECTO

"Mi orgullo es el sonido que fabrico, no el instrumento. Pero si tengo que elegir uno sería la trompeta en do, que me ha costado 25 años conseguirla, que históricamente es la más deficiente en su uso. Pero mi mayor satisfacción es que un músico de cuerda me felicite diciéndome que mis trompetas suenan como un violín", reconoce Honorato, cuya ilusión, siguiendo la estela del maestro José Antonio Abreu y el "efecto Venezuela", sería formar a niños y jóvenes en su filosofía de entender el metal con "la seriedad y fondo cultural" de la cuerda.

La obsesión de cualquier luthier siempre persigue hallar el sonido perfecto. Hasta hace un año, Honorato pensaba que no existía, pero un domingo en el comedor de la fábrica, la sala de pruebas en la que los clientes locales y extranjeros soplan sus metales y conversan en distendidas tertulias, sonaron las notas perfectas de una de sus trompetas en do con unas piezas de Bach adaptadas al metal. "La investigación es el fruto de la complicad de los músicos que comparten mi forma de entender el sonido", afirma el creador de Stomvi, cuyas trompetas oscilan entre los 2.000 y 3.000 euros.

De opinión distinta es el luthier Jaromir Bazant, artesano de la familia de violines, cellos y contrabajos: "El sonido perfecto nunca lo he encontrado, siempre hay algo mejor. En algunos concursos parece que es mejor el que chilla más y penetra en el oído del público porque los otros treinta músicos tocan igual. No somos un aparato electrónico que pueda medir la perfección. No existe ni el sonido ni el violín perfecto".

EL MITO STRADIVARIUS

Maderas nobles bien rizadas, resonancia, buen acabado y una elegancia con toque envejecido son las claves del buen violín que sigue marcando Stradivarius por su diseño y sonido completo. "No todos los Stradivarius suenan bien .¿Qué puede quedar un objeto de madera después de 300 años? Es como una modelo mundial a la que se le hace muchas operaciones de cirugía estética. ¿Qué queda de ella? Hay mucho mito al ser objeto de especulación. Los instrumentos más caros no son lo que mejor suenan, sino los mejor conservados y los más bonitos, porque son para coleccionistas. Un informático millonario lo que quiere hacer es abrir su caja fuerte y decir que tiene una joya, no tocar un instrumento".

Procedente de la región bohemia de Pilsen, cuna de la cerveza y uno de los principales centros de la lutería mundial en el que se llegó a fabricar 300.000 instrumentos al año en los tiempos dorados bajo el Imperio Austrohúngaro, Bazant aterrizó en "la Valencia socialista", como él llama, de 1987 como segundo violín de la Orquesta de Valencia a las órdenes de la batuta del maestro Manuel Galduf. "Fueron unos años maravillosos porque no se miraba el dinero a la hora de contratar a los mejores del mundo. Se tocaba Porgy and Bess de Gershwin o West Side Story de Bernstein con músicos negrosque venían de Nueva York. Pero esa época se acabó", lamenta este luthier checo de 58 años.

Hijo de compositor y profesor de conservatorio, Bazant, que abrió su primer taller en Gilet, su lugar de residencia entre pinos y con vistas al mar, tuvo a los 13 años su primer contacto la madera gracias a un viejo maestro  de la época de la Primera República checoslovaca para construir su primer violín con el deseo de participar en un concurso juvenil. "Con el comunismo llegó la mediocridad, se perdió nivel y mercado. La lutería estaba prohibida porque todo lo privado, incluso un pequeño taller, se consideraba capitalista. Era difícil porque tampoco se podía viajar para conocer a los maestros alemanes", recuerda este artesano de cuerda que a los 21 años se presentó al Conservatorio de Praga con su propio violín y arco y una partitura compuesta por su padre.

UN OFICIO ENTRE EL ARTE Y LA ALQUIMIA

En el barrio valenciano de La Carrasca, Bazant instaló en 1998 la segunda de sus tres tiendas-taller --la tercera se ubica en Castellón--, por las que han pasado más de un millar de clientes en busca de sus violines hechos a mano a un precio entre 5.000 y 15.000 euros. "Lo que admiro de Valencia son las sociedades musicales. En Chequia solo hay escuelas estatales, pero no por afición. Aquí está la mayor concentración de músicos en Europa, y cada vez más se está formando pequeñas orquestas sinfónicas. La situación ha cambiado, ya no se trata solo de bandas tradicionales". 

Jaromir Bazant

En su taller artístico de Valencia todavía están sin desempaquetar las bolsas de su último viaje en coche hace apenas unos días a la Feria de Cremona, la capital italiana de la cuerda, en la que ha mostrado una de sus joyas: un violín envejecido copia de Stradivarius que ha causado sensación. De la ciudad renacentista, a la que considera una gran oportunidad para ver instrumentos de la antigua escuela latina y establecer contactos con proveedores e intérpretes, trae unos tacos de madera de abeto. "Lo mejor es partir la madera en limpio, nunca con la sierra", indica Bazant, quien ha talado árboles vivos en los bosques checos para conocer de primera mano el tratamiento de la madera. 

Como una gran aventura pasional que desafía a lo nuevo vive Bazant el oficio de luthier, impregnado, dice, de pura alquimia con barnices, resinas naturales o balsámicas de Canadá, Perú o Venecia, colorantes naturales como la sangre de dragón que brotan en forma de lágrimas rojas de palmeras de Oriente Medio y de la Península Ibérica, aceites de lino, trementinas, propóleos y alcoholes. "Es un sector muy difícil para innovar porque tenemos grabada la imagen de Stradivarius que siempre nos persigue", lamenta el padre de varios híbridos de cuerda como el violín-mariposa, el violín-jamón o el cello-cebra que expone al público en su tienda-taller. 

LA BATERÍA "CUSTOM"

Al igual que el luthier de cuerda que busca la mejor mezcla de listones selectos de abeto, ébano, arce o bálsamo, la madera constituye la principal obsesión de la percusión, como explica Pau Ortolà, que a sus 28 años representa a la tercera generación de la firma familiar que fundó su abuelo José en 1955 como taller de confección en la cochera de su casa cosiendo fundas para los instrumentos de las bandas de la Vall d'Albaida.

Las baterías custom, personalizadas al gusto del cliente, han puesto en el mapa de la industria musical a esta fábrica de La Pobla del Duc, reconocida por suministrar la percusión de bandas de rock y pop nacionales como Bunbury, Loquillo, Celtas Cortos, Los Planetas, The Cabriolets, Najwa Nimri y Obrint Pas.

 

Bajo la insignia Santafe Drumms, con reminiscencias americanas y sabor español, la apuesta por la percusión moderna llegó en el año 2000, tras haberse lanzado dos años atrás la primera marca Gonalca, dedicada a tambores regionales y bombos y cajas de música tradicional. "Las baterías son las que más ilusiones despiertan por la particularidad de que el músico elige desde el inicio el tipo y la cantidad de láminas y la mezcla de maderas, su forma y color. Esto no lo hace prácticamente nadie en el mundo", afirma el administrador de la empresa familiar que exporta cien baterías al año a un precio de alta gama, entre los 3.000 y 8.000 euros, con las que asistirán a la próxima edición de la Feria NAMM Show de California para compartir impresiones con el resto de fabricantes del mundo.

Lo complicado, señala, es poner de acuerdo al músico con el jefe de taller, Santiago Morant, que trabaja con ellos toda una vida en el proceso de la carpintería, pintura y montaje de cajas musicales. "No sé si se puede alcanzar el sonido perfecto, pero podemos conseguir lo que los clientes nos piden. Hay que ligar lo que el músico tiene en la cabeza y que el técnico lo sepa traducir a una batería", apunta Ortolà.

En paralelo a las baterías, la joya entre sus obras se denomina STF Classic, nacida de lo clásico y lo moderno de las dos marcas de la casa, de gran acogida entre las bandas locales. "Las bandas valencianas es donde más cambios aceptan frente a otros grupos de música tradicional. Pero el problema en España es que somos muy de marcas. Eso es positivo porque se defienden marcas que llevan toda una vida en el sector, pero lo negativo es no permitir introducir novedades aunque sean de calidad superior a lo que hay en el mercado".

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